Eddie (Pausada)

By ShammerFighter

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Naomi es una niña de 5 años. Le gusta jugar con su osito "Eddie" y escuchar los cuentos que le lee su mamá He... More

Nota de la Autora
Capítulo 1: Mami, tengo miedo a la oscuridad
Capítulo 2: ¿ Me he portado mal ?
Capítulo 4: Soy el monstruo de los colores
Capítulo 5: ¿Qué le ha pasado a Helena?
Capítulo 6: Sola ante el Lobo
Fan Fic
Capítulo 7: Eddie "El cazador"
Capítulo 8: Lobo Cazado
Capítulo 9: Vidas pasadas
Capítulo 10: Mar de dudas
Capítulo 11: Recuerdos Amargos
Capítulo 12: El Hombre de las tres caras
BookTrailer
Capítulo 13: 50% Conciencia, el resto son sueños
Capítulo 14: Chiara
Capítulo 15: Ser o no ser es la locura absoluta
Pacto de estado contra la violencia de género
Capítulo 16: Jacob
Capítulo 17: Un cuento muy real
Capítulo 18: ¿Quién es Jacob?
25 de Noviembre del 2017: Dia internacional contra la violencia de género
Capítulo 19: ¿Acusando a un inocente?
Capítulo 20: La verdadera identidad
Maltrato Infantil
Capítulo 21: ¿Pasado, Presente y Futuro?
Capítulo 22: El Nacimiento de la Oscuridad

Capítulo 3: La nana de Naomi

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By ShammerFighter

Eddie


Le temblaban las manitas como si fueran gelatina. En sus bracitos empezaba a notarse la piel de gallina por el miedo. Naomi se acercó las piernas y se las abrazó dulcemente. Entre las piernas y el calor de su cuerpo me encontraba yo. Mi amiga me abrazaba muy fuerte mientras sollozaba. Sus lágrimas caían sobre mi hocico. Ella comenzó a acunarse con un balanceo suave, al ritmo de una música imaginaria que sólo ella escuchaba. En su rostro empezaba a surgir un moratón lila en la zona del mentón, donde su padre había osado darle color. Su cara reflejaba el miedo, la tristeza que sentía hacía la situación y en él se reflejaba la pregunta que siempre se hacía: ¿Qué había hecho para que su padre le trate así?

De fondo se podía oír la estridente "Nana", era la música con la que se quedaba dormida todas las noches. En primer plano se escuchaba los estridentes chillidos de su padre seguidos de los golpes sordos que producía el cinturón. En segundo plano podía detectar los sollozos y las súplicas de Helena, parecían susurros apagados por el dolor.

Mientras, Naomi miraba las paredes de su "Nave espacial". El armario estaba decorado con estrellas que brillaban en la oscuridad y planetas que giraban según el capricho de la niña. En lo alto del mueble, colgaba la ropa de mi dueña, reflejando así, la vida de felicidad que tenía que aparentar. Allí descansaban los uniformes del colegio, los vestidos de los domingos, los chándals que acababan llenos de tierra con unas dulces carcajadas de parte de Naomi y de Nayara.

En un rincón esperaban los dibujos que ella dibujaba. La mayoría eran escenas que vivía cada día. En todos, yo salía como un caballero con mi varita mágica. Siempre he deseado poder moverme para proteger a mi niña de ese malnacido que se hace llamar "padre". Ella confiaba en mí y pensaba que yo la protegía de él. Esta vez, ella iba a cambiar de parecer.

De pronto la "Nana" se calló. Todo se quedó en silencio, como Naomi quieta e inexistente. Justo en ese momento sentí como mi brazo se deshacía y caía al suelo. La niña lo miró con desconcierto sin poder creer lo que estaba sucediendo. Cogió el brazo con delicadeza, como si se fuera a romper con solo el contacto de los dedos. Lágrimas cayeron por su rostro, lágrimas en un silencio absoluto como se mostraba la casa en ese momento.

— Eddie — susurró la niña de mis ojos con el poco aire que podía conservar en sus diminutos pulmones.

Entonces alguien entró en la habitación. El parqué de la entrada crujió levemente. Tanto Naomi como yo sabíamos quién era. Mi dueña me dejó en el suelo mirando hacia la puerta del armario. Ella fue retrocediendo hasta la pared opuesta, detrás de los vestidos. Escuché cómo él se tropezaba con los objetos que le rodeaba y su olor era verdaderamente agrio. Definitivamente estaba borracho, eso empeoraba más la situación de la niña. Cuando estaba en ese estado no podía controlar su ira y presentí que Naomi lo sabía. Noté como ella intentaba controlar la respiración para que su padre no la encontrara.

— ¿Dónde estás condenada niña? — preguntó Alex en tono de burla.

La aludida dejó de respirar y se quedó absolutamente quieta como una estatua. Deseé por todos los medios que el hombre se marchara. Ya había pegado a Helena, había desahogado su enfado ¿Qué necesidad había de buscar a la hija?

— Sal de donde estés o si no te dejaré calva a tirones — amenazó con fuerza.

A pesar de la amenaza, Naomi se quedó quieta sin ninguna intención de salir de su escondite. De pronto el armario se abrió de golpe a la vez que se le escapaba un chillido de terror a la niña. De la fuerza y del viento que se alzó al abrir la puerta, caí de lado al suelo. Pude percibir la cara de furia de Alex. Su cara estaba roja como un tomate, sus ojos negros destellaban y amenazaban por dejar escapar toda la oscuridad. Pero su aspecto no era lo que más terror fundaba, si no el objeto que tenía en la mano derecha. El cinturón era muy largo, llegaba hasta el suelo y allí daba alguna que otra vuelta hasta donde descansaba la hebilla un poco ensangrentada. Sangre ¿Qué le había hecho este desgraciado a la madre de Naomi?

El padre se adentró con prisa dentro del armario y agarró a la niña por el brazo. Ella se zarandeaba e intentaba escapar. La dejó en el suelo y le agarró de ambos brazos.

— ¡No te muevas! — le advirtió Alex — si lo haces usaré otra cosa a parte del cinturón.

Ella no le contestó, se quedó paralizada. Su cuerpo empezó a temblar al ver que su padre empezaba a enrollar el cinturón. Lo hacía con paso lento y ponía toda su atención. Cuando terminó de enrollarlo estiró de golpe el objeto produciendo así un ruido agudo. Naomi saltó del miedo, entonces percibí como un líquido le bajaba por las piernas y llegaba al suelo dejando un charco de color amarillo. Ella intentó no moverse, tal como su padre le había ordenado, pero las sacudidas que hacía su cuerpo le complicaba cumplir su cometido.

El padre volvió a sacudir el cinturón al aire, al mismo tiempo la niña se abrazó intentando contener el deseo de correr. Entonces Alex se percató del charco que yacía en los pies de su hija.

— ¿Te has meado encima? — chilló enfurecido — me das asco. Te manchas de chocolate como un perro y ahora te meas encima. Tendré que ponerte un collar y pasearte por el parque.

— ¡Eddie, ayuda! — me suplicó mi niña al ver que su padre se acercaba más a ella con el cinturón en alto.

Alex le cogió del brazo y la tiró al suelo. Esta cayó encima del pipi manchándose así el vestido de nuevo. La niña levantó la vista y me miró fijamente.

— Eddie es un peluche tonta, no te va ayudar. Tienes que madurar y dejar de ser tan niña.

La pequeña me miró con tristeza y terror. Parecía que había entendido lo que le dijo su padre. Se dio cuenta que yo no la podía ayudar, que estaba sola enfrente de un monstruo que por desgracia era su progenitor. Por un mini segundo creí que había abandonado su inocencia infantil y pasó a ser una niña madura. Dejó de creer en los héroes y princesas. Cayó de golpe a la realidad, de que su casa era un auténtico infierno donde no hay salida ni escapatoria. Tenía que vivir entre golpes, insultos y constantes chillidos. Donde su nana era los aullidos de su madre y su canción los golpes ahogados que impactaban en su cuerpo ¿Quién la salvaría ahora si su héroe era un peluche?

Con toda esta reflexión la niña me sonrió, una sonrisa que no llegó a iluminar su cara. Agachó la cabeza a la misma vez que su padre le agarraba del cabello y la impulsaba hacia arriba. Ella dejó un grito en el aire, que quedó ahogado cuando su padre le empujó hacia la cama. Le inmovilizó las piernas con las suyas y le subió el vestido. Con fuerza le bajó su ropa interior, que estaba completamente mojada, y levantó el cinturón en el aire.

— Con esto aprenderás que me tienes que hacer caso. Que no volverás a hablar con tu amiga y sobre todo con la madre. Que cuando te mande que vengas lo harás — dijo lentamente intentando contener las patadas que la niña producía.

— ¡No, papi! — suplicó la inocente niñita.

Pero Alex no le escuchó y estampó el cinturón en el trasero de su hija. El sonido fue estremecedor y el llanto de la niña desgarrador.

— ¡Mami!, ¡Mami! ¿Dónde estás? ¡Eddie!

El padre no dijo nada y volvió a estampar el objeto hacia el cuerpo de ella. Yo miraba aquella escena de una manera aterradora, sin poder hacer nada para ayudar a mi pobre dueña.

Me pareció escuchar el sonido del parqué y entonces Alex paró de pegar a Naomi y volvió la cabeza hacia la puerta. Helena estaba apoyada en el marco, apenas podía sostenerse. Su cara era de tristeza y dolor, no pude percibir ningún moratón. Pero no se podía decir lo mismo de su camisa. Estaba ensangrentada, en algunas zonas estaba rota. Se podía observar que tenía heridas en el dorso. El muy canalla se había preocupado de pegarle en sitios donde se podría esconder. Parecía como ida y que pronto se desmayaría. Intentaba mantener sus ojos abiertos.

Los sollozos de Naomi eran cada vez más intensos y eso hizo que Helena despertara de su ensueño.

— Suelta a mi hija — dijo con un hilo de voz —no le pongas la mano encima ¡Eres un cobarde!

Alex soltó a su hija y se dirigió hecho una furia hacia Helena. Ella no huyó, sólo cerró los ojos con fuerza con la intención de que todo ocurriera deprisa. Entonces sonó la campana. El hombre paró de golpe su embestida y miró la escena. Vio a su hija en la cama aun sollozando con el trasero rojo y alguna que otra herida. Observó a su mujer con la cabeza cabizbaja y apoyando todo su peso en la puerta, dado que su fuerza se le estaba escapando. La campana volvió a sonar.

— Alex soy yo, ¿Te apetece ir al bar?

— Ahora voy — alzó la voz el protagonista.

El hombre miró a su mujer. Le levantó la cara con una caricia y le sonrió.

— Es Marcus. Te has salvado. Cuando vuelva no te quiero ver, hasta mañana. Ni a ti, ni a ese engendro que le haces llamar hija.

— Nuestra hija — corrigió Helena con dureza.

— Eso dices tú, yo aún lo dudo que sea mía.

Acto seguido se marchó de la habitación. Helena se esperó a escuchar el sonido de la puerta para ir corriendo hacia su hija. Le abrazó con fuerza, dándole besos. Entonces se dio cuenta de la sangre que corría por las piernas de esta y de las rodillas arañadas. Helena se asustó y estiró a Naomi en la cama. Le abrió las piernas con temor a que lo que sospechaba fuera realidad. Suspiró de alivio cuando vio que se equivocaba.

Volvió a abrazar a su hija y comenzó acunarla. Naomi ya no sollozaba y cerraba los ojos agradecida por las caricias que le otorgaba su madre. Después de unos minutos la niña se alzó y miró a su madre a los ojos. Ella se estremeció al ver la cara de ésta y la tristeza que le producía.

— Mamá, no llores. Papá se ha ido — dijo con una tremenda tranquilidad.

— Te quiero Naomi. Lo siento tanto... tendría que haberte defendido.

La niña se deshizo del abrazo de su madre. Se levantó lentamente y se dirigió a mi posición, esquivando el charco de orina. Cogió primero mi brazo roto del suelo y después me alzó en sus brazos. Caminó de nuevo hacia su madre y me levantó a la vista de Helena.

— Eddie se ha hecho daño — dijo preocupada —se ha roto un brazo.

Helena se limpió las lágrimas y me cogió. Miró el brazo y después el lugar donde tendría que estar este.

— No pasa nada preciosa, podemos curarlo.

La niña se dio cuenta de las heridas de su madre. Levantó la mano y tocó una de ella. En su cara reflejaba tristeza y preocupación.

— Y a ti mamá, ¿Podemos curarte?

— Con el tiempo me curaré. Ahora que he decidido acabar con esta locura. Álex no volverá a tocarte, no si puedo remediarlo.

La niña sonrió pareciendo así que entendía la importante decisión que había hecho su madre. Miró alrededor y vio sus braguitas en el suelo. Miró a su madre con culpabilidad.

— Mami me hice pipi encima — confesó con vergüenza la niña.

— No te preocupes, incluso las princesas tiene alguna fuga ¿Sabes por qué la cenicienta tenía que llegar a casa a las doce de la noche?

— ¿Por qué dejaría de ser princesa?

— No, porque tenía que ir al baño.

Ambas rieron alejándose de la situación traumática que habían vivido apenas unos minutos atrás.

— Mami ¿cuál es tu cuento favorito? — preguntó mi dueña cogiéndome de nuevo y dándome un buen abrazo.

— La Bella y la Bestia —  dijo con doble sentido — y ¿A ti pequeña?

— La Caperucita roja — dijo la niña sin dudar.

— ¿Por qué? — preguntó la madre verdaderamente interesada.

— Porque el lobo malo acabó muerto por un cazador.

Helena se quedó sorprendida por la dureza y madurez con la que había hablado su hija. Entonces el sonido del teléfono rompió el silencio y la conversación de madre e hija.

¡Hola Mis seguidores! Aquí otro capítulo de Eddie, el más duro que he escrito en estos tres capítulos. Nos leemos pronto.

PD: 

Canción: La Bella y la Bestia

Autor: Porta

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