20. Misión impasible pt.11

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Renato, que estaba apoyado sobre el muro de la Rivera, se llevó un sobresalto cuando la sintonía de su móvil se activó, y comenzó a buscar atropelladamente el interruptor de su linterna.

—Aquí Renato ¿Dígame? —

—¿Qué pasa, Renato, “quedamos ya”? —dijo Antoine con un tono de voz socarrón.

—¿Pero ya, ya?

—Sí, hombre, que hay mucho “ambiente” en la calle.

Pero qué profesionales que éramos, incluso nos habíamos acordado de hablar en clave, por si la policía captaba la conversación del móvil.

—Vale, allí nos vemos —y tras decir esto soltó el móvil y cogió el walkie. —Aquí Renato, ¿Cómo que aquí dónde? Pues aquí, en la orilla del río, como los cangrejos. Que sí, que no me he movido. Sí, aquí no ha pasado nada. Que le deis, ya, sí, que Felio ha dado la señal; corto y cierro —y tras decir esto volvió a recoger la antena.

Justo cuando Makcoma estaba a mitad de camino entre Cabezudo y la puerta, sus ojos se deslumbraron ante el fulgor de los focos.

¡EEEEEEHH! —fue el murmullo general de aceptación ante la restauración de la corriente.

Se giró y vio cómo Cabezudo, en pie y mientras se frotaba el hombro, gritaba algo a los de seguridad y le señalaba con la mano.

Jose nunca había visto a su amigo de tan mala leche. Sus ciento diez kilos de músculo comenzaron a correr hacia la salida, justo cuando uno de los organizadores le gritó:

—¡Tú, memo, el de sonido, la sintonía del partido, pon la sintonía!

—Ya te cogeré, cabrón —gritó rabioso Cabezudo mientras daba media vuelta.

Makcoma tenía a los de seguridad pisándole los talones cuando llegó a la puerta en la que ahora había, además, un contingente de la policía nacional cuyos integrantes se hallaban atentos a cualquier eventualidad.

—Permiso, que me voy —dijo Makcoma tan acertadamente como siempre, esgrimiendo su conocida sonrisa «let me in», que por primera vez debería haberse llamado «let me out, please».

—“Ande vas tú, melenas, da qui no sale nadie hasta esto sa cabe” —la susurrante voz del Perlán resonó acariciante como la suave brisa de los Alpes que le da frescor a tu ropa.

—¡Rápido, que tengo que ir a por la sintonía del partido, que me la he dejado en el coche, que soy el del sonido! —exclamó Makcoma con cara de situación, mostrando el pase que le había mangado al Cabezudo a tientas, mientras se espabilaba del tortazo, antes de salir por piernas.

—¡Corre, corre, que ya va a salir! ¡Ve cagando mixtos! —le ordenó uno de seguridad al comprobar que la acreditación era correcta.

—¡Sí, sí, ya me voy! —asintió Makcoma con una gran sonrisa interior, y salió corriendo hacia los aparcamientos. En ese momento yo acababa de dar la vuelta a la esquina por la que había huido del Guanán, cuando para mi sorpresa, pude ver a Makcoma corriendo como alma que lleva el diablo hacia el Ramiromóvil, que estaba arrancado y en marcha, por lo que mi agudo olfato me indicó que algo olía a podrido en Dinamarca, y opté por la retirada. Nos metimos rápidamente en el coche, y con una velocidad moderada, para no llamar la atención, nos decidimos a escapar entre el intenso tráfico.

En aquel momento Daniel Cabezudo presionó el botón de play, justo cuando apareció el presidente en escena, y la música comenzó a elevarse entre los vítores y ovaciones:

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now