Yo sabía que tener sexo con Samantha era la peor decisión que podía tomar. Pero ¿qué más podía hacer? Mi relación con Annie era enfermiza, y yo tenía claro que nunca iba a ir más lejos si le seguía ocultando la verdad. No iba a funcionar porque yo nunca se lo contaría. Subí a mi motocicleta. Decidí que antes de ir a la casa de Samantha pasaría por la mía. No podía follar con el estómago vacío y seguramente en cuanto la viera, ella se abalanzaría sobre mí, tendríamos sexo desenfrenado y salvaje por lo que no podría comer nada. Necesitaba fuerzas para la gran tarde que me esperaba.
Conduje hasta casa, apagué el motor, bajé de Jane y entré a la casa.
Había un florero tirado, por lo que supe que papá había estado ahí antes, seguro para almorzar o algo así. Tomé una Coca-Cola del refrigerador y me hice un sándwich de jamón. Encendí el televisor y me dirigí al sillón para matar el rato mientras comía.
Estaba ansiando llegar a la casa de Samantha para descargar toda mi ira y frustración en ella. Quería que me hiciera olvidar, hacer como si Annie nunca me hubiese hablado... ni me hubiese besado. Porque yo sentía que podía besar o tener sexo con miles de chicas, pero que ninguna borraría el sabor de sus labios sobre los míos. Aún así quería intentarlo.
Me levanté, arrojé la lata al basurero y caminé hacia la puerta. Me subí a la motocicleta y me puse el casco. La encendí, estaba a punto de arrancar cuando lo recordé: Condones.
Revisé mis bolsillos y para mi mala suerte estaban vacíos. Bufé, detuve mi motocicleta y bajé otra vez. Odiaba cuando olvidaba las cosas y tenía que regresar por ellas.
Corrí hacia la puerta, la abrí y subí las escaleras corriendo. No quería esperar más y tenía el presentimiento de que si demoraba más, la perra de Samantha correría a follarse a otro. Abrí la puerta y me dirigí a mi cajón, tomé tres condones. Iba a salir, pero en el suelo al lado de mi cama había una caja con mi nombre en ella.
Dejé los condones intactos sobre la cama y tomé la caja para abrirla. Seguramente mi padre la había subido a mi cuarto porque a él no le gustaba que mis cosas estuvieran desordenadas fuera de mi habitación, pero seguramente la había pateado, porque la caja estaba maltratada. La abrí y rompí la envoltura de mi encargo.
Y ahí estaba: Bajo la misma estrella edición de colección, autografiado por el mismísimo autor. Había leído que el había prometido que cada copia ordenada con anticipación sería autografiada por él. Propuso a su público en general que votaran por el color de Sharpie que debería usar para firmar los libros, lo que resultó en que firmaría los 150 000 libros con distintos colores de Sharpie, en proporción a los votos que recibió cada uno. En Amazon UK, subestimaron la cantidad de copias que necesitarían por lo que tuve que pedir una a Estados Unidos, lo cual fue difícil, tardado y por supuesto carísimo.
Deseché inmediatamente la idea de follar con Samantha. Escribiría la ridícula dedicatoria y correría a su casa esa misma tarde. No me importó si nuestra relación era la peor, lo superaríamos. Solo tenía que tomar más clases de mentiras con Louis y todo quedaría arreglado.
Tomé un cuaderno y comencé a escribir.
"Quiero ser tu Augustus" —escribí sobre el papel para ensayar.
"Tengo un fetiche con Annie Johnson" No.
"Quiero hacerte ver las estrellas" Demasiado sexual.
"Porque eres hermosa" ¡No!
—Ugh —bufé enojado. ¿Por qué no podía solo escribir una puta dedicatoria? Me pasaba días y días escribiendo canciones y pensando en frases dignas del mismo Shakespeare, pero justo en ese momento nada pasaba por mi cabeza.
Comencé a desesperarme, obviamente el papel de Augustus Waters no era para mí, ni siquiera podía expresar ese montón de cosas cursis e idiotas que sentía por Annie en un papel. Era inútil.
Suspiré y tomé un Sharpie azul de mi escritorio. Abrí el libro y debajo de la firma del autor escribí. Tomé un papel y lo envolví lo más cuidadosamente que pude. Cerré los ojos y esperé que fuera suficiente para ella. Solo quería que me perdonara y que me besara. Llevaba esperando días solo para eso. Añoraba sus labios, tal como un adicto añora la droga, Annie lo era para mi.
Busqué las llaves junto con el documento que acreditaba mi discalculia y salí de la casa. Pensé en trepar por la ventana pero decidí que solo golpearía la puerta arriesgándome a encontrarme con su madre.
Golpeé la puerta y efectivamente me encontré con ella. Mi corazón comenzó a arremeter fuertemente contra mi pecho y contuve las náuseas que me provocaban tan solo pensar que ella pudiese saber la verdad.
—Harry ¿cómo estás? —preguntó amable.
—Muy bien, gracias señora Johnson. ¿Se encuentra Annie?
—Si claro, adelante.
Entré. —Ella está en su habitación, puedes pasar Harry.
—Gracias señora.
—Y Harry —me detuvo—. Me gustaría hablar contigo luego.
—Por supuesto —asentí.
Sentía un miedo irrevocable de tener que hablar con ella pero tendría que hacerlo. Recordaba que la madre de Annie era la única amiga de mamá y seguramente le habría contado todo. No le diría la verdad, pero trataría de convencerla de que papá ya no me golpeaba.
Subí las escaleras y golpeé la puerta de Annie. Nadie contestó. Empujé la puerta que no estaba cerrada.
Annie estaba sentada en la alfombra con los auriculares puestos dibujando algo.
Se veía tan tranquila y pacífica. Me quedé un rato observándola y luego de unos minutos ella comenzó a cantar:
Oh, oh, oh
Sweet child o' mine
Reí.
Oh, oh, oh, oh
Sweet love of mine
Ella era una pésima cantante, reí más.
— ¿Qué estás haciendo aquí?
Diablos. Me había descubierto.
—Vine a verte —respondí.
— ¿Por qué siempre haces esto? —preguntó cansada—. Peleamos y vienes después de días a esperar que yo te perdone. ¿Tanto te cuesta aceptar que estás equivocado?
—Esta vez tuve una buena razón.
— ¿En serio? —preguntó con tono burlón. Se levantó y se aproximó un poco hacia mi.
—Sí, toma esto —dije tendiéndole el documento que estaba antes en mi bolsillo trasero.
— ¿Qué es? —Annie lo recibió.
—Léelo.
Lo abrió y me miró desentendida. —"Presenta frecuentes dificultades con los números —leyó en voz alta—, no los identifica con claridad, duda y se equivoca al nombrarlos o escribirlos, confunde grafismos parecidos. Confusiones de los signos.
»Invierte, rota o transpone los números, etc. Problemas para expresar problemas matemáticos, interpretar los enunciados de los problemas o para entender conceptos como posición, tamaño y relaciones.
»Existen dificultades relacionadas con pensamientos operatorios, cálculo mental, clasificación, orden, cantidades, correspondencia, seriación, y reversibilidad.
»Dificultades en la coordinación espacial y temporal. Tienen problemas para organizar los números en columnas o para seguir la direccionalidad apropiada del procedimiento.
»Le resulta prácticamente imposible recordar y comprender conceptos, reglas, fórmulas o secuencias matemáticas como las tablas de multiplicar o los pasos que hay que seguir para resolver una división."
— ¿Pediste ayuda? —preguntó incrédula alejando sus ojos del papel—. ¿Por mi?
—Si —respondí acercándome a ella—. Dejé mi dignidad junto a la orientadora del instituto. Ahora me enseñan a contar otra vez como si fuera un jodido niño pequeño —bufé.
Annie me miró tranquila. —Me alegro de que lo hicieras Harry.
—Tengo otra cosa para ti —dije sacando el paquete de detrás de mi espalda—. Es por esto que demoré tanto en volver —se lo tendí y ella lo recibió. Rasgó la improvisada envoltura que pude hacer con la poca capacidad para manualidades que poseía y vi como sus ojos se iluminaron.
—No tenías que comprarme uno nuevo Harry —sonrió—. Muchas gracias.
—Aún falta la mejor parte, ábrelo.
—¡Oh Dios! ¡Harry! ¡Si quiero, si quiero! —dijo y se abalanzó sobre mi. Abrazó mi cintura con sus piernas y me besó. Sonreí en medio del beso. Annie Jhonson era oficialmente mi novia. Bajo la firma de Green había escrito: "¿Quieres ser mi novia? Te quiere, Harry xx". No supe si estaba emocionada por el libro, el autógrafo o porque le había propuesto ser mi novia, pero volvería a regalarle mil libros autografiados si ella volvía a besarme como lo hizo aquel día.
Se alejó de mi, pero aún podía sentir el hormigueo que había dejado en mis labios. —Voy a violarte ahora mismo.
Reí. Esas palabras fueron lo último que necesité para perder el control. Caminé hacia la cama y la dejé caer suavemente, trepé sobre ella y ataqué sus labios con mucha más necesidad que siempre. Besé su cuello y sus clavículas dejando leves marcas moradas, recorrí sus piernas cubiertas por sus jeans a la vez que metía mi mano dentro de su camisa para acariciar su suave piel. Ella soltaba pequeños gemidos cada vez que tocaba con mis manos un punto débil de su carne.
—Creo que seré yo quien te viole a ti, Annie Johnson.
Ella rió. Estaba claramente tan excitada como yo lo estaba.
—Espera —dijo y yo me detuve—. Lo de violarte iba en serio. Quiero estar encima.
Sonreí ante su petición. Normalmente le hubiese dicho a una chica que se fuera a la mierda y que por supuesto yo estaría arriba, el sexo era algo serio para mi y consideraba que sabía bastante al respecto y que debía estar al mando, pero a la vez tenía la necesidad de que fuese ella quien me tocara, que fuese ella quien me hiciera sentir querido.
Annie me dio la vuelta y yo me dejé. Subió sobre mi y metió sus pequeñas y suaves manos por dentro de mi remera tal como lo había hecho yo. Besó mi cuello y jadeé.
Dios. Ni siquiera sabía que podía ser tan sensible ahí. Normalmente mis acompañantes sexuales no se daban el tiempo de buscan zonas que me llevaran al limite, ellas solo me querían dentro. Nunca había tenido sexo con demasiados besos, caricias o sin apuros.
Annie apoyó sus manos en mis costillas para levantarse y sentarse en mi regazo, pero presionó demasiado fuerte donde antes mi padre me había golpeado.
Gemí por el dolor y me alejé de ella, rompiendo la burbuja de lujuria y pasión en la que nos encontrábamos.
— ¿Qué pasa? —preguntó preocupada.
—Nada —mentí—. Solo te apoyaste un poco fuerte —Annie no creyó eso. Levantó mi camiseta y vio el hematoma en mi costilla derecha. Era enorme, morado y verde. No pasaba desapercibido.
— ¿Qué fue lo que te pasó ahora? —preguntó enojada levantándose de la cama. Adiós sexo, hola pelea.