El retrato de un joven lúcido...

By AnnieTokee

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Christian intenta reprimir, sin mucho éxito, sus deseos por el nuevo profesor de arte. Además, lidia con los... More

Antes de empezar
Capítulo 1: Caligrafía de primate
Capítulo 2: El extraño del espejo
Capítulo 3: El ave que caza el felino
Capítulo 4: Black Sunrise
Capítulo 5: De proporciones místicas
Capítulo 6: El retrato de la especie endémica
Capítulo 7: Luna rosada y agua fluorescente
Capítulo 8: Tratado de paz entre dos mundos
Capítulo 9: Role-Playing
Capítulo 11: Un viaje en máquina del tiempo al pasado
Capítulo 12: La lengua de la serpiente
Capítulo 13: Leche de almendras para el malestar
Capítulo 14: El amor no es inherente a lo eterno
Capítulo 15: Veganos conspiranoicos
Capítulo 16: Juguete contra el estrés
Capítulo 17: Los niveles existen para todo
Capítulo 18: Reglas para evitar el caos
Capítulo 19: Filtro en blanco y negro
Capítulo 20: Identidad incinerada
Capítulo 21: Vive, ríe y sueña
Capítulo 22: Efectos colaterales de la Navidad
Capítulo 23: La droga de fin de año
Capítulo 24: De primate a mosquito
Capítulo 25: La bodega de Mordor
Capítulo 26: Aquello que nadie dice en voz alta
Capítulo 27: El sollozo que apaga el fuego
Capítulo 28: Es más fácil delatarse de noche
Capítulo 29: El final
Capítulo 30: La punta de la colina
Capítulo 31: El colado de la familia
Capítulo 32: El compromiso irreversible
Capítulo 33: Gracias, pero adiós
Capítulo 34: En el puente de Brooklyn
Capítulo 35: Una decisión que cambia todo
Capítulo 36: Nunca pierdas el origen
Capítulo 37: El punto de nuestra fuga
Capítulo 38: La obra de un artista medio lúcido
Capítulo 39: Rosas blancas y lavandas
Capítulo 40: Desearía ver fantasmas
Capítulo 41: Nuestro lugar de fantasía
Capítulo 42: La ciudad de los recuerdos
Capítulo 43: Las amistades peligrosas
Capítulo 44: El tren que recorría el prado
Capítulo 45: Idílicos peces Koi
Capítulo 46: La piedra preciosa del fantasma
Capítulo 47: Solo en el arte
Epílogo: El retrato de un joven lúcido
Todavía no se vayan

Capítulo 10: A veces los fantasmas siguen aquí

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By AnnieTokee

[Harry Brown: ¿Por qué no vienes este fin de semana?]

Detuve mi camino de regreso a casa para analizar el mensaje que recibí de Harry. Estuve hablando con él desde Nueva York, tal vez fingiendo que nada pasó entre nosotros. Casi se sentía como antes de que yo echara a perder todo. Sin embargo, no me apetecía volver a un pueblo plagado de recuerdos traumáticos, encontrarme con gente que seguro todavía me odia y hacer un Role-playing del pasado.

Le respondí con un seco: «Tal vez».

Para llegar a casa, tenía que caminar por una calle que me desviaría al departamento de Joshua. Volví a detenerme, recordé el ruidoso juego de llaves dentro de mi mochila y la promesa que le hice de devolvérselas lo más rápido posible. Lo intenté después de clases, pero no lo encontré. Joshua tenía la costumbre de irse lo más temprano que se pudiera porque odiaba su trabajo y lo que había hecho de su vida.

Suspiré largo y alteré mi dirección. Solo lo saludaría, le daría las llaves y después desaparecería como el fantasma que pretendía ser.

Mientras caminaba comencé a sentir las gotas de agua cayendo del cielo hasta mi cara. Aun así, continué, solo que un poco más a prisa y usando mi chaqueta para cubrir la mochila con mi ordenador portátil dentro. El líquido caía fino y helado sobre mi cabello, el encharcado en el suelo traspasó la tela de mis zapatillas y las personas que todavía transitaban las calles huían despavoridas. Pareciera que en lugar de agua cayera ácido del cielo. Lo único que me jodía de la lluvia era que mis gafas se empañaran, así que insulté a mi miopía e incapacidad para soportar las lentillas por más de doce horas.

Entré al edificio de Joshua sintiéndome triunfante. Lo primero que hice fue revisar que mi ordenador portátil estuviera intacto y suspiré de alivio cuando vi que se encontraba a salvo. El pantalón me pesaba y era incómodo caminar con las zapatillas escurriendo, no obstante, subí las escaleras corriendo. Al llegar a la puerta de Joshua toqué el timbre y aguardé con impaciencia. Hacía un frío de mierda y me abracé a mí mismo para calmar la forma en la que temblaba.

Joshua me recibió con un gesto fastidiado, sin embargo, no tardó mucho en cambiarlo por una expresión angustiada.

—Cuando quise dejarte las llaves ya no estabas —dije al mismo tiempo que se las daba.

Él las recibió, su rostro se encontraba en el punto medio de la extrañeza y el conflicto.

—Deberías entrar a secarte —ofreció, seguía con ese semblante de angustia—. No sé en qué pensabas cuando viniste hasta acá así.

—Es solo agua. —Hice un ademán para que se calmara.

—Chris... —Estiró la mano y se agarró a la manga de mi suéter empapado—. Seguro Charly también dijo lo mismo y te recuerdo cómo acabó. —Noté un destello de melancolía en el océano de su mirada.

No pude contra esa impotencia reflejada; Joshua también tenía un pasado no superado, una persona que todavía no olvidaba y recuerdos estancados que de la nada llegaban a invadir su mente.

Lancé un largo suspiro y accedí a entrar.

Volvería tarde a casa. Pensé que quizá saldría cuando los grupos de delincuentes rondaban por ahí. Imaginé que quizás uno de ellos me acuchillaría hasta matarme y también a mi cuerpo desangrado apareciendo en las noticias.

En mi mente recreé mi propio funeral y el cómo mi padre pelearía con mi abuela sobre quién era el culpable de mi muerte. Ella de seguro diría: «¡Tú lo dejabas andar a esas horas solo!». Y papá respondería: «¡Diane y tú lo criaron! ¡Ustedes lo educaron así!». No obstante, mi padre se sentiría libre después de mi sepulcro, porque tendría otra hija a la que no criaría con tantos errores. Aunque quizás Alice acabase por desesperarse de lo torpe que era para todo lo que no tuviera que ver con trabajo y le pediría el divorcio.

Me aplasté en su sillón sin importarme mojar la tela. Temblaba como si fuese un vibrador a máxima potencia y sentía que todo me escurría. Joshua desapareció, dejándome solo en su sala. Me quité las gafas para limpiarlas y después observé el lugar. Poco cambió desde la última vez que estuve ahí, solo había más desastre; encontré platos sucios encima de la mesilla de cristal y basura de golosinas en el suelo.

Él volvió al poco rato con una toalla que tiró sobre mi cabeza. Empecé a secarme el cabello, me quité el suéter y dejé esta encima de mis hombros.

—¿Quieres café? —preguntó de forma servicial. Era increíble el contraste entre ese Joshua y el antipático de la mañana.

—Calma, no voy a morir. Llevo dieciocho años siendo una cucaracha.

De nuevo mi cerebro y mi boca habían perdido el filtro.

—Imbécil. —Rodó los ojos, se sentó a mi lado y cruzó los brazos—. Lo mejor será que te vayas cuando la tormenta pare.

—Solo préstame un paraguas. —Saqué el móvil del bolsillo de mi mochila, revisé la hora, eran casi las once.

Él recargó la cabeza sobre la palma de su mano y no dijo nada. Fijó sus ojos azules en mí por un buen rato, de nuevo, observándome cómo si fuera una criatura curiosa detrás de una vitrina.

Silencio incómodo. Los odiaba casi tanto o más que a mí mismo. Necesitaba detenerlos o si no, empezaría a asfixiarme.

—Calma, que yo no soy Charly —expresé, me quité la toalla y volví a abrazarme para entrar en calor.

Entrecerró los ojos, lo escuché suspirar y vi cómo le daba leves golpes al sillón con sus dedos.

—Eso lo sé, él era menos borde que tú —replicó con un toque de hostilidad—. Era el típico sujeto que prefería quedarse a ver películas que salir de fiesta, responsable a extremos enfermos, pero con esa pizca de rebeldía que lo hacía diferente —sonrió con amargura—. Nos la pasábamos horas jugando Halo o puteándonos con pistolas de dardos.

—Lo imagino como el de la razón y a ti el de las ideas —mencioné, no quería dejar morir la charla—. Así solía ser con mi viejo mejor amigo.

—Es gracioso ver como después de lo que te hizo no suenas ni de cerca molesto, ¿te enamoraste de él?

Enojado, lo empujé con brusquedad. Una acusación similar fue la que causó que el acoso explotara y que escalara a niveles que nunca esperé.

—El problema es que yo nací mal —confesé al mismo tiempo que bajaba los hombros—, pienso demasiado en la gente que debería detestar y muy poco en la que se supone que me ama.

—O sea eres un idiota y de paso masoquista.

—Se escuchaba más poético como lo dije yo.

El fuerte sonido de un relámpago interrumpió la charla. Tras esto, todas y cada una de las luces que estaban encendidas se apagaron, así como los aparatos dejaron de funcionar. Joshua y yo prendimos las lámparas de nuestros móviles y nos alumbramos el uno al otro. Todo me había salido mal ese día, porque incluso dejé de tener Internet en mi teléfono.

—¿Y ahora? —pregunté, frustrado.

—Pues a esperar, creo que tengo una linterna en mi cuarto, iré por ella, no me queda mucha batería.

—¿Por qué tienes eso ahí?

En lugar de responder, él me apunto con su lámpara justo en la cara. Hice lo mismo y empezamos un juego en el que nos dañábamos la vista. Terminamos cuando el teléfono de Joshua se apagó.

Él me pidió que lo acompañara para que pudiera alumbrarlo. Me había ofrecido su departamento, una toalla y un café, incluso alguien tan vil como yo accedería a pesar de la pereza que le daba dejar el sillón.

Apunté a la espalda de Joshua para iluminarle el camino. Me sentí como en una película de terror, de esas donde un grupo de ineptos hacen una expedición por un sitio que no deberían y parece que lo graban todo mal a propósito. Esperé a que saliera algún fantasma o posesión de cualquier lado, pero no había nada, solo por estar distraído trastabillé con las cajas.

Desde atrás, fui capaz de escuchar la risa burlona de Joshua.

—Qué curioso, también eres torpe a niveles ridículos —vaciló él—. Charly era de esos tipos que se tropezaban con sus pies.

Apreté los labios, sin embargo, no respondí.

Cuando llegamos a su cuarto, él se dirigió con premura hasta la cajonera. Yo lo seguí, puse el teléfono con la lámpara hacia arriba en algún sitio del mueble para que ambos pudiéramos buscar sin problemas. Los cajones de Joshua eran un mundo, se notaba que era de los que carecían de orden y echaban cualquier porquería en estos. Había desde condones hasta documentos, pasando por hilos, fotografías viejas e incluso una caja de chicles.

Entre todas esas cosas, encontré un dibujo a lápiz hecho en una hoja de cuaderno, incluso a contraluz podía ver que detrás tenía algo escrito. Supe que era viejo por lo arrugado del papel, sin embargo, se conservaba bien. Se trataba del retrato de un muchacho de cabellos alborotados y gafas de pasta, el tipo se encontraba ensimismado anotando algo y con una media sonrisa. Era obvio que se trataba de Charly.

Como no pienso mucho antes de hacer alguna estupidez, saqué la hoja, quería observarla con más atención. Eran trazos un poco torpes, pero buenos. Era claro que Joshua tenía habilidad con eso.

—¡¿Qué haces?! —preguntó, alterado.

Yo me senté en su cama y Joshua se estiró para quitarme el dibujo, pero fui más rápido y logré arrastrarme por el colchón y esquivarlo. Después, él se tiró encima de mí para conseguir arrebatarme el papel. Al percibir la invasión a mi espacio personal, lo aparté. Joshua se sentó en la cama y me prestó una mano para que pudiera hacer lo mismo.

—El otro día intenté dibujar a Hannah como algo que no fuera una caricatura y no funcionó —mencioné para evitar que cayéramos en un profundo silencio.

—Tu problema es que no sueltas la mano —resopló—. Caminas tenso, escribes tenso, hablas tenso, comes tenso, ¡vives tenso!

—Siempre quise un retrato. —Pensé en voz alta—. Desde que me mudé me cuesta reconocerme en un espejo, tal vez, si me hacen uno, podría tener mejor consciencia de cómo me veo.

—Solo dibujo gente que posee algún rasgo muy característico y tú no tienes algo especial.

—Qué amable —bufé.

—Ven. —Él acercó sus manos a mi rostro y no hice nada para impedir que estas se posaran en mi mejilla—. Paliducho, pómulos normales, nariz pequeña y recta, común. —Recorrió con los dedos de una de sus manos esas facciones sin quitar la otra de mi mejilla—. Tienes la boca pequeña y nada más. —Estuvo buen rato con el dedo sobre mi labio inferior, moviéndolo de un lado a otro—. Lo único medio especial que tienes es que eres miope.

No quitó las manos de mi cara y aquello me causaba ansiedad. Me encontraba tenso, un poco más que siempre. Recordé la plática que tuve con Hannah en la enfermería y le di la razón a todo lo que dijo. Los pensamientos rebotaban por mi cabeza, similar a una pelota, de esquina a esquina, de lado a lado, me causaban jaqueca.

Me armé de valor, tragué saliva y me preparé para hacerle el último interrogatorio.

—Décima pregunta: ¿yo te gusto? —inquirí. Quería parecer inexpresivo, aunque por dentro estuviera ahogándome.

Estábamos muy cerca el uno del otro, era capaz de respirar su aliento y él de hacerlo con el mío. Olía a mini donas, pero de las de canela y azúcar. A pesar de no ver nada, supe que él se quedó en un vahído y con una mano todavía en mi mejilla.

Casi por arte divino las luces se encendieron y por fin pude notar su expresión, se encontraba contrariado. Él acercó su rostro al mío y yo hice lo mismo sin saber por qué. Rozó mi labio con el suyo y yo abrí la boca. Así fue como nos besamos por vez primera y caímos presos de nuestros deseos reprimidos. Aquello era urgente y lento, la respuesta perfecta a mi pregunta número diez.

Me hice hacia atrás, resbalé con sus sábanas blancas y caí, o más bien me dejé caer. Agarré su nuca por reflejo y eso hizo que él acabara encima de mí. Hubo unos instantes de silencio necesarios, nadie se movía o decía algo más. Quise acabar con eso y le hice una seña para que se acercara. Él fijó sus ojos felinos sobre mí, estaba dudando tanto como yo.

—¿Estás seguro? —preguntó, escondía sus ansias detrás de esa pinta impasible.

Pude irme, expresarle que quería marcharme y que la lluvia había cesado. Incluso estaba la opción de volver a ser borde y decirle que solo me diera un paraguas, pero como tendía —y tiendo—, a actuar sin pensar, asentí con la cabeza. En parte dándole la razón a todo lo que se solía decir sobre mí en mi otro instituto.

Él se agachó para quedar cerca de mí, y yo, como burdo primer reflejo, lo tomé por detrás, pegándolo a mi cuerpo, sintiendo su calor, recordando esa vez cuando me abrazó en Nueva York. Lo escuché soltar una risa y le di un golpe en la espalda, no soporté que se burlara de la poca experiencia que tenía. Aun así, Joshua no se esforzó por deshacer el abrazo, de hecho, fui yo quien lo hizo para dejarlo continuar con lo que sea que estuviéramos a punto de hacer.

Él deslizó su mano hasta tenerla sobre la mía y entrelazamos los dedos. Fuerte, muy fuerte, pero a la vez seguro. Se acercó lo suficiente para besarme otra vez. Sentí su lengua chocando con la mía, la mordida en mi labio inferior y cómo se separó solo para volver a hacerlo con el mismo ímpetu. Dejó mi boca y pasó a mi cuello. El cosquilleo y las sensaciones me llevaron a un estado en el que las dos voces dentro de mi cabeza volvían a su discusión eterna sobre el absurdo de mis acciones.

—Estoy bien, estoy bien —repetí entre murmullos.

Joshua alzó la cabeza y me miró con extrañeza. Aunque quizás, a esas alturas, ya se había hecho a la idea de que soy raro como la mierda. Sacudí la cabeza, necesitaba dejar de pensar en absurdos y poder enfocarme en el presente.

—Solo ignórame —susurré.

Él se apartó y separó mis piernas para abrirse un espacio ahí. Después, puso sus manos a cada lado de mis caderas y sonrió con algo de picardía. Mientras, yo me preguntaba qué cara tendría el extraño de mi espejo. No sabía qué era lo que pretendía, solo me dejaba llevar por el oleaje de aquel océano repleto de mis deseos inexplicables y prohibidos.

Las manos frías sobre la piel de mi abdomen provocaron un escalofrío. Buscó mi boca de nuevo e hizo un recorrido con sus dedos a través de mi cuerpo, mismo que acabó en mis mejillas. El bochorno que sentí era tanto que mis gafas habían comenzado a empañarse, él me las quitó y las dejó sobre la cama. Buscó mi aprobación con la mirada para continuar, y yo se la di asintiendo con la cabeza.

Él subió la camiseta, besó mi pecho, mi abdomen y fue avanzando hasta que se encontró con el pantalón. El sonido de la bragueta bajando. La gran bocanada de aire que tomé. El aroma a humedad de esa habitación austera de paredes blancas y sin gracia. Su mano grande y cálida sobre mi extremidad, cuidadoso, pero sin miedo. Después, su boca en la punta y su lengua recorriendo la extensión, pareciera que él ya había hecho eso decenas de veces, pero en mi caso, era la primera vez que lo experimentaba de ese modo.

Aferré mis manos a las sábanas, arqueé la espalda y mordí mi labio inferior para reprimir cualquier sonido que pudiera escapárseme. Joshua alzó la cabeza, en su rostro había una expresión de satisfacción. Imaginé que era porque le parecía placentera la cara abochornada y conflictuada del extraño de mi espejo.

—Anda, no lo reprimas, Charly —pidió con emoción.

Ahí lo entendí.

A Joshua no le gustaba Chris, se encaprichó con él porque le recordaba a su primer amor que murió; ambos enclenques, torpes, despeinados y miopes. En el fondo siempre lo supe, pero no soporté que me confundiera así. Aquello me hizo volver a la realidad. Recordé que no debía hacerlo, que estaba prohibido, que yo no era así.

Que yo no era lo que Harry inventó y todos creyeron.

Alcé uno de mis pies y lo puse en su hombro. Él quizá pensó que se trataba de algo sensual, pero lo que acabé haciendo fue patearlo para que se alejara.

—¡Hasta aquí! —exigí al mismo tiempo que bajaba de un salto de la cama.

Me puse mis gafas lo más rápido que pude, Joshua intentó acercarse tocando la base de mi hombro, pero retiré su mano con brusquedad. Abroché cómo pude mis pantalones y me evaporé de la habitación. Tomé mis cosas y escapé de su departamento, ignorando por completo lo que trataba de decirme.

Solo quería salir de ahí y que alguien me golpeara en la cabeza por dejarme llevar por ese océano borrascoso.

¡Hola, conspiranoicos!

¿Chris tenía razón en enojarse con Joshua?

Espero hayan disfrutado el capítulo, de nuevo, mil gracias por el apoyo que este pequeño está recibiendo.

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