El Novio De Emma© #2

By shipsinthesky

1M 96K 45.1K

Aceptar que eran almas gemelas no fue sencillo, y tú ya conoces la historia. Libro #1 Al Estilo Emma Libro #2... More

Sinopsis
EL NOVIO DE EMMA
1: Se amaban, y no cabía duda
2: El verano de los dos
3: Ansiedad generalizada
4: Inútil
5: Con todo respeto
6: Una gema rara con toques amarillos
7: A pesar de todo
8: La pesadilla de Jakey
9: Séptimo mes
10: En este planeta, y en los otros
11: Invitación
12: Dos minutos en el cielo con Colin
13: Esmeralda
14: Siempre te voy a cuidar
15: Almas gemelas
17: Mentiroso
18: Hipotético fracaso
19: Día en la azotea
20: La familia Oschner
21: Ángel de alas amarillas
22: Los buscados
23: Un espanto
24: El postre de la confusión
25: Amigos
26: Perseguida
27: Gael
28: Una familia entretenida
29: Un Miller más
30: Una batalla por la superioridad
31: El brownie
32: El error
33: La ruptura
34: Vulnerable
35: La Emma que conocían
36: La despedida de soltera
37: Benditamente organizado
38: Princesa guerrera
39: Raramente llena
40: Las paces
41: La próxima semana
42: Planes con Colin
43: La misma estúpida historia
44: Cenizas
45: Florecer
46: Enfermo
47: Un mes horrorosamente vacío
48: Coney Island
49: Hawái
50: El mundo real
51: Jamaica
52: Walton, Walton
53: Niño herido
54: Los girasoles más bellos
55: La frágil florecita
56: Soltera
57: Lasaña de camarones
58: ¡Traicionera!
59: Las chicas como ella
60: Bronce
61: En los brazos equivocados
62: ¿Por qué?
63: Culpa
64: Vivian
65: Justo a tiempo
66: Un deseo
A que no esperaban...
Tercer libro. ¡Ya disponible!

16: Milo Walton

18.7K 1.4K 748
By shipsinthesky

—¿Por qué Emma no está aquí? —preguntó Alan cuando atravesaron la puerta del palacio que Jamie Hamilton ofrecía a la minoría. Pero, de pronto, esa incógnita dejó de existir—. ¡Qué vida de mierda me tocó! —exclamó abiertamente al prestar atención a todo lo que le rodeaba; estaba parado en la recepción de un hotel con categoría de cinco diamantes. Demasiado chocante, cada ladrillo debía valer una fortuna.

—Emma llegará en cinco minutos, ya te dije que los jueves por la mañana hace terapia. Y baja la voz, al menos cuando estás conmigo —masculló Colin, quien caminaba con una mano metida en el bolsillo delantero de su vaquero negro.

Alan se detuvo de golpe, lo que provocó que el botones casi se embistiera contra uno de ellos.

—Así que sí te avergüenzo —colocó una de sus manos en su cintura.

Colin refunfuñó, mirando el techo decorado artísticamente.

—Ya te expliqué cómo son las cosas aquí —lo miró más enojado que el otro—. Estás en mi ciudad, en mi isla, en mi territorio. ¿Sabes quién es mi madre? Claro que lo sabes, le estabas mirando los pechos anoche. Mi vida se basa en tratar de pasar desapercibido, sobre todo en Nueva York; además, debes aprender a comportarte de acuerdo a las normas de un establecimiento. Esta gente no paga una milenaria para escucharte maldecir como si estuvieras en un estadio.

—¡Hola, hola! —saludó Emma por detrás, tenía una hermosa sonrisa que combinaba con su tan vivaz vestido amarillo que iba por encima de sus rodillas. Lucía fresca como una flor a la que cariñosamente acababan de echarle agua; claro, venía del consultorio de Jane, y Colin entendió que a Emma le fue bien.

—¡Emma, Colin me maltrata! —acusó Alan.

Emma empujó a Colin de broma, haciéndolo retroceder, y abrazó a Alan como si se tratara de un niño a quien debía proteger. Sabía perfectamente que Alan se estaba pasando, desde que prácticamente pisó el aeropuerto, por eso Colin tenía esa cara, sin embargo, entre todos, Emma era la que más empatizaba y toleraba a Alan, siempre le decía a Colin que fuera un poquito más tolerante y permisivo.

—¡Cómo se atreve! —respondió.

Colin miró la hora en su reloj.

—¿Ya acabaron? —les preguntó.

—¡Me hizo dormir en una bolsa en el suelo de su cuarto santificado! —continuó Alan.

Emma golpeó en juego al abdomen de Colin.

—¿No sabes que los invitados duermen en la cama? —le preguntó.

—No digas que no descansaste bien porque hasta roncaste —dijo Colin, viendo el suelo con impaciencia. Nada de eso le estaba causando gracia—. Y no te iba a dar mi cama, ni siquiera lo consideré —miró a Alan.

—¿Ves? —Alan tomó a Emma de los hombros para mirarla a los ojos.

—Ya. —Colin apartó esas manos—. Suficiente. ¿Podemos ir a comer?

Tan irritado estaba, sin un motivo aparente, que hasta les propuso ir a comer para acabar con ese espectáculo, que se suponía era gracioso, cuando no tenía ni una pizca de apetito. A veces es necesario sacrificarse para librarse.

Emma lo miró en ese momento, pero no le respondió.

—Tardaron demasiado en preguntarlo —contestó Alan.

Ella se dirigió al botones, preguntando:

—De casualidad, ¿sabes si la suite presidencial está ocupada? —No balbuceó, raramente, estaba acostumbrada a dirigirse a los empleados de su familia, mas todo cambiaba en un establecimiento ajeno.

—Así es, señorita Emma. Se ocupó ayer en la tarde —contestó el sujeto con gorrito.

—O sea que alguien me robó mi suite —concluyó Alan, bastante indignado, y enojado por llegar tarde.

—De acuerdo. Consíguele una suite superior, y llévanos la tarjeta en el restaurante principal. La estadía y la comida es completamente gratuita, luego pueden encargarse de todo el protocolo del check-in. Morimos de hambre ahora mismo —dijo Emma, la jefa, abrió su pequeño bolso cuadrado y le entregó una buena propina—. Estaremos en el restaurante principal —reiteró antes de empezar a caminar, lejos.

Alan se acercó completamente a Colin, y le susurró:

—No conocía a esa Emma.

—Lleva una vida tratando con estas personas —comenzó a caminar.

—Qué vida de mierda me tocó —repitió antes de seguirlos.

Ambos la siguieron como a una dueña de casa. Subieron a un ascensor, donde había un hombre que se dedicaba de forma exclusiva a apretar el botón que los huéspedes le indicaban. Hubo un silencio en el trayecto, pues Alan se distrajo mirando la cantidad de botones que había en el tablero dorado tan reluciente.

Emma se limitó a observar la manera en la que Colin respondía mensajes, con la misma expresión rígida de siempre, luego, miró el techo, que era un espejo; descubrió que Colin seguía viéndose hermoso desde esa perspectiva. Verificó cuánto les faltaba por llegar, y, finalmente, le sacó el celular de forma divertida.

—Es Eugene. —Colin se quejó en tono airado.

—Hola, Colin Oschner. —Emma lo miró con unos enormes y simpáticos ojos.

—¿Qué? —preguntó con amargura, endureciendo aún más su expresión ceñuda.

—No nos saludamos —explicó sin perder el aire juguetón.

—¿En serio? —alzó una ceja.

—Sí —le respondió Alan—. Estabas muy ocupado enojándote porque las plantas son verdes y el cielo es azul. Ya quita esa cara de mierda. A Emma le voy a otorgar un galardón a la mujer más paciente del mundo.

—Dios. La única razón por la cual tu novia te soporta se debe a que anda drogada más de la mitad del tiempo en el que están juntos —soltó sin compasión—. Ahora no vengas a decirme porqué carajos te pagué un boleto hasta Nueva York, si al final voy a ofenderte, porque no tiene nada que ver. Si yo tolero todas tus estupideces, sé que serás capaz de tolerar mi cara de mierda —le sacó su teléfono a Emma.

Entonces, las puertas se abrieron.

—Borraré esas palabras de mi memoria de almacenamiento. —Alan salió del ascensor primero; no estaba precisamente enojado, vamos, estaba acostumbrado a esa irritabilidad de Colin, tantos años de amistad. Optó por cortarlo con esa respuesta, ya que era consciente de que él mismo lo había provocado—. ¿Hola?

Emma y Colin se quedaron ahí dentro, mirándose.

—Al, puedes adelantarte. No te perderás —habló Emma.

—Vivo perdido. Tranquila —contestó, yéndose por la izquierda.

Colin salió del ascensor, peinando su cabello hacia atrás de forma estresada.

—No me pasa nada. Es probable que siga estresado porque mi familia cenó a solas con Alan, y no tengo la menor idea de qué se dijeron durante ese momento. Me alegra que estés bien después de lo que pasó.

—La sesión con Jane me hizo bien —comentó, mirando el suelo.

Colin frotó su cara, después suspiró.

—Lo intento, Emma.

—Pero no te estoy pidiendo nada —se acercó.

—Entendí el mensaje cuando me sacaste el teléfono. Hola, Emma. Tú haces que ese vestidito tenga sentido de existencia —la agarró de la mano, rompiendo aún más la distancia entre ambos—. Descubrí una cosa en la que estoy de acuerdo con Alan: eres increíblemente paciente conmigo. La verdad es que no sé para qué vine, la hubiesen pasado mejor sin mí y mi amargura, hasta me siento culpable por lo que le dije.

—Quizás sí te pasaste un poquito —cerró uno de sus ojos. Vamos, ella sabía que se pasó, y bastante, pero no quería hacerlo sentir más culpable—. Pero Al es muy compresivo contigo, hasta ya se le olvidó seguro. —Incluso bromeó, es que no quería escucharlo decir que era el peor hombre del mundo porque no era cierto.

—Quiero cambiar —le soltó la mano para frotarse su barba, que estaba comenzando a crecer de nuevo, y observó el techo, aflojando su ceño—. Dios, solo quiero ser alguien mejor. —Entonces, la abrazó, tan repentinamente, se agachó para llegar hasta la estatura de ella, y la abrazó sin medir la fuerza de su amor.

—Yo no quiero que cambies —cerró sus ojos mientras lo abrazaba, era tan delgado que las manos de ella se reencontraron detrás de la espalda de él—, no en ese sentido. Ya no sé cómo hablarte, Colin. ¿Recuerdas la vez que nos conocimos? —Se apartó y pasó a cogerlo de la cabeza para verse a los ojos.

—Cada bendito detalle —la agarró de su muñeca derecha.

—En la cafetería, tú estabas comiendo un sándwich, y ellos reían de cosas que nunca terminé de entender, pero tú no, tú estabas callado, tratando de terminar lo que pagaste, no te reíste en ningún momento, solo estabas ahí, dando comentarios serios que Alan discutía. En ese momento, supe que te quería en mi vida, de cualquier manera. —Las lágrimas llenaron sus ojos al recordarlo, cielos, iba a llorar en cualquier instante.

—Emma...

—Pero pensé que tú eras la clase de chico que jamás me haría caso; además, tan serio —echó una lágrima en medio de una risita, entonces, él se la secó y sonrió también—, tan serio en ese momento, pero, al día siguiente, apareciste en la biblioteca, hablándome como si nos conociéramos de toda la vida.

—Es que yo también te quería en mi vida, de cualquier manera.

Emma lo soltó y secó sus lágrimas con el cuello de su vestido.

—Amaba sentarme a estudiar a tu lado porque podía mirar tu cara de concentración. Y siempre me ha parecido muy sexi cómo respondes las llamadas de Cohen —le tocó en medio de sus cejas— porque frunces tu ceño mientras hablas de cosas que no entiendo.

Colin sonrió de costado, mirando hacia abajo. No sabía nada de eso, hasta sintió un cosquilleo agradable en su estómago. Pensó en la ironía de todo, que lo que a ella le atrajo fuera eso que él siempre quiso cambiar porque creía que era un defecto que alejaba a las mujeres, o eso era lo que sus amigos le dijeron antes de Emma. «¿Cómo piensas conseguir novia si estás todo el día con esa cara?». Colin 1 – El resto 0

—Te amo, en todas tus facetas. —Ahora, Emma lo abrazó de nuevo, dándole besos en el pecho—. No necesitas cambiar, no necesitas ser el amigo que se ríe por todo o el que solo abre la boca para decir un disparate. Eres perfecto siendo el amigo que se despeina por el estrés que le produce escuchar al amigo payaso, eres perfecto siendo mi novio —mordió su labio inferior en medio de una sonrisa—, mi novio serio, cariñoso, caliente, algo intenso... en muchos sentidos. Eres perfecto siendo Colin Oschner, amor.

Colin la tomó del mentón para mirarse entre sí, y respondió:

Eres el amor de mi vida.

Algo intenso... en muchos sentidos.

Emma se quedó congelada, y toda su piel se erizó, desde sus piernas hasta sus brazos, sintió cómo la sensación subió de forma progresiva; a continuación, puso una expresión torpe, una sonrisa que aparentaba incomodidad, lo que provocó que Colin se arrepintiera de lo que pronunció.

¿Eso fue demasiado rápido, incluso viniendo de alguien como él? Era eso o el escenario, estaban en un pasillo al azar del hotel de su familia. ¿Cómo se le ocurrió declarar algo tan importante de manera tan informal?

—Emma...—Se tomó de la frente, retrocediendo.

Eso espero, Colin.

Se estaban adelantando.

¿Y si no lo era?

¿Y si solo era una pasajera más en el tren?

Emma le agarró del reloj.

—Vivamos hoy —sugirió.

—Lo siento —dirigió una mano a su frente, comenzó a sentir un dolor de cabeza. Tan rápido aparecían sus síntomas cuando sentía que lo arruinaba—. Una vez más, mandé a la mierda nuestro pacto de no hablar sobre el futuro. De acuerdo. Tengo que pensar más antes de hablar, antes de hablar contigo.

—Yo no quiero que pienses más antes de hablar conmigo. Eso es lo que caracteriza a nuestra relación, podemos decir lo que sentimos sin temor a nada. No mandaste nada a la mierda, Colin. Oye —Se acercó a tomarlo del brazo—, ya sé, ya sé, emparejemos la situación. Anoche, después de nuestra conversación, soñé que me casaba contigo, así, con toda la magia de una boda. Y fue un sueño hermoso, fue el primer tema que toqué con Jane esta mañana. ¿Entiendes que tuve un ataque de pánico espantoso, que se suponía era el tema principal de mi sesión, pero comencé hablando sobre el futuro que sueño a tu lado?

Colin la miró, mordiéndose la uña de su pulgar.

—No lo mencionaste.

—No lo mencioné porque...

—Porque tenemos un pacto —interrumpió.

—Cole...—suspiró.

Él sintió cómo si su pecho hubiese comenzado a oprimirse.

—Descuida —dijo—. Aplicaré eso que Alan hace con todo lo que le digo, sea bueno o malo: borraré de mi memoria el final de esta conversación. Tenemos que ir al restaurante, no podemos dejarlo por tanto tiempo.

—Pero quiero hablar sobre esto.

—Yo no.

—Cole.

—No insistas, por favor.

Su malhumor, o irritabilidad, pasó del tamaño del Empire State Building al tamaño del Burj Khalifa, en dos segundos, y por propia culpa. Caminaron en silencio hasta el restaurante, con un gran espacio entre ambos.

Emma quería ponerse a llorar, ya saben, hipersensibilidad, es que no podía sostener la tristeza que le produjo mirar cómo Colin caminaba tocando su reloj, tronando sus dedos, haciendo cualquier cosa con sus manos inquietas; se suponía que iban a hablar para aplacar esa cólera, pero solo la agrandaron más.

Ni siquiera será muy necesario enfocar la lupa sobre la mente de Colin, pues se estaba maltratando como siempre. De verdad, ¿cómo se le ocurrió decir tal cosa? Era un intenso, y, en ese momento, no era un chiste, se sentía asfixiante, y lo que más le enfadaba era que una parte de sí pensó que Emma respondería diciéndole que sentía lo mismo por él.

Dios. Quería ponerse a gritar en una almohada hasta reventar sus cuerdas vocales.

En la puerta les recibió un atento recepcionista, sin embargo, Colin lo ignoró, siguió caminando hasta la mesa donde Alan ya se encontraba comiendo pan. Por otro lado, Emma sí saludó al hombre, pero no se detuvo a hablar, continuó con su camino hasta la mesa. Los camareros se hicieron señas entre sí cuando visualizaron a Emma, y uno de ellos fue a atenderlos en seguida. En la mesa, Emma se sentó junto a Colin, y colgó su bolso en el pequeño perchero que dicho camarero le trajo con las cartas del menú.

—Señorita Emma, caballeros...

—Oh, creo que es la primera vez que alguien me llama así —dijo Alan.

Colin pensó que eso tenía sentido.

—Ehm... —Emma se abrazó a sí misma—, puedes traernos un zumo de naranja y agua con gas con hielo y rodajas de limón, por favor. ¿Al? ¿Qué vas beber tú? —preguntó, mirando de reojo a su colérico novio, quien se encontraba leyendo los mensajes que Eugene le respondió.

—Pues...—Alan llevó su dedo índice a su barbilla.

Se demoraron en ordenar porque Alan tenía una acotación para cada ítem del menú. Fue ahí cuando Colin se dio cuenta de que debía serenarse o iba a acabar con un pico de estrés totalmente innecesario. Pero el problema no era solo la bebida. Emma le sugirió el especial de mariscos, pero Alan se encontraba más indeciso que en una fila del McDonald's; su estómago era su segundo cerebro, y ahí no le cabía la idea de que tenía un montón de días para probar cada uno de los extravagantes platillos del menú. Sin embargo, logró optar por uno solo, después de quince minutos escuchando el contenido de cada platillo.

—En seguida —les habló el camarero antes de retirarse.

—Espero que no me dé diarrea —pensó Alan.

—¿Por qué te daría diarrea? —preguntó Colin, totalmente fastidiado.

—Porque mi estómago no está acostumbrado a la comida cara, dah —alzó sus cejas mientras jugueteaba con los cubiertos de la mesa—. Me parece una aberración que un plato de carne de res cueste ochenta. ¿Cómo mataron a la vaca? ¿Le clavaron con una estaca hecha de diamantes? Espero que mínimamente haya sido así, y miren que no suelo ser tan exigente, pero eso es lo mínimo que espero.

—Qué absurdo —dijo Colin.

—No, el precio del menú es absurdo —le corrigió.

Emma se rió para alivianar el ambiente, el ambiente entre ellos dos; ambos sentían unas vibraciones turbias en ese lado de la mesa, siempre era lo mismo cuando dejaban asuntos sin resolver, había una sensación extraña, casi sobrenatural, y, aun así, Colin se obstinaba con su idea de no tocar más el tema, es que tenía la falsa creencia de que al tocarlo iba a empeorarlo o, peor aún, iba a terminar rompiéndolo.

—Al, ¿cómo estás sobrellevando tu relación a distancia con Vi? —preguntó ella, en un intento por crear una conversación normal, que mantuviera a Colin dentro de sus frágiles casillas.

—Pues, el sexo telefónico salvó nuestra relación. JA.

—¿La extrañas mucho? —recostó sus codos sobre la mesa y reposó su cabeza entre sus manos.

Colin la observó de reojo y se perdió en su laberinto mental de nunca acabar.

Ella irradiaba luz propia. ¿Por qué no podía ser consciente de su belleza? La sonrisa que dibujaba cuando hablaba de la relación de sus amigos era magnífica, porque en ella reflejaba toda su esperanza, a través de su sonrisa podía verse cómo amaba el amor. Colin nunca entendió porqué ella le puso el título del amable y noble de la relación cuando ella tenía un doctorado en todo eso. Era la reina de ese lugar, literalmente, en ese momento, era el centro de esa torre, y ningún huésped lo notaría porque se comportaba como una chica más cuando en realidad era una piedra única, que todos necesitaban admirar, aunque no tuvieran idea de ello. Emma era necesaria. No lo entendía. ¿Dónde estuvo toda su vida? ¿Por qué tardó tanto en caminar sobre la misma cuerda floja que él? Era el amor de su vida, y, esa vez, no importaba lo que ella pensara. Era el amor de su vida. ¿Es que ella no lo entendía? Esa declaración nunca implicó el futuro, era un hecho sin línea de tiempo porque, pasado, presente o futuro, ella era el amor de su vida. Intenso o no, apurado o no, eso era lo que sentía, que mientras su corazón siguiera latiendo, solo iba a entender un nombre, sin importar lo que pasara.

—Sería de lo más genial —habló Emma.

Y Colin despertó.

¿De qué estaban hablando?

—Apoyo la idea. —Alan alzó un brazo como si se tratara de una votación—. De esa manera, ya no me sentiría como el mal tercio de ustedes. Colin me aseguró que no lo soy, pero tampoco soy tan tonto. Llevas meses hablando sobre las vacaciones de verano, Emma, por eso dudé en aceptar la invitación.

Colin se perdió bastante.

—No pienses tonterías, Al —continuó Emma.

—El sábado iremos a un concierto —comentó Colin—, y estoy seguro de que encontrarás algo que hacer el fin de semana, solo espero no encontrarte en el canal de noticias, es lo mínimo que espero de tu parte.

—¿Un concierto? —preguntó él.

—Los boletos están agotados; una pena —respondió con un tono de voz entre sarcástico y serio—. Entonces, no te preocupa que tu novia te haya sido infiel en menos de tres semanas de relación a distancia.

—Cole —susurró Emma.

—¿Por qué todos esperan que me sea infiel? —Alan les preguntó en medio de un tono suspicaz. Primero Jordan, después Eugene, y ahora Colin. Le dolía que todos admiraran la relación de Colin, y que se echaran unas cuantas risas cuando hablaban de su relación como si fuera un chiste, una estúpida broma.

—Yo no lo espero, Al —contestó Emma.

—Tú no eres el problema —le aclaró Colin—, sino tu chica con una evidente adicción al sexo. No te ofendas, Alan, en realidad tú me preocupas, y no quiero que termines con el corazón hecho pedazos.

—Mi relación no es de tu incumbencia, Colin —habló increíblemente tranquilo.

—De acuerdo —respondió el otro con la misma tranquilidad. Ya se preocupó, ya le advirtió, ya no tenía cosa que agregar, ya cumplió con su parte. Ni siquiera se iba a tomar el tiempo de decirle «Te lo dije».

—Bueno, Al —interrumpió Emma, bastante incómoda en medio de ese par—. Espero que te guste la ciudad. Para mí, sería muy divertido hacer de guía turística, así que podemos organizar un día entero.

Colin miró por todos lados en busca del camarero; ¿dónde estaba su agua con gas con hielo y rodajas de limón? De verdad que no era consciente de cuán antipático era cuando amanecía con los cables sueltos.

Menos mal que el agua con gas con limón no demoró mucho más, tampoco la comida que ordenaron, es que los empleados debían servirle rápido a la sobrina del jefe.

Un camarero colocó la carne de res de ochenta dolores frente a Alan, los ojos del segundo brillaron de lo maravillado que estaba frente a ese pedazo de carne común y corriente, sin embargo, en su cabeza ya se encontraba plantada la idea de que iba a comer por más de cien dólares de una sola vez. Todo en la mesa le maravillaba, incluso esa rarísima guarnición que le trajeron, que tenía una pinta asquerosa, y de altamente costosa, por eso hizo caso omiso a lo mal que sabía visualmente.

—¡Esperen! —exclamó cuando los otros dos tomaron sus cubiertos.

—¿Pasa algo? —preguntó Emma, alzando sus manos encima de su salmón con ensalada.

—No oramos —dirigió una mano a su pecho de forma serena y espiritual.

Colin puso los ojos en blanco y bebió del agua con gas por medio de una pajilla metálica.

Emma abrió su boca con intenciones de responder que no era gracioso, pero se quedó congelada, pues Milo apareció tan de pronto, a un lado de la mesa, donde ella estaba sentada, y lucía tan candente como siempre, pero, en ese momento, con una camisa blanca con los primeros botones desabrochados, se miraba exactamente como la clase de treintañero que atraía a las cazafortunas. Y su perfume, cielos, era poderosísimo, tanto que Alan se preguntó si acaso el hombre tenía una tina llena de esa fragancia, donde se bañaba antes de salir a almorzar. Por otro lado, Colin pensó que ya tenía suficiente.

—Me pareció una falta de respeto no saludar a la reina del Hamilton. —Milo agarró la mano de Emma y le dio un beso, agachándose como lo haría ante una verdadera mujer de la realeza—. Señorita Emma Miller.

Emma se quedó boquiabierta.

—M-Milo —balbuceó de una manera tan marcada.

Milo fijó su mirada en Colin, y le preguntó:

—¿Sabes que estás saliendo con una reina?

—Sí —contestó Colin.

Ojalá se le hubiese ocurrido otra respuesta, pero su ingenioso cerebro trabaja lento cuando se encontraba enojado con el mundo entero.

—Soy Alan, en vista de que aquí todos se conocen.

—Alan —repitió Milo.

Retrocedió para coger una silla y arrastrarla hasta el medio entre Emma y Alan. Entonces, ¿tenía ganas de acompañarlos?, ¿esa clase de cosas ya no se preguntan hoy día? Todas esas incógnitas surgieron en la cabeza de Colin mientras observaba cada movimiento de Milo, estudiándolo con determinada precisión.

—No quiero interrumpirles el almuerzo; solo estoy esperando a que lleguen mis colegas —les explicó, sentándose cómodamente—. Emma, te vi y solo pensé en cuánta coincidencia; recuerdo que nos encontramos el año pasado en estas fechas, en Los Hamptons, también de casualidad; sí, recuerdo que quedé en jugar golf, en tu club de campo, con los muchachos, después de la gala benéfica. Tú estabas con Sídney, ¿es correcto?

Emma miró sus uñas. Estaba ruborizada, le ardía la cara, y se dio cuenta que estaba sola, que Colin no iba a meterse para hablar por ella hasta que al menos su piel fuera blanca de nuevo.

Tragó saliva y contestó de forma pausada:

—Sí, también estábamos jugando.

—Debemos jugar juntos, algún día.

Emma mordió con fuerza y miró a Colin de reojo, quien ahora estaba mirando su celular.

—No soy tan buena, en realidad.

—Debes ser mejor que Troy McCartney. Perdí mi tiempo con él —suspiró al recordarlo—. McClain, ¿tú juegas golf?, ¿sabes algo? Vamos. ¿Quién no pisa el Club de Campo Hamilton al menos una vez al año?

Colin colocó su teléfono sobre la mesa, y su mandíbula se tensó al percatarse que Milo le estaba mirando los senos a Emma, de forma tan asquerosa, aunque se hallara disimulando; se turnaba entre la cara de ella y el pequeño escote del vestido amarillo. Sintió tanta rabia. Ojalá pudiese golpearlo ahí, en los ojos.

—¿Tienes un club de campo, Emma? —inquirió Alan mientras comía.

—No sé jugar. Y nunca fui al club de campo del tío de Emma —respondió Colin, mirándole a Milo con la expresión que usaba para espantar a quien se acercaba a molestarlo mientras se encontraba estudiando.

—Qué lástima —sonrió con sus perfectos dientes blanqueados.

¿Esa cara debió haberlo asustado? ¿Tan inseguro era Colin McClain que necesitaba espantarlo de su territorio? Solo estaban hablando. Ya podía imaginar cómo reaccionaría al encontrar a Emma en brazos extraños. Todo eso le provocó una risita, que para los demás pasó desapercibida, excepto para Colin.

Emma tragó saliva y se atrevió a preguntar:

—¿Tus amigos se retrasaron?

—Uno de ellos sigue en el hospital, el otro quizás está pasándola bien con alguna desconocida. Deben llegar en cinco minutos o me voy; son grandes amigos, pero no me gusta esperar, soy algo impaciente.

—¿En el hospital? ¿Le dio un infarto o qué? —preguntó Alan.

Milo rió, aunque en realidad no le dio gracia.

—Es médico —explicó.

—Milo también es médico —comentó Emma en un tono muy bajo.

Colin desvió su mirada hacia su comida.

Gracias, Emma, por el dato totalmente innecesario.

—Residente. Cirugía general. —Milo estaba orgulloso de presumirlo, mas fingió un desinterés enorme hacia su profesión, como si no fuera la gran cosa—. Pero estoy tan jodidamente cansado. Mande todo a la mierda y no sé cuánto recobraré mi fuerza, ahora me da igual, solo quiero recuperar el tiempo que invertí estudiando como un esclavo universitario para que mis padres estén contentos.

—¿Escuchaste eso, Colin? El tiempo perdido de un esclavo universitario —acotó Alan—. Deberías escuchar a este hombre, se nota que tiene experiencia desperdiciando su vida, exactamente como tú.

—¿A qué se refiere el chico? —les preguntó Milo sin perder su sonrisa.

—Colin nació con un libro en la mano y su primera palabra fue hipotenusa. —Se adelantó Alan para explicárselo en forma. Colin suspiró con fuerza, a lo que Emma colocó su mano sobre la pierna de éste. Entonces, Alan continuó explicando—: Me refiero a que estudia demasiado, pero ¿entiendes que hay un límite para todo? Digamos que Colin está muy por encima del límite, demasiado —alzó una mano.

Milo hizo una mueca de respeto y asombro mientras asentía con su cabeza.

—¿Qué estudias, Colin? —preguntó.

—Colin es físico —se metió Emma. ¿Ahora hablaba por él? ¿Cuándo se invirtieron los roles? Ah, sí..., cuando Colin perdió el minúsculo grano de paciencia que le quedaba, y eso que apenas había llegado el mediodía. Emma le apretó la pierna, y siguió—: Se graduó, se graduó este mes. Fue el mejor de su clase.

—Le dieron dos medallas —comentó Alan con su boca llena de comida.

—S-sí —continuó Emma—, pero su meta en realidad está puesta en la escuela de medicina. Cole... Cole es multifacético —echó una risita que se apagó cuando se dio cuenta que a Colin no le gustó que diera tal información, ella lo notó luego de mirar de reojo cómo éste se estaba masajeando el costado de su cuello.

—Uf. ¿Medicina también? Espero que sepas lo que te espera, amigo —dijo Milo.

Colin alzó su cabeza para responderle, entonces, Emma alzó sus brazos, sus dos brazos, para llamar la atención de un camarero y evitar un desastre; no sabía exactamente lo que Colin pensaba decirle a Milo, pero estaba segurísima de que iba a sonar incómodo para el resto.

Pues sí, iba a sonar incómodo porque Colin iba a decirle que no era su amigo.

—¿Señorita Emma? —habló el hombre que los atendía.

—Eh... —Emma se quedó muda.

—Bien. Mis amigos llegaron. —Milo se levantó, y Emma sintió como si le hubiesen colocado una máscara de oxígeno; volvió a respirar sin esfuerzo—. Emma, encontrarte siempre será un placer. Hombres, hasta luego. Espero no haberlos interrumpido demasiado. Buen provecho, por cierto.

—Gracias —agradeció Alan, casi no se le entendió por hablar a la par que masticaba.

—¿Señorita Emma? —repitió el camarero.

—Ohm... Necesitamos... ¡más agua con gas! —Emma cogió el vaso de Colin, fue lo primero que se le ocurrió—. Y... no sé, ¿Al? —miró con desesperación a su amigo, quería que pidiera cualquier cosa.

Colin miró de reojo, y por última vez, cómo Milo saludaba a sus amigos, se miraban tan mayores, igual que él. Aparentemente, Milo tenía un encanto que compraba a todos, menos a Colin, quien creía que era un falso de arriba abajo. Regresó a mirar su plato, y posó su mano sobre la de Emma, su sudorosa mano. Ella lo observó, de forma directa, al sentir la humedad sobre su piel, apartó su mano para acariciarle el cabello, hacia el costado. Ya nada importaba, al menos no por ahora, el ambiente turbio entre los dos se dispersó.

—¿Puedes comer? Por mí —le susurró.

Lo que él necesitaba era salir a fumar.

—Si Colin no quiere su comida, me ofrezco para acabarla. Me parece de muy mal gusto desperdiciar comida cuando hay gente muriendo de hambre —pronunció Alan, tan buena persona cuando le convenía.

Colin agarró sus cubiertos para cortar el salmón, luego les dijo con firmeza:

—Agradecería que no me miraran.

Emma lo soltó y regresó a su plato. Festejó en su interior.

—Ese Milo tiene pinta de tener muchas —dijo Alan.

Ese Milo observó a lo lejos cómo Colin comía seleccionando bocaditos.

—Este... Tengo una idea —les dijo Emma. Ya no deseaba hablar de equis persona, ni de lo que aparentaba—. Podemos mirar una película en la recámara de Al. Cole, tú me hablaste de una...

—Te hablé de un documental —le corrigió.

—Odio los documentales —dijo Alan.

—Y ahí está lo que anticipé en mi mente. —Colin lo apuntó por una vez.

—Entonces, miremos lo que Al quiera, por ser el recién llegado. Y luego, tú y yo, tendremos una cita para mirar lo que tú quieras —sonrió, y se inclinó a un lado para recostar su cabeza sobre el hombro de su novio, entonces, recibió un beso cerca de la frente, uno que no lo esperó.

—Hola —le saludó Colin, mirándola desde ahí.

Emma se acercó más para unir sus labios en un beso que duró segundos.

—Tienes que comerlo todo, Oschner —le mandó sin moverse del hombro de él.

Colin se acercó a la oreja de ella, y le susurró:

—Siempre como todo.

—Normalmente, no me molesta esta clase de escenas de parte de ustedes dos, pero me duele pensar en lo desconsiderados que están siendo con mi corazón —les interrumpió Alan, con la boca toda manchada.

Emma se irguió, y tomó la mano de Colin encima de la mesa.

—Oh, Al, Vi debe extrañarte tanto como tú la extrañas a ella.

Colin no iba a participar en ese absurdo tema de conversación, hasta prefería comer.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

La habitación resultó ser del tamaño de un departamento, y Alan enloqueció de emoción cuando encontró un menú de almohadas sobre un mueble cercano a su cama. Podía elegir la almohada que quería con la textura y relleno que se le antojaba, ¡asombroso! Y el minibar, el minibar iba a pasar al más allá esa misma noche. Había un comedor para doce personas, también un jacuzzi cerca de la sala. Siempre había fantaseado con la idea de ser rico, ¿y quién no?, pero en esa fantasía nunca se halló incluida esa consola de videojuegos enchapada en oro que se encontraba junto a la enorme televisión curva. ¿Se estaba muriendo?, ¿por eso sus amigos le estaban regalando una estadía en el paraíso? Pues, en ese caso, iba a morir feliz. Abrazar a Emma fue lo primero que se le ocurrió, también abrazó a Colin, y a un mayordomo.

—Elegiré una de terror —informó Alan, tiempo después, sentado sobre la alfombra frente a la tele; no le sorprendió que el tapete fuera más cómodo que su propia cama, allá en su casa, o en la universidad, digamos que esa alfombra era más cómoda que la mayoría de las camas en las que había dormido.

—Bien. Cepillaré mis dientes mientras tú eliges —respondió Emma.

Caminó diez pasos hasta el lujoso baño, que quedaba a un lado de la sala, donde Colin estaba acostado en el sofá, viendo cómo Alan pasaba de un título a otro. Oyeron como ella trancó la puerta, y Alan giró inmediatamente para apuntar a Colin con el control remoto.

—¿Qué? —preguntó Colin. Ya no estaba tan irritado, al menos no como hace rato.

—Tiene el mismo trauma que tú. —No dejó de apuntarlo.

—¿Le llamas trauma a la higiene personal? —acomodó un almohadón detrás de su cabeza. El sofá era largo, pero sus pies sobresalían por encima del reposabrazos.

—Me refiero a que transporta su cepillo de dientes a todas partes, igual que tú en la universidad. Ese es un trauma, de los grandes —lo acusó con su dedo índice—. ¿O tengo que malpensar tus hábitos?

—No.

Un poco.

Desde que empezó a salir con Emma, reforzó su higiene bucal, se aseguró de jamás oler a fumador, ni por error, pero ¿por qué carajos estaban hablando de eso? Endureció su expresión ceñuda y se sentó en el sofá, le golpeó la cabeza a Alan en forma de juego, entonces, recibió un empujón de la misma clase.

—¿Qué me dices de ese tal Milo? —preguntó el morocho.

—¿Qué te digo? —pensó, mirando el techo.

Le repugnaba, eso podía decirle.

Pero Alan se adelantó:

—Tuve que centrarme en mi comida para evitar lo incómodo que fue cómo le miró... ahí... a Emma. Hermano, me decepcionaste, pensé que con tu amargura ibas a saltar a decirle algo, a defender tu patrimonio —bufó, soltando el control sobre la alfombra, le dio otro empujón, y esta vez lo merecía.

Colin suspiró hondo y respondió:

—Eso iba a incomodar a Emma. Si le decía algo a Milo, no iba a sonar nada amable, tú me conoces, Al; luego Emma iba a reclamármelo, incluso si lo hacía para defenderla. No es razonal cuando la vergüenza domina su mente. Al menos no lo notó, gracias a Dios, o iba a evitar los escotes hasta el año que viene.

—¿Cómo que no lo notó? La estaba comiendo, el malparido.

—Te digo que no.

—Deberías decirle que ya no use esa clase de ropa.

—Alan, uno no les dice a las personas cómo vestir; además, me da gracia que me aconsejes como un novio tóxico cuando en realidad tu novia se viste como una desnudista, no comprendo esa discrepancia.

Alan se irguió, bastante ofendido.

—Ya no se viste así.

—Porque Emma es su mejor amiga y le compra ropa. Nada tiene que ver contigo y tus inseguridades, si acaso piensas que cambió por ti —negó con su cabeza—. Con respecto al asaltacunas, nunca se lo cuentes a Emma. Si alguna vez hay necesidad de que lo sepa, se lo diré yo, personalmente, en privado.

Alan abrió su boca. Estaba mejor pensando que Vivian cambió por su relación.

—No tenía pensado decírselo. ¿Sabes por qué? Porque no me incumbe.

—Ya, dejaré de abrirte los ojos con respecto al ideal que creaste de tu novia.

—No me incumbe —repitió, dándole la espalda para mirar la pantalla de nuevo.

Colin cogió aire y se desparramó hacia atrás en el sofá.

Poco tiempo después, Emma regresó a la sala.

—¿Qué miraremos, Al? —preguntó, caminando distraída con su pequeño bolso.

—Es una sorpresa que implica sangre —contestó.

Emma se sentó junto a Colin, dejando su bolso a un costado; se acomodó con sus piernas cruzadas, encima del sofá, abrazando un cojín para cubrir su entrepierna, entonces, Colin la estiró del brazo, acomodándola en él, en un abrazo reconfortante para los dos. No recordaban cuándo fue la última vez que hicieron eso, mucho menos recordaban la última película o documental que vieron, y sí, ellos sabían poner Netflix sin acabar en resultados sexuales, pues disfrutaban de esa actividad, sobre todo si se trataba de mirar algo con significado profundo.

Entonces, en medio de una masacre, que, definitivamente, no tenía un significado profundo, Alan se puso de pie, los miró con una expresión despavorida. Emma se sentó derecha, rompiendo el comodísimo abrazo con Colin; se preocupó, por supuesto, si Alan tenía una cara de haberse encontrado con Samara Morgan. ¿Colin? Él existía bajo la sombra de la preocupación, pero tenía ciertos límites, unos pocos, Alan era uno.

—¡La comida! —exclamó Alan.

—¿Qué? —preguntó Emma.

¿Ya tenía hambre?

—¡La comida cara me envenenó! —gritó mientras corría al baño con una marcha bastante cómica, pobre— ¡Ustedes sigan mirando! ¡No sé si yo sobreviva! —trancó la puerta y se oyó la cerradura.

—¡Claro que fue la comida cara y no esa mezcla que hiciste con las donas que no digeriste en el desayuno! —le respondió Colin, se estiró para alcanzar el control retomo de la alfombra, y pausó la película.

Emma flexionó una de sus piernas y recostó su mejilla sobre su rodilla, mirándole a Colin.

—Olvidé mi cepillo en el baño.

—Tu cepillo es historia, te compraré otro.

Ninguno se rió.

—¿Crees que estará bien?

—No. Tú no sabes todo lo que comió esta mañana.

Emma miró al frente.

—Pues, a mí la película me estaba dando náuseas.

—Yo dejé de mirarla hace media hora.

Pero... sí estaba mirando la pantalla.

Emma regresó a verlo con una sonrisa juguetona.

—¿En qué estabas pensando?

—¿En qué no estaba pensando?

Ella agrandó su sonrisa, miró hacia el baño antes de abrir sus piernas y subir sobre las de él. No lo pensó mucho, solo lo hizo. Él temblaba por segundos cada vez que ella hacía eso, su cuerpo sufría una tempestad que tenía origen en el lugar más sensible de su ser, además de su mente, así es, hablamos de su pene.

Pero que sufriera tal tempestad dependía estrictamente del panorama, no era común que se excitara cuando Emma subía para charlar sobre temas serios, que necesitaban enfoque, es más, eso le producía estrés, que lo agarrara de la cara para evitar que él se desviara de un asunto, era insoportable; mucho menos se calentaba cuando, además de hablar, uno de los dos estaba anímicamente abajo. Pero jamás, jamás le había tocado un panorama que implicaba a su amigo estrenando el cuarto de al lado con diarrea.

Si embargo, ocurrió. Alan dejó de existir, tal vez casi literalmente.

—¿Y? ¿En qué no estabas pensando? —Emma le acarició la barba.

—No estaba pensando en ti, absolutamente no. —Su voz se transformó; Emma diría que se oscureció, sin embargo, no dejaba de sonar como Colin Oschner. Le miró el escote y remojó sus labios.

Ella agachó su cabeza para obtener la atención de esos ojos azules.

—¿No? —preguntó.

—Jamás —irguió su postura, incluyendo su cabeza. Y la miró desde ahí, solo moviendo sus globos oculares, tenía su barbilla en alto y una cara seria, sin embargo, su ceño estaba bastante relajado.

—¿Estabas pensando en el juego final de hoy? —le acarició los brazos, en los bíceps.

—Los Warriors no tienen chance, ni lo voy a mirar —suspiró como parte de su actuación, y recostó su cabeza sobre el respaldo del sofá, echándose para atrás.

Emma rió y se inclinó a besarle el cuello, entonces, Colin la cogió de la nuca para encastrar sus bocas con un beso sin censura. Tan exquisito como excitante. Ella se deslizó hacia delante, pegándose más, abriendo sus bocas, rozando sus lenguas, y en eso, lo sintió.

—Estás tan duro —pronunció en un susurro cuando él pasó a besarle el cuello, la clavícula, el área del escote con desmesura, llenándola de huellas.

—Y tú estás tan mojada —respondió sin dejar de humedecerle la piel. Lo cierto es que no lo había verificado, pero la conocía lo suficiente para saberlo; además, Emma se estaba ciñendo con fervor contra su miembro.

Entonces, ella abrió su boca, un sonidito salió de lo más profundo de su garganta, estaba atravesando la peor sensación del mundo, una incómoda presión entre sus piernas, una acumulación de libido que necesitaba liberarse porque la frustración la torturaba de forma brutal. Miró hacia el baño, quizás no pensó en la consecuencia de su acción, en cómo iba a acabar si despertaba, de manera inoportuna, a la libido de Colin. Quizás era cierto que necesitaban más sexo, pues se estaba volviendo loca con unos cuantos besos.

Emma pegó sus frentes y comenzó a frotarse en Colin, moviendo sus caderas como poesía, de esa manera la calificaba, pues rimaba de forma perfecta. La fricción era dura y lenta. Los gemidos se le escaparon, estaba malditamente frustrada, se estaba esforzando por alcanzarlo.

Colin estaba disfrutando de las sensaciones corporales, pero el verdadero espectáculo se hallaba en el deseo insatisfecho de su nena. No está mal querer sentirse deseado de vez en cuando. Podía venirse en cualquier momento y solo por mirar esas mejillas que cogieron rubor rosa, esa boca abierta y esas cejas fruncidas, sincronizadas de forma armoniosa en esa obra de arte que Emma llamaba cara.

—C-Cole —gimió.

Era inteligente, él sabía que tenían tiempo.

—Elegiste un mal momento, Emma —bajó el cierre del vestido, que quedaba a un costado, solo para aflojarlo, entonces, deslizó una de las mangas sobre el hombro derecho de ella, y se inclinó para comerla.

Emma paró de frotarse, y, jadeando, observó cómo la estaba besando por encima del sostén. Le encantaba cómo la hacía sentir, tanto de forma física como mental. Amaba lo segura que la hacía sentir con respecto a sus senos cuando estaban en la intimidad, pues ella tenía un fuerte complejo con ellos, tanto así, que una vez marcó cita con una cirujana, con la pretensión de hacerlos menos llamativos, mas no asistió; gracias a Dios, decía Colin, quien tenía una fuerte fijación sexual hacia ellos, y ese sí que no era ningún secreto; además, sabía cómo manejar su fetiche de tal manera en que ambos lo disfrutaban.

—Colin, no —susurró.

Él pensaba bajarle el sostén de una manera totalmente descarada e inoportuna.

—¿Por qué no? —le preguntó, regresando a dejarle besos en el cuello.

Emma cerró sus ojos, sintiendo cómo esos labios marcaban, de forma invisible, pero permanente, esa área de su cuerpo. Unas chispas se encendieron en su abdomen, que viajaron a través de sus piernas hasta las plantas de sus pies. Quería más, necesitaba más; que la desnudara, que besara, que lamiera sus pezones, necesitaba que la tomara de sus caderas con destreza mientras la penetraba hasta lo más profundo de ella.

—Llévame al guardarropa —pidió.

Colin se detuvo a mirarla y en su cara se dibujó una sonrisa manchada de impureza.

—¿Qué fantasía tiene mi nena con los espacios pequeños?

Fue entonces que el celular de ella sonó, ahí, dentro del bolso cuadrado.

—¡No! —dijo Emma, escondiendo el bolso bajo un almohadón y lo apretó.

Pero el celular siguió sonando, incluso llamaron de nuevo.

—Tienes que averiguar de quién se trata, corazón —habló Colin de forma totalmente racional.

Estresada, hundió sus dedos en su cabello y buscó el celular.

Reconocía ese número de alguna parte.

—¿Hola? —respondió.

Colin le subió el cierre y recibió un golpe en la mano.

¿Quién le dio permiso de vestirla?

—Señorita Emma, lamento molestarla en su número privado, pero debo informarle que olvidó su tarjetero en la mesa del restaurante —habló una voz masculina, avejentada, era el propio gerente llamándola.

Maldita suerte.

Emma mordió con rabia, entonces, el baño se abrió y Colin le cerró el vestido en menos de tres segundos. Alan no se percató de ello, tampoco le dio importancia a la posición en la que estaban, cruzó frente al sofá con una marcha débil. Emma se bajó de Colin, y, boquiabierta, giró para seguir a Alan con su mirada, hasta que éste desapareció en el cuarto de al lado, necesitaba acostarse en la cama.

—Eh, sí... —le contestó al de la otra línea, se levantó del sofá y fue a espiar al enfermo, se paró bajo el marco de la puerta—. Sigo en el hotel, habitación 480, necesito que me lo traigan de inmediato. Por cierto, también necesito que suba la doctora en seguida. Y tráiganme agua, mucha agua, ahora mismo.

—Todo estará ahí en menos de cinco minutos, señorita.

—Gracias. Esperaré todo en cinco minutos o menos —sonrió y colgó; a continuación, borró su sonrisa automatizada por cortesía, y apuntó hacia la recámara, mirándole a Colin con una expresión de enfado, con sus cejas fruncidas—. ¿No piensas decirle nada? De verdad le duele, Oschner —murmuró bien bajo.

—Pues, a mí también me duele algo —dijo Colin desde el sofá.

—Colin. —Se enrabió.

—¿Quién te llamó? ¿Olvidaste algo? —Finalmente, Colin se puso de pie.

—Olvidé mi tarjetero en la mesa del restaurante, ni siquiera sé para qué lo saqué, creo que cuando estaba buscando efectivo para la propina. No quiero desconfiar de los empleados, por honor a Noah, pero más les vale que todo esté en su lugar porque mi papá me va a matar si no. Ahora, por favor, ¿puedes actuar de médico? —colocó sus manos en sus caderas.

Colin suspiró y caminó hasta la recámara, se sentó en un sillón junto a la cama.

—Espero que hayas aprendido la lección —dijo.

—¡Colin! —se quejó Emma.

—Estoy en mi lecho de muerte y tú te pones a regañarme como siempre —habló Alan, quien estaba acostado boca abajo, con una actitud dramática—. Pero sí; no volveré a comer donas de choco en lo que me resta de vida, que, según mi estado, solo me quedan horas.

No le creyeron nada sobre las donas.

—La doctora vendrá a verte —avisó Colin.

—¿Hay una maldita doctora? —preguntó, recostando su mejilla sobre el colchón.

—Sí... Ella sabrá exactamente qué hacer contigo para que mañana amanezcas bien —respondió Emma.

—¿Y es guapa? —giró a verla, acostándose boca arriba.

¡Hola! 

Para quienes me leen en tiempo real. Tenía ganas de publicar capítulo desde anoche, y aquí está. Espero que lo hayan disfrutado de inicio a fin.

Ahora... ¡Preguntas de interacción para todos!

Ay, mi Emmy amaneció bien después del capítulo anterior. Esa no era pregunta, pero echemos una. ¿Imaginaste que estuviera bien anímicamente en este capítulo?

¿Milo pasó a la lista negra? Colin ya lo puso en la suya.

¿Alan sobrevivirá las próximas horas? Pregunta seria.

Pero ¿quién le mandó a Colin decirle a Emma que es el amor de su vida? Ay, niñito.

¡Cuéntanos a todos cuál es tu parte favorita!

Y bueno. Los quiero. Hasta la próxima, amigos.

Continue Reading

You'll Also Like

1M 28.5K 32
Cuando las personas que más amas, te rompen, es difícil volver a unir esos pedazos. Victoria Brown, creía que cuando amas, la brecha para perderte a...
152K 16.2K 70
La vida de Zafiro, como la de muchas adolescentes está llena de problemas tipicos, pero lo tipico se vuelve insignificante cuando las sombras rodean...
42.8K 3.3K 8
Harry tiene deudas y necesita dinero rápido. Encuentra un anuncio en el periódico que pide un actor para un solo día de filmación. Harry acude al lug...
9.3K 544 24
Todos, alguna vez, hemos fantaseado con cumplir nuestros sueños, pero ... ¿Qué decisión tomarías, si supieras que, para alcanzarlos, debes dejar a un...