Hold on (Nick Jonas)

By saturnoyelrio

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A veces, en un intento desesperado de dejar el pasado atrás, lo que se consigue es un presente emocionante. O... More

Prólogo
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Epílogo - Parte I
Epílogo - Parte II
Nota
Joe's Wedding - Parte I
Joe's Wedding - Parte II
Joe's Wedding - Parte III
Thanksgiving - Parte I
Thanksgiving - Parte II
La sorpresa - Parte I
La sorpresa - Parte II
La sorpresa - Parte III
Así es la vida
Estrella fugaz
La tormenta
El programa
Verbier
La verdad
Especial: fin de año

Juntos

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By saturnoyelrio

—Perdón. —Dijo Martina cuando ambos dejaron de llorar lo suficiente como para enfrentar esa conversación.— Por todo.

Estaban agarrados de las manos, con las caras empapadas de lágrimas y sus rastros, mirándose. Se acomodaron en el sillón que tenían en la habitación con el cuerpo direccionado hacia el otro.

—Tenía que pasar. —Ella bajó la mirada hasta que Nick le apretó las manos y volvió a hablar.— Marti, no es tu culpa. De verdad no quiero que te culpes por algo que no podías hacer nada para cambiar.

—¿Y si sí podía hacer algo? Quizás podía estar más tranquila, no subirme a los aviones que me subí desde que me enteré del embarazo, descansar más.

—El doctor dijo que nuestro bebé tenía una anomalía de los cromosomas, no podía sobrevivir. Ni vos ni yo podíamos hacer nada.

—Yo lo sé, Nick, créeme que racionalmente lo sé pero no puedo evitar sentir la culpa. Yo era la que lo llevaba en el vientre y no lo pude cuidar lo suficiente. —Otra vez rompió en llanto y él se abalanzó para abrazarla hasta que volvió a calmarse.— Perdón.

—¿Por qué me estás pidiendo perdón ahora?

—Por encerrarme en mi propio dolor y no registrarte a vos.

—Está bien, hiciste lo que pudiste.

—Sí pero vos también perdiste a tu hijo, vos también estás sufriendo y yo soy una egoísta que no puede apoyarte. —Reconoció acariciándole el rostro.— Perdón.

—Me alegra que te hayas dado cuenta para que podamos vivir esto juntos. —Le agradeció con una pequeña sonrisa.— Vamos a pasar esto y vamos a estar bien.

—¿Eso pensás?

—No lo pienso, lo sé.

—¿Por qué estás tan seguro? Te juro que nunca en mi vida sentí tanto dolor, tanta rabia, tanta impotencia y tanto vacío. Estoy en un agujero negro y yo no veo salida.

—Porque estamos juntos, mi amor. Yo no te voy a dejar caer a vos y vos no me vas a soltar la mano a mí.

Se abrazaron y se mantuvieron así, dándose caricias y miradas llenas de emociones. Unos minutos después, Nick se separó y la preocupación se instaló en su rostro.

—¿Qué pasó?

Martina sabía a qué se refería, su marido necesitaba saber qué la llevó a reaccionar de esa manera después de esos días en los que estuvo taciturna, en completo silencio.

—Perdón.

—No quiero que me pidas perdón, quiero que hables conmigo. —Martina le sostuvo la mirada, aún algo reticente.— Si no hablamos y somos cien por ciento honestos los dos, esto va a ser demasiado difícil. Por favor, babe.

—Me empezaron a entrar un montón de llamadas de mi mamá, mi hermano, Clara y mis amigas. Una atrás de la otra, sin parar. ¿Cómo se enteraron?

—Lucas llamó a Joe preocupado porque ninguno de nosotros respondía los mensajes y yo le dije que les cuente. ¿Está mal? En algún momento se tenían que enterar, Marti.

—Sí, tenés razón. —Admitió.— Hicieron bien en contarles porque yo no podía.

—Vos no querías hablar con nadie y tiraste el teléfono contra la pared, ¿verdad?

Martina asintió.

—Desde que terminó el aborto en el hospital me siento vacía, Nick. No sentía absolutamente nada hasta ese momento en que me empezaron a llamar tanto y exploté. Me agarraron todas las emociones juntas y me la agarré con lo que tenía a mano, ¿hice mucho lío?

—Un poquito. —Dijo con un ligero tono de broma, un poco porque el living y la cocina sí eran un desastre sino también para arrancarle una mínima risita que consiguió.— ¿Y después?

—No lo sé, tengo una laguna en la memoria.

—¿De verdad? No quiero que te guardes nada, te prometo que no te estoy juzgando ni me voy a enojar.

—Te lo juro, estoy siendo completamente sincera con vos. Fue como si no fuera dueña de mi cuerpo ni mis acciones, no pensaba. Lo único que recuerdo es el sentimiento de dolor agobiante y...

—¿Y qué? —La instó a seguir al ver que ella misma se detuvo.

—La sensación de que si no liberaba de alguna forma todo eso y lo sacaba de adentro mío podía explotar. Es en serio que no me acuerdo nada desde las llamadas hasta que Joe llegó al baño y gritó al verme, recién ahí reaccioné. Sé que vos y Gastón llegaron acá primero pero no me acuerdo. —Nick asintió con la cabeza gacha y la mirada lejos de ella.— ¿Qué pasa?

—Siento que fallé como marido al irme a lo de Joe y dejarte sola en la condición en la que estabas.

Martina esbozó una sonrisa pequeña producto de la ternura que le provocó. Le sujetó la cara con ambas manos para obligarlo a mirarla.

—Nick, si vos no me hubieras dejado sola en casa yo no habría explotado y seguiría en el estado deplorable y vacío en el que estaba, respiraba sólo por una cuestión automática. Sí, ahora estoy completamente destruida por dentro pero por lo menos estoy sintiendo y eso es a causa de lo que pasó hoy.

—Cuando te ví ahí en el piso... —Esta vez fue él quien dejó las palabras en el aire.

—Lo sé, fue un momento de mierda, perdón.

—No. O sea sí, fue un momento de mierda pero me paralicé. Vos sos mi mujer, yo tendría que haber reaccionado como lo hizo Gastón e inmediatamente limpiarte los cortes y curarte.

—Mi amor. —Susurró acariciándole la mejilla.— Hiciste lo que pudiste, fue la primera vez que presenciabas algo como eso. Gastón ya lo había vivido y él también se paralizó en su momento.

—Desde esa noche en que me contaste que solías cortarte, mi mente muchas veces me obligó a imaginarte haciéndolo. Era horrible, me torturaba con esas imágenes. —Le confesó.— Encontrarte en esa situación fue incluso peor y me sentí un inútil sin poder ayudarte.

—No lo sos. Vos sos lo mejor que me pasó en esta vida, sin vos a mi lado no hay forma de que yo pueda superar esto. Si no fuera por tenerte conmigo, haber perdido a mi bebé realmente me podría llevar a algo mucho peor que lo de hoy.

—Prometeme que no, que eso nunca se te va a cruzar por la cabeza. Puedo soportar un episodio como el de hoy y, aunque no entiendo que necesites llegar a eso para aliviar tu dolor, acompañarte para que no tenga que volver a pasar. Lo que jamás podría soportar es perderte.

—Te lo prometo por nuestro bebé. —Aseguró mirándolo a los ojos.— Nick.

—¿Qué, mi amor?

—Tenemos que lograr que no sea un tabú para nosotros hablar del bebé, tenemos que poder hablar de él aunque duela. No podemos hacer de cuenta que nunca pasó, no quiero que neguemos su existencia.

—Tenés toda la razón, mi amor. Aunque nunca lo tengamos físicamente, es nuestro hijo y siempre lo va a ser. Es nuestro angelito.

—¡Eso! —Exclamó con una sonrisa.— Tenemos que ponerle un nombre, no podemos referirnos a él siempre como el bebé.

—Me parece bien, ¿se te ocurre alguno?

—En español hay mucha gente que llama a su hijo varón Ángel, nunca lo escuché en inglés pero...

—El significado tiene que ser el mismo, un ángel es un mensajero de Dios.

—Exacto, ¿qué opinas?

—Me encanta, enseñame a pronunciarlo en español.

Martina pronunció el nombre y Nick lo repitió. Lo hicieron tantas veces como fueron necesarias hasta que él estuvo conforme con cómo sonaba.

—Tengo que hablar con mi familia. —Dijo ella cansada.— No quiero hacerlo, quiero desaparecer del mundo.

—Te propongo algo. —Martina lo miró con atención e intriga.— Hablemos hoy con ellos y con todos los que tengamos que hablar y mañana nos vamos los dos lejos de todo para poder pasar esto sin que nadie nos esté encima.

—¿Querés que nos vayamos para poder hacer nuestro duelo juntos sin las palabras y miradas de lástima de todos?

—Yo sé que todos tienen la mejor intención y quieren apoyarnos, pero los dos sabemos que nada de lo que digan o hagan nos va a ayudar. Entiendo que ellos también perdieron a su nieto, sobrino o lo que sea, pero Ángel es nuestro hijo y tenemos derecho a hacer nuestro duelo como nosotros queramos.

—Me parece bien pero tengo condiciones.

—Te escucho.

—Si nos vamos, es para estar desconectados y nosotros dos solos sin que nadie sepa exactamente dónde vamos a estar.

—Me parece bien. —Acordó.— ¿Qué otra condición?

—No quiero volver hasta que ambos sintamos que podemos enfrentar a la gente sin querer morirnos del dolor al hablar de Ángel.

—Perfecto, nos vamos el tiempo que sea necesario y no nos vamos a presionar con fechas para estar bien. Yo tengo sólo una condición. —Martina asintió para que la planteé.— Vamos a ser completamente honestos todo el tiempo, tratar de comprender al otro y no enojarnos si uno quiere hablar y el otro no o si uno tiene un peor día que el otro.

Durante la primera semana en el destino elegido para transitar ese momento, estuvieron muy encerrados en su habitación. Apenas pasaban tiempo en los espacios comunes del lugar donde se hospedaban por lo que no habían tenido contacto con los demás huéspedes, que no eran demasiados por ser temporada baja. Sólo hablaban pocas palabras con las dueñas del lugar y lo hacían para cosas muy específicas.

Martina había encontrado en la escritura su canal para liberar el dolor, tal como lo hacía desde su adolescencia. Gran parte del día lo pasaba escribiendo en un cuaderno que ya había completado casi hasta la mitad. El cambio de aire le permitió de a poco volver a conciliar el sueño y por momentos sus pensamientos se desviaban de su pérdida para enfocarse en otras cosas, lo que era un gran alivio.

Nick, en cambio, cayó en la realidad que estaban viviendo. Esos primeros días estuvo silencioso, con la mirada perdida y casi desconectado. Estar lejos de todos y en su propia burbuja hizo que sus barreras se derrumbaran. Lloraba encerrado en el baño para no transmitirle ese estado a su mujer porque la veía más entera y no quería volver a sumirla en el pozo depresivo.

Sin embargo, ella lo notaba pero lo dejó solo un par de veces creyendo que necesitaba su espacio. Una mañana no lo soportó más y entró al baño para abrazarlo. No estaba solo, ella no lo dejaría solo. Dejó que se recargue en ella y llorara en su pecho mientras le hacía caricias en la espalda y la cabeza. Ninguno dijo nada, no hacía falta. Lo consoló hasta que su llanto frenó. Nick se acostó en el piso con la cabeza sobre las piernas de Martina y mantuvo los ojos cerrados, recibiendo los mimos y agradeciéndolos internamente.

—Mi amor. —Después de una hora en esa posición, Martina rompió el silencio.— Vayamos a tomar un poco de aire.

Quedarse encerrados en su habitación era casi lo mismo que en su casa, si no hacían cosas diferentes el viaje no tenía mucho sentido. El día que decidieron irse de Los Ángeles, mientras Nick hacía llamados para conseguir un vuelo privado para el día siguiente, en su búsqueda de destinos a Martina le apareció una publicidad de una villa en la Toscana italiana que no dudó en reservar de inmediato sin siquiera consultarle a su marido. Era el lugar ideal, lo sintió. Estaba situada en la cima de una colina en las afueras de Arezzo, lo que le daba una vista impresionante no sólo de la ciudad sino también de los valles de la región. 

Comenzaron a salir a caminar por el bosque y el parque del lugar todos los días, incluso a veces salían de la propiedad y caminaban por el costado de la ruta para hacer paseos más largos. Durante esas caminatas se oxigenaban en todos los sentidos, la naturaleza que los rodeaba les hacía bien y se redescubrían como individuos y como pareja. 

La vorágine de la vida diaria, los viajes y los compromisos de cada uno habían hecho que dejaran de prestarle atención a las cosas más pequeñas de su relación. Volvieron a las bases para volver a conectarse, a mirarse mucho a los ojos, a reírse y hasta a coquetear con el otro. El amor entre ellos nunca se fue y estaba intacto, pero la sensación de enamoramiento hacía tiempo que no la experimentaban.

Ya llevaban dos semanas instalados en la Villa. Si bien esa era la reserva inicial que habían hecho, las dueñas no tuvieron problema en aceptar ir extendiendo su estadía semanalmente siempre y cuando pagaran con anterioridad.

Mientras Nick se bañaba, Martina vio por la ventana que el cielo empezaba a teñirse de rosado, naranja y amarillo así que fue con su cámara hacia el mirador donde se encontraba también la piscina con el jacuzzi. Estaba sacando fotos y haciendo videos del paisaje cuando se dio cuenta que no estaba sola. Una pareja estaba sentada en los sillones al costado de la piscina, conversando entre ellos con sus manos unidas.

—Hola, perdón que los moleste, ¿hablan inglés? —Les preguntó acercándose.

Ambos asintieron con amabilidad y por las arrugas que se evidenciaban en su piel les calculó sesenta y largos años.

—No sos molestia, querida. —Respondió la mujer con una sonrisa cálida, al igual que su marido.

—¿Te podemos ayudar con algo?

—¿Les importaría si les saco unas fotos? —Les propuso sonriente levantando la cámara.— Sé que quizás suena raro pero me pareció tan amorosa la forma en que se estaban mirando tomados de la mano que quisiera retratarlos.

—¿Sos fotógrafa? —Se interesó el hombre.

—Marcus lo es. —Intervino su mujer mirándolo con admiración.— Toda su vida se dedicó a la fotografía.

—Oh, no, yo solo soy aficionada. ¿Puedo?

Al obtener su consentimiento, les pidió que no se muevan y les hizo un par de fotos desde distintos planos jugando con las luces del atardecer. Al finalizar se acercó nuevamente para mostrárselas en la pantalla de la cámara.

—Están muy lindas, ¿nos las podrías enviar?

—¡Por supuesto! Después me pasan un mail o algo y cuando las descargue se las mando.

—Lizbeth tiene razón, son muy lindas, ¿en serio no te dedicas a la fotografía?

—Soy periodista pero en realidad trabajo con las redes sociales. —Les contó sentándose en uno de los sillones libres a su lado.

—¿Dónde está el chico con el que te vimos estos días? —Se interesó la mujer.— No sé si es tu novio o...

—Mi marido. —Le respondió sonriendo.— Está en la habitación.

—¿Vinieron de vacaciones? Es raro que gente joven venga en esta época porque casi todos trabajan. —Preguntó Marcus.

—Nuestros trabajos no son muy normales. —Dijo con una sonrisa que se le borró al instante.— En realidad vinimos porque perdimos un bebé y necesitábamos irnos de casa.

Incluso ella misma se sorprendió al encontrarse revelando eso y la reconfortó no encontrar la mirada de lástima que esperaba de parte de los británicos.

—¿Tu primer embarazo? —Martina asintió con pena hacia Lizbeth.— Lo van a superar, se los ve muy enamorados y fuertes.

—Los dos hemos superado cosas difíciles en el pasado pero esto es más duro. No lo sé.

—Nosotros perdimos tres embarazos antes de poder tener a nuestro primer hijo y sabemos que es doloroso, pero mientras se mantengan juntos lo van a poder lograr.

—¿En serio? —Preguntó sorprendida por la revelación que él le hizo, como respuesta asintieron.— ¿Cómo hicieron? Se los ve felices.

—El tiempo lo cura todo, querida. —Aseguró Liz.— El tiempo y el amor. Los hijos son bendiciones y sé que es difícil en este momento tener esperanza pero cuando sea el momento indicado va a llegar y va a ser más maravilloso de lo que te imaginás.

—¿En algún momento se va a ir este dolor? —Le preguntó con los ojos acuosos y la mano abierta sobre el pecho.— Es asfixiante.

—No sé si se va, pero aprendés a convivir con esta pérdida y se hace más liviano, lo prometo.

Martina le sonrió temblorosa y aceptó la mano que le estaba tendiendo. Sintió como una pequeña victoria poder hablar de eso sin romperse por completo. Escuchó una puerta cerrarse a lo lejos y se volteó para encontrar a Nick saliendo del casco principal de la villa. Se había puesto jeans y un suéter abrigado porque al ser noviembre estaba fresco, tenía el pelo seco y caminaba hacia ella con las manos en los bolsillos delanteros del pantalón. Lo encontró completamente guapo y se apresuró a apuntar su cámara hacia él. Como aún no había terminado de anochecer la luz le daba un aspecto más interesante no sólo para sacarle un par de fotos sino para jugar con tomas de videos.

—Acá estabas. —Le dijo sonriendo al acercarse a ella e inclinarse para darle un corto beso antes de dirigirse a sus acompañantes.— Hola.

—Baby, ellos son Lizbeth y Marcus. —Los presentó Martina e hizo lo mismo al revés.— Él es Nick, mi marido.

Pasaron el resto de la noche cenando y conversando con ellos. Los británicos eran una pareja súper especial y sabia, de quienes aprendieron un montón durante los siguientes días que compartieron momentos con ellos hasta que volvieron a Londres.

Martina y Nick optaron por quedarse una semana más en ese refugio que tan bien les había hecho para poder disfrutar. La Toscana es un lugar tan alucinante que no querían en el futuro asociarla sólo con ese momento oscuro de sus vidas sino también con memorias más alegres.

Hacía ya un tiempito que Martina había comenzado a registrar momentos de ese viaje y una tarde lluvia se le ocurrió utilizar todo ese material fílmico. Le contó su idea a su marido, que se entusiasmó al instante. Se instalaron los dos en el interior del gazebo de vidrio con la notebook adelante suyo y comenzaron a editar un video para guardar de recuerdo. Nick recordó que en su teléfono tenía guardada una pista que había grabado en su casa y que nunca la había llevado al estudio para compartirla con sus hermanos. Se la mostró y a Martina le encantó. Era una música suave pero alegre en la que se amalgamaban los acordes de guitarra con la melodía del piano y que quedó perfecto al integrarla al video.

Estaban viendo el trabajo finalizado cuando se les acercó un grupo de cuatro chicos que tenían más o menos su misma edad. Ya se los habían cruzado en la villa porque habían llegado un par de días atrás pero no habían cruzado demasiadas palabras con ellos, sólo saludos cordiales.

—Hola. —Los saludó simpáticamente una de las chicas.— Mi nombre es Antonella, él es mi novio Piero, él es su hermano Dante, y ella es su novia Lorenza. —Los señaló a medida que los presentaba. A pesar de hablarles en inglés, la tonada italiana no pasaba desapercibida.

—Yo soy Nick y ella es Martina, mi mujer. —Le respondió Nick.

—Lo sabemos. —Dijeron los cuatro y ellos soltaron una risita.

—¿Son fans? —Preguntó Martina.

—No fans pero sí seguidores. —Contestó Lorenza sonriendo.— ¿Tiene sentido?

La argentina asintió y supo que Nick también sintió alivio al escucharla, no tenían la suficiente energía para lidiar con fans de verdad.

—Estábamos pensando en hacer pizza en el horno de barro esta noche, ¿quieren unirse a nosotros?

Tras una mirada ambos asintieron. Los pocos días que les quedaba en ese lugar los pasaron junto con ellos. Durante el día salían todos en grupo y los italianos les hacían de guías turísticos por pequeñas ciudades o pueblos cercanos. Por las noches se turnaban para cocinar y, luego de la cena, armaban diferentes competencias al pool, pinball o metegol en la sala de juegos o se quedaban charlando alrededor del fogón conversando. Una noche, tras la insistencia, Nick accedió a tocar la guitarra que se encontraba disponible en la villa y cantó en compañía de Martina. Ambos se habían olvidado lo mucho que les gustaba compartir la música ya que hacía meses que no lo hacían.

Los tanos les cayeron tan bien que Nick y Martina les pasaron su número, al igual que a Marcus y Lizbeth, para seguir en contacto cuando volvieran a sus realidades. No se iban a olvidar de las personas que, sabiendo o no, los ayudaron a salir adelante en ese momento de sus vidas.

Se cumplió un mes desde la pérdida del bebé y si bien estaban aún sensibles, habían transitado la parte más difícil del duelo. Estaban comenzando a aceptarlo y creían que ya estaban preparados para volver a sus vidas. Hablaron con sus familias y sus amigos, un poco para integrarlos en ese momento de tristeza y hablar de Ángel y otro poco para hacerles saber que no querían que actúen diferente cuando volvieran. No querían ni su lástima ni su compasión ni que los traten como si fueran de cristal. Al fin y al cabo comprendieron que perder un embarazo es algo mucho más común de lo que creían y ellos iban a salir adelante estando juntos.

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