Peludito de cuatro patas

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Puede que fuese una tontería, pero desde que adoptamos a Baloo, nunca le habíamos sacado a pasear juntos. Y me hacía una tremenda ilusión sacar a nuestro pequeño juntos.

Nuestra vida había cambiado desde que había llegado a casa. A veces me despertaba, se acercaba a desayunar conmigo en busca de caricias y, por un instante, me olvidaba de que no podía encontrar trabajo y que estábamos mal de dinero. Era ver sus ojitos, rascarle entre las orejas, y que se me formara una sonrisa instantánea en mi cara.

Hay momentos que lo dicen todo. Y su mirada era todo un momento.

A veces pensaba en lo mucho que había querido tener una mascota de pequeño, pero no había podido porque mi madre era alérgica. Por eso iba a construcciones abandonadas en las que solía haber gatos y les llevaba comida. Nunca se acercaban a mí porque todo el mundo sabe lo huidizos que son los gatos de la calle. Pero ese instante en el que les llevaba de comer y sabía que estarían un poquito mejor, me hacían muy feliz.

Esa felicidad la sentía en mi propio hogar, con Baloo. Era un perro muy cariñoso y con algunos traumas, que se había dejado mimar por una joven pareja a la que llenaba de más amor su vida.

Aquello era el bienestar pleno para mí. Tenía un hogar y una familia. Y trabajo. Cada día me levantada afortunado de poder estar con seres tan maravillosos como Trena y Baloo. Veíamos la televisión todos juntos, dormíamos todos juntos, a veces, paseábamos todos juntos. Éramos una piña.

Cada día, empezaba una nueva jornada colmada de momentos de los que nunca me cansaría, porque todos estaban salpicados de amor. Por todas partes. Un amor que llevaba buscando mucho tiempo.

Decir "te quiero" no valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora