El retrato de un joven lúcido...

By AnnieTokee

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Christian intenta reprimir, sin mucho éxito, sus deseos por el nuevo profesor de arte. Además, lidia con los... More

Antes de empezar
Capítulo 1: Caligrafía de primate
Capítulo 2: El extraño del espejo
Capítulo 3: El ave que caza el felino
Capítulo 5: De proporciones místicas
Capítulo 6: El retrato de la especie endémica
Capítulo 7: Luna rosada y agua fluorescente
Capítulo 8: Tratado de paz entre dos mundos
Capítulo 9: Role-Playing
Capítulo 10: A veces los fantasmas siguen aquí
Capítulo 11: Un viaje en máquina del tiempo al pasado
Capítulo 12: La lengua de la serpiente
Capítulo 13: Leche de almendras para el malestar
Capítulo 14: El amor no es inherente a lo eterno
Capítulo 15: Veganos conspiranoicos
Capítulo 16: Juguete contra el estrés
Capítulo 17: Los niveles existen para todo
Capítulo 18: Reglas para evitar el caos
Capítulo 19: Filtro en blanco y negro
Capítulo 20: Identidad incinerada
Capítulo 21: Vive, ríe y sueña
Capítulo 22: Efectos colaterales de la Navidad
Capítulo 23: La droga de fin de año
Capítulo 24: De primate a mosquito
Capítulo 25: La bodega de Mordor
Capítulo 26: Aquello que nadie dice en voz alta
Capítulo 27: El sollozo que apaga el fuego
Capítulo 28: Es más fácil delatarse de noche
Capítulo 29: El final
Capítulo 30: La punta de la colina
Capítulo 31: El colado de la familia
Capítulo 32: El compromiso irreversible
Capítulo 33: Gracias, pero adiós
Capítulo 34: En el puente de Brooklyn
Capítulo 35: Una decisión que cambia todo
Capítulo 36: Nunca pierdas el origen
Capítulo 37: El punto de nuestra fuga
Capítulo 38: La obra de un artista medio lúcido
Capítulo 39: Rosas blancas y lavandas
Capítulo 40: Desearía ver fantasmas
Capítulo 41: Nuestro lugar de fantasía
Capítulo 42: La ciudad de los recuerdos
Capítulo 43: Las amistades peligrosas
Capítulo 44: El tren que recorría el prado
Capítulo 45: Idílicos peces Koi
Capítulo 46: La piedra preciosa del fantasma
Capítulo 47: Solo en el arte
Epílogo: El retrato de un joven lúcido
Todavía no se vayan

Capítulo 4: Black Sunrise

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By AnnieTokee

—Fuiste tú —afirmó, jadeaba debido al cansancio, había corrido tras de mí—. No me sorprende —sonrió, estupefacto.

Aun si hubiese tenido la contestación perfecta en la punta de la lengua, sabía que lo mejor que podía hacer era callarme, mantenerme a la espera de que cualquier desgracia sucediera o de recibir de una maldita vez la puñalada bajo mis costillas.

Creo que Beckett sintió compasión por mí y cambió su expresión severa por una sonrisa amable. Un gesto sincero de alcohólico simpático. Él puso ambas manos sobre mis hombros para evitar caerse por la ebriedad.

—¿Cuántos años tienes? —me interrogó.

—Acabo de cumplir dieciocho, ¿por qué te importa? —No comprendí el motivo de su pregunta, pero no podía pedirle coherencia.

—Solo quiero hablar sobre lo que pasa entre nosotros —dijo con sorprendente elocuencia—. Aclarar los problemas, llegar a un acuerdo y entrar en algún bar, que estoy hartándome del puto frío.

«Ojalá, Beckett nos enseñara borracho y simpático, no sobrio y cansado de su vida», pensé.

Estábamos cerca. Podía respirar su aliento alcohólico y, bajo la luz del poste, noté la claridad de sus iris.

—¿Qué dices? —preguntó, me zarandeó un poco debido a su inestabilidad y una vez se repuso, soltó una risita—. Podemos arreglarlo con unos tragos.

Tenía el «no» en mi cabeza, este viajó por las conexiones de mi cerebro hasta la punta de mi lengua, no obstante, cuando abrí la boca, solo solté un chillido que Beckett interpretó como una respuesta positiva. Él se separó, empezó a caminar hacia el frente y me hizo una seña para que lo siguiera. Tuve la oportunidad de retractarme, pero como dije, es muy fácil convencerme de hacer cosas que no quiero.

Había un perpetuo silencio y solo se escuchaba el crujir de las hojas secas al aplastarlas. Las calles se mantenían oscuras, nada más nos iluminaban los postes de luz y una que otra ventana abierta con el foco encendido. Pensé que en realidad era una trampa, que no me llevaría por unos tragos, sino a un callejón escondido, lejos de toda persona que pudiera escuchar mis gritos. Él sacaría una navaja de su chaqueta y me apuñalaría hasta matarme. Imaginé mi cuerpo desangrado en las noticias al día siguiente y la cara que pondría mi padre al enterarse.

A pesar de todo, no escapé, las piernas no me respondían para girar, pero sí para seguir a Beckett, quizás era resignación.

El ambiente dejó de ser lúgubre, se llenó de luces neón y música a todo volumen. Beckett se detuvo frente a un bar cargado de iluminación blanca. Desde donde estábamos podía escuchar a una banda tocando en vivo y el parloteo de los de dentro. Él me esperó para entrar e hizo una seña, pidiéndome que me acercara. El gorila que cuidaba la puerta me miró de forma sospechosa, supongo que era porque ponía en duda mis inexistentes veintiún años, pero no dijo nada.

Al entrar lo que más llamó mi atención fue la banda tocando al fondo sobre un escenario, era un grupo de rock que interpretaba covers, no tenían nada especial. Había varias mesas de madera con sillas del mismo material distribuidas por todo el sitio. Al fondo, a la izquierda, estaba la barra y por encima, luces de LED blancas, colgadas y enredadas entre los cimientos del techo.

Nos sentamos en cualquier lado. Beckett puso sus ojos encima de mí, como si yo fuese un animal gracioso detrás de una vitrina.

—¿Eres novio de Hannah Davies? —preguntó él, tomó el menú entre sus dedos y empezó a revisarlo—. Los veo muy juntos.

—Algo así —susurré.

Hannah y yo encajábamos más en: «mejores amigos que se besan».

El título no parecía molestarle, a mí tampoco si era sincero, más que resignación, era por la comodidad de estar en una relación sin intimidad emocional.

Un mesero se acercó a pedir la orden, interrumpiendo la forzada charla. No tenía nada de hambre, pero moría de sed.

—Para mí van a ser dos Black Sunrise —pidió Beckett sin titubeos.

El mesero se giró hacia mí.

—Una cerveza —dije en un murmullo—, pero por favor, asegúrese de que la lata se encuentre bien cerrada —aclaré, subí la voz para procurar que él me escuchara.

Sentí cuatro ojos extrañados encima, pero el mesero se retiró y solo quedaron los de Beckett.

—Qué especial, Chris —comentó él—. No pensé que fueras un obsesivo de la higiene.

Escuchar mi nombre pronunciado por sus labios y con esa confianza, le agregó todavía más surrealismo a la situación.

—Nunca sabes si le meten otra cosa —repliqué, a la defensiva.

—¡Qué paranoico saliste!

—No es paranoia, es precaución.

—Suenas como mi madre.

Rodé los ojos y corté la discusión. Metí la mano dentro del bolsillo de mi chaqueta y saqué la cajetilla de cigarros junto con el encendedor. Le ofrecí uno a Beckett con todo y fuego después de prender el mío.

—Chris, eres una terrible persona —afirmó, le dio una calada al cigarro—. No deberías hostigar a alguien por sus preferencias sexuales.

—No me diga algo que ya sé —ladré—. Y sobre lo otro, usted fue el que empezó a llevarla mal conmigo.

—Yo no estoy en tu contra —se defendió, sacó el cigarro de la boca y lo puso entre sus dedos—. ¿Tienes delirio de persecución?

Sonreí, incrédulo. Crucé los brazos y me desparramé sobre la silla.

—No se desquite conmigo porque odia ser maestro —le espeté.

—Si te ponen a escoger entre vivir en Nueva York haciendo lo que quieres y ser profesor de una escuela en una ciudad cualquiera de Connecticut, ¿qué escoges?

—¿Y por qué la dejó? —pregunté con insana curiosidad.

El mesero interrumpió la conversación otra vez. Colocó los tragos de Beckett sobre la mesa y antes de irse, puso la lata de cabeza para que me asegurara de que estuviera cerrada.

Se estaba burlando de mí, incluso vi su sonrisa de lástima.

—Me metí en un lío de apuestas, perdí dinero y luego me despidieron del trabajo —admitió—. Acepté este empleo, porque era eso o empezar a dibujar gente en la calle para ganar dinero.

—No suena tan mal —pensé en voz alta.

Hice una nota mental de esa posibilidad, una que descartaría, ya que me había propuesto dejar de perder el tiempo durmiendo para empezar a estudiar cómo se debe. Ir a la facultad de Derecho, y tener a todos contentos menos a mí.

—Mira, si tengo suerte el próximo fin de semana arreglo mi asunto, volveré a Nueva York y haré de cuenta como que esto nunca pasó. —Beckett empujó uno de los vasos hacia mí y después tomó el suyo para beber—. Tienes que probarlo, te va a encantar.

—No gracias —respondí al instante, destapé mi cerveza y le pegué un trago—. No tomo alcohol de algo que no sé si lo abrí yo.

—Ese delirio de persecución.

—No se burle —repliqué con hartazgo. Froté el cigarro contra el cenicero de enfrente.

—Esto no tiene nada. —Tomó el vaso y me lo acercó—. Te lo prometo.

Tragué saliva, agarré el recipiente, lo mantuve entre mis dedos y lo acerqué a mi nariz para ver si no le había puesto alguna droga que me dejara sin voluntad y le facilitase la tarea de apuñalarme con la navaja que seguro guardaba en su chaqueta.

—Confía en mí, Chris —sonrió, sincero y transparente

Le di un sorbo, hice el intento de percibir algún sabor extraño, pero se sentía como un trago más.

—Lo admito, quizá te tomé saña —confesó. Continuaba con esa repentina amabilidad que contrastaba con lo cómico que se veía estando borracho—. ¿Qué quieres como compensación? Pide lo que sea.

—¿Va a comprar mi silencio? —Bebí otra vez del vaso. Él asintió con la cabeza—. Si me lleva a ver La Noche Estrellada en Nueva York, hasta estaré en deuda —bromeé.

Una de las cosas que de verdad quería hacer era tomar un directo a Nueva York, pagar un boleto para el museo e ir a admirar aquel cuadro que tanto me fascinaba.

—Pides demasiado —expresó, siguiendo mi juego—. Lo máximo sería llevarte a la exposición de Leonora Carrington que darán justo a donde voy, trajeron algunas de sus obras desde México.

—¡Amo a esa mujer! —exclamé, emocionado. Le di un sorbo más al vaso, casi me lo acababa, era adictivo—. Las quimeras, sus criaturas, ambientes y mensajes escondidos, son fascinantes, quisiera tener la mitad de su imaginación.

Hubo un silencio perpetuo entre los dos, por algo no me emocionaba hablando de las cosas que me gustaban.

Miré a la banda y bebí mi cerveza. Ignoraba toda vibración de mi móvil, así como la hora. Seguro mi padre llamándome, quizá pensando que me encontraba teniendo sexo con una compañera. Pude haberme ido, pero estaba cómodo ahí.

El siguiente cover que la banda tocó, fue una de The Strokes, mi favorita de todas: Last night.

—¡Cómo amo esa canción! —pronunció emocionado Beckett.

Al parecer me leyó la mente. Chocamos los vasos y después bebimos hasta el fondo. Él ganó, pero solo por pocos segundos de diferencia. Estar combinando alcoholes hizo que me relajara y empecé a moverme al ritmo de la música, como si fuera un atarantado. Beckett hacía lo mismo que yo, hasta con más ímpetu y energía. Agitaba su cabeza al vaivén de la canción; adelante y atrás, sin marearse. Sus rizos rebeldes volaban, pegándose en su cara. Lo encontré rabioso, lleno de vida y adolescente, no podía dejar de mirarle.

Y creo que él se dio cuenta, porque cuando la música paró, me dedicó media sonrisa.

—Echo de menos Nueva York —dijo una vez que acabó la canción—. Hay un bar donde un grupo toca unos covers buenísimos.

—Calla, hace que se me antoje todavía más ir allá.

Como ya no me quedaba mucha cerveza, bebí hasta el fondo de la lata. Sin que yo le dijera nada, Beckett alzó la mano, deseaba pedirle a un mesero que nos trajera más bebidas. Ordenó una lata de cerveza para mí y se aseguró de que le quedase claro al camarero que la quería cerrada.

Respondí la burla a mi costumbre enseñándole el dedo corazón.

—Más respeto, Chris, que soy tu profesor. —Sin preguntar, tomó uno de mis cigarros y el encendedor.

—Toda una figura de autoridad —bufé con sorna—. Y dígame, señor profesor, ¿está saliendo con alguien?

—Si te respondo, tú tendrás que aceptar que te pregunte algo personal.

—No soy ni de cerca interesante, la gente solía aburrirse conmigo porque no tenía nada para contar.

—Eso ahórratelo cuando te pregunte.

Bebí un sorbo grande de cerveza.

—El chico de la vez pasada fue solo un amigo que vine a ver y el ambiente se prestó para eso. —Encogió los hombros—. Ni siquiera nos hemos vuelto a hablar, ya sabes cómo es esto.

—No lo sé, Hannah sería mi primer «algo».

—Venga, no te creo —expresó, espontáneo—, no eres feo.

—En realidad, me sigue sorprendiendo que aceptara estar conmigo, a ver en qué momento se aburre —escupí en un susurro.

—Ya, no me deprimas. —Hizo una seña con su mano y bebió de fondo lo que tenía—. ¿A qué hora debes regresar?

—Por mí no volvería a casa de mi padre. —Apoyé la cabeza en la mesa—. Pero, en unos veinte minutos estará bien.

Las lentillas empezaban a incomodarme. Me picaban y me costaba mantener abiertos los ojos. Sin importarme que tuviera enfrente a mi profesor y las manos sucias, acerqué los dedos a uno de mis orbes para sacar de una vez ese plástico.

—¡¿Qué mierda estás haciendo?! —preguntó, exaltado—. ¡¿Te quieres dejar tuerto?!

—Las lentillas me están puteando —expliqué, alcé la cabeza y achiqué los ojos.

—No hagas eso, es asqueroso.

—Perdón, Joshua —dije, apenado. Me di cuenta de que lo había llamado por su nombre, pero no lo corregí—. Tenías razón, tengo los modales de un primate.

Me paré de la silla e hice caso omiso de todo lo que Joshua decía. Me alejé de él caminando entre las personas del bar y golpeé con el hombro a algunos, creo que por eso recibí un par de improperios. Dentro del baño me acerqué al lavabo, abriéndome espacio entre los borrachos que hacían lo mismo que yo.

Antes de sumergir mi cara en agua, saqué de mi bolsillo el estuche de mis gafas, ahí venía el contenedor donde ponía mis lentillas. Me piqué los ojos como un descoordinado, pero logré sacar los plásticos. Los puse en el espacio individual para cada uno, sin detenerme a pensar si los acomodé en el lugar correcto

Sin gafas y alcoholizado, todo se movía y se percibía dentro de la neblina. Me pegué un par de bofetones en la cara y me concentré en mi reflejo. Además, empapé mi rostro como si pretendiera ahogarme en ese baño y también bebí de esa misma agua.

Detrás de mí escuché que un sujeto entró de golpe y después las arcadas que hizo mientras vomitaba.

«Eso sí es asqueroso y no sacarse las lentillas», pensé.

Me puse las gafas y pude ver al extraño del espejo con más claridad. Él tenía la mirada cansada y el flequillo en la frente. Empapado y embarrado sobre esta. Luego de estar absorto observando su reflejo, pude reconocerme otra vez, lo que hizo que me aliviara.

Sentí el móvil vibrar por décima vez en la noche, lo saqué y vi el número de mi padre en la pantalla. En lugar de responder la llamada, le escribí un mensaje.

[Yo: Esty n casa de Jason, ya boy para ayá.]

Cuando volví a la mesa hallé a Joshua revisando su cartera; su billetera vacía, símbolo de su quiebra. Saqué la mía y, al abrirla, solo me encontré con un par de dólares. Con todo lo que pedimos ni de broma nos alcanzaría. Alzamos la mirada y nos concentramos en el otro. Él me sonrió con complicidad y una chispa de adrenalina viajó de la punta de mis pies hasta la coronilla.

Joshua tomó mi mano, volteamos al mismo tiempo a la salida y la encontramos vacía, perfecta para poder zafarnos. Corrimos rápido, disimulando las risas y esa expresión de maña en nuestras caras. Aun afuera, continuamos así, de la mano, andando desenfrenados bajo el manto nocturno; como un par de niños que tocan timbres ajenos solo para joder y que ven en la ansiedad de ser perseguidos y retados, un mero chiste.

Nos detuvimos cuando llegamos a las barandillas del muelle. De hecho, casi me estampé contra ellas. Aun sin mirar abajo, me hice una imagen, gracias a que era capaz de escuchar el choque de las olas. Joshua no quitó su mano de la mía y yo tampoco me quejé o le dije algo. Solo nos observábamos como un par de idiotas, ebrios e inmaduros.

Estábamos de frente y muy cerca. Él me ganaba en estatura por algo menos que una cabeza. Tenía frío y me acerqué para sentir calidez. Joshua bajó su rostro a mi altura y puso las manos en mis hombros. Abrí un poco los labios, cerré los ojos y el corazón no dejaba de latirme con fuerza. Maldición. Creí que se saldría de su sitio y fracturaría mis costillas. La adrenalina dentro de mí acabó por explotar, en un fuego artificial de colores fluorescentes, que quemó mis entrañas.

Sin embargo, reaccioné cuando volví a sentir la vibración de mi móvil, antes de cortar toda distancia entre los dos. Fue como una bofetada que me llevó a la realidad. Lo empujé para que se alejara, fui brusco, más de lo que hubiese deseado, pero aquello resultó de mi nerviosismo, incluso quería empezar a hiperventilar.

—¡Llévame a ver la exposición de Leonora Carrington! —exclamé. Fue lo primero que se me ocurrió, era víctima de mi propio pánico y mi cerebro había dejado de coordinar con mi sentido común—. Así comprarás mi silencio.

¡Hola, Conspiranoicos! Espero les haya gustado el capítulo de hoy, ya que yo me divierto mucho escribiendo desde la perspectiva de Chris.

¿Creen que la relación de Joshua y Chris cambié?

¿Qué creen que suceda en Nueva York?

¿Joshua esconde algo?

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