12. Misión impasible pt.3

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Yo carecía de medio de comunicación porque, aunque el teléfono de Renato era suyo, el que iba a usar Antoine lo tuvimos que dar de alta entre todos, y entre eso y el botellón previo a la misión (del cual ni Modesto, ni Peazo ni yo participamos porque queríamos estar frescos) nos habíamos quedado sin un duro.

No se podía augurar un buen final para una empresa con tan bajo presupuesto. Como solía decir Antoine, chungo pastel. Nos miramos todos en la que podía ser la última vez que nos viéramos, al menos en libertad. Antoine, el campeón, nuestro vigía miope que iba como siempre pero con las gafas puestas, para estar ojo avizor. Ramiro, todo engominado, de chaqueta y corbata, temeroso y hecho un manojo de nervios ante la sensación de que algo le faltaba, concretamente en el agujero de la oreja. Mackoma, todo repeinado y vestido con el esmoquin de fin de año. Modesto, con sus pantalones de explorador, sus piernas peludas y en manga corta, con el frío que hacía (él dice que es porque tiene el metabolismo acelerado, y yo digo siempre que es porque está más caliente que las cabras del Manolón, que eran unas cabras que cuando les venía el celo las tenían que esquilar para que no murieran de hipertermia). Peazo, de sport, y con una mochila en la que portaba una linterna con una cinta elástica para llevarla en la frente, que se había comprado hacía un año en “El coronel Tapioca”. Este chico ponía empeño y dedicación en todo lo que hacía.

Renato iba como siempre, con su melena lacia, su sudadera de Ideafix y su pantalón de bolsillos.

Con mucha solemnidad sincronizamos nuestros relojes, y cada cual se dispuso a tomar posiciones.

Lo que viene a partir de ahora lo reconstruimos posteriormente cuando cada uno puso en común la parte que le había tocado en el asunto, que no es que yo me lo invente.

Peazo guiaba la marcha hacia la ribera seguido de Modesto y Renato que caminaban nerviosos.

—Oye, Peazo, ¿ahí en la ribera no es donde se ponen los maricones? —preguntó Modesto, alarmado.

—Es de mala educación llamarlos así, se dice homosexuales, y sí, ahí se dice que se ponen; ¿por qué lo preguntas?

—No, por si te habías traído los calzoncillos de acero inoxidable.

Las risas relajaron la tensa atmósfera.

—Mode, tu ya sabes que no me gusta bromear con las opciones sexuales de la gente. Además, los míos son de aleación de titanio —añadió Peazo.

—Joder, “pives”, como os pasáis —aseveró Renato.

Los comentarios cesaron durante el resto del camino hacia la boca del desagüe. Tras pasar por la orilla del río llegaron a los pies de la misma. Estaba incrustada en la muralla del río, al lado de la famosa Noria restaurada que forma parte del escudo del Ayuntamiento de Córdoba. La boca de alcantarilla era tan antigua que casi parecía que la hubieran hecho a la vez que la Mezquita, y de seguro también tenía un enorme interés turístico, aunque sólo fuera para ver el gran tamaño de la rata que dejó de perseguir a un aterrorizado gato justo en el momento de la llegada de los valientes expedicionarios, para escabullirse túnel adentro. El consabido olor a cloaca emanaba, como lo hacía normalmente, de aquel conducto purulento.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now