ARI EST SI'RE

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El viejo Ari estaba agotado, notaba su fuerza y esta, a pesar de ser fuerte antaño, ahora ya se encontraba en franca decadeancia. Estos últimos meses se había convertido en un feroz líder, había sentido su juventud volver, pero pareciera que esa inyección de adrenalina había agotado sus últimas reservas. Ahora escasa vez salía de su hogar, que servía como sala de guerra.

Los más jóvenes de la tribu servían ahora como mensajeros y actualizaban la información del viejo jefe constantemente, y los últimos reportes no habían sido auspiciosos. El bosque sufría, y era por culpa de ellos, culpa suya.

Como todos los Ar-Gun, los habitantes del bosque de Farda habían creado un vínculo psicológico con su hábitat, por eso sentían al bosque no solo como su ciudad, también como su fortaleza y su proveedor, nadie tomaba más de lo que debía. Incluso cuando daban sus tributos a los valanos, los Si're trabajaban tierras fuera del bosque o recolectaban frutos luego de hacer las ofrendas necesarias a los dioses de la naturaleza.

Por eso, el ataque de Itgor Kramka les dolía en demasía, les quitaba energías, pero subía la moral. El bosque ardía desde todas las direcciones, y la quema de hectáreas de bosque habían sido gigantescas, pero los Ar-Gun todavía no se rendían, se encontraban todavía dispuestas a darlo todo por su libertad, aunque perdieran.

Ari miraba por la ventana como las columnas de humo estaban cada vez más cerca, sabía que no sólo debía apagar el fuego, o atravesarlo, sino que debía luego combatir y vencer a los soldados valanos y también a unos hombres de gran estatura vestidos con pieles abrigadas de animales que portaban gigantescos y pesados zweihander. Había también unos jinetes del sur que se encontraban con caras de asesinos al borde del bosque esperando a todos aquellos que quisieran salir de sus límites.

La situación era difícil sin lugar a dudas, sobre todo para un pueblo que no estaba acostumbrado a luchar. Ari sabía que si el moría allí, rápidamente la defensa se vendría abajo, tenía escasa experiencia en combate, pero en su pasado había visto algunas batallas y había estudiado también como las mismas se llevaban a cabo. Debía tomar una decisión rápida, o todos allí morirían.

Ari llamó a los generales, entre los cuales se encontraba el mensajero de los Ar-Gun, Volik. Mientras ellos marcaban en el mapa los avances del fuego, el anciano permanecía atento escuchando los reportes. Todos le veían agotado e incluso habían intentado frenar la reunión para que descansara, a lo que el repetidamente se había rehusado.

Todos quedaron en silencio cuando el viejo reconoció que se había quedado sin ideas, cualquiera de los lugares para atacar parecía imposible, pero quedarse quietos y aguardar la muerte no era tampoco una opción mucho mejor. La tristeza y resignación flotaban por el aire, algo que bajaba la moral de los presentes.

Entre el silencio una voz temerosa se alzó, era Volik, el joven mensajero enviado por Ulog.

- Tal vez podamos inventar una solución – dijo con tono temeroso – A Korguen le sirvió para conquistar Corris. En ese sitio, construimos un túnel que socavó los cimientos de la muralla, por lo que pudimos entrar sin la gran pérdida de soldados que habría llevado un combate frontal en la muralla.

- Pero en esa ocasión intentaban entrar, ¿no te parece esto algo diferente? – preguntó con tono burlón uno de los presentes y todos largaron una carcajada.

- Explícate – interrumpió Ari silenciando a los demás

- De acuerdo, señor – y dirigiendo una mirada fulminante a aquél gracioso continuó – si bien queríamos entrar en ese momento, aquí pasa lo inverso, queremos salir, pero el muro aquí nos encierra. La empalizada no es el problema, sino que lo son los soldados, el muro es humano.

- Eso lo entiendo – dijo el anciano - ¿Pero cómo nos sirve un túnel? ¿Por el escaparemos?

- No, señor, por el venceremos en la batalla – respondió con una confianza que sorprendió a todos – Aunque primero debemos decidir qué haremos con esa victoria: podemos seguir empujando, quedarnos en el bosque, o utilizarla como distracción para escapar hacia el norte y sumarnos al ejército de Korguen.

La reunión prosiguió durante unas horas mientras Volik explicaba los detalles de la proeza que intentaban hacer. Era algo arriesgado, pero todos lo creyeron posible. Uno de los principales problemas sería lograr llegar a tiempo con lo que estipulaban, debían marcar una línea en el mapa, y debían llegar a ese punto antes que las tropas de los valanos, o no habría posibilidad.

Ahora le quedaba a Ari una de las decisiones más difíciles de su vida: debía decidir si haría valer su nombre para la posteridad o si debía correr a esconderse bajo el estandarte de Korguen, quien le había pedido que conquistara algunas fortificaciones como para debilitar los suministros y obligarles a destinar más tropas al sur. El problema sería la cantidad de bajas que tendrían, tal vez no quedara nadie para tomar ninguna fortificación más adelante, y eso le preocupaba.

Había empezado esta guerra por presiones de sus allegados y de la gente más joven del clan, quienes se encontraban ya cansados del control de Valandi sobre su pueblo. Era un grupo numeroso de gente que estaba esperando a su salvador, a alguien que les diera esperanza para llevar a cabo esa misión,y fue Korguen ese alguien, fue el que a través de las historias que llegaron en forma de rumores avivaron la llama guerrera que todos los Ar-Gun llevaban en su sangre, aunque ni ellos mismos lo recordaran.

Fuera cual fuese su decisión, era claro que lo único que no podía era quedarse esperando a que el fuego llegara por ellos, los Ar-Gun habían sido un pueblo de orgullosos guerreros, una cepa que había degenerado en leyendas que se utilizaban para hacer dormir a los niños del clan. Pero como toda leyenda, algo de verdad había en sus palabras.

Ariantes: Un rey para dos reinosWhere stories live. Discover now