23. Hijos de un dios infinitesimal pt.2

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II

 

CORDOBA (ESPAÑA). 8:30 A:M:

¡PALMIRA!¡¡PALMIRAAA!! ¡¡¡PALMIRAAAAAA...!!!

Mis párpados se abrieron automáticamente, y sentí como si me propinaran un puñetazo en cada ojo cuando la brillante luz matinal tocó mis vidriosas escleróticas irisadas de pequeñas venillas. Si el grito hubiera sido "¡Tora, Tora, Tora!" me habría creído en Pearl Harbour.

¡PALMIRAAA! ¡PALMIRAAA! ¡¡¿PALMIRA, DONDECOÑO'STAS, CIPOTE?!!

El grotesco graznido de "la Lurdes", la vecina del bajo del bloque cuarenta y nueve, subió rebotando por las paredes del patio vecinal hasta mis oídos, surtiendo el mismo efecto que un cubo de agua fría vertido en pleno rostro.

Hubo un instante de silencio, de expectación, ante una posible respuesta. Tras esto la oí retirarse mascullando entre dientes hacia su hediondo cubil. Podía imaginar con precisión sus noventa kilos condensados en 1'60 metros de altura bamboleándose hasta la cueva enrejada, atestada de muebles y expositores en los que se mezclaban los objetos decorativos y los paquetes de comida, que era el bajo de la escalera donde vivía, embutida en su chándal de fibra rosa fluorescente, conjuntado con sus zapatillas Reebok de tenista y su cara de babuino sifilítico.

Morfeo me había soltado de sus brazos para ir a estrellarme contra el duro mundo de la vigilia, y tras semejante estruendo sabía que no volvería a pillarlo. Seguro que se había ido de putas. ¡Qué pillastre este Morfeo!

Como pude me tiré de la cama, busqué por el suelo mis chanclas, y me guié por puro instinto hacia el café que me esperaba en la cocina. Surtió en mí el mismo efecto que la droga de "Reanimator" y, con el estómago revuelto, volví a mi cuarto y me dejé caer pesadamente frente a los apuntes. Los oídos me zumbaban, y me tenía que esforzar para no desplomarme de la silla, tal era el estado de somnolencia de que adolecía.

Tras una hora no me había aprendido ni el título del tema. Mis párpados caían una y otra vez y mis bostezos amenazaban con arrancar los posters y fotografías que atestaban las paredes.

Al parecer Morfeo no se había ido tan lejos...zzz... Súbitamente pegué un respingo.. En el exterior se oía bajar por las escaleras del bloque de enfrente una cacofonía de ladridos y gruñidos tan estruendosa, que inducía a pensar que una manada de lobos hambrientos había escapado del zoo y estaba bajando al patio. Eran los tres caniches de "Jaimita la melones", que siempre los soltaba a estas horas para que hiciesen sus fechorías. Toby, el macho, y las dos hembritas, que ladraban y ladraban a pleno pulmón profiriendo un ladrido por cada peldaño desde la tercera planta hasta el patio, como si les hubieran prendido fuego en el rabo. Aquellas hiperactivas sabandijas comenzaron a corretear de arriba abajo ladrando en profusión, de forma estúpida. Veían un arriate, se paraban a ladrarle, se veían entre ellos, se ladraban, se veían la cola, le ladraban, y el ritual continuó mientras se alejaban por la puerta de la cancela perdiéndose en la calle de atrás, pero para entonces el daño ya estaba hecho. Nunca como entonces volví a tener un deseo tan fuerte de poseer un lanzallamas. Morfeo se había marchado definitivamente, dejándome con los nervios crispados ante una pila de apuntes intragable.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now