ULOG GRO-BASH

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Ulog se dejó caer de manera pesada en la silla que servía de trono en la ciudad de Kira, en el sur rhondo. Había sido el séptimo combate singular para defender su liderazgo en los últimos seis meses. Como en todos los anteriores, el resultado había sido siempre el mismo: su victoria, de manera contundente sobre algún estúpido orco que se creía mejor combatiente y líder que él.

Las consecuencias de la derrota en el asedio a la ciudad de Taria fueron devastadores para su joven reinado, pues los orcos comenzaron a dudar de la capacidad de liderazgo del joven Ulog. Las derrotas que les siguieron en los combates campales no ayudaron a mejorar la imagen, y eso significaba que debía de conseguir una victoria nuevamente y de manera rápida, solo así podría mantener el control del hervidero que era el ejército orco. A eso se sumaba que aún desconfiaba de sus generales más cercanos, Kurra y Larca. Si bien el primero había demostrado seguir sus órdenes al pie de la letra, no le había perdonado que perdiera el control de la puerta de la segunda muralla, permitiendo que el joven Soren Est Brum'a lo atacara por otro frente. Larca, por otra parte, estaba planeando un golpe en su contra, pero todavía no tenía la suficiente simpatía de las tropas como para atentar en su contra. Especialmente luego de ser tildado de cobarde por los Fe-Gun, quienes aseguraban que había retirado las tropas antes de la entrada de los enanos en combate, dejándolos en inferioridad de condiciones y atacados por un flanco. Eso le había ganado un poco de tiempo antes de que intentara algo, aunque Ulog tenía también un grupo de soldados que le seguirían hasta la muerte, ya que a pesar de haber perdido, habían sido lo suficientemente conscientes para comprender la totalidad de la imagen que el Gorlak presentaba a sus súbditos. Él quería evitar una lucha interna a toda costa, pero si esta se presentaba, el no huiría y le haría frente, ya había retado a Larca en otra ocasión, y este se había rendido sin siquiera presentarse a combate. Esperaba que la próxima vez que se presentara la ocasión, aquél cobarde aceptara. Tenía siempre la opción de asesinarlo de inmediato, pero en cuanto lo hiciera, estaba seguro de que, sin pruebas, el resto de las tropas se rebelarían.

En este momento era crucial tener la mayor cantidad de soldados posibles, y gracias a algunas maniobras, algunas incluso sugeridas por Larca, había engrosado su ejército nuevamente, tal vez de haberlo hecho antes, habría ganado durante el asedio, pero eso ya había pasado y debía generar nuevas oportunidades para conquistar Rhondia, las que ya estaban perdidas, no se presentarían nuevamente.

De acuerdo a lo que Larca había aconsejado, había ocupado a los humanos como mano de obra forzada, en campos y cría de animales, algo que a ellos se les daba con naturalidad, desligando a las orcas y los más jóvenes de las tribus de esa tarea. Además, había mandado a llamar a la mayor parte de las guarniciones de las ciudades del sur, incluso a los orfebres y a los trabajadores de las minas. Ningún esfuerzo tenía sentido, si no lograban mantener el norte. Había traído también a las mujeres orcas en edad de combatir y de tener hijos, haciéndolas procrear, a fin de tener un recambio para el ejército en algunos meses. Mientras tanto, ellas serían también aceptadas en el ejército y entrenadas como cualquier otro soldado. Gracias a su contextura física, eran más delgadas y ágiles que los hombres, les concedieron el uso de los Huargos, a los cuales dominaron con mayor facilidad que ellos. Había logrado así llegar a un ejército numeroso, de aproximadamente quince mil orcos, aunque no tan profesionalizado como el anterior, era un poco más numeroso y estaba igual de bien pertrechado.

Y ahora, sus enemigos le proponían un intercambio de prisioneros, unos dos mil quinientos orcos más, a cambio de los ciudadanos rhondos que todavía estuvieran vivos. Ulog, se lo pensaba con detenimiento, el intercambio era más favorable para él que para los rhondos, pues eran dos mil quinientos guerreros, contra viejos, mujeres y niños humanos. Aunque si lo cumplía se quedaría sin mano de obra para trabajar los campos y las minas. También quedaba la opción de entregar solo una parte de sus nuevos esclavos, algo que, a pesar de todo, sería una contradicción contra sus principios. A pesar de lo que muchos podrían pensar de los orcos, eran una raza honorable, que solían cumplir sus promesas sin recaer en el engaño.

Ariantes: Un rey para dos reinosWhere stories live. Discover now