ALANI EST REN'AL

7 5 0
                                    

Ya habían pasado tres meses desde que Soren había partido hacia el asedio del fuerte Virianti. Se habían visto algunas veces y a pesar de la promesa de Alani de ponerse firme y contarle todo lo que sentía a su esposo, las cosas no habían cambiado. Ella seguía simulando que nada la molestaba, pues tenía otras cosas en su mente.

Desde que había tenido ese sueño dos meses atrás no había podido dejar de pensar en eso. Alani hubiera recurrido a las mujeres de su raza, pero no había ninguna con ella, todas habían marchado hacia el sur con Soren y el ejército rhondo, por lo que había decidido visitar algunas curanderas y videntes humanas, con la esperanza de que pudieran confirmarle sobre su embarazo, pero la anatomía de los elfos les era desconocida.

Ella se sentía extraña, incluso antes del sueño, pero ahora todo era confuso, y la idea de que estuviera embarazada, si bien era algo hermoso que la llenaba de alegría, no se sentía preparada. Menos aún si sabía que su hijo moriría. Soren había intentado, en las ocasiones que compartió con ella en los últimos meses, saber qué es lo que le pasaba, pero Alani daba respuestas esquivas, dejándolo preocupado. Sabía que no era la manera de tratar a su esposo, pero eso, en aquel momento, no le importaba.

Había pasado días enteros en la biblioteca del palacio de Rhondia, descuidando sus demás tareas, como lo era la de entrenar a los soldados o asistir a las galas reales. Aquel lugar era fascinante, con sus enormes estanterías y escaleras, presentaba tres pisos con más de seis metros de altura cada uno. En sus estanterías, los libros más comunes se mezclaban con los más raros.

Alani había revisado más de ciento cincuenta libros de la selección que el maestro de la biblioteca le había separado sin encontrar el más mínimo indicio de lo que la anciana le había dicho en sueños. Cuando la vio entrar, el bibliotecario hizo una mueca de fastidio. Otra vez, como todos los demás días, ella estaba allí.

– Buen día, maestro – dijo una cortés Alani con una leve reverencia.

– Mi señora – respondió con una fingida cordialidad el bibliotecario.

– Quería saber si había podido encontrar algún otro libro que me ayude en mi búsqueda.

– Lo siento, señora. Todos los libros que contaran algo sobre el período anterior a la formación de los reinos y del asentamiento de los distintos pueblos en Ariantes ya se lo he dado. Al igual que los estudios y tratados sobre las distintas religiones y sus orígenes.

– ¿Está seguro que no hay nada más? – preguntó compungida Alani

– Conozco esta biblioteca mejor que nadie, mi señora – respondió molesto aquel hombre entrado en años – Pero siéntase libre de buscar usted entre los distintos libros que poseemos – y dio media vuelta para marcharse cargando una serie de pergaminos viejos.

Alani hizo una reverencia de agradecimiento y miró con detenimiento hacia esos mastodontes de madera que albergaban los libros. No tenía la más mínima idea de por dónde comenzar a buscar, asique decidió empezar por los libros de religiones.

Uno a uno leyó los dorsos con los títulos de cada uno de los libros de esas estanterías, de tanto en tanto sacaba uno de su lugar y ojeaba sus páginas, pero no encontró nada. Luego decidió irse a los libros sobre historia, para los cuales repitió los mismos procedimientos. Por último decidió ir hacia los libros de magia, no sabía muy bien que debía buscar allí, pero igualmente los revisó. Eran pocos más de una docena, pues no había mucha información que los humanos tuvieran sobre la magia, más allá de hechizos básicos que Ileth les había enseñado.

Alani se sentía desanimada, había revisado las secciones de la biblioteca que podían contener algo de información. Pronto la idea de que todo había sido sólo un sueño comenzaba a tener más fuerza. Eso la había tranquilizado un poco, por lo que decidió dejar esa búsqueda inútil.

Se dirigió hacia la puerta mientras recorría con las yemas de los dedos los ribetes de los libros, casi todos ellos forrados en cuero de algún animal. Cerró los ojos y se dejó llevar por el tacto, era una sensación gratificante sentir la suave textura de esos libros. Hasta que se detuvo, sintió algo que le hizo volver a abrir los ojos. Había llegado a una sección oscura de la biblioteca, no había ningún candelabro ni de techo, ni de pared ni de pie. Abrió los ojos lo más grande que pudo, para permitir que el reflejo de la luz de los demás costados le permitiera ver algo, pero era imposible ver qué tipo de libros había allí.

Volvió sobre sus pasos hasta encontrar una lámpara, la asió con fuerza y volvió a entrar a esa zona oscura. Pudo ver un pequeño cartel que decía "incatalogables" a la entrada del oscuro pasillo. Comenzó a ver sus estantes con un gesto de extrañeza, revisó los lomos de los libros, de muchos de ellos ni siquiera podía leer el nombre, pues parecían estar en otras lenguas desconocidas. Los exteriores variaban de uno a otro sin seguir ningún tipo de orden o línea. Algunos eran de un cuero viejo y duro, mientras que en otros el cuero tenía todavía bello del animal; incluso le pareció que uno estaba hecho con piel humana. Alani se quedó allí, observando cada uno de ellos detenidamente, primero los lomos para luego buscar dentro una imagen o una palabra que le ayudara a guiarse.

Parecía una tarea inútil, no podía leer nada en ellos. Los símbolos, dibujos y anotaciones eran incoherentes y obscuros. A pesar de eso se decidió a terminar con esa sección.

Luego de un rato, Alani se detuvo frente a un libro que no tenía nombre ni portada, solo un forro de cuero negro con un símbolo grabado en el lomo. Pasó su mano suavemente por las hendiduras del símbolo para limpiar el polvo de él y poder verlo con más claridad. La luz de la lámpara era tenue, pero le alcanzó para distinguirlo. Era una daga curva encerrada en un círculo. Estaba segura de haber visto ese símbolo antes, aunque no podía recordar donde. Cerró sus ojos e intentó recordar.

Abrió sus ojos de golpe y salió corriendo hacia el salón principal donde había más luz para cerciorarse. Lo miró con mucho detenimiento, pero estaba segura que había visto ese símbolo en su sueño, era el pomo de la daga de la estatua de Nifiri. Es más, la forma del arma era la misma que la de la daga curva del pomo, o la del lomo del libro.

Lo abrió a toda prisa, pero su desconcierto fue aún más grande que su apuro. Las hojas del libro se encontraban todas en blanco excepto la primera. Tenía en la parte superior una leyenda en una lengua extraña y el dibujo de un río en color rojo atravesaba toda la hoja.

– Maestro – dijo agitada Alani mientras llegaba corriendo hacia donde estaba el bibliotecario – Necesito de su sabiduría.

– ¿Qué necesitas? – dijo el hombre con una sonrisa de satisfacción; a todos los eruditos les fascinaba que les alagaran por sus conocimientos.

– Encontré este libro en la sección de incatalogables, pero está vacío.

– Por algo es incatalogable, querida. Mira, los libros de esa sección poseen lenguas muertas o casos como este de aquí, donde las páginas ya son ilegibles.

– Pero fíjese en esta primera página, se lee a la perfección. No parece estar avejentado ni nada por el estilo.

– Tienes razón – dijo confundido el hombre – Déjame que tome nota de los símbolos, a ver si puedo averiguar algo. Puede llevárselo si quiere. Te avisaré en cuanto sepa algo.

Alani salió con el libro entre sus brazos, abrazándolo con fuerza. Se había convencido entonces a sí misma de que nada de lo sucedido había sido un sueño.


Ariantes: Un rey para dos reinosWo Geschichten leben. Entdecke jetzt