IZZIA AL-JIZRA

11 3 0
                                    

El alboroto resonaba por todos los rincones del palacio de Taria. Soldados iban y venían a toda prisa portando pertrechos para los arqueros y lanceros que se apostaban en los límites de las murallas. Varios habían tropezado con ella, pero ninguno la había reconocido.

Había ingresado nuevamente a la ciudad luego del asesinato de Carión, nuevamente con un perfil bajo se escondió en las calles de la capital, viviendo de limosnas y paseándose por los caminos y callejones de la ciudad como una mendiga. En más de una ocasión debió librarse de borrachos y soldaos toquetones, pero había evitado asesinar a nadie. Luego de lo que había pasado con Terrik, el asesinato implicaba la intervención de los detectives de la guardia, una atención que no tenía ninguna intención de tener.

Fuera como fuese, había estado aguardando el momento propicio para intentar llevar a cabo su misión una vez más, como lo fue el ataque de los Fe-Gun a la ciudad. Se movió en las sombras con sigilo, hasta encontrar una guardia que se asemejara a su complexión. Cuando la encontró, la guio al callejón con algunas tretas y despistes aislándola de miradas curiosas, asesinándola desde las sombras.

Tomó sus prendas y sus armas, y se dirigió al palacio a toda prisa. Sabía que tenía pocas opciones y las chances de salir con vida eran casi nulas, pero a pesar de sus recientes dudas, siguió adelante con la tarea encomendada, introduciéndose en la boca del lobo.

Como llevada por el frenesí de la situación, Izzia seguía a los contingentes de soldados que iban y venían del palacio. Cargaba y acercaba los carcajs llenos de flechas para los defensores, mientras observaba algún hueco para colarse en el palacio. La batalla estaba en pleno fulgor cuando otro joven soldado chocó con ella y los carcajs de ambos cayeron al suelo. Algunos soldados les insultaron, pero mientras el chico se ponía a cargar de nuevo, notó que se encontraba solo.

La distracción había sido una cortina perfecta para que la asesina pudiera escabullirse dentro del palacio. Ella se encontraba satisfecha puesto que no había tenido la necesidad de hacer uso de su belleza física para conseguir el acceso.

Deambuló a paso rápido por los pasillos del palacio en búsqueda de la sala de guerra. Izzia sabía que no sería una tarea sencilla, pero debía hacerlo de todos modos. Inspeccionó con precaución los distintos pisos de la fortaleza, hasta que encontró un pasillo custodiado por cuatro centinelas bien armados.

Portaba consigo uno de los carcajs que había cargado con un arco en la mano, llevaba además un par de dagas élficas. Se acercó a toda prisa, como si tuviera un mensaje urgente, pero dos de los soldados se le interpusieron cerrándole el paso, mientras que los otros dos se ponían en posición de guardia. Izzia se colgó el arco y se acercó un póco más a los dos primeros guardias, desenvainó rápidamente sus dagas, sesgando las gargantas de los guardias que le cerraban el paso. Sus cuerpos se desplomaron con fuerza mientras la asesina comenzaba a correr hacia los guardias restantes.

Sorprendidos por la maniobra, igualmente mantuvieron la compostura, pues sabían que una posición cerrada en un pasillo tan estrecho impedía un ataque frontal. Izzia también se había dado cuenta, por lo que su táctica fue correr en diagonal y hacia una de las paredes para impulsarse y pasar por arriba de ellos. Era una maniobra arriesgada debido a que implicaba todavía correr directamente hacia las lanzas, pero no tenías muchas otras opciones. Comenzó corriendo en diagonal, y con un movimiento rápido esquivó la primera lanza, aunque la segunda llegó a rozarle el hombro izquierdo. Se impulsó luego en la pared y cayó justo a espaldas de los soldados, quienes se vieron imposibilitados de dar la vuelta debido a la longitud de las armas y la cercanía entre ellos y la asesina, que no dudó en clavar sus dagas en los cuerpos de sus enemigos.

La puerta se abrió a sus espaldas, pero los dos soldados que salieron se encontraron prontamente con sus gargantas atravesadas por los cuchillos élficos. Izzia tomó su arco y comenzó a disparar flechas hacia los presentes, muchos eran nobles humanos, había algunos consejeros militares, perfectamente entrenados, pero que carecían de coraza y les sobraban años (a algunos incluso kilos). No se dedicó a matarlos sino a incapacitarlos, si alguno moría no era de su interés. Recuperó las dagas justo antes de entrar en la sala, se deshizo del carcaj (ya vacío) y el arco, teniendo nuevamente más movilidad. Vio algo por el rabillo del ojo e instintivamente hizo una acrobacia que le sirvió para evitar una pequeña hacha que un joven enano le había arrojado, esa había estado cerca.

Admiró el coraje del enano, y le inspeccionó de arriba abajo en unos instantes, era joven y se le notaba fuerte bajo esa coraza que le cubría todo el cuerpo, el único punto débil era la cabeza al no llevar el yelmo. Esquivó una nueva hacha, pero en un movimiento veloz pasó por arriba de la mesa y le pegó una fuerte patada en la cabeza que le hizo caer hacia atrás y quedar fuera de combate.

Finalmente se giró hacia la cabecera de la mesa, donde Terrik la aguardaba con la espada en su mano derecha y un rostro adusto. Izzia sonrió y se acercó con las dagas en sus manos. Miró hacia los costados para cerciorarse que nadie fuera a interrumpir la pelea, y luego se abalanzó sobre su presa. Comenzó tirando algunas estocadas probando los reflejos y velocidad de su oponente, quien hizo lo propio con ella. El porte de el era digno de un noble, y luchaba con frescura a pesar de no ser ya tan joven. Izzia se encontraba enfervorecida, le encantaba la idea de pelear con su presa, que su oponente le opusiera resistencia, pero también sabía que debía acabar con esto cuanto antes.

Miró a su alrededor y vio que tras de Terrik había una silla tirada en el piso, por lo que tomó algunas cosas de arriba de la mesa y comenzó a arrojárselas, una tras otra para terminar arrojando sus dos dagas al mismo tiempo. El rey rhondo pudo desviar uno, pero no pudo evitar que la segunda impactara en su hombreo, haciéndole dar un paso hacia atrás, donde trastabilló con la silla y cayó al piso. Izzia se arrojó sobre su enemigo, inmovilizándole. Tomó la daga clavada en su hombro y la clavó en su garganta. Un gorgojeo salió del corte profundo y la sangre comenzó a brotar a montones. Luego tomó su mano y cortó sus diez dedos, llevándose con ella los anillos.

Comenzó a luego a correr por los pasillos, pero la sangre de la armadura que portaba la dejaría en evidencia. Pensó en sus opciones, que no eran muchas, y decidió arriesgarse. Tomó unas sábanas unas de las habitaciones, haciendo una serie de nudos armó un paracaidas. Sabía que en situaciones normales no tendría ningún efecto, pero contaba con que el fuego y calor que emanaba de la base del pilar hicieran que funcionara como un globo y aminorara la caída.

Izzia se acercó a la muralla y se introdujo rápidamente en ella. Los gritos se escuchaban por todos lados, pero ella no hacía caso a ellos. Subió rápidamente a una de las almenas y se lanzó al vacío esperando tener razón.

Ariantes: Un rey para dos reinosWhere stories live. Discover now