Se había ido. Sin embargo antes de entrar en la ducha sí que estaba porque él se había acercado a la cama y la había tocado.
A ver, solo le había apartado el pelo de la cara para comprobar si a la luz del día seguía siendo tan bonita. Definitivamente lo era. Muchísimo.
Tras revisar el apartamento, ya no le quedaban dudas. Total, sus cosas ya no estaban.
No tenía sentido seguir obsesionándose con ella y mucho menos aferrarse a su recuerdo en su cama, aunque eso sería más difícil.
Cuando tras el tercer café del día se había tumbado allí, la almohada y las sábanas olían a ella. A menta. Y él parecía un puto enfermo allí con la nariz pegada a la almohada.
Se levantó y regresó a su despacho.
Se pasó lo que quedaba de fin de semana sin meterse en la cama. Durmió en el sofá de su despacho tratando sin éxito de olvidar aquella chica.