ILETH UNWIL

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El joven elfo oscuro se levantó al alba lleno de energía. Se acercó a la ventana y respiró hondo el claro y frío aire de aquella parte del mundo. No podía evitar pensar en su hogar natal, que tanto buenos momentos le había dado, aunque así también muchos malos. No había podido sacarse de la cabeza la idea de que su padre había sido asesinado, ni de que la culpa hubiera recaído en él.

Con el tiempo había comprendido que había sido todo una maniobra de aquél viejo emisario de los orcos. Nunca había conocido su nombre, la última vez que había sido visto fue durante el primer asedio del fuerte Virianti. Los que lo recordaban lo hacían pues habían visto una figura alta y envuelta, ninguno pudo siquiera ver su rostro.

Ileth tenía una teoría, aunque fuera lo bastante descabellada como para no compartirla con nadie. Por lo que recordaba, y lo que habían contado los demás, creía que se trataba de un Si-Gun, un elfo blanco fuera del domo. En un primer momento le había parecido imposible, pero en las últimas semanas había aprendido más de la magia que en toda su vida en Colra.

El Fe-Gun se acercó a su gran espejo de pared y contempló su cuerpo desnudo. Había agregado algunas cuantas palabras más del pergamino a su cuerpo, aunque no todas las que había logrado traducir. Tenía ya aproximadamente dieciséis tatuajes apenas perceptibles en el cuerpo al que, gracias al invierno, llevaba siempre tapado.

El estudio de ese pergamino le había hecho cambiar su rutina, de manera imperceptible los primeros días, para luego ser más evidente. Cada vez daba menos clases, o dejaba algunos ejercicios y se retiraba con alguna excusa estúpida. Sus jóvenes aprendices habían comenzado a preocuparse por su maestro, quien mostraba signos cada vez más fuertes de aislamiento. Él lo sabía, pero el pergamino y el poder que éste confería no dejaba de rondar por su cabeza, pensaba en todo el bien que podía hacer con ese poder.

De todos modos, mantenía un cierto grado de miedo a lo desconocido, por lo que había optado por no tatuarse algunas de las palabras, pues no estaba seguro de lo que le otorgarían, y lo mismo pasaba con un montón más que no había descifrado.

- Señor Unwil – decía un soldado del otro lado de la puerta – El rey solicita su presencia.

- En seguida salgo – respondió Ileth molesto.

- El rey ha dicho que es urgente – dijo con cierto temor el guardia – Nos ha ordenado que no le haga esperar.

El hechicero se vistió a toda prisa, sabía que el rey le regañaría por algo, y mejor era no hacerlo esperar. Se puso una túnica de un color vino que contrastaba con su piel y hacía juego con su cabello, recogido en un rodete perfecto en la parte superior de su cabeza.

Cuando abrió al fin la puerta se encontró con tres soldados que le esperaban, lo que lo sorprendió. Definitivamente quería Terrik causar una impresión, lo cual significaba que la reprimenda sería seria. Intentó mantener la calma mientras caminaba por los hermosos, aunque sobrios, pasillos de la residencia principal de Taria.

Ingresó finalmente a la sala donde hacía unos meses había defendido a Soren Est Brum'a de una muerte segura a manos del anterior gobernante. Rápidamente sacudió su cabeza para despejar de su mente esos pensamientos, pues era algo que no quería recordar. El vocero anunció su entrada con un tono alto de voz, luego se dirigió a Ileth con una seña indicándole que era su turno de hablar con el rey.

- Mi rey – dijo cordialmente Ileth apoyando una rodilla en el piso y bajando la cabeza – Usted me ha convocado y aquí estoy, a su servicio.

- Así parece – dijo con tono disgustado - ¿Sabes por qué estás aquí, Fe-Gun?

Ariantes: Un rey para dos reinosWhere stories live. Discover now