El retrato de un joven lúcido...

By AnnieTokee

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Christian intenta reprimir, sin mucho éxito, sus deseos por el nuevo profesor de arte. Además, lidia con los... More

Antes de empezar
Capítulo 1: Caligrafía de primate
Capítulo 2: El extraño del espejo
Capítulo 3: El ave que caza el felino
Capítulo 4: Black Sunrise
Capítulo 5: De proporciones místicas
Capítulo 6: El retrato de la especie endémica
Capítulo 7: Luna rosada y agua fluorescente
Capítulo 8: Tratado de paz entre dos mundos
Capítulo 9: Role-Playing
Capítulo 10: A veces los fantasmas siguen aquí
Capítulo 11: Un viaje en máquina del tiempo al pasado
Capítulo 12: La lengua de la serpiente
Capítulo 13: Leche de almendras para el malestar
Capítulo 14: El amor no es inherente a lo eterno
Capítulo 16: Juguete contra el estrés
Capítulo 17: Los niveles existen para todo
Capítulo 18: Reglas para evitar el caos
Capítulo 19: Filtro en blanco y negro
Capítulo 20: Identidad incinerada
Capítulo 21: Vive, ríe y sueña
Capítulo 22: Efectos colaterales de la Navidad
Capítulo 23: La droga de fin de año
Capítulo 24: De primate a mosquito
Capítulo 25: La bodega de Mordor
Capítulo 26: Aquello que nadie dice en voz alta
Capítulo 27: El sollozo que apaga el fuego
Capítulo 28: Es más fácil delatarse de noche
Capítulo 29: El final
Capítulo 30: La punta de la colina
Capítulo 31: El colado de la familia
Capítulo 32: El compromiso irreversible
Capítulo 33: Gracias, pero adiós
Capítulo 34: En el puente de Brooklyn
Capítulo 35: Una decisión que cambia todo
Capítulo 36: Nunca pierdas el origen
Capítulo 37: El punto de nuestra fuga
Capítulo 38: La obra de un artista medio lúcido
Capítulo 39: Rosas blancas y lavandas
Capítulo 40: Desearía ver fantasmas
Capítulo 41: Nuestro lugar de fantasía
Capítulo 42: La ciudad de los recuerdos
Capítulo 43: Las amistades peligrosas
Capítulo 44: El tren que recorría el prado
Capítulo 45: Idílicos peces Koi
Capítulo 46: La piedra preciosa del fantasma
Capítulo 47: Solo en el arte
Epílogo: El retrato de un joven lúcido
Todavía no se vayan

Capítulo 15: Veganos conspiranoicos

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By AnnieTokee

Joshua me agarró por las caderas, me sometió contra la pared y buscó con su boca mi cuello. Yo me dejé llevar por el momento, puse las manos en su nuca y las moví hasta que me aferré a sus cabellos.

En un instinto, salté para rodear sus caderas con mis piernas y hacer todavía más estrecho el contacto entre nuestros genitales. Tenía los ojos cerrados y solo me concentraba en las sensaciones que experimentaba, sin embargo, un penetrante ruido me hizo salir del momento.

Abrí los ojos de golpe, y lo primero que me encontré fueron las miradas asqueadas de mi padre y Harry. Sentí que me ahogaba, que mi cerebro se convertiría en fuego y terminaría por explotar dentro de mi cabeza, provocándome una muerte bizarra y sangrienta.

Justo antes de que eso sucediera, abrí los ojos y me senté en la cama. Mi respiración se encontraba agitada, mi rostro caliente y mi mente todavía más perturbada. Me jalé los cabellos para confirmar que la pesadilla había acabado y que no me hallaba en ese recoveco de mi subconsciente y sus deseos reprimidos.

Miré a mi alrededor y me di cuenta de que la habitación de Joshua se encontraba igual que anoche. Regada, insípida y austera, pero a la vez reconfortante. Coloqué las gafas sobre mis ojos para tener una mejor visión de todo. Continuaba sintiéndome enfermo. Aunque menos desesperante era la sensación. Estiré el brazo para tomar mi móvil del buró, lo prendí y esperé con ansiedad a que los montones de mensajes y llamadas perdidas de mi padre llegaran.

No me apetecía responderle. Estaba tan molesto con él que preferí hacerlo pensar lo peor a volver a bajar la cabeza y dar mi brazo a torcer. Fue un acto de inmadurez, lo sé, no es necesario que me lo reprochen, no obstante, a esas alturas lo que más necesitaba era encerrarme en una crisálida hasta que pudiera volver a fingir que todo se me resbalaba.

Lo único a lo que le presté atención fue a la hora. Eran casi las diez de la mañana, lo que quería decir que Joshua ya se había marchado a trabajar.

El hijo de puta no me despertó.

Sin embargo, después cambié mis reclamos internos por agradecimiento. Además de encontrarme enfermo, tampoco me sentía con fuerzas como para estar delante de Hannah y los otros e inventarles una mentira sobre lo fabulosa que era mi vida de rebelde que se saltaba las clases por días y se piraba de casa.

Tenía también mensajes de ellos, pero no quería responderles, y eso que me demostraron, a su manera, que se encontraban preocupados por mí. Eran buenos amigos, los que un Chris necesitaba. Solo que ese joven no deseaba volverse abrir a alguien más. Ese Chris basaba sus amistades en lo superfluo y estaba bien, ya que así se protegería de resultar lastimado otra vez.

Sentí el vacío punzante en mi estómago, no había comido nada desde el desayuno de ayer, así que quizá mi debilidad y sensación de enfermo venía también de ahí. Me levanté de la cama con cuidado para no marearme, caer desmayado, golpearme con un mueble en la nunca y morir de esa manera tan patética.

Cuando salí de la habitación y llegué al salón, lo primero que llamó mi atención fue la sarta de sábanas y edredones que atiborraban el sillón más grande. Joshua había pasado la noche ahí en lugar de despertarme. Pensé que quizás él era demasiado penoso como para disculparse y prefirió compensarme lo de la otra vez cuidándome.

Así estaríamos a mano, y una vez yo tuviera la disposición de marcharme, volveríamos a ser un maestro de Historia del Arte y un alumno con mala caligrafía.

Fui a la cocina a buscar algo de desayunar; a pasos lentos y desganados, con las manos dentro de los bolsillos de mis vaqueros holgados y la cabeza abajo.

Al entrar, noté un aroma a pan carbonizado. Alcé las comisuras de mis labios al mismo tiempo que el cuello y pensé en que, aparte de volátil, Joshua era un irresponsable. Los platos sucios en el fregadero, las cajas de cereal esparcidas en cada mueble, el bote de leche afuera y el sartén aún sobre la estufa.

«Es todavía un niño», pensé.

De haber tenido más energía, hubiera permitido que el obsesivo de Christian Miller se pusiera a ordenar todas y cada una de las cosas que había ahí y dejar el lugar habitable, pero como no era el caso, solo tomé una manzana y la caja de cereal de chocolate. Ni siquiera me apetecía buscar un plato para comer, me llenaría de hojuelas dulces, manzanas y café expreso.

Cuando estuve a punto de sentarme sobre un mueble para degustar mi desayuno improvisado, el teléfono comenzó a sonar. Yo era esa persona que detestaba —y sigue detestando—, los teléfonos fijos. No les encontraba sentido, si existían los móviles y mensajes de texto.

Pensé que lo menos que podría hacer por Joshua, después de todas sus atenciones, sería contestar la llamada y pasarle el recado. Quizá podría ser algo importante, como la oportunidad de dejar de ser profesor y volver a su fabulosa vida en Nueva York.

De ser así, lo extrañaría y consideraría la idea de fugarme también, porque al parecer me contagió de ese espíritu absurdo de alabar esa ciudad. En un sitio tan grande tendría oportunidad de deshacerme de todo lo que no quería y empezar desde cero.

Convertirme en la persona que siempre quise ser o al menos aparentar que lo soy.

Llevé la caja de cereal conmigo y me puse en marcha hasta donde el odioso teléfono fijo. El mueble en el que estaba se hallaba justo al lado de la repisa metálica, ahí reposaba la foto de los adolescentes Joshua y Charly.

Respiré hondo cuando la vi.

Se veían felices juntos, tal vez esa era una de las tantas caras del amor juvenil. Ese que no siempre dura, pero que deja marca. Aquel que experimenté de la manera más caótica y trágica con Harry.

Tomé el teléfono y me senté en el suelo, con la caja de cereal al lado.

—¿Diga? —le pregunté a la bocina.

¿Joshua? —cuestionó una voz femenina.

No quise hacer teorías sobre quién era y preferí meter un par de hojuelas a mi boca.

—No se encuentra —respondí después de tragar—, salió a trabajar, ¿quiere dejarle un recado?

¿Quién eres? —resopló.

—Solo un amigo de Joshua. —Era la respuesta más sencilla, aunque supiera que ambos estábamos muy lejos de ser considerados como tal—. ¿Quiere que le avise que llamó?

La mujer suspiró largo. Fue uno de esos sonidos que puedes ver porque la imaginé sosteniendo el tabique de su nariz.

Solo no cometas un error —aconsejó—. Es un juego y ya.

—¿Qué?

Que no se te ocurra pensar en Joshua como algo serio —advirtió—. Él no se toma así a nadie, ni siquiera porque te lo prometa.

—Creo que se encuentra confundida —aclaré con molestia, la cabeza había comenzado a punzarme—. Josh y yo...

Así está bien —me interrumpió—. Con él es mejor verlo todo igual a un juego.

Joshua llegó a eso de las cinco, encogido como un pingüino y con la cara escondida en el cuello de su gabardina negra. Lo primero que hizo fue acercarse a donde su pizarra, ya que me encontraba dibujando ahí. Él comenzó una especie de inspección con el fin de comprobarse que yo estuviese bien y después fue hasta su sillón.

—¿Cómo te fue hoy? —le pregunté, ya saben, quería evitar caer en el silencio incómodo.

Terminé de dibujarle el último detalle a los peces beta y me levanté para ir a hacerle compañía en la sala.

—Horrible —replicó, fastidiado—. ¿Cómo estás? Ya no pareces un muerto en vida.

Me senté en el sillón más pequeño y fijé mi atención en él. Joshua se tiró con los pies arriba de este y comenzó a revisar el móvil.

—Creo que mejor, me hubieras despertado para ir a clases.

—Estás loco —increpó, quitó su mirada del aparato—, afuera estaba helando. No te preocupes por las faltas.

—Gracias, supongo.

Suspiré y me desparramé en el sillón.

—¿Qué quieres comer?

—Una pizza o una hamburguesa —dije al instante, mi hambre había regresado, fuerte y asesina.

Joshua se incorporó y me dedicó una mirada de estupor.

—¿No eras vegetariano? —cuestionó, indignado—. Te ayudaré con tus principios y te pediré una ensalada.

—No quiero volver a explicar todo el rollo de ser vegetariano y la lechuga. —Puse los ojos en blanco—. Para tu información, llevo año y medio sin probar una de esas.

—¿Comes pasto o qué?

—Ahora eres tú el de los chistes malos —acusé al mismo tiempo que lo señalaba con el dedo—. Existen las pizzas y las hamburguesas vegetarianas.

—Las plantas también tienen sentimientos —vaciló—. ¿Te comerás a la cría de un champiñón?

Tomé uno de los cojines del sillón y se lo lancé a la cara, después Joshua me la regresó, pero como no le atinó, golpeó uno de sus muebles y cayó al suelo.

—Los veganos me dan miedo —afirmó.

—¿Te aterra que llegue uno a penetrarte el recto con una zanahoria?

Joshua me aventó el cojín que quedaba en la cabeza y esta vez sí le atinó.

—Conocí a un tipo que solo comía alimentos crudos y que se cayeran de los árboles —explicó, perturbado—. Cuando lo veía pensaba: mierda, este sujeto va a acabar tragando oxígeno.

—Así evitaríamos toda la conspiración de alimentos procesados.

—¡Sí son conspiranoicos! —exclamó como si hubiera hecho el descubrimiento del siglo.

—En los suplementos de carne ponemos chips de control mental. —Hice mi voz sonar más lúgubre, como de esos vídeos de misterios y asesinos.

—Y por eso prefiero vivir de chatarra y no caer en su control mental.

—Cuando tengas la edad de tu padre y estés igual de gordo dirás que hubieras preferido que el tofu te controlara.

Ambos soltamos una carcajada de lo más estrepitosa e infantil. Yo volví a reír cuando Joshua puso la mano en su estómago para comprobar que no estuviese engordando.

—Calma, por el momento estás bien —contesté con sinceridad.

Él suspiró, aliviado.

—Para que veas que no soy tan malo, te pediré una pizza vegana, ¿vale? —dijo mientras tecleaba en su móvil—. Ya hice la orden, pero insisto, me suena más a una ensalada con queso falso y pan duro.

—Luego te pago, aunque seguro me despiden del trabajo.

—No es necesario.

—¿Me estás compensando por lo de la última vez?

—Tal vez. —Bloqueó el móvil—. No era mi intención, es solo que... —Mordió su labio inferior y jugó con sus dedos—. No lo he superado.

—Somos un par de traumados. —Encogí los hombros—. Creo que por eso nos llevamos bien.

—Tenemos conflictos con nuestros padres y un primer amor que no funcionó. Somos el cliché de homosexual.

Fue rarísimo escucharlo llamarme de ese modo y con tanta seguridad, sin embargo, sentí que debía aclararlo.

—Creo que entro en categoría de bisexual —corregí—. Cuando voy caminando por la calle a veces veo personas que me atraen, pueden ser hombres o mujeres, da igual —suspiré hondo, me dejé caer del sillón y terminé en el suelo—. Y eso me asustaba.

—Normal. —Él hizo como yo y también se sentó en la loseta fría.

Abracé mis rodillas y él recargó la espalda en el sillón.

—Chris, no tiene nada de malo. Solo tuviste el mismo infortunio que yo de descubrirlo de forma caótica.

—¿Se hará más sencillo después? —lo miré a los ojos y creí que por un momento me ahogaría en ese océano de lo prohibido.

—No lo sé... —También tenía la atención sobre mí—. Sigue sin ser fácil para mí. Cuando vivía en Nueva York medio lo era, pero la cagué.

—Quisiste jugar al libertino.

—Odio tu capacidad de adivinación sobre mi vida. —Simuló indignación—. Después de lo de Charly, sentí que mi juventud se esfumó. Vivía en un país que desconocía, tenía que fingir ser el ahijado de mi padre porque ya sabes... el hijo de la otra. No podía ser quien soy en realidad, y me aterraba la idea de que se enteraran y terminara solo.

Tragué saliva y destensé mi postura.

—Cuando entré a la universidad y logré tener algo de libertad en Nueva York, aproveché e hice todo lo que no pude —continuó—. A la vez que mantenía la fachada de haber sentado cabeza. Era rarísimo, pero así me gustaba. Sin embargo, tomé malas decisiones, la cagué y ahora estoy acá.

—Con tu alumno que tiene caligrafía de primate hablando sobre tu vida.

El timbre interrumpió la conversación, Joshua lo agradeció, ya que se levantó con celeridad para ir a atender la puerta. Mientras, yo me quedé pensando en su historia y a la vez, en la mujer que llamó por la mañana. Llegué a la conclusión de que tal vez fue una amiga que lo conocía lo suficiente como para saberle sus mañas.

Era una buena persona, si es que pretendía evitar que un imbécil cayera en su trampa.

Él dijo que yo le gustaba, pero que te guste alguien no quiere decir que busques algo serio con esa persona. Solo se le irá y ya. Joshua es un ser muy volátil, de esos locos que se apasionan con una novedad y después se les pasa para brincar a otra. De todos modos, ¿eso sería algo malo? En ese momento yo no quería que me tomaran en serio y volverme endeble ante sentimientos que no sabía manejar.

Joshua regresó con las cajas de pizza y dos latas de refresco. Volvió a sentarse en el suelo y puso la comida en el piso. Eran dos pizzas individuales, la vegana para mí y una de cuatro quesos para él.

—¿Cómo es una pizza vegana? —preguntó, intrigado.

—Lo mismo, pero sin queso hecho de leche de vaca y sin embutidos —respondí con la boca llena, no me molesté en conservar mis modales—. Esta tiene champiñones, pimiento y cebolla.

—Qué aburrido. —Él mordió la rebanada—. ¿Sí tomas refrescos? —me acercó una de las latas.

—Por el momento todavía no soy vegano, estoy en transición. —Agarré la lata y la abrí—. Pruébala si tanta curiosidad te da —le acerqué mi rebanada.

Joshua la miró con duda, así como yo lo hice con su cóctel la primera vez que salimos.

—No me digas que es en serio lo de los veganos conspiranoicos.

—Detesto la soja —le dio un trago a su lata.

—¿Te da miedo una pizza?

—Chris...

Me acerqué a él con todo y la rebanada, quería estampársela en la cara. Joshua hizo un movimiento ágil y acabó tirándome el refresco en la cabeza.

—¡Sí le tienes miedo! —exclamé con lucidez.

—Qué infantil eres.

—Al menos yo no le tengo pánico a una pizza.

Agarré mi lata y elevé una ceja. Joshua negó con la cabeza, pero eso no pudo evitar que también le lanzara el refresco encima. Así empezó una pequeña pelea en la que nos arrojamos el líquido, sin importarnos ensuciar el sillón o la alfombra o dejar nuestros rostros pegajosos por el azúcar.

Cuando terminamos con el contenido, reímos al caer en cuenta de lo patéticos que éramos.

—Te odio —mencioné al mismo tiempo que me secaba la cara con la manga del suéter.

—Tú empezaste. —Joshua acomodó su cabello hacia atrás, dejando al descubierto su frente. Aquello hizo que sus ojos destacaran más, así como el resto de sus rasgos.

—De verdad, te odio —dije con más seriedad—. Detesto pasármela bien contigo.

—¿Chris? —su expresión cambió a una de confusión.

—Escúchame —le pedí—, te odio, te odio cómo no tienes una idea. —Se quedó paralizado, sin un gesto claro en su rostro—. Te odio porque eres borde conmigo, pero se te da por ser amable a veces. Te odio porque fuiste tú el que hizo que me diera cuenta de que me gustan los chicos. —Mi semblante serio comenzó a titubear, debía decírselo, era el momento y no soportaría la tensión de callármelo—. Te odio porque tú también me gustas.

Joshua abrió los ojos tanto como pudo. Yo sentía que en cualquier momento me desvanecería de la vergüenza. No obstante, tomé el poco valor que todavía me quedaba y gateé por el suelo, necesitaba acercarme. Él entendió mi intención e hizo lo mismo, colocó las manos en mis mejillas y contempló mi cara sonrojada. Bajó la cabeza, chocó su frente con la mía y después me sonrió.

Nos besamos. Lascivia. Urgencia. Pasión. Torpeza. Impulsos erráticos. Un cóctel de todo eso y a la vez de una sensación gozosa.

Nos separamos solo para volver a besarnos, él apoyó su peso encima de mí y acabé con la espalda sobre la alfombra. Joshua se separó y colocó las manos en el suelo, a mis costados.

—Solo no me llames por otro nombre. —Desvié la mirada y, una vez más, la duda llegó a mí.

Él me tendió una mano para que me levantara del suelo. Obedecí y entrelacé mis dedos con los suyos.

—Te lo prometo, Chris.

La forma en la que pronunció mi nombre retumbó dentro de mis oídos. Recordé que no debía caer en sus palabras, pero la parte más reprimida de mí aceptó su posible promesa vacía.

Continuamos con el juego, entre besos, empujones, risas de burla y complicidad. Mi voz represora volvió, pero justo cuando teníamos los pantalones desabrochados.

Era ya muy tarde para detener mis impulsos.

Hicimos todo eso mientras nos acercábamos a su habitación, incluso trastabillamos con algunas cajas, lo que provocó la sonora carcajada de ambos.

Éramos borrascosos, pero así me fascinaba lo nuestro.

Me tumbé sobre la cama y abrí los brazos para recibirlo. Se colocó entre mis piernas, acercó su mano a mi cara y se deshizo de mis gafas. Besó mi boca, mis mejillas, bajó a mi barbilla, pasó por el cuello, a las clavículas y por el resto hasta que llegó a la parte de abajo del ombligo. De nuevo me encontraba en esa posición. Sin embargo, Joshua volvió a subir, tomó mi mano e hizo que la metiera dentro de su bóxer, y yo por instinto la coloqué en su sexo.

Mi cara ardió, pero tuve el suficiente valor para dejarla ahí y comenzar a moverla. Era extrañísimo, sin embargo, entendí por qué la última vez disfrutó tanto con mi expresión.

Antes de que empezáramos, Joshua hizo una pausa para buscar dentro de la cajonera de al lado de su cama un condón y lubricante. Cuando abrió el contenedor supe que no habría marcha atrás y esa adrenalina hizo un recorrido por todo mi ser, provocando que la excitación y el miedo se convirtieran en una sensación indescriptible.

Si tuviera que comparar aquello que hicimos con otra cosa, diría que fue como ir al dentista. Yo el paciente, Joshua el odontólogo. Un especialista que me pedía que le golpeara la espalda si dolía demasiado y de no hacerlo, él seguiría entrando. Primero fue un dedo, luego dos que empezó a mover, ahí no pude continuar aguantando y me quejé un poco, pero no lo suficiente para hacerlo detenerse.

Una vez entró la punta de su miembro, tuve el instinto de jalar sus cabellos, sin embargo, lo dejé seguir. Eso sí, estuve cerca de enterrarle las uñas en la espalda por el dolor que sentí cuando se metió por completo. Solo me aferré a las sábanas y mordí con fuerza mi labio inferior. Aunque me propuse no hacer sonido alguno, llegó el momento en el que no pude reprimir los remedos de gruñidos —o más bien gemidos—, que salían de mi boca.

Lo que sí no intenté callarme, fue la queja por el calambre que me dio debido a la posición tan incómoda en la que estaba: yo con las piernas sobre sus hombros y viendo al océano de su mirada, Joshua casi de rodillas, con las manos apoyadas en el colchón, acorralándome. Todo lo que veía era él, era de lo único de lo que estaba seguro. La cama rechinaba cada que entraba y salía, sus cabellos azabaches se agitaban y las gotas de sudor caían de su frente hasta mi cuerpo.

Esperé que al terminar me llamara Charly, pero lo que sucedió fue que se acostó a mi lado, boca abajo y me abrazó, mientras me preguntó:

—¿Todo bien, vegano conspiranoico?

Solo asentí con la cabeza. Por alguna razón que desconocía, sentí como mis ojos ardían, sin embargo, de nuevo fui incapaz de llorar.

#ProtejanAChris

Hola, conspiranoicos, espero hayan disfrutado el capítulo de hoy, un poco largo, pero no quise partirlo en dos partes.

Antes que nada, una pequeña duda existencial, ¿cómo que actores se imaginan a Joshua y a Chris? Es solo curiosidad. 

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