Ariantes: Un rey para dos rei...

Da GuillermoCabanelas

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Llega la apasionante continuación del libro Ariantes: El hijo del Dragón. Algunos meses han pasado desde la v... Altro

PRÓLOGO
LIBRO I: RENACER DE LAS CENIZAS
SOREN EST BRUM'A
ULOG GRO-BASH
ILETH UNWIL
THIARI VOL-GUIN
SOREN EST BRUM'A
ILETH UNWIL
KORGUEN EST BRUM'A
ARI EST SI'RE
IZZIA AL-JIZRA
ULOG GRO-BASH
ALANI EST REN'AL
LIBRO II: CAMINOS SEPARADOS
ALANI EST REN'AL
ITGOR KRAMKA
THORIQ HELMSDEEP
SOREN EST BRUM'A
KORGUEN EST BRUM'A
ULOG GRO-BASH
KIRTAN MEDRES
SOREN EST BRUM'A
ILETH UNWIL
THIARI VOL-GUIN
IZZIA AL-JIZRA
LIBRO III: EL VELO SE CORRE
IMZOS AL-MARQUI
SOREN EST BRUM'A
KEREL FELDÜR
KIRRI EST BRUM'A
ITGOR KRAMKA
ULOG GRO-BASH
ARI EST SI'RE
VOLIK EST BRUM'A
IMZOS AL-MARKI
SOREN EST BRUM'A
THORIQ HELMSDEEP
KIRTAN MEDRES
ALANI EST REN'AL
EPILOGO

THORIQ HELMSDEEP

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Da GuillermoCabanelas

Thoriq miraba el plano del campo de batalla con rostro preocupado. Había habido muchos reportes de movimiento al sur del río, incluso con los barcos estacionado en la cuenca, las fuerzas orcas habían comenzado a movilizarse bajo el manto de la oscuridad. Era un movimiento atrevido, pero si bien no habían sucedido hechos que pudieran preocupar el desarrollo del asedio, Thoriq no podía dejar de preocuparse. Por órdenes del rey rhondo Terrik VIII, el control del asedio había sido cedido al enano, quien coordinaba y dirigía la avanzada.

Según el plan que Soren había propuesto, el asedio se desarrollaría en tres frentes simultáneos. Kirtan y el Ar-Gun se ocuparían de los frentes oeste y este respectivamente. Thoriq se ocupaba de coordinarlos a todos, pues era el que recibía las novedades desde la capital. Por último, Loares Líguris estaba encargado de controlar los barcos, aunque la parte más ardua de su trabajo ya estaba hecha, había decidido quedarse, seguramente esperando los laureles de la victoria.

Las aspiraciones de aquel noble humano no eran extrañas para Thoriq, aunque tal vez lo fueran para Soren. El enano estaba acostumbrado a vivir en una sociedad en la cual la fama y el poder iban tomados de la mano. En especial durante situaciones excepcionales como la guerra, donde el ser visto como un buen militar era más importante que ser visto como un buen gobernante. Se sabía que Loares no era un líder de hombres, pero era sí una de las personas más adineradas y era el dueño de una de las empresas más importantes de comercio marítimo, tenía lazos con gran parte de las islas del norte y del oeste. Fue uno de los grandes perdedores del incendio de la ciudad puerto de Zarix a manos de Ulog, una de las razones por las cuales buscaba también venganza. Había perdido una gran parte de su flota, al igual que cargamento y equipo, lo cual debilitaba su posición frente a los demás nobles.

Por suerte para él, muchos de ciudadanos nobles de Taria habían perdido posesiones en las demás ciudades y aldeas atacadas, al igual que los que se encontraban prácticamente incomunicados con el este del reino, más allá de la Ciudad del Lago. Por eso, a pesar de su nueva flaqueza económica, había donado los barcos de acuerdo a lo que su hijo había prometido en la asamblea, con lo cual se había ganado el agradecimiento del rey y el respeto (sumado a la envidia) del resto de los nobles.

Para sorpresa de los todos, Loares se mostraba sumiso y servicial, algo raro en los de su clase. Soren y Kirtan creían que se debía a que conocía su propia ignorancia respecto a la guerra, pero Thoriq tenía presentimientos no tan nobles. El sospechaba que Líguris intentaba mostrar una faceta de soldado que acata las órdenes, para conseguir así caer en gracia a todos, una actitud no muy rara en los nobles de cualquier especie.

Mientras todo esto rondaba en su cabeza, el enano intentaba concentrarse en el mapa del campo de batalla. La situación en sí parecía simple: una fortificación rodeada por todos los puntos cardinales, sin ningún tipo de acceso a reabastecimiento. Pero también había cosas que la gente no sabía: los orcos, poderosos aún en escaso número, tenían la ventaja de la altura; las murallas habían sido reconstruidas y reforzadas, al igual que las puertas. Si bien los orcos no eran conocidos por su mesura, habían demostrado ser mecedores de mayor respeto en cuanto a la organización. El reinado de Ulog Gro-Bash, incluso luego de la derrota, parecía todavía firme. En otro momento, la primera derrota hubiera supuesto su muerte. Si había algún general como él dentro del fuerte, la batalla sería dura.

Thoriq comenzaba a sentir el cansancio de la guerra en su ya no tan juvenil cuerpo. Se alejó de la mesa para acercarse a una mesa que estaba sobre un costado. Tomo una copa y la llenó hasta el borde de un vino dulce que habían enviado desde la capital. La tomó de un solo trago y volvió a servirse otra copa llena antes de volverse hasta la mesa.

– No esperaba verte con rostro tan preocupado – dijo Soren ingresando a la estancia y dándole un susto al enano.

– Yo tampoco – respondió mirando al joven elfo – Esperaba encontrar alguna flaqueza o modo de entrar. Han pasado tres meses y no hemos podido romper sus defensas. Tal vez lo mejor sea realizar un asalto en los cuatro frentes.

– Pero no podemos darnos el lujo de perder tropas, Thoriq, bastante escasas son – replicó Soren – Nuestras órdenes son tomar el fuerte sin bajas.

– O con la menor cantidad posible – concluyó la frase el enano – Tiene que haber alguna manera. No podemos darnos el lujo de esperar un año a que se les acaben las provisiones.

– ¿Qué propones?

– Tal vez podríamos retirar los barcos durante una noche – dijo pensativo sin mirar al elfo.

– ¿Retirarlos? – preguntó confundido mientras se servía una copa de vino - ¿Con lo que nos ha costado que estuvieran allí?

– Sí – respondió pensativo – ¡Sí! Mira, si retiramos los barcos en unas horas e iniciamos un lento ataque hacia la fortificación, cuidándonos más por defendernos que por entrar en la fortaleza, tal vez podremos presionarlos para que salgan por el puente derrumbado, intentarán hacer algún tipo de pasaje, de puente de madera o algo por el estilo. Ya deben estar listos para retirarse en cuanto tengan la oportunidad.

– También podrían llegar refuerzos – respondió Soren – Y tendrían el paso abierto para entrar, con lo que perderíamos más gente. Tu mismo has visto el movimiento al sur del río, los orcos traman algo.

– Lo sé, pero tampoco podemos esperar más. Si hubieran querido atacarnos, podrían haber usado escorpiones, catapultas o trabucos. No lo creo. Si estás de acuerdo, esa sería mi forma de proceder.

– Terrik te cedió el mando, amigo – dijo Soren con una sonrisa – Se hará la que tú digas.

– De acuerdo, comunícale las órdenes a Loares y Kirtan. Los barcos se retiran al anochecer. El ataque comienza con el alba. Doble ración a los soldados y que revisen nuevamente todas las armas de asedio.

– De acuerdo – fue la respuesta de Soren, quien salió de inmediato a cumplir sus órdenes.

Thoriq salió de su tienda, eran las cinco de la tarde, aunque el sol no se había dejado ver desde hacía ya tres jornadas. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando el frío y húmedo viento golpeó su rostro. Miró primero hacia el norte, hacia su hogar. Esperaba ver las montañas, pero el clima no le permitía ver más allá de algunos kilómetros. El enano extrañaba su hogar, era cálido y acogedor, no como la superficie. Si hay algo que había aprendido a odiar de Rhondia, aquella bella y verde región, era el clima húmedo y frío que parecía no dejarle en paz. Y ni pensar lo que serían las tierras del sur, el reino de Yielandia, según decían, era el lugar más frío del continente. Las tierras de los orcos también eran frías y muertas montañas. Thoriq disfrutaba de la guerra, de la lucha y del mando, pero no deseaba ir más hacia el sur. Se había comprometido a terminar con esta guerra, y luego partiría nuevamente hacia su ciudad, ya fuera a pie o dentro de una urna.

Volvió luego la vista hacia el sur, al fuerte Virianti. No había movimiento en sus almenas o murallas; de hecho, no habían visto ningún orco desde hacía ya días. Algunos lo tomaban como señal de que estaban muertos (o a punto de estarlo), mientras que otros pensaban que estaban reforzando aún más las defensas. De cualquier modo, los soldados ya estaban ansiosos por entrar en combate. La moral había cambiado rotundamente luego de que vencieran en el asedio de Taria, luego sucedido por varias victorias más. A partir de esas victorias, y del liderazgo de Soren, las fuerzas humanas se sintieron más capaces. La realidad era que esas victorias, que habían resultado sencillas, se debían a los problemas internos que habían sufrido los orcos tras la derrota, sumados al retiro de los Fe-Gun luego de la muerte del Alergus Kineth Vol-Guin.

Soren había tenido razón al proponer reorganizarse y atacar el fuerte Virianti, pero la idea había llegado demasiado tarde. Los orcos ya habían lo reconstruido y fortificado, logrando que un asedio que deseaban imaginar como sencillo, se había convertido en una larga y tortuosa agonía. En los comienzos de la guerra, los asedios se habían resuelto de manera sencilla y rápida. Ulog había sido inteligente. Las tretas y las armas de asedio les habían permitido una rápida resolución de los conflictos, ante unas tropas que no estaban preparadas.

La nueva fase de la guerra prometía ser diferente. Las armaduras y estrategias habían cambiado para poder adaptarse a sus enemigos. Este asedio de ya tres meses significaba que los orcos habían decidido quedarse. Habían marcado y mantenido los límites, toda la región sur les pertenecía, y hasta ahora no habían podido avanzar. El rey no había permitido a Thoriq trasladar tropas hacia el este y atacar alguna de las fortificaciones de los puentes para intentar dividir a las tropas orcas entre más de un frente. Terrik, a pesar de su osadía, tenía miedo. Había conseguido el trono tras la muerte de su sobrino, no lo había ansiado en ningún momento, pero ahora que era suyo, no lo dejaría ir tan fácilmente. Su prioridad era la península, una vez que toda la región estuviese fuera de peligro, Thoriq dispondría de más tropas, pero por ahora Virianti era la prioridad.

El enano se paseó por el campamento para dar ánimo a sus tropas y la respuesta fue satisfactoria. Los soldados estaban deseosos de entrar en combate, muchos de ellos no conocieron el oficio y arte de la guerra hasta la invasión orca, pero ahora se encontraban envalentonados y preparados para seguir hasta el final. Muchos luchaban por su país, pero todos luchaban por sus familias o tribus. Todos los presentes, a diferencia de lo que seguramente pasaba en el ejército orco, ellos defendían algo.

Cuando llegó la noche, los barcos de Loares Líguris ya se habían alejado del fuerte y aquél noble no tardó en ir a la tienda de Thoriq para que le explicara las razones por las cuales lo habían alejado de la batalla. Si bien el enano deseaba enviar al noble nuevamente hacia la capital, contuvo sus impulsos para poder explicarle el plan al que habían llegado con Soren. Kirtan también estaba presente, pero se limitó solo a escuchar y prestar atención a lo que Thoriq contaba. El noble humano, en cambio, estaba visiblemente molesto, aunque en ningún momento se sobresaltó o le faltó el respeto a los presentes.

Thoriq se reía por dentro de solo pensar en como aquel hombre estaría imaginando mil maneras distintas de asesinarle por robarle el crédito del asedio. Pero el enano, conocedor a estas alturas de las intrigas palaciegas, ofreció a Loares comandar una fuerza de quinientos hombres durante el asedio, algo que el noble agradeció con un falso gesto de cordialidad muy estudiado.

Cuando Loares Líguris se retiró de la sala, Kirtan se quedó con Thoriq a solas. Ambos se sentaron y se sirvieron una copa de vino.

– ¿Estás seguro? – preguntó Kirtan

– ¿De qué? ¿De la estrategia? Pues la verdad es que sí. Estoy convencido de que funcionará.

– Te hablo de cederle el mando de tropas terrestres a Líguris – contestó Kirtan

– No tenía muchas opciones. Necesitamos tenerlo controlado por ahora. Si todo se desarrolla como lo planeé, no sufriremos muchas bajas.

– ¿Y si no es ese el caso?

– Tendremos un noble menos del cual preocuparnos – fue la sarcástica respuesta.

Ambos bebieron un rato más ultimando algunos detalles. Para cuando Kirtan dejó solo a Thoriq, era ya de madrugada y no había signos de movimiento alguno por parte de los orcos, razón por la cual él se preocupó.

Se acercó a la primera fila y dio la orden de comenzar con el ataque. Los cuernos comenzaron a sonar, y el sonido se expandió hacia ambos costados, haciendo llegar el mandato a los extremos del semicírculo que asediaba el fuerte. En ese momento, las armas de asedio reanudaron el lanzamiento de rocas hacia las murallas y por sobre de ellas, mientras tres arietes comenzaban su lenta pero segura marcha hacia la puerta.

En ningún momento, los orcos intentaron defender sus murallas, pero tampoco se veía ningún tipo de movimiento por la parte sur, donde antes se encontraba el puente. El ataque del ariete se demoraba, y no podía romper la puerta, por lo que entraron en acción las escaleras, que llegaron a toda prisa a las murallas. Los soldados que subieron por ellas se encontraron pronto solos. Un olor extraño los cubría, y el piso de la muralla estaba húmedo.

Los soldados sentían el chapoteo bajo sus pies mientras tomaban posiciones. No habían terminado este proceso cuando vieron desde el sur que una flecha encendida surcaba el cielo a baja altura con dirección a la puerta norte. No tardaron en darse cuenta de lo que sucedería, y algunos corrieron hacia las escaleras de madera por las que habían subido, mientras que otros corrieron hacia las escaleras de piedra que bajaban hacia el centro de la ciudad. Los más cercanos a la puerta no tuvieron más opción que arrojarse de la muralla, algunos hacia adentro y otros hacia fuera. Muchos perdieron la vida a manos de las llamas que cubrieron toda la parte superior de la muralla, y otros habían quedado incapacitados para seguir luchando luego de la caída desde el muro.

Thoriq miraba perplejo lo que había pasado, pues nunca se había imaginado que eso sucedería. Todavía admiraba las llamas cuando un elfo se acercó corriendo a toda velocidad.

– Señor – dijo poniéndose en postura militar – Soren Est Brum'a solicita que se dirija a toda velocidad hacia la costa del río.

Thoriq se subió a un caballo y a toda prisa se dirigió hacia donde Soren estaba, de pie mirando hacia el sur.

– ¿Qué ha pasado? – preguntó Thoriq

– Mira allí – dijo indicándole la oscuridad del sur.

– No veo nada – agregó el enano.

– Ha resultado – respondió Soren - Son trescientos orcos desnudos cubiertos en barro. Han escapado como tú lo habías previsto.

Thoriq estaba de pié observando complacido, seguro y confiado de los logros de su victoria. Las bajas no habían sido nulas, pero tampoco lo suficientemente grandes como para opacar el logro, y eso lo dejó satisfecho. Aunque ese sentimiento de plenitud duró demasiado poco, una sensación de tristeza y amargura lo invadió en cuanto vio al elfo oscuro Ileth Unwil acercarse sobre un caballo a toda prisa.

Recordó lo que Ileth esa breve y secreta reunión en Taria. Todo había sucedido como él le había dicho. Incluso el detalle de la copa cayendo al suelo al ser relevado del cargo. Todo era extraño, pero la sensación de angustia que encogió su corazón era demasiado fuerte como para no prestarle atención.


s dp#

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