29. Hijos de un dios infinitesimal pt.8

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IV

No fue Jáimi, fue su hija quien a las nueve de la mañana se colocó en el poyete que da a la ventana de mi cuarto y comenzó a cantar todo lo que se le pasó por la cabeza. A pesar de que remoloneé en la cama y traté de hacer oídos sordos, aquel tubérculo con piernas no cesaba de incordiar con su voz becerril. La desesperación hizo presa en mí cuando se arrancó por Laura Paussini. Debía hacer algo. La sicología infantil era lo mejor. Me asomé a la ventana. Allí estaba la pequeña, esbelta como una peonza, con un par de tiritas tapando un arañazo en su amplia frente. En mi interior se dibujó una sonrisa. La loseta debía ser de porcelanosa, por lo menos, para haber arañado el blindado melón que tenía por cabeza. Su hidrocefalia era tan incipiente que la gente le decía cosas tales como: "Niña, si fueras gato tendrías que sacar los ratones de debajo de la cama con una escoba" o "si fueras un limón te tendrían que rallar con un somier", o del estilo de "si fueras cerillo te tendrían que encender en una pista de aterrizaje". Incluso llegaron a decirle una vez que si fuera gamba sería todo desperdicio. Pero este tipo de insultos tan elaborados no hacían efecto en una mente poseedora de la misma capacidad de relación que un plato de arroz con leche.

-¡Jara, bonita...! -fue el primer intento de aproximación.

-"¿Qué quié, ioputa? Ma dicho mi mae que tu pone la múzica de la Cilicia en plan guarra, asín que no pueo hablá, poque mi omá ma dicho que ere un cabronazo".

Intento fallido.

-Mira, Jara...

-¡Que me deje, cabrón! -e ipsofacto se metió los dedos en los oídos y empezó a cantar -¡Cartucho que no te escucho, cartucho que no te escucho...!

Al menos eso era mejor que Laura Paussini.

Habíamos logrado algo.

A la mierda con la sicología infantil. ¿Cómo pretendía usar la sicología con alguien cuyo siquismo era comprable al de un mejillón de agua dulce?

Quizás si probaba con un poco de conductismo. ¿Refuerzo y estímulo tal vez? Si funcionaba con monos ...

-Mira, niña -le dije-, si le das mil vueltas al patio, te doy veinte duros.

Era una estratagema descabellada, pero como bien decía Manolo Escobar, todo es posible en Granada. La chiquilla se levantó y me miró con desconfianza.

-¿De verdaaaaá? -trató de asegurarse.

-De verdad -aseveré yo en tono cordial.

Al momento comenzó a correr.

-Una ... -pude oír mientras me aseaba en el cuarto de baño.

-Siete... -fue lo que percibí cuando subía a desayunar.

-Dieciocho... -fue lo último que oí antes de ponerme los auriculares.

La danza de lo cotidiano comenzó a desarrollarse paso a paso. Las señoras maduritas se embutieron en sus chándales de fibra sintética de variopintos colores, y con sus zapatillas de deporte para pensionistas salieron a recorrer mundo y a reducir calorías, tras lo cual seguramente se sentarían a tomarse tres tostadas con manteca de cerdo en el bar de la esquina, los niños terminaron de ver los dibujos y salieron a la calle como osos que terminan de hibernar, los perros de Jaimita melones salieron en estampida como toros del toril... pero yo resistía.

Estaba dispuesto. Mi determinación era firme como los senos de la Venus de Milo. No me quedaba otro remedio, pues la fecha del examen se acercaba, inexorable, y no me estaba cundiendo nada, pero nada nada.

El estruendo de la puerta al ser aporreada me sobresaltó. Fui a abrirla malhumorado, y, para mi sorpresa, me encontré frente a frente con el rostro de Palmira, de preocupado semblante.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now