7. Cita a tientas. Pt. 4

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Nota del autor:

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El semicírculo de fans de los chunguitos se cerró en torno a mí, y sistemáticamente se echaron mano al bolsillo de atrás de sus pantalones. Debía hacer algo, antes de que el Guanán sacara lo que sin duda sería un navajón de siete muelles. La adrenalina comenzó a hacerme temblar las piernas, la sangre palpitaba en mis sienes; era una solución típica de Barrio Sésamo, pero debía intentarlo. Me la jugué a todo o nada.

—¡Ey, Paco!— dije con el más efusivo de los saludos, levantando la mano, como si hubiera visto al invisible séptimo de caballería. Después de esto a Broadway.

Las caras de mis cuatro masajistas vocacionales viraron del garrulismo y la brutal cerrazón a la perplejidad completa.

¡No podía creerlo, se lo habían tragado! Los cuatro intelectos giraron la cabeza patidifusos y el quinto y más lumbreras, que se hallaba a mi vera, me preguntó:—¿De qué lo conoces?

Era increíble ¿cómo podía haber cinco seres en el universo tan estúpidos como para caer en el truco del amigo invisible? ¿Acaso se estaba celebrando «el día internacional del encefalograma plano» y todos los lilas y canelos de Córdoba habían salido a la calle para celebrarlo? Sea como fuere, era una oportunidad de oro y debía aprovecharla. No sé cómo lo hice, pero en cinco décimas de segundo invoqué al Fary, a los Dioses del Metal y a John Wayne, y en las otras cinco, reuniendo todos los conocimientos sobre métodos de defensa japoneses que conocía, chuté a puerta y ¡Gooool! Acababa de quitarle al Guanán su carnet de padre. Me pareció sentir el blando crujido de su escroto en el empeine de mi zapatilla, a la vez que lo alzaba unos centímetros del suelo; mi como siempre hiperactiva psique creyó percibir el grito de angustia de miles de espermatozoides al ser aniquilados. A este los niños les saldrían chatos (y con el símbolo de Nike en la frente).

Pero no podía permitirme el lujo de regodearme en la hazaña. Me faltó tiempo para pegar un tirón a “Espa”, que a punto estaba de realizar otra vez el número de “los chipirones acróbatas”, y meternos en La Libra, que, como siempre, estaba atestada de gente. Debía huir rápido, porque cuando se recuperara el Guanán de seguro usaría esa capacidad especial que sólo los calés poseen, “el factor de multiplicación gitano”, esa habilidad que todos tienen para multiplicarse por mil cuando hay bronca, y de un momento a otro comenzarían a saltar de las azoteas y a salir de debajo de los coches una miríada de “Montoyas” y “Tarantos” clónicos con camisas de lunares, haciendo palmas al grito de ¡”Ele”, “arsa”! y agitando sus bardeos como si de Locomía en versión nonaino se tratare.

Una última mirada de reojillo me permitió ver como los tres matones asistían a su compañero caído.

Sin brusquedad, y con mucho arte, comencé a avanzar hacia la puerta del otro extremo, intentando no llamar la atención ni molestar a ninguna de las cuatro mil personas que atestaban los escasos veinte metros de pasillo, porque no era cuestión de meterse en más broncas. Con gran alegría pude comprobar que Espasmos no era de la misma opinión, y rompió nuestra sigilosa huida con una patética interpretación del “Na-Na-Na” de Espinete con su voz becerril, aderezada por una tambaleante coreografía a lo Backstreeet boys, para rematar la dantesca escena. Estaba como una cuba.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now