El retrato de un joven lúcido...

Von AnnieTokee

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Christian intenta reprimir, sin mucho éxito, sus deseos por el nuevo profesor de arte. Además, lidia con los... Mehr

Antes de empezar
Capítulo 1: Caligrafía de primate
Capítulo 2: El extraño del espejo
Capítulo 3: El ave que caza el felino
Capítulo 4: Black Sunrise
Capítulo 5: De proporciones místicas
Capítulo 6: El retrato de la especie endémica
Capítulo 7: Luna rosada y agua fluorescente
Capítulo 8: Tratado de paz entre dos mundos
Capítulo 9: Role-Playing
Capítulo 10: A veces los fantasmas siguen aquí
Capítulo 11: Un viaje en máquina del tiempo al pasado
Capítulo 12: La lengua de la serpiente
Capítulo 13: Leche de almendras para el malestar
Capítulo 14: El amor no es inherente a lo eterno
Capítulo 15: Veganos conspiranoicos
Capítulo 16: Juguete contra el estrés
Capítulo 17: Los niveles existen para todo
Capítulo 19: Filtro en blanco y negro
Capítulo 20: Identidad incinerada
Capítulo 21: Vive, ríe y sueña
Capítulo 22: Efectos colaterales de la Navidad
Capítulo 23: La droga de fin de año
Capítulo 24: De primate a mosquito
Capítulo 25: La bodega de Mordor
Capítulo 26: Aquello que nadie dice en voz alta
Capítulo 27: El sollozo que apaga el fuego
Capítulo 28: Es más fácil delatarse de noche
Capítulo 29: El final
Capítulo 30: La punta de la colina
Capítulo 31: El colado de la familia
Capítulo 32: El compromiso irreversible
Capítulo 33: Gracias, pero adiós
Capítulo 34: En el puente de Brooklyn
Capítulo 35: Una decisión que cambia todo
Capítulo 36: Nunca pierdas el origen
Capítulo 37: El punto de nuestra fuga
Capítulo 38: La obra de un artista medio lúcido
Capítulo 39: Rosas blancas y lavandas
Capítulo 40: Desearía ver fantasmas
Capítulo 41: Nuestro lugar de fantasía
Capítulo 42: La ciudad de los recuerdos
Capítulo 43: Las amistades peligrosas
Capítulo 44: El tren que recorría el prado
Capítulo 45: Idílicos peces Koi
Capítulo 46: La piedra preciosa del fantasma
Capítulo 47: Solo en el arte
Epílogo: El retrato de un joven lúcido
Todavía no se vayan

Capítulo 18: Reglas para evitar el caos

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Von AnnieTokee

Jason y Miranda se marcharon a clase, dejándonos atrás a Hannah y a mí. Nos quedamos por el comienzo del aparcamiento, ahí donde suele esconderse la gente para ir a fumar cuando los espacios detrás de las canchas se ocupan por parejas. Les dijimos que nos detendríamos por un cigarro y nos despedimos como si no hubiésemos iniciado una fuerte conversación sobre tener sexo con mayores de veintiuno.

—Es algo intensa —habló Hannah una vez sus figuras se perdieron—, pensé que te pondrías a discutir con ella.

—No podría —dije al mismo tiempo que metía una mano a mi bolsillo—, no tengo madera para debatir con doña perfecta.

—Creo que en un punto tiene razón; imagina que la mujer esa quiera boda e hijos.

—Y yo soy el que piensa cosas raras —reí, nervioso.

Prendí el cigarro y le di una calada. No recuerdo cuándo comenzó mi hábito de fumar tan a menudo.

—En el hipotético caso de que me dejaras por ella y te fueras a lo serio, tendrías que ajustarte a su plan, con solo dieciocho y sin haber acabado la escuela. —Hannah me quitó el cigarro y se lo puso en los labios.

—Eso jamás pasará —expresé al borde de la carcajada, era una combinación entre nervios e ironía—. Para empezar, es ilógico.

«Los hombres no se embarazan», completé en mi mente.

—No es imposible que me dejes —me regresó el cigarro— es una posibilidad, soy realista.

No tenía mucho que me enteré de que los padres de Hannah estaban en trámites de divorcio desde hace unos meses. Verla hablando tan tranquila de no tomarse las relaciones en serio o de abandonarla como si fuera algo que no le doliera, me hizo pensar que había más en común que solo el hecho de ser raros.

Tal vez sea una particularidad de los hijos de padres divorciados; no poseemos expectativas románticas sobre el amor o cuando las tenemos, solemos azotarlas con la realidad de que nada es para siempre.

Como se lo dije a Joshua: el amor no es inherente a lo eterno.

—No hablaba de eso —la corté. No quería engañar a Hannah con palabras que nunca me creería sobre estar juntos para siempre—. ¿Juras no contarle esto a nadie? —Tenía miedo de decírselo, pero me cansé de conservar esa fracción de la mentira.

Seguía siendo traición. Una igual a la que cometió su padre al mantener en secreto una amante por años.

Como ya sufrí una horda de acoso por un rumor que soltó Harry respecto a eso, me aterraba la idea que, de decírselo a Hannah, desatara lo mismo y provocara otra tortura que no iba a soportar.

—¿Más secretos? —expresó, intrigada.

—Te mentí —resoplé. Volví a fumar y esperé un rato a tomar valor—. No fue con una mujer de veinticinco, fue con un tipo de veinticinco.

Hannah abrió los ojos tanto como pudo.

—Creo que soy bisexual —retomé—. Y por lo que más quieras, no le digas a nadie —le supliqué. Era la primera vez que me mostraba así de estresado frente a ella.

Esperé que me juzgara o me golpeara en la cabeza, en cambio, Hannah puso una mano en mi espalda.

—Te has superado —replicó con estupor—, ¿cómo lo supiste?

—No lo sé —bufé—, quizá siempre tuve una corazonada, pero no quería admitirlo.

—Con razón también se te fueron los ojos con los tipos de la heladería —bromeó.

La miré con indignación y después sonreí.

—Pienso que es interesante —continuó—, te abres un mundo de posibilidades y ahora podré pedirte un trío. —Soltó una risita.

—Algo más lento. —Puse una mano en su cabeza y le revolví los cabellos—. Déjame digerirlo, por favor.

—¿La historia es la misma solo que con un tipo? —interrogó mientras me clavó su mirada, esperando el relato completo.

Decirle sobre Joshua no solo complicaría las cosas para mí. Por lo que lo medité unos segundos.

—Dime —insistió—, de mí no saldrá nada, lo juro. —Su tono fue dulce, uno que me hizo recordar porque pude vencer mis paranoias y empezar a integrarme en su grupo.

—Verás... —Tragué saliva—. ¿Recuerdas la plática que tuvimos en la enfermería?

Ella asintió.

Busqué en mi mente las palabras adecuadas para decirlo. Hannah, aunque impaciente, no hizo más presión sobre mí, solo me dedicó una media sonrisa. Ambos nos encontrábamos tan absortos esperando a que yo hablara, que no nos dimos cuenta de la visita de un tercero; no hasta que él nos gritó:

—¡Miller y Davis!, ¡está prohibido fumar dentro de las instalaciones de la escuela!

Era la voz de Joshua.

De todos los profesores que nos pudieron atrapar fumando, tuvo que ser Joshua Beckett. Lo más horrible fue que escuché de unos amigos que, cuando el profesor los pilló fumando, él les pidió un cigarro. No, eso no era lo peor, lo terrible de todo era que yo había fumado con él después de tener sexo.

En lugar de llevarnos a la oficina de su padre, nos hizo pasar al cubículo, dejando que ocupáramos el sillón que tenía frente a su escritorio. De no ser por la caja de cereal de chocolate con mini malvaviscos en una de las repisas, juraría que se veía más profesional, que casi me sentía en la oficina de una figura de autoridad y no en la de alguien con quien pasé dos noches.

—Se saltan una clase y fuman en las instalaciones de la institución —habló él—, ¿saben lo que amerita esto?

—¿Hay alguna forma de negociar la suspensión? —suplicó Hannah. La sacarían del equipo de animadoras si tenía un reporte de ese nivel—. Por favor, ¿servicio social o algo?

Yo no había hablado desde que llegamos. Me rendí a caer en la suspensión o incluso una expulsión, ya sabía hasta lo que le diría a mi padre; usaría de pretexto el rollo de la adaptación y me haría la víctima para que no me sacara de su casa a patadas. No obstante, ese solo era yo, Hannah no podía darse esa libertad.

—¿Hay posibilidad de que hablemos en privado? —le pregunté a Joshua—. Usted y yo.

Sostuve su mirada, alcé el mentón y torcí la boca. Él me observó con hostilidad, pero aceptó. Hannah se levantó del sillón y salió del cubículo para ir corriendo a su clase.

—Ya sé que pretendes —dije con tranquilidad.

—Castigar a dos adolescentes rebeldes que ven genial saltarse una sesión y fumar en la escuela.

—Deja el papel de profesor estricto. —Coloqué las palmas de mis manos sobre la mesa y me estiré, deseaba tenerlo más cerca.

—Y tú el de imbécil rebelde, casi te la creo.

—No es un papel —me defendí, hice mi cuerpo para atrás y dejé que rebotara en el sillón—. Solo me viste en malos momentos. En realidad, siempre soy como hoy.

—Ajá.

Insuflé y me preparé para soltar mi sospecha.

—¿Estás molesto conmigo por qué me salté tu clase con ella?

—Tal vez —resopló, relajó la postura y también su expresión—, es raro, ¿vale?

—Lo sé, por eso no he querido responderte o verte —me sinceré—, Joshua no voy a dejar a Hannah.

—Nunca esperé que lo hicieras, ya me dijiste el rollo de relación abierta que tenían y tampoco tengo interés en que lo hagas.

Así era todo; simple diversión.

Me acosté en el sillón con la intención de sosegar el ambiente y de dejar de verlo a los ojos.

—¿Qué va a pasar a partir de ahora? —le pregunté.

—¿Quieres seguir?

—Es peligroso —susurré—, si continuamos y nos atrapan, no solo yo estaré en la mierda...

—Y lo que menos necesito es que me despidan, me den la espalda en la familia y de paso una posible demanda de tu padre.

Reí por lo bajo e imaginé a Joshua sonriendo con amargura.

—Esa hubiera sido mi madre —corregí.

Escuché sus pasos y sentí cómo iba acercándose a donde yo yacía. Puso la mano encima de mis cabellos y los revolvió, después, bajó hasta que se encontró sobre la mía. Él la sujetó y me acarició como si yo fuese un objeto que valiera la pena tratar con cuidado.

Lo detestaba. Lo odiaba demasiado. Me enfermaba divertirme con él y tener pláticas largas. Aborrecía que fuese de las pocas personas que conocieran mi parte más endeble. Así como odiaba la llamada de advertencia de esa extraña.

—Déjame pensarlo —mencioné. Joshua soltó mi mano y la puso sobre mi mejilla. Me aborrecía por no poder quitarlo—. Y voy a verte en la tarde para decirte qué decidí.

Por alguna razón, la cursi decoración navideña atenuaba muchas de las tensiones que existían en la casa de mi padre.

Alice se encontraba en la sala de estar cuidando a Heather mientras él leía un libro. De no ser por la cita que tenía con Joshua, me hubiera sentado junto a Alice para ayudarle. Me atraía ese ambiente y continuaba con sus palabras clavadas en mi cabeza, con el hecho de que me considerara parte de su familia.

—¿A dónde vas? —me preguntó mi padre.

Paré mi fuga y lo miré de refilón.

—Con Josh —respondí al instante—, tengo que ir a devolverle algo que me prestó. Regreso temprano.

Él no preguntó nada más. Por primera vez en mucho tiempo, alabé mi ingenio.

Al salir de casa, sentí el móvil vibrar en mi bolsillo. Era una llamada de Max —el fotógrafo que vive con el fantasma de una anciana—, la evadí y le mandé un mensaje preguntándole qué era lo que pasaba. Esperaba no volver a saber nada de él y dejar lo que sucedió allá como un simple pasaje irrepetible.

[Max: La siguiente semana iré a tu pueblo a tomarle fotos a un amigo.]

Supe al instante lo que quería, no podía negárselo, ya que él hizo lo mismo por mí esa vez.

[Yo: ¿Quieres hospedaje gratis?]

[Max: Obvio.]

[Yo: Te advierto que no tengo una piscina y tampoco vas a poder fumar porros.]

Postergué el mensajeo y despegué la espalda de la pared. Helaba, y a pesar del encapotado cielo, no parecía que fuese a llover pronto. Anduve por la calle hasta dar con la desviación que da al edificio de Joshua. La vía más rápida era meterme al parque de pinos y cortar camino, no obstante, la sola idea de adentrarme me aterrorizaba. Sentía que al entrar el bosque se haría cada vez más grande, los árboles se volverían kilométricos y me quedaría encerrado ahí sin que nadie pudiera hallarme.

Preferí irme por la larga y alejarme lo más del bosque que fuera posible. Cuando me encontré frente a la puerta de Joshua, revisé el móvil, pero ignoré el mensaje de Max. Me fui a donde hacía las notas y repasé una vez más lo que escribí. Eran cinco reglas que debíamos de seguir si deseábamos continuar con lo que sea que fuese ese juego.

Miranda tenía razón y detestaba admitirlo. Por eso, si quería evitar el caos, necesitaba poner orden.

Toqué el timbre y esperé. Joshua abrió la puerta a los pocos segundos y me miró, expectante. En lugar de hablarle, puse las manos en su pecho y lo empujé hasta que ambos entráramos al departamento.

—¿Ahora qué? —me preguntó con estupor.

Yo cerré su puerta de una patada. Aunque tenía miedo, una vez escuché el azote, subí mis manos a su cuello, rodeándolo. Joshua bajó la cabeza, comprendió lo que quería hacer y me abrazó por detrás, pegándome a él. Lo besé. Lo besé como si su boca fuese el antídoto que tanto necesitaba para callar mi mente.

Mis manos subieron y enredé los dedos en sus cabellos, despeinándolos más. Joshua hizo un recorrido con los suyos por mi espina dorsal, provocándome un escalofrío. En silencio lo alabé, ya que fue capaz de descubrirme ese punto sensible.

Joshua dio un par de pasos hacia atrás y, como yo seguía aferrándome, también me moví. Fui capaz de saber que estábamos frente al sillón más grande. Volví a estamparme contra él, haciendo que perdiera el equilibrio y se fuera de espaldas al sofá. Me llevó consigo, en un agarre que fue de todo menos romántico. Incluso escuché su quejido.

—¿Qué te pasa hoy? —preguntó, enfadado.

Me acomodé para quedar justo encima de su pelvis, coloqué las manos en sus mejillas y me agaché, necesitaba mirar aquel océano revuelto que poseían sus ojos.

—Ya me decidí —le dije con ansiedad—. Continuamos, pero...

—Pero... —interrumpió.

—Nada de improvisar, necesitamos reglas.

Joshua me miró incrédulo, sin embargo, en lugar de pedirme que lo dejara, alzó su mano y acarició mi mejilla, haciéndome sentir como si fuera un objeto valioso.

—Explícalas después —gruñó, impaciente.

Me saqué el suéter y Joshua ayudó con mi camiseta. Desabroché su camisa azul, la que solía ponerse para ir al trabajo. Yo estaba tan ansioso que me detuve en un botón y él rodó los ojos. Nos besamos una vez más, y aunque una de mis voces internas me llamó imbécil, dejé que Joshua me dirigiera y me hiciera olvidar cada advertencia.

A pesar de la forma tan impulsiva en la que llegué, todo iba de acuerdo con mi plan. Incluso llevé condones y el lubricante que me regaló Hannah, después de clases la acompañé a la farmacia por tampones y lo compró porque según me haría falta. Cuando los saqué, Joshua quiso carcajearse, pero lo callé pegando mi boca a la suya. Ni siquiera fue un beso, fue igual a si se la aspirara. Para que me despegara, él me mordió. Yo hice un mohín y crucé los brazos, pero no pensaba dejar las cosas así, por lo que continué siguiendo mis impulsos más bajos.

El día de la primera vez, Hannah llegó a hacerme un oral y también Joshua me lo hizo cuando me llamó Charly, y yo creí que con solo la observación bastaría para poder hacerlo bien. Desabroché su pantalón, metí la mano en su bóxer y saqué su miembro, dudé si debería o no, pero me dije a mí mismo que lo peor que podría pasar sería que no me agradase el sabor y tuviera que atragantarme de mentas después.

Hice lo mejor que pude y al parecer a él le gustó, ya que solo lo escuchaba decir cosas entre dientes. Me sentí realizado, disfrutaba hacerlo y también recibirlo, era una de las ventajas más técnicas que tenía lo nuestro. Esa tarde, tomé el control, y aunque no poseía ni de cerca tanta experiencia como él, traté de usar la poca buena memoria que me quedaba para imitar lo que hizo conmigo esa vez.

Me dijo qué hacer, cómo estimular cada parte suya y qué ritmo debería seguir. También me decía cuando quería cambiar de posición o si le estaba dando un calambre. Aunque hubo risas y comentarios sarcásticos de su parte —acerca de lo poco excitante que era mi expresión—, eso fue mero coito por placer.

Sin amor, por juego.

Al final, terminamos reposando en su sillón. Yo encima, acostando la cabeza en su pecho y él abrazando mi espalda. Aunque pudiera parecer romántico, no lo era, nos hallábamos sudados, su sillón no era nada cómodo —un resorte medio salido me lastimaba una nalga—, y en el suelo estaba mi condón usado.

—Vayamos a las reglas —le avisé.

—Suéltalas.

—Tú eres mi odioso maestro y yo tu detestable alumno y así debe ser mientras estemos en la escuela. Esa es la regla número uno. La segunda es que de preferencia que no nos vean hablando fuera del salón.

—¿Crees que soy estúpido? No pensaba hacerlo —expresó al mismo tiempo que me soltaba.

—Tampoco dirigirnos la palabra en el autobús —proseguí—. Jason y Karen estarán ahí y quizás ahora su odiosa novia, Miranda.

Di un salto para bajar del sillón y tomé mi bóxer del suelo.

—Nada de llamarnos por apodos estúpidos, no deseo ser igual a Kevin Belmont y su novia Melissa. —Subí la voz para que le quedara claro—. Hannah y yo nos reímos como maníacos cuando los escuchamos llamarse osito y osita. —Hice un mohín.

—Hannah esto, Hannah aquello... —se sentó en el sillón—. Ya sé que es tu musa.

—Cuarta regla —le lancé mi bóxer a la cara—: nada de celos a Hannah.

—No estaba celoso, solo quería fastidiar —refutó. Se quitó mi ropa interior de encima y me la arrojó—. Y tampoco pensaba suspenderlos —aclaró—. ¿Algo más?

—No me tomes en serio, nada de esto es verdadero —respondí, temeroso—. O sea, lo de las reglas sí, lo demás no. Mírame como lo que soy: un adolescente imbécil.

—No había necesidad de que aclararas algo tan obvio.

Sonreí con amargura porque me confirmó lo que ya sabía.

Así podría dejarme a mí mismo como el objeto con el que jugaba, algo con lo que por lógica no se desarrollarían sentimientos. Mantendría la parte más endeble de mí escondida bajo mi máscara. No valía la pena arriesgarme a ser herido de nuevo, no por algo que se terminaría más pronto que la vida de una luz ve bengala. Por una cosa que ardería y ardería, daría una ilusión hermosa y después se acabaría, no dejando nada más que pólvora.

¿Qué opinan de la visión de Hannah y Chris sobre el amor y las relaciones?


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