Se supone que la historia de una colisión puede resultar en algo bastante simple, solo son dos objetos que al estar muy cerca entre sí entran en contacto e interaccionan fuertemente durante un breve intervalo de tiempo.
La primera vez que lo vi esta...
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Se supone que la historia de una colisión puede resultar en algo bastante simple, solo son dos objetos que al estar muy cerca entre sí entran en contacto e interaccionan fuertemente durante un breve intervalo de tiempo.
La primera vez que lo vi estaba cargando mis últimas cajas luego de sacarlas del camión de mudanzas, él estaba sobre una patineta, vestido de negro con una camisa a cuadros rojos desbotonadas. Salía de la casa del frente por lo que supuse que sería mi nuevo vecino. No me vio, él solo patinó lejos de mí y yo no pude alejar mi vista de su cabello cubierto por un gorro tejido del mismo color de su ropa.
Me intrigó, sin embargo, no le presté mucha atención en ese momento.
La segunda vez fue diferente, él llegaba de su paseo vespertino y me descubrió mirándolo desde mi balcón. Fue ese el momento en donde nuestras miradas colisionaron, en donde nuestra historia realmente empezó.
Como dije, se supone que la historia de una colisión puede resultar en algo bastante simple. Fue así solo al principio, pero, ¿al final? No era lo que esperaba, lo simple se volvió complicado, lo simple no nos preparó para lo que se venía, lo simple al final se convirtió en un infierno.
Lucky Jacobi era la estrella más brillante de mi cielo estrellado. Él estaba ahí, fijo, en el oscuro cielo brillando más que ningún otro, solo para mí y nadie más. Después... cayó, dejando mi cielo teñido de oscuridad, porque ninguna estrella era tan brillante como Lucky, mi chico no tan afortunado.
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Tres palabras: Preparen los pañuelos.
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