Eddie (Pausada)

By ShammerFighter

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Naomi es una niña de 5 años. Le gusta jugar con su osito "Eddie" y escuchar los cuentos que le lee su mamá He... More

Nota de la Autora
Capítulo 1: Mami, tengo miedo a la oscuridad
Capítulo 2: ¿ Me he portado mal ?
Capítulo 3: La nana de Naomi
Capítulo 4: Soy el monstruo de los colores
Capítulo 5: ¿Qué le ha pasado a Helena?
Capítulo 6: Sola ante el Lobo
Fan Fic
Capítulo 7: Eddie "El cazador"
Capítulo 8: Lobo Cazado
Capítulo 9: Vidas pasadas
Capítulo 10: Mar de dudas
Capítulo 11: Recuerdos Amargos
Capítulo 12: El Hombre de las tres caras
BookTrailer
Capítulo 13: 50% Conciencia, el resto son sueños
Capítulo 14: Chiara
Capítulo 15: Ser o no ser es la locura absoluta
Pacto de estado contra la violencia de género
Capítulo 17: Un cuento muy real
Capítulo 18: ¿Quién es Jacob?
25 de Noviembre del 2017: Dia internacional contra la violencia de género
Capítulo 19: ¿Acusando a un inocente?
Capítulo 20: La verdadera identidad
Maltrato Infantil
Capítulo 21: ¿Pasado, Presente y Futuro?
Capítulo 22: El Nacimiento de la Oscuridad

Capítulo 16: Jacob

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By ShammerFighter

Helena

Desperté sobresaltada. Miré por un momento desconcertada, dado que no recordaba donde estaba. Vi los barrotes y las paredes llenas de suciedad. En una esquina dormía incómoda Diana. Recordé que alguien me había secuestrado y me había llevado allí. Mi compañera de celda se giró lentamente y me miró. Me sonrió con dulzura, se levantó. Yo me erguí y le dejé sitio en el colchón.

—¿Otra pesadilla? —preguntó.

—Sí, lo siento si te he despertado.

—Tranquila, yo al llegar aquí siempre tenía. Ahora sigo teniendo pero creo que me he acostumbrado a no descansar.

Miré a fuera de la celda y suspiré. Tenía miedo de que volviese ese hombre, aunque me gustaría hacerle algunas preguntas como: ¿Cuánto tiempo nos mantendría vivas? ¿Para qué nos necesitaba? ¿Quién era?

—¿Sabes quién es el hombre de la máscara? —pregunté.

—No, la verdad es que no. He estado pensando durante éste tiempo quien podría ser. Incluso llegué a sospechar que era mi propio esposo.

—¿Estás casada? —pregunté sorprendida, dado que no le había visto anillo de compromiso.

Ella tragó saliva muy fuerte. Parecía que no le gustaba hablar sobre eso. Decidí no insistir y cambiar de tema cuando ella me interrumpió.

—Sí, él se llamaba o se llama Matías Román. Me enamoré de él porque siempre se mostraba melancólico. Su aura de tristeza me atraía. Como si fuera un misterio que quería resolver.

Ella miraba a la nada, con una sonrisa en la cara como si le tuviera allí mismo. No cabía duda que ella le amaba a pesar del tiempo que había estado cautiva. Recordé por un breve momento a Álex. Sabía que aún sentía algo por él, pero mi amor no era nada comparado como el amor de Diana hacia su marido. Las palizas de él, me había hecho despertar del mundo de las hadas. Mi matrimonio estaba roto desde hacía tiempo. Creo que fue justo al nacer Naomi.

—Todavía me acuerdo de la última vez que lo vi—siguió hablando despistándome de mis pensamientos— ese día discutimos. Si hubiera sabido que sería nuestro último día juntos, no habría insistido en ello.

—No lo podrías saber—dije tocándole su espalda para reconfortarle— ese desgraciado te secuestró.

Ella se levantó y se dirigió a la puerta, donde el hombre de las tres cabezas había dejado una bandeja con ropa limpia. Diana comenzó a desnudarse y a cambiarse. Yo me levanté e hice lo mismo. En verdad deseaba sacarme la ropa sudada. Sólo hacía una semana que estaba aquí y me parecía que había pasado meses. No me podía imaginar el sufrimiento que ha tenido que pasar Diana y sobre todo, que lo haya pasado sola.

—Sé que no tengo derecho—dije arriesgándome, sinceramente tenía mucha curiosidad— pero ¿Qué pasó el día que te secuestró?

Ella acabó de cambiarse. Dejo la ropa sucia en la bandeja y se fue directa al colchón a tumbarse. Yo me senté en el suelo con las piernas cruzadas deseando escuchar su historia.

—Hace tanto tiempo y a la vez parece que fue ayer—dijo haciendo un gran suspiro—. Era ya de noche, Matías se estaba preparando para irse a trabajar, yo en cambio estaba lista para irme a dormir. Esa noche desgraciadamente saqué un tema de conversación que Matías intentaba ignorar.

Me miró, pude ver en su mirada un gran dolor. Se incorporó sentándose en la cama, abrazando sus rodillas. Puso su cabeza entre ellas y siguió narrando.

—Hacía tanto tiempo que Matías y yo queríamos ser padres, pero por alguna razón no podía quedarme embarazada. Esa noche le propuse que hiciéramos inseminación artificial. Él se negó rotundamente, dijo que quería que fuese natural. No confiaba en los médicos.

Imité la postura de Diana. Abracé mis piernas y esperé a que siguiera explicando. Se notaba que le dolía recordar. Paraba cada rato y su voz en ocasiones se quebraba por el llanto contenido.

—Yo ese día estaba tan desesperada. Matías se iba esa misma noche de viaje de negocios y no lo vería hasta una semana más tarde. Quería zanjar el asunto. Si él me daba el consentimiento de la inseminación, podía empezar a mover los trámites. Por ese motivo que no paraba de insistir. Al final él se enojó y se fue a coger el coche cabreado. Me acuerdo que me dio un beso rápido y sin mirarme. Aún me acuerdo de su rostro y mal estar... la última vez que lo vi, sentí que le hice daño. Cuando se fue, no paré de llorar. Entonces escuché un ruido sordo. Me acuerdo que al levantar la mirada vi una figura totalmente negra, con la máscara de las cabezas. Quise gritar pero él rápidamente me cogió y me pinchó algo en el cuello. Después todo se volvió borroso.

Diana rompió a llorar y le dejé un tiempo para que sacara toda esa tristeza e impotencia de dentro. Ella necesitaba desahogarse, de esa manera, en éste lugar, era la única manera de seguir cuerda.

Cuando se tranquilizó, levantó la cabeza. Logré percibir que su mirada estaba confusa y alejada del mundo.

—¿En qué estás pensando? —pregunté cauta.

—Me acabo de acordar de una cosa que pasó desapercibida. Bueno que lo olvidé cuando me secuestró. Me acuerdo que recibía extrañas llamadas antes de esa noche.

Eso último me alertó. Me erguí y puse toda mi atención en ella. Ignoré el sonido de la puerta de arriba, señal de que nuestro secuestrador había llegado a casa. También no hice caso a la televisión que sin razón se comenzaba a oír con un sonido atronador. Mi miedo hacía ese extraño se apaciguó y apareció otros nuevos sentimientos: La angustia y la desesperación.

—¿Qué extraña llamada? —pregunté con la esperanza que lo que estaba pensando no fuese cierto.

—Hacía unas semanas alguien llamaba al teléfono. Al principio nada más cogerlo me colgaban. Más tarde sí que me decía cosas, cosas que me ponían la piel de gallina.

—¿Có-co-mo qué? — tartamudeé.

—Decía, que sabía que Matías no me quería. Sabía que él me estaba engañando. Que no estaba segura con mi marido y que él me podía salvar.

Me quedé de piedra y sentí como un sudor frío me caía por la espalda. Diana había recibido las mismas llamadas que yo ¿Eso significaba que el hombre de las tres cabezas nos estuvo vigilando durante semanas antes de secuestrarnos?

—¿Te acuerdas de su voz? ¿Le podrías reconocer? —pregunté esperanzada—.

—No, el usaba un distorsionador de voz para que no le pudiera reconocer. Parecía Dart vader el de Star Wars.

Suspiré hondo al darme cuenta de la situación. Ese hombre era el mismo de las llamas pesadas.

—A mí me hizo lo mismo—dije con la mirada perdida— en sus llamadas me confesaba que sabía la verdad de mi marido y que tenía que hacer algo.

Ahora Diana se acercó a mí y me dio un leve abrazo. Después me cogió la mano suavemente. Ésta era cálida y reconfortante. Por un breve momento me acordé de mi amiga Alba. Ella sabía en cada momento como consolarme. Le echaba mucho de menos.

—¿Puedo preguntarte algo? —preguntó mi compañera de celda.

Asentí con la cabeza. No podía hablar, se me había secado la garganta.

—¿Qué te hacía tu marido? —preguntó mirándome a los ojos.

—Él me pegaba—dije despacio con la voz carrascosa— a mí y a nuestra hija. Tenía miedo a denunciarle y por eso aguantaba. Nadie lo sabía, excepto mi mejor amiga.

—Lo siento por preguntarte y removerte esos recuerdos—dijo totalmente sincera—Mi curiosidad a veces me aleja de ser discreta.

—No pasa nada. Supongo que a estas alturas ya no le tengo miedo. He descubierto que hay otros monstruos en el mar.

Nos quedamos en silencio por un rato. Empecé a jugar con mi pie a pisar unas piedrecitas que estaban en el suelo. Éste gesto hizo que recordara a Naomi. Deseaba que Alba hubiera encontrado la carta en el brazo de Eddie y que pudiera proteger a mi hija. Éste pensamiento me puso muy triste. Sólo quería volver para abrazar una vez más a mi niña.

—Perdona que insista—dijo de golpe Diana despistándome de mis pensamientos—pero ¿Cómo se llegó a enterar éste tío de que tu marido te pegaba?

—No tengo ni idea—dije dándome cuenta de la situación—supongo que me estuvo vigilando durante días.

—Ya pero ¿Por qué?, ¿Qué tenemos nosotras que ver con éste hombre? Y ¿por qué nosotras?

—No lo sé—dije con temor—pero algo me dice que no somos escogidas al azar. Algo quiere de nosotras o algo quiere conseguir a través de nosotras. Lo que falta por saber es, el qué.

—Entonces ¿Algo tenemos en común? —Preguntó sorprendida Diana— Las llamadas se podría decir que es su "modo operandis" eso que dicen los policías. No tiene que ser casualidad que a ambas nos haya secuestrado, nos haya vigilado, nos haya llamado durante semanas diciendo las mismas cosas...

—Nada de esto es casualidad—dije en un susurro intentado encajar las piezas del puzzle.

Entonces la puerta del sótano se abrió de par en par. Nuestro secuestrador bajó lentamente. Ésta vez iba totalmente vestido de negro. Tenía una capucha que le tapaba todo el rostro. Si no fuera por un poco de luz que entraba por la puerta, no podría distinguir su silueta. Él Perfectamente se podía camuflar en la oscuridad.

Diana se levantó y se acercó lo más que pudo a la pared opuesta de la entrada de la celda. Ese era el protocolo cada vez que él entraba. Así que, imité a mi amiga y miré con precaución a la amenaza que tenía delante de mí.

Se acercó a la puerta de la celda y la abrió. Entró en la estancia y eso hizo que ambas nos pusiéramos nerviosas, dado que nunca entraba si no fuera para algo malo. Su postura mostraba autoridad, seguridad y arrogancia. Es bastante alto, calculé que media aproximadamente 1'80 y muy musculoso.

Cuando ya estaba bastante cerca pude ver que tenía puesta una máscara de calavera. No sé por qué, ésta me dio más miedo que la máscara de las tres cabezas. Parecía el ángel de la muerte, ese que salía en las películas de terror. Tragué saliva sonoramente, tenía un mal presentimiento. Algo me decía que no íbamos a acabar el día con vida.

Mientras mi mente iba a mil por hora, nuestro secuestrador se puso en frente de Diana y extendió su mano con la palma hacia arriba. En ella había una pequeña tarjeta micro SD. Mi compañera le miró y se encogió de hombros.

—¿Qué quieres que haga con esto? —preguntó.

Esperaba que él sacara una nota o un papel para darnos las instrucciones. Siempre se comunicaba de ésta manera. Nunca nos hablaba, sólo nos contemplaba fuera de la verja. Su presencia ya era muy inquietante, pero ahora que estaba tan cerca me hacía recordar a las palizas de Álex. La postura que hacía mi marido justo antes de pegarme era igualita que la del hombre en éste momento.

—Traga—dijo de golpe él con una voz distorsionada.

Ambas nos miramos perplejas. Nos había hablado, según Diana hacía años que él no le dirigía la palabra, ¿Por qué ahora nos estaba hablando? ¿Qué había cambiado?

—¿Así, sin un vaso de agua? —reprochó Diana.

El hombre levantó la mano y le dio una torta sonora. Diana cayó en el suelo por la fuerza de ésta. Yo me pegué más en la pared y me quedé completamente quieta. Estaba acostumbrada a sufrir bofetadas, pero no presenciar el acto hacia otra persona. Eso era extraño para mí. Siempre había sido la diana de los abusos, sabía reaccionar ante eso. Ahora estaba paralizada.

—No me vuelvas a contestar de ésta manera—dijo él con el dedo levantado— ¡trágatelo! Sabes de lo que soy capaz de hacer.

Diana se levantó con dificultad. Tenía el moflete* rojo y una mirada de impotencia. Cogió la tarjeta y se la tragó con rapidez. Después él se le acercó y la cogió por el cabello. Ella empezó a gritar de dolor.

—¡¿A dónde te la llevas?! —Pregunté—¡No le hagas daño!

—La voy a liberar—dijo saliendo de la celda y cerrando con llave—ya no la necesito. Despídete de tu compañera de celda.

—¡No, espera! —chillé intentando sacar la cabeza por la verja.

Golpeé los barrotes y le di patadas. Miré alrededor y sentí por primera vez después de mi secuestro, la soledad. Para mi desgracia, a partir de ahora sería mi única compañía.


Unas horas después

—Cógela por los pies—me ordenó mi secuestrador— y acércate al congelador.

Llorando, hice lo que me ordenó. Las últimas horas habían sido una locura. Después de llevarse a Diana, él volvió y me tiñó el pelo de negro. Me obligó a ponerme unas gafas enormes y a vestirme con ropas que me iban más grande de lo normal. Posteriormente me llevó en coche, atada y amordazada por supuesto para que no armara ningún escándalo. Tampoco lo iba a hacer, dado que me había amenazado. Tenía que hacer todo lo que él me dijera, si no mataría a Naomi. Al principio no me lo creí y me resistí. Pero cuando llegamos a mi casa y vi como pagaba con billetes de 100 a un policía que estaba haciendo guarda, entendí que éste hombre era capaz de todo. Era un hombre poderoso y rico, podía hacer lo que se le antojaba. Si tenía alguna pequeña duda de que no cumpliría con su amenaza, se desvaneció cuando vi el cadáver de Diana en el maletero del coche. Tuve que taparme la boca para que no se escuchara mis gritos y no despertar al vecindario.

Era de madrugada, las calles estaban oscuras y no había nadie por los alrededores. El policía corrupto nos ayudó entrar en la casa y llegar a la puerta del sótano. Allí mi secuestrador, me obligó a poner la contraseña de la puerta del sótano. Antes de entrar dirigí mi mirada a una estantería de la cocina, donde puse una cámara meses atrás. Tenía esperanza de que se grabara lo que estábamos a punto de hacer, pero me horroricé cuando me percaté que la cámara no estaba. Seguro que él o el policía lo habían quitado.

Al entrar en el sótano, los dos nos dirigimos con el cuerpo muerto de Diana al congelador. Le ayudé a ponerlo dentro. Él le dio patatas y pude escuchar cómo le rompía los huesos para que entrara completa en el congelador.

Me volví para no ver esa escena tan grotesca. No me sorprendí que no estuviese Álex en casa, dado que seguramente estuviera en un bar emborrachándose hasta perder el sentido. Pero por una vez en la vida, deseaba que hubiera estado ¿Le echaba de menos? No, era el sentido de la supervivencia. Se dice que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, pero que era mejor ¿Estar en casa con un lobo maltratándote o un desconocido asesino que amenaza la vida de tu hija? Sin duda prefería a Álex.

Con esto en mente, me acerqué a la pared de espaldas y me tropecé con un cuadro. Como nunca mi marido me dejaba bajar al sótano me permití echar un vistazo. Sin moverme mucho dado que no me quitaba el ojo de encima mi secuestrador. También en la puerta del sótano estaba el policía apuntándome con la pistola para que no hiciera ningún disparate, así que iba con pies de plomo.

La estancia estaba llena de cuadros pintados por Álex. Estaban firmados por un seudónimo: "Jacob". Lo primero que me vino fue la historia que se describe en la Biblia, pero lo descarté rápidamente porque mi esposo no era muy creyente. Ese nombre seguro que lo puso por otro motivo. Entonces me fijé en los retratos. La mayoría era de una mujer morena que no me era conocida. También había cuadros donde salía Naomi y Eddie. Dos que salía yo y... ¿Esa era Diana?

Me quedé sorprendida al encontrar algunos cuadros donde salía Diana de muchas posturas diferentes. Incluso había un cuadro donde salía casi desnuda.

—¿Sorprendida? —me susurró en el odio el hombre de la máscara de calavera.

Me asusté y me giré en redondo. Él en respuesta me dio una cachetada y seguidamente me tapó la boca dado que estaba gritando.

—Cállate y no llames la atención, si no mataré a tu hija ¿Está claro?

Asentí con la cabeza y esperé a que me destapara la boca. Él lo hizo despacio mirándome a los ojos. Tragué saliva y junté todo el valor que pude. Diana tenía razón, ella y yo estábamos relacionadas ¿Ella conocía a Álex? Mi curiosidad pudo más que el miedo, así que me atreví a preguntar.

—¿Por qué hay cuadros de Diana en el sótano de mi casa? —pregunté susurrando y temblando.

—¿No es evidente? —me contestó con una pregunta.

¿Estaba insinuando que Álex tenía amantes? Yo sabía que se iba con mujeres. El muy condenado me lo confesaba, dado que el alcohol le hacía hablar más de la cuenta. Pero no sabía que esas mujeres llegaran a ser más que un rollo de una noche ¿Él estaba obsesionado con éstas mujeres? Pero igualmente no entendía que tenía que ver mi secuestrador con todo esto, que tenía que ver conmigo.

—¿Quién eres tú? —le pregunté señalándole con el dedo.

Él cogió una hoja y un lápiz. Escribió algo y luego me lo entregó en la mano. La nota ponía:

"Yo soy Jacob"

Me quedé perpleja al leer la nota.

—¿Álex? —pregunté horrorizada.

Entonces el policía bajó sonoramente y con prisas.

—Señor tenemos que irnos, por la radio he escuchado que van a venir a ésta casa. Tienen una orden.

El "señor" asintió, me ató las manos y me puso una venda en la boca. Me cogió del cabello y me llevó al coche a rastras. Ahora si tenía miedo por mi porvenir, seguro que Álex me iba a matar. La pregunta era: ¿Por qué no lo había hecho ya?


Palabras con * del texto:

—Moflete: Mejilla gruesa y carnosa.

¡HOLA MIS QUERIDOS EDDIERS!

Soy consciente de que llevo más de un mes sin actualizar. He estado de vacaciones y también mi inspiración por escribir estaba un poco baja. Perdón por la tardanza y espero que os haya gustado el capítulo.

NOS LEEMOS PRONTO!

PD: Canción del encabezado:

Nombre: Salir corriendo

Autor: Amaral



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