Epílogo.

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No me gustaba verla llorar, ni siquiera de la emoción. Ella brillaba con sus sonrisas, por eso me aseguraba de que las mostrara todos los días, verla llorar siempre hacía que mis tripas se revolvieran. Me cortaba la respiración.

No quería que su regalo de cumpleaños número veinticinco lo recordara de esta manera, quería que dijera: "¡Mi amor, nos escribiste un libro!" "Mi amor, eres lo máximo!" "¡Mi amor, hagamos otro bebé!"

No quería lágrimas, pero al final eso era lo que había obtenido.

—¡¿Por qué?!

—¿Cómo?—logré esquivar a tiempo el cojín que lanzó en mi dirección, pero para ella no había sido suficiente, procedió a lanzarme otro cojín... uno completamente desviado—. ¡Aurora, basta!

—¡Moriste!

—¿Lo hice?

—¡Moriste en el libro!

Quería reírme, pero si lo hacía estaba seguro de que su puntería mágicamente volvería y no quería hacer enojar a Aurora.

—Si, técnicamente me asesiné, es lo divertido de los libros.

—No entiendo tu definicion de divertido —me fruncía el ceño y hacia un puchero ridículo, sin embargo, Aurora Jacobi seguía viéndose preciosa—. Ese libro no es nuestra historia. ¡Es muy diferente!

—¿Lo es?

—Para empezar nos conocimos directamente en el instituto, nunca te vi desde mi balcón.

—Mentirosa—canturreé y ella se sonrojó como ella siempre lo hacía cuando la delataba.

Ella me vio desde el balcón de su habitación ocho años atrás, solo que no la saludé, no porque no quisiera, ella no me había dado tiempo. Apenas se dio cuenta de que me había fijado en ella se escondió en su habitación cerrando sus cortinas.

—¡Bien, si te vi! Pero no te quité tu gorro, eso es una vil mentira, me hiciste quedar como mala.

—Para dar un poco más de dramatismo, necesitaba generar un conflicto—apunté, pero ella parecía estar inmersa en enumerar las diferencias de mi libro con nuestra historia.

—No me rebelaste que tenías cáncer hasta que tuviste una convulsión en una de las canchas del instituto, lo cambiaste, aunque no me quejo, no es bonito recordar ese momento—esquivó mi mirada, pero sabía lo que sentía. Aurora odiaba recordar esa época tan dura—. Además, Samuel nunca murió, tocó su campana ocho meses después de iniciar su tratamiento, si Samuel se entera que lo mataste te odiará de por vida.

—Tal vez me perdone al saber que me morí en la historia.

—¡Sigues jugando sobre la muerte, Lucky! ¡No es justo!

Traté de acercarme, pero ella me alejó, ahora no estaba triste, ahora simplemente estaba enojada.

—¡Te moriste y me hiciste quedarme con Oliver!—Vale, eso era una broma personal—. ¡Oliver, el cartero!

—Una vez me dijiste que te había parecido guapo.

—Amable, Lucky, de amable a guapo es una brecha extremadamente grande—De repente me apuntó con su dedo, me estaba advirtiendo algo—. Ni se te ocurra venderle a la editorial ese libro como nuestra historia.

—Pensé que te iba a gustar.

Quizás escuchó el desánimo de mi voz porque finalmente suspiró y dejó que entrelazáramos nuestros dedos.

—Fue increíble, me hiciste enamorarme una vez más de ti, me hiciste sufrir con el simple hecho de imaginarme un mundo sin ti, eres un excelente escritor, te admiro demasiado, Lucky Jacobi—se inclinó para depositar un suave beso en mis labios, solo necesitaba eso para hacerme sentir mejor—, pero por muy bueno que sea no creo que los demás esten felices de que expongas sus nombres de esa manera. Además, dejaste a Bea como si fuera una tonta que no sabe captar una indirecta. Esa es otra cosa diferente, Bea y Noah no solo se besaron, tuvieron sexo... ebrios.

COLLIDE: La historia de una colisiónWhere stories live. Discover now