4. Cita a tientas. Pt. 1

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Nota del autor:

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La determinación del Selenio en aguas potables. Todo un mundo, o al menos eso opinaba la bella profesora becaria perteneciente al departamento de análisis químico, como denotaba su tupido bigote. Era una constante en este departamento de la facultad de ciencias, todas las tías tenían bigote.

Habíamos llevado a cabo varias especulaciones acerca de ello. Antoine defendía que era por la emanación de cierto producto químico que afectaba a su hipófisis, y hacía que segregasen las mismas hormonas que Emiliano Zapata (por hacer honor al mostacho de tan insigne revolucionario). Ramiro, tan sutil y científico como siempre, lo atribuía a que “se untaban tocino para que les crecieran las peras, y por eso les salía barba”. Yo, imaginativo y jovial, como siempre, estaba seguro de que se debía a un accidente que se produjo mientras trataban de sintetizar el gas Trioxina, gas neurológico que creaba a los muertos vivientes en “El regreso de los muertos vivientes”, en un proyecto militar para el gobierno cañí. Sea como fuere, la cosa es que yo me hallaba repatingado en el incomodo taburete, con los codos apoyados en el banco del laboratorio, en una postura de “devórame, baby”.

A través de una raja en el muslo de mis gastados y ajustados pantalones Levi’s 501 se dejaba entrever un seductor fragmento de mis calzoncillos con el estampado de la cara de Goofy.

Pero a pesar de mis esfuerzos por resultar irresistiblemente erótico, la bigotuda sílfide permanecía impasible a mis encantos, embutida en su bata de laboratorio.

 Las trepidantes curvas de su cuerpo se translucían a través de su seductora bata blanca, que llegaba hasta los tobillos. Su rostro blanquecino, cuya palidez era comparable al seno de una monja carmelita, y sus pronunciadas orejas, le daban un irresistible look transilvano. Aunque aquella mujer se movía más que un colibrí, cada uno de sus tics nerviosos, de sus parpadeos y movimiento de músculos faciales, insinuaba una fantasía húmeda y movida.

No cabía duda, yo estaba en celo.

¿Qué quien soy yo? Pues el “pesao” de antes, Felio, el que tuvo problemas con un hombre —caniche, que le hizo correr más que en un capítulo de Scooby-doo. Corría el mes de abril, y, claro, ya se sabe, la primavera la sangre altera y las erecciones acelera. Los vientos polínicos andaban haciendo la puñeta a los que como yo, disfrutábamos de ese suplicio llamado alergia.

Respecto a mi aspecto, unos cuantos pelillos de chivo, como los llamaba mi padre, que en paz descanse, porque hoy tiene turno de noches en el trabajo, hacían que mi similitud con Shaggy fuera mayor que nunca, aunque ahora había salido una nueva vertiente de admiradores (simpáticos ellos), que me ponían como una hibridación barata entre Jesucristo Superestar y Malaguita (cierto personajillo de una película que ahora estaba muy en boga, una de polis que ensalzaba los valores humanos, “Torrente” creo que se llamaba). Los días habían transcurrido sin contratiempos desde mi última aventura, que casi me cuesta el pellejo, pero mi vida había cambiado. Nunca salía solo a la calle, procuraba estar siempre con alguien, evitaba las películas de hombres lobo y nunca volvía a casa más tarde de las once de la noche, y aunque mi vida social se estaba yendo al carajo, me sentía seguro, excepto ciertas noches de luna llena, cuando corría la brisa fresca de la sierra, y cabalgaba a lomos de mi burra desvencijada de dieciocho marchas de vuelta a mi casa, tras una dura jornada en el gimnasio.

 En esas noches, bajo los fríos rayos de la gibosa luna distante, me parecía oír resonar el eco de un aullido en el silencio nocturno de la metrópoli, un eco distante, procedente de alguna azotea, en la que imaginaba a una criatura peluda, más fea que el Fary bebiendo vinagre, clamando a la luna por haberla condenado a vivir en las tinieblas de la noche, por haber roto el sortilegio que lo mantenía atado al mundo diurno y a la cordura. Doscientos kilos de músculo, pelo, y “mala Hostia”, que querían redecorar mi cara a base de dentelladas, y no es que mi cara fuera demasiado decorativa, pero era la única que tenía.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now