Aceptar que eran almas gemelas no fue sencillo, y tú ya conoces la historia.
Ahora, ellos dos, cargaban una mochila de recuerdos del año anterior.
Un ocho de noviembre oficializaron su romance, sobre un colchón, tendido en el suelo, y sábanas de princesa como nido de amor. Ah, y sí, en un departamento ajeno con un vecino frustrado siendo testigo de la pasión al otro lado de la pared. Lo recordaban como si hubiese sido la semana pasada, pero no. Había pasado seis meses y veinticuatro días de esa conmovedora noche, y el semestre de primavera se esfumó tan rápido que ni siquiera les dio tiempo de procesar tantas memorias.
El verano.
El bendito verano.
El verano que esperaban convertir en uno de los recuerdos más bonitos de su relación.
Emma llegó a casa enamorada, ilusionada, pero con mucho temor. Colin era su primer beso, su primer te amo, su primer acto sexual, su primer novio. Estar lejos de Nueva York supuso tranquilidad para ella, para los dos. Nunca se habían presentado oficialmente como pareja frente a la familia de cada uno, y por eso, esa ansiedad se halló pospuesta hasta ese verano. De nuevo, el bendito verano.
Regresar a casa juntos fue un reto. Sin embargo, brillaba la luz de la esperanza en ambos, porque solo se trataba de ellos dos contra ellos mismos, y alguna que otra nube gris sobre sus cabezas.
Eran el apoyo perfecto, y aunque sabían que podían hacerlo solos, ellos eligieron hacerlo juntos.