21. Misión impasible pt.12

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—¡Que el “zumbao” este nos está disparando!

Efectivamente, detrás nuestra, el rugiente todoterreno nos lamía la matrícula, y Daniel, con la diestra en el volante y la siniestra fuera de la ventanilla, nos disparaba con la pistola de su papá mientras juraba en Arameo.

—¡A éste se le ha subido la coca a la cabeza! —exclamó Ramiro sin apartar los ojos de la carretera.

Estábamos llegando al puente romano y el semáforo que regula el cruce del Arco del Triunfo al puente se abrió, poniéndose en rojo para nosotros. Una barrera de coches comenzó a fluir como un torrente circulatorio de metal y caucho.

Sin reducir un ápice la velocidad, estimulado por las balas que silbaban a nuestro alrededor y por la mala puntería del Cabezudo, Ramiro comenzó a tocar el claxon como un loco, a modo de señal.

Las sirenas de la policía reforzaron la credibilidad del efecto, y los coches abrieron como les fue posible un hueco, apretándose unos contra otros, para evitar la inminente colisión con el R-5.

AAAAAHH —gritamos al sentir los parachoques rozar a ambos lados del Ramiromóvil.

Los disparos habían cesado. Seguramente había gastado el cargador y no podía recargar con una sola mano. Por el espejo retrovisor pude ver cómo Cabezudo gritaba, con la locura reflejada en sus ojos:

—¡¡Hijos de putaaa!! ¡¡Os voy a matar, hijos de putaaa!! ¡¡Me habéis “arruinao”, pero yo os mato, hijos de putaaa!! —parecía que se le había rayado el disco. Su amigo lloriqueaba como un niño asustado.

—¡Nos la hemos “cargao”! ¡Nos la hemos “cargao”!

Todos los coches se apartaban a nuestro paso ante el claxon y las sirenas. Finalmente la mayor potencia del todoterreno prevaleció, y nos alcanzó por detrás.

Antoine salió disparado contra mi asiento.

Ramiro movió rápidamente el volante para no meterse en el carril contrario, evitando chocar con los autos que circulaban en sentido contrario. De repente se oyó un rápido repiqueteo contra el asfalto.

—¡La matrícula! —gritó Ramiro.

—¡Que se ha descolgado la matrícula! ¡Cogedlaaa que no se caiga, cogedlaaa!

Si se caía la matrícula sería como entregarnos directamente en comisaría.

—¡Ramiroo! grité mientras me agarraba a la ventanilla para evitar caer sobre él por las fuerzas exífugas de la curva de la Ribera, que estábamos recorriendo a toda velocidad —¡Tu coche se cae a pedazos!

—¡Que te den! —dijo a modo de respuesta; sus delgados antebrazos estaban tensos como barras de hierro luchando por dominar la arcaica dirección del coche, al que le chirriaban hasta los parabrisas.

Antoine y Mak, como dos desesperados, quitaron el asiento trasero y Mak se aprestó a introducirse en el maletero. La melodía del PP sonaba por quinta vez en el coche.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora