ALANI EST REN'AL

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Miraba el lomo de aquél extraño libro con desesperación. Hacía meses que lo tenía en sus manos, pero no lograba que le revelara nada. El anciano maestro de la biblioteca solo había encontrado algunas referencias vagas a un sacrificio, pero nada que le ayudara a entender que era lo que ese extraño libro debía decirle.

Había escudriñado las páginas en blanco a la espera de algún indicio de algo que le pudiera servir, pero hasta el momento, nada. La desesperación le podía más de lo que quería. Había tratado de convencerse de que no era real, pero hasta ahora, todo lo premonitorio de aquél sueño se había cumplido.

El estrés de la situación tampoco le ayudaba, todos los nobles del reino estaban votando para ver quien sería el próximo rey, y el que Soren estuviera entre los nominados no le había puesto en la mejor de las situaciones.

Tal era su frustración que arrojó el libro con toda virulencia hacia un costado, queriendo quitarlo de su vista, pero el pesado tomo golpeó la mesilla de noche tirando una jarra llena de agua. Al caer los pedazos volaron por la habitación, y se formó un gran charco de agua debajo del mueble. Alani maldijo para dentro, pero se puso de pie para comenzar a recoger los pedazos, aunque no pudo evitar que un pequeño y filoso fragmento se le clavara en la mano. Dio un grito de dolor y se insultó a sí misma por encontrarse en ese estado.

Notó que el libro se había vuelto a abrir en la primera página, ese río rojo que recorría la página, y la furia le invadió nuevamente. Se dispuso a tomar el libro, cuando una gota de sangre cayó en el dibujo y produjo un resplandor que la sorprendió. No había sido demasiado fuerte, pero demostraba que algo raro escondía.

Dejó de lado los trozos de cerámica dispersos, y con cuidado se llevó nuevamente el libro hacia su silla, lo depositó con miedo y lo abrió nuevamente en la primera página. El río rojo estaba allí, inmutable, y Alani no podía evitar el dejar de mirarlo.

Tal vez fuera delicadeza, aunque Alani estaba segura de que era más miedo e incertidumbre. Posó su mano sangrante sobre el río rojo, y éste brilló con fuerza, pero seguía sin pasar nada además de eso.

La herida ya le dolía, pero decidió hacer un último intento. Untó los dedos de su mano sana con sangre y luego comenzó a recorrer el río rojo, siguió todas sus curvas y recovecos, iba y volvía cual pincel en un tablón. El resplandor era cada vez más y más potente, hasta que en un momento pareció que el libro no era más que un haz de luz. Fijó la vista lo más que pudo, hasta que no resistió más y tuvo que cerrar los ojos.

Cuando los abrió tardó unos segundos hasta recobrar la visión lo suficiente como para enfocarla en aquel libro que tenía en la mano. Su sorpresa fue deslumbrante cuando vio que las letras del libro comenzaban a aparecer, como si una tinta invisible estuviera guardándola de los ojos curiosos. Paseó por varias partes del libro, y todas esas hojas estaban ahora completándose, a veces más rápidamente, y otras de manera más lenta, pero lo importante es que poco a poco comenzaban a ser visibles.

El libro no tenía ningún tipo de índice ni nada que mostrara donde debía buscar, asique comenzó a ojear los dibujos de una manera rápida, las palabras estaban en un idioma que ella entendía, lo cual facilitaba las cosas. Se encontró con runas, conjuros, dibujos de escenas terroríficas. Si bien todo era legible, ella no entendía nada de lo que veía, hasta que algo llamó su atención. Se encontró, en su lectura perdida y rápida, con la palabra "dioses originarios".

Recordó entonces que la anciana de su sueño los había mencionado, y se apresuró a leer. Las palabras parecían a veces cambiar de orden o moverse por la página, pero ella logró leer lo que parecía un mito de la creación. La historia contaba algo así:

Ariantes: Un rey para dos reinosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant