25. Hijos de un dios infinitesimal pt.4

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Mis dedos descorrieron temblequeantes y sudorosos el pestillo, mi mano tiró del pomo interior de la puerta, y mis ojos quedaron estupefactos al ver frente a mí la respuesta al misterio; porque ante mí se hallaba un enigmático personaje, alguien tan inesperado que no supe cómo reaccionar ante su presencia. Me quedé boquiabierto sin una excusa con que evitar franquearle el paso, y sin un ardid para evitar la pregunta que me formuló mientras lo hacía.

-¿Esta la Lidi?

-Eee..., sí -dije, dándome cuenta de que con ello había destinado a mi perra a un duro y estresante encuentro, sólo comparable con lo que siente un humano al ser abducido. Porque el que preguntaba -en dialecto so-gili -por la "Lady", que es como se llama mi perra, no era otro que Mariano, el hijo de la Lurdes, ataviado con su pantalón de chandal a la altura de los sobacos, su camiseta interior de tirantes con agujeritos y su rostro que mezclaba la candidez e inocencia de un niño de teta con la prominencia y brusquedad de un primate, y que conste que esto último lo digo tan sólo con afán descriptivo, no me gustaría que se me malinterpretase. De todas formas, los rasgos de simio no eran debidos a su retraso, tan sólo eran parte del legado genético no dañado que le habían transmitido sus padres.

Con todo, Mariano era el más educado (y a veces se podría decir que el más inteligente) miembro de su familia. Su abigarrada figura se reflejó en el espejo del pasillo mientras avanzaba con ademanes "ortopédicos" hacia el que sabía que era el sofá preferido de mi perra (ya os digo que para ser de su familia el muchacho no carbura del todo mal). Su rostro ceñudo se detuvo frente al sofá y miró de un lado a otro tratando de localizar un bulto del tamaño, forma y color adecuados, porque, la verdad sea dicha, Mariano veía bastante poco. Sería más adecuado decir que veía menos que una lombriz metida en una cantimplora. De hecho su capacidad de visión era equiparable a la de un gato de porcelana de esos que ponen en la entrada de las casas para adornar y que cuando viene el pintor se pone a acariciarlo creyendo que es de verdad (dato verídico).

-¡¿Ondestá la lidi?! -exclamó Mariano con brusquedad.

Mala cosa, se estaba empezando a mosquear , y cuando se mosqueaba se ponía a escupir, a decir tacos, y le pegaba patadas a tu puerta cada vez que pasaba por delante y se acordaba de la afrenta, aunque en esto no se diferenciaba del resto de sus congéneres.

Las visitas de Mariano eran uno de esos agradables acontecimientos con los que el destino te obsequia tan sólo de vez en cuando, como los atracos y los accidentes de coche. Mi perra, que se había despertado en ese momento, asomó la cabeza de debajo del cojín que la cubría, y al momento una expresión de fervoroso terror se dibujó en sus expresivos y grandes ojos marrones, acompañada de tembleques generalizados y la ocultación de su rabito entre las piernas. Yo me solidaricé mentalmente con ella, pero con resignación y desgana, cogí la mano de Mariano, que ya estaba empezando a preparar un soberano gargajo que lanzarme al rostro, y la guié hasta su suave y grueso lomo.

Mi perra, ¡ah, qué podría decir de mi perra! Mil relatos como este no bastarían para retratar su gracia sin par, su belleza legendaria. Y no es porque yo sea su dueño, es que de bonita que es los canes del barrio la acosan y cortejan hasta cuando no tiene el celo. De hecho todo el vecindario la adora por su simpatía, y las vecinas le traen siempre los huesos de pollo que les sobran y manjares similares.

Como iba diciendo, antes de deshacerme en elogios, la manaza comenzó a acariciar mecánicamente la temblorosa piel de un precioso color mezcla de canela y mimbre, bajo mi atenta vigilancia, pues los temblores de mi amada mascota no eran infundados, ya que en alguna ocasión anterior habíamos pillado a Mariano intentando pegarle, dado que su simple mente identificaba la imagen de mi perra con la de otra del vecindario que le mordió una vez cuando éste trató de zamparle un efusivo beso.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now