18. Misión impasible pt.9

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Makcoma, paralizado por la duda, comenzó a agitarse de una lado a otro buscando un escondrijo. El murmullo expectante del público ante la inminente salida del presidente amenazaba con volverlo loco (aún más, si cabía). Cabezudo y sus secuaces se hallaban tan sólo a unos metros. Le pareció ver incluso como los de seguridad se echaban mano al interior de la chaqueta. En el fondo de la sala pudo distinguir la mano de Ramiro, que le hacía señales entre la multitud para que huyera, como abortando la misión.

Mientras se aproximaban rápidamente, pero guardando la compostura, para no alertar a las masas, Cabezudo pareció recordar a Makcoma.

—Este cabrón me suena... —dijo Daniel mientras tomaba impulso para saltar por encima de la valla.

Súbitamente la oscuridad inundó la sala.

¡AAAHH! —gritó Daniel Cabezudo ante la perspectiva de abrirse la cabeza contra el equipo de sonido.

—¡Uf! —dijo para sí Makcoma al verse envuelto por las tranquilizadoras tinieblas, justo cuando el cerco se cerraba sobre él.

OOOOOOHHH —fue el clamor general de sorpresa de los asistentes al evento.

—Señoras y señores, no se alarm...¡Mierda, esto no funciona! —fue la exclamación del alcalde que llegó a oídos de Makcoma desde el escenario.

¡SKRUNCH-KLANK-KROK! —fue el estruendo de huesos del Cabezudo al impactar contra los acerados bordes de los baffles.

Todo había salido a pedir de boca (más o menos).

Ahora los chicos podrían escapar envueltos en las tinieblas, hasta que yo diera la señal.

Ese era el problema, que yo en ese momento no estaba para dar señales, porque tenía la navaja del Guanán justo en mi barriguita, como os he contado antes.

Pero pensándolo bien, no existía tal problema, mientras que yo no diera la señal para que Antoine llamara a los chicos, no volvería a hacerse la luz. Eso, claro está, partiendo de la errónea suposición de que la ley de Murphy no existiera.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora