—La discalculia no es muy común Harry. Es un trastorno en el aprendizaje de las matemáticas, que se caracteriza por la dificultad para manejar números, operaciones y conceptos matemáticos.
Y ahí me tenía Annie: hablando con la orientadora del instituto, para discutir mi supuesto problema matemático. Yo estaba seguro de que no tenía ninguna "dificultad del aprendizaje de las matemáticas" solo debía esforzarme más y lo lograría. No era idiota o algo por el estilo, pero quería que Annie me perdonara. Había sido cabezota y lo tenia muy claro. Sabía que no necesitaba nada de esto pero quería que ella se tranquilizara al saber que había buscado ayuda.
— ¿Por qué tendría eso? —pasé mis manos por mi cabello exasperado. No podía tener esa idiotez.
—Hasta ahora no existe una causa que lo justifique, pero se sabe que este trastorno se forma en la infancia. Dime Harry ¿has tenido problemas desde pequeño con las matemáticas?
—Harry, tu tarea está mal, tienes la mitad de los ejercicios malos y son solo sumas. ¿No te ayudó tu mamá cómo te lo pedí?
—Mi mamá estaba ocupada señorita profesora —respondí tímido. Pero mamá no había estado ocupada, había estado inconsciente.
—Tendré que ponerte una mala calificación por esto Harry, y ya que tu mamá está tan ocupada citaré a tu papá en mi oficina para mañana.
—Eres una mierda Harold. ¡Es una puta suma! —gritó mi padre en cuanto se lo conté—. ¿Cómo puedes tener mal eso? —gritó mientras sostenía mi tarea en sus ásperas manos—. No sirves para nada pequeño inútil...
—Si, desde que tengo memoria —respondí con un nudo en la garganta gracias a ese fatal recuerdo. Papá me había golpeado tan fuerte esa tarde que no había podido asistir al colegio en casi una semana.
Anotó algo en su libreta e hizo una mueca rara. Algo andaba mal.
— ¿Problemas para ubicarte?
—Te dije que tenías que estar aquí a las doce, son la una Harry —habló mi papá severo.
—Lo siento, papá. Me perdí —dije asustado—. Eran demasiadas calles.
Se acercó a mi. —Esta reunión es muy importante idiota, la has retrasado y eso te costará caro —susurró en mi oído y sentí que mi corbata apretaba más de lo normal—. En cuanto lleguemos a casa voy a castigarte tan duro que tu rostro quedará como un mapa, pequeña mierdica. Así no llegarás tarde nunca más.
—También —asentí.
— ¿Tienes este mismo problema para leer? ¿Las letras flotan sobre la página?
—No —respondí—. Mi lectura está bien.
—Entiendo —escribió otra vez en la libreta—. En tus registros dice que tienes diez en literatura y lenguas pero en matemáticas tienes un seis. Es alto para alguien con discalculia, cuéntame tu método de estudio Harry.
—Bueno... todos los días repaso los ejercicios y fórmulas hasta aprenderlas de memoria, aún así saco seis en todos los exámenes.
—Interesante... —escribió en la libreta otra vez—. ¿Te has golpeado en la cabeza Harry?
—¿Disculpe? —pregunté tratando de cubrir el horror en mi tono de voz.
Mierda, ella me había descubierto. ¡Ayuda! ¡Crisis de pánico en proceso!
Respiré profundo y repetí en mi mente que nadie sabía nada y nadie se enteraría nunca. Sólo estaba acusándome a mi mismo cada vez que alguien mencionaba la palabra golpe o papá, pero no podía evitar asustarme con la sola mención de ellas.
—También hay un trastorno que se llama acalculia —explicó con un tono muy profesional—, lo manifiestan las personas en la adultez o adolescencia que han sufrido golpes fuertes en la cabeza.
¿Entonces Lou podría tener razón?
—¡Estas equivocada si piensas que voy a dejar pasar esto Anne! ¡Este inútil no sirve para nada! ¡No mantendré a ningún vago en esta casa!
—Dess, él prometió que iba a esforzarse más. Sólo hay que darle un poco de tiempo —trató de defenderme mi mamá.
— ¿Tiempo? —rió sin humor y una punzada de terror recorrió mi pequeño y delgado cuerpo—. Este niño de mierda necesita aprender una lección.
Se aproximó hasta a mi y comenzó a desabrochar la correa de sus pantalones.
—Esto es por tu bien Harry, cuando seas mayor me lo agradecerás.
Comencé a llorar. Yo no tenía la culpa ¡simplemente no podía!
— ¡No Dess! —gritó mi mamá y tiró del brazo de papá para que soltara la correa. Él le propinó un fuerte puñetazo que pude sentir hasta en mis huesos y ella cayó en las frías baldosas de la cocina.
—¡Mamá! —chillé ahogándome con mis lágrimas. No podía soportar que él le pegara, no a ella. No a mi mamá.
Corrí hacía ella. Protegerla era lo único que pasaba en mi cabeza por ese momento, no existía en mis pensamientos ni papá ni la correa. Quería abrazarla, tal como ella lo hacía conmigo cuando papá me golpeaba. Sentía miedo, furia... culpa. Una ensalada de emociones no propias de un niño de mi edad.
Antes de poder alcanzarla sentí que me tiraban del cuello de la camisa: era papá.
—¡Suéltame maldito! —pataleé en sus brazos. Pero era en vano, yo no podía con él.
Pude sentir como me tiraba hacia atrás y pensé que solo iba a golpearme, pero no fue así.
Me empujó tan fuerte que choqué con la mesa de la cocina. Sentí un silbido ensordecedor en mis oídos y un fuerte ardor en la parte posterior de mi cabeza. Apenas pude levantar mi mano para tocar la zona afectada, cuando la retiré estaba cubierta de sangre.
Lo último que recordaba eran los gritos desgarradores de mi madre pronunciando mi nombre...
—Si —respondí tenso tocando la cicatriz que ahora estaba cubierta por mi cabello. Aún podía sentir esa sensación de pánico que tuve aquel día—. Como a los diez años me golpeé con una mesa, jugando o algo, no lo recuerdo.
—Creo que si manifiestas los rasgos desde la niñez, puede que tu golpe no sea el causante de tu problema.
— ¿Entonces es un hecho que lo tengo? —ahogué un grito. No quería ser un jodido enfermo, y lo peor sería que Annie tendría la razón otra vez.
—No es un hecho Harry, aún hay que hacerte exámenes. Me gustaría hablar con tu padre de esto.
— ¿Con mi padre? No, no —casi supliqué—, él está muy ocupado con su trabajo y esto no tiene importancia.
—Si la tiene Harry, puedes nivelar tus notas con nuestra ayuda.
—No necesito esto, puedo hacerlo por mi mismo —bufé enojado—. No soy un idiota.
—No digo que lo seas Harry. Aún si tienes la discalculia, esta no guarda relación con tu nivel intelectual ni con el método de enseñanza utilizado. No es tu culpa, ni la de nadie.
Por supuesto que era mi culpa, papá iba a matarme. Pero ya me daba igual si me golpeaba mil veces o no, tal vez si era idiota y si necesitaba ayuda.
—Está bien señorita Manson, le diré que venga mañana.
***
Lancé mi mochila lejos en cuanto llegué a casa. Me dirigí hasta la cocina, abrí el refrigerador y observé adentro. Luego de unos cuantos minutos de deliberación opté por tomar un sandwich que había dejado olvidado desde ayer y una Coca-Cola.
Subí a mi cuarto y me tiré a la cama para comerme la merienda. Ni si quiera podía tragar con lo afligido, y a la vez enojado, que estaba. ¿Por qué no podía tener una vida normal? ¿Y qué diablos iba a hacer con Annie? A ella claramente no le gustaba que me golpearan y ya le había mentido dos veces con respecto a eso. ¿Que podría decirle en una tercera? Era obvio que iba a suceder.
La verdad.
Pero eso ni si quiera era una opción. Si le decía que mi padre me golpeaba se iría todo al caño.
Tomé mi guitarra del clóset y me senté en la cama. Rasgueé notas sin sentido por un largo rato, tanto que perdí la cuenta.
La música, al igual que la lectura, era mi escape. Me gustaba cantar y componer melodías, que aunque nadie nunca las fuera a escuchar, eran la opción perfecta para pasar el rato y olvidarme de mis problemas. Al igual que estar con Annie o leer mi libro favorito, el tocar la guitarra me hacia sentir como si ningún problema existiera.
—Deberías estar estudiando Harold, no tocando esa mierda —dijo mi padre enojado. Para él, los estudios eran primero que todo.
—Papá... —dejé caer un titubeo cansado—. Puedo estudiar después.
Al momento en que sus ojos se posaron en los míos, supe que no tendría que haber dicho nada.
— ¿Eso es una réplica, pequeño maricón? —rió sin humor—. Tendré que dejarte claro una vez más que es lo que opino de los desobedientes...
Otro, otro, otro y otro golpe más. Mi espalda dolía de tantos correazos, pero al cabo de un rato ya me había aclimatado a ellos. Aunque seguía sintiéndose como si te estuvieran arrancando todos los dientes: la sensación se volvía una costumbre, repetitiva y aburrida, pero no dejaba de dolerte nunca.
Cada cosa que hacía, cada acción, me recordaban a una golpiza de papá. Y esos dolorosos flashbacks estuvieron rondando por mi cabeza durante todo el día, como buitres que asechaban a su presa.
Con la diferencia, que mis recuerdos iban a por mi todos los días. Por lo menos la agonía de la presa terminaba en cuanto moría, pero mis memorias seguían siempre ahí. Acechándome, esperando a que cayera para tratar de terminar con la poca cordura que me quedaba.
Marqué un acorde con mis dedos, luego otro y otro. Rasgueé y en unos segundos me encontraba tarareando una probable canción.
Don't let me
Don't let me
Don't let me go
'Cause I'm tired of feeling alone
Canté suavemente y dirigiendo todos mis pensamientos a una sola persona.
Annie. Yo estaba cansado de sentirme solo y Annie era mi escape.
Dejé la guitarra en su lugar, tomé mi MacBook y entré en Amazon. Ya había dejado de ser tan cabezota, ahora solo faltaba la maldita dedicatoria.