Mi conquista tiene una lista...

By InmaaRv

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Durante mis diecisiete años de vida, me han roto el corazón muchas veces. Por eso hace un par de años decidí... More

Prólogo
La lista
1 | Crónicas de un sujetador extraviado.
2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.
3 | Último día de vacaciones.
4 | Algo que oscila es un oscilador.
5 | Una llamada desastrosa.
6 | No te mueras todavía.
7 | Alevosía hogareña.
8 | Consecuencias.
9 | Pídeme una cita.
10 | Tienes un concepto de cita horrible.
11 | Me llaman Rabia.
12 | De vuelta a casa.
13 | Persiguiendo una exclusiva.
14 | Fin del trato.
15 | Verdaderas intenciones.
16 | El arte de ser predecible.
17 | Una cita de verdad.
18 | Un puñado de ilusiones.
19 | Rompiendo las barreras.
20 | Hacernos felices.
21 | Feliz cumpleaños.
22 | Confesiones nocturnas.
23 | La habitación de Noah Carter.
24 | Contando mentiras.
25 | Ex mejores amigos.
26 | Música, maestro.
28 | Tienes mucho que perder.
29 | Volver a casa.
30 | Rompiendo las reglas.
31 | Con los pies en el suelo.
Epílogo
Extra | 1
Extra | 2

27 | Aterrizaje forzoso.

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By InmaaRv

27 | Aterrizaje forzoso.

Al día siguiente, cuando me despierto, lo único que se escucha en el piso de arriba es el insoportable tono de mi alarma. Gimoteo mientras estiro el brazo para apagarla; tengo los párpados pegados por culpa de la falta de sueño y no hay nada que desee más ahora mismo que quedarme durmiendo. Sin embargo, no me resisto a coger el móvil de la mesilla. En cuanto lo desbloqueo, mi último chat activo se ilumina en la pantalla.

Noah y yo estuvimos hablando hasta las tantas anoche. Él es el culpable de mis ojeras, por lo que espero que no se atreva a comentar nada cuando me vea pasearme con cara de muerta por el instituto. Aunque solemos quedarnos despiertos de madrugada, ayer la charla se alargó más de lo normal. Supongo que el hecho de que Jason haya dormido esta noche en su sofá tiene mucho que ver con eso.

Me muerdo el labio. Estoy tentada a mandarle un mensaje para preguntarle cómo ha ido todo, pero finalmente decido que prefiero hablar con él en persona.

Ya es hora de levantarme de la cama. Voy al baño a asearme, me visto con la ropa que dejé preparada ayer y me recojo el pelo en una coleta alta. Tras echarme una última ojeada frente al espejo que hay en el pasillo, me dispongo a bajar las escaleras.

Como era de esperarse, hoy la casa está mucho más silenciosa que de costumbre. Aunque nunca coincidimos todos a la hora de desayunar, siento que la cocina está demasiado vacía cuando entro y solo veo a papá.

Se me hace raro que Jason no esté aquí, sentado frente a su tazón de cereales, listo para empezar la mañana con una buena discusión.

Y tampoco hay ni rastro de Rose.

—Buenos días.

Al oírme, papá se vuelve a mirarme y sonríe. Está terminando de lavar los platos que usamos para cenar anoche. Todavía quedan un par de horas para que se vaya a trabajar; supongo que se ha levantado antes para arreglar la casa. Cuando me acerco al frigorífico para servirme un tazón de leche, me doy cuenta de que ha puesto la lavadora.

Por fin parece haberse enterado de cómo funciona.

—Encontré un tutorial en Internet —dice, al ver que me he fijado. Suelto una risita.

—Es vergonzoso que no supieras cómo poner una lavadora.

Enarca las cejas. Entre tanto, yo cojo el plato de tostadas que me ha preparado y voy a sentarme a la mesa.

—Disculpa —se queja—, pero estos cacharros tienen muchos botones. La mayoría de ellos, inútiles. Estoy seguro de que ni los fabricantes saben para qué funcionan. Más que un tutorial de YouTube, la próxima vez necesitaré sacarme un máster.

—Lo que tú digas, papá.

Él me dedica una última sonrisa antes de seguir con sus tareas, y yo me centro en seguir desayunando. Esta vivienda es tan diferente a la mía que todavía me resulta extraño vivir aquí; sobre todo en momentos como este, cuando ninguno de sus verdaderos dueños está presente, me siento como una intrusa.

Admito que ese sentimiento crece cada vez que pienso en cómo es Rose, la mujer que nos acoge, en realidad.

Mi padre está muy callado. Me apostaría mi puesto en el periódico que está dándole vueltas a algo. Tratando de ganarme su atención, me aclaro la garganta.

—¿Y Rose? —demando, aunque puedo imaginarme la respuesta.

—Hoy se ha ido pronto a trabajar. Están muy liados en la oficina.

Le doy un mordisco a mi tostada. Asiento distraídamente con la cabeza.

—Ah, vale.

—Y Jason está durmiendo en casa de un amigo —añade, pese a que no le he preguntado nada acerca de él—. Quedaron para hacer un trabajo para el instituto y se les hizo tarde.

Por poco me atraganto con lo que tengo en la boca. Subo las cejas, mientras clavo la mirada en su espalda. Papá sigue como si nada. Admito que no es una mala excusa; pero yo sé la verdad, y me molesta que haya sido capaz de mentirme a la cara. Me pregunto si lo ha hecho porque está de acuerdo con la postura de Rose, cosa que me extraña, o porque en realidad no tiene ni idea de lo que ha pasado.

Por una vez en la vida, no estoy dispuesta a quedarme callada. Quiero que papá lo sepa, y me da igual si tengo que ser yo quien se lo cuente.

—¿En casa de qué amigo? —finjo tener curiosidad. Quiero tantear el terreno para no precipitarme.

—Noah Carter. El hijo de las vecinas.

No paso por alto que está usando el femenino.

—Creía que ya no se llevaban bien.

—Veo que sabes mucho acerca de él —comenta, mirándome por encima del hombro. Como ya he terminado de desayunar, me permito recostarme en la silla.

—Somos compañeros de clase, papá.

—Bastante íntimos, al parecer. Os veo volver juntos todos los días.

Empiezo a sentirme incómoda. No me gusta por dónde está yendo la conversación.

—Sé que Jason discutió ayer con su madre —le suelto, sin pensármelo dos veces. Necesito desviar el tema. Papá aprieta los labios, aunque no me lo niega.

—Intenta mantenerte al margen. Son problemas suyos.

—¿Rose le pidió que se fuera de casa?

Mi padre duda. Es entonces, durante esos largos segundos que tarda en contestar, cuando me decaigo en que me asusta conocer la respuesta. Si me dice que sí, me quedaría en blanco; ya no sabría qué consejo darle a mi hermanastro. O cómo demostrarle que lo apoyo.

Por suerte, el hombre acaba negando con la cabeza.

—Fue él quien decidió irse. Las cosas están algo tensas entre ellos, nada más.

—¿Tensas, por qué?

—Eso no importa. Jason volverá antes de lo que crees, ya verás.

—Rose le dijo que acababa de destrozarle la vida. Que ella no había hecho nada para merecerse algo así. Que ojalá tuviera un hijo normal. —Trago saliva. Aún me acuerdo de lo preocupado que parecía Noah cuando me lo contó ayer por teléfono—. Yo no volvería después de escucharte decir eso.

Oír esas palabras viniendo de mi boca es duro para los dos. Papá permanece en silencio, aún sin mirarme, con las manos apoyadas sobre la encimera de la cocina. Me quedo observando su espalda, a la espera de que reaccione; estoy preparada para que se extrañe y me pregunte cómo diablos me he enterado de eso; para que se ponga de parte de Rose y decida defenderla; o incluso para que, queriendo mantenerse al margen de lo ocurrido, esquive la discusión y me pida que me marche a clase.

El corazón me duele solo de pensar en estas dos últimas posibilidades.

«¿Con qué clase de mujer te has comprometido, papá?»

«¿Acaso no te acuerdas de todo lo que decía mamá?»

Porque, si hay algo que sé a ciencia cierta, es que ella no habría dudado en involucrarse. Se habría puesto de lado de Jason sin pensárselo dos veces. Mi madre tenía la buena costumbre de luchar contra aquello que creía injusto, y ahora Rose encaja perfectamente dentro del prototipo de persona que ella aborrecía; en el de alguien capaz de discriminar hasta a su propio hijo, únicamente debido a su orientación sexual.

Capaz de discriminarlo, odiarlo, y fingir que ya no existe.

—No es culpa suya. —Lo escucho susurrar entonces. Aprieto los labios, porque pensar en mamá ha hecho que se me forme un nudo en la garganta. Si papá decide posicionarse de acuerdo a su prometida, no solo estaría decepcionándome a mí; estaría defraudándonos a las dos.

—Jason es gay, papá. No tiene nada de malo.

Él se vuelve a mirarme. Entonces, tomándome por sorpresa, asiente.

—Lo sé, y no tiene la culpa de que su madre no sea capaz de entenderlo. —Con el corazón encogido, veo cómo se acerca a la mesa para sentarse a mi lado. Sus ojos oscuros se clavan en los míos, y algo me dice que está buscando que sea yo quien le dé consuelo a él—: ¿Está en buenas manos, verdad? La familia de tu amigo...

Le interrumpo porque no necesito que acabe la frase.

—Noah dice que a su madre no le importa que Jason se quede allí un par de días. Cuidarán de él hasta que las cosas se calmen. Si se calman.

—Lo harán. Rose acabará aceptándolo. Solo necesita algo de tiempo.

Aprieto los labios. No es la primera persona que me dice eso.

—No creo que el tiempo baste para cambiar una mente cerrada, papá —opino, y recojo mi plato y mis cubiertos para ir a meterlos en el lavavajillas. El hombre se queda sentado en la mesa, observándome. No dice nada.

Cuando vuelvo a acercarme para coger mi mochila, que está junto a su silla, y aunque sé que no es una buena idea, cedo ante el impulso de agregar algo más.

—Jason nos necesita ahora más que nunca, ¿vale? Sé que quieres a Rose, pero espero que elijas el bando adecuado.

Con esto, hago que mi padre suspire con pesar.

—Abril... —me advierte. Empieza a ponerse de pie, pero yo he dado la conversación por terminada y ya estoy saliendo de la cocina.

—Que tengas un buen día, papá.

* * *

El resto de la mañana transcurre con normalidad. Aunque Jason y yo coincidimos un par de veces por los pasillos, nuestra conversación no pasa de un hola y adiós. Siempre va rodeado de sus amigos y algo me dice que no quiere que ellos se enteren de nada todavía, por lo que no me atrevo a ir a preguntarle sobre lo sucedido anoche, y me limito a actuar como si siguiésemos siendo dos hermanastros que se odian mutuamente.

A él también se le da muy bien fingir. A pesar de todo lo que pasó ayer, Jason tiene tan buen aspecto como siempre. Se pasea con la barbilla bien alta, riéndose a carcajadas, vestido con su característica chaqueta de cuero negra; comportándose como si todo le fuera de maravilla.

Me he dado cuenta de que es muy diferente al chico bailarín en ese sentido: mientras que Noah es siempre sincero con lo que siente, Jason ha sido capaz de vivir meses dentro de una mentira solo para no enfrentarse a aquello que le asusta. Me pregunto si serán sus diferencias lo que los unen o si, como hasta hace poco, solo los hacen discutir.

Dado que Jason parece no querer cuentas conmigo, me permito tomarme un respiro y olvidarme un poco de todo lo que ha pasado. A penúltima hora, me paso por la oficina del periódico porque necesito comentarle algo al señor Miller (el profesor de literatura y el director del periódico escolar). Salgo de allí quince minutos después, y lo único que deseo entonces es encontrar a Noah porque necesito contarle que lo he conseguido.

Sin embargo, el chico bailarín no asiste a clase de tecnología, que es la única asignatura que compartimos. Algo decepcionada, me acomodo sola en mi mesa y me dedico a garabatear en mi cuaderno durante toda la hora; estoy tan aburrida que, cuando suena la campana, ya tengo todo recogido y soy la primera en irme.

Doy por hecho que Noah debe estar enfermo, porque no lo he visto en todo el día. Por eso me sorprendo cuando me lo encuentro esperándome, como todos los días, a la salida del instituto.

Con la emoción estallándome en el pecho, esbozo una sonrisa. Sorteo a los estudiantes mientras bajo a toda prisa las escaleras. El bailarín todavía no me ha visto: está apoyado contra el grueso pasamanos, escribiendo algo en su teléfono móvil. Hoy lleva unos vaqueros y una sudadera negra con capucha; supongo que no hace falta que diga que creo que ambos le sientan tremendamente bien.

Aprovechando que está distraído, paso por encima de la barandilla y me coloco detrás de él. Cuando le abrazo por la espalda, noto que Noah pega un respingo. Empiezo a reírme. El chico solo tarda unos segundos en darse cuenta de que soy yo; después, sus hombros se destensan, esboza una media sonrisa y se guarda el móvil en el bolsillo.

Todavía sin despegarme de él, me inclino para darle un beso en la mejilla. El aroma de su colonia se me cuela por las fosas nasales.

—¿Desde cuándo eres así de cariñosa conmigo? —me pregunta, poniéndome las manos sobre las muñecas. Aunque trata de ocultarlo, sé que en el fondo está encantado. Sus dedos me rozan la piel, y yo sonrío y me inclino para mirarle a los ojos.

—¿Desde cuándo faltas tú a clase? —inquiero, juguetona. Él hace una mueca.

—Vale, me has pillado.

Vuelvo a reírme. En cuanto mis brazos dejan de rodearle el cuello, voy a sentarme a su lado. Dejo caer la mochila a mis pies.

—La clase de tecnología es mucho más aburrida si tú no estás.

—Curiosa forma de decir que me has echado de menos —repone. Cuando me mira de reojo, ve que estoy sonriendo. Pero su rostro permanece neutro, y yo acabo sacudiendo la cabeza.

—No, es solo que no sabía que te iba eso de hacer pellas.

—No me va. —Su respuesta me alivia; en el fondo, me alegro de que sea un chico responsable. Estoy a punto de decir algo al respecto, cuando añade—: De todas formas, hay muchas cosas que no sabes de mí.

Casi por inercia, subo las cejas. Espero a que sonría o me diga que está bromeando, pero no lo hace; y tampoco distingo ni una piza de burla en su expresión. Trago saliva. Noah está mucho más serio que de costumbre y quizás eso debería preocuparme; sin embargo, mi cerebro decide echarle a mi hermanastro toda la culpa.

Deben de haber pasado una noche difícil. Cuando Jason llegó a su casa, estaba muy disgustado. Noah me contó por teléfono que se pasaron horas hablando sobre lo mismo. Es normal que su humor no sea el mejor y que esté preocupado por su amigo.

Pero eso no significa que pueda soportar verle de esta manera. Decidida a dejar este tema de lado, pues necesito volver a verlo sonreír, pongo una pierna encima del pasamanos (que es lo suficientemente ancho como para que nos quepa el trasero), la doblo para sentarme sobre ella y me acerco a él.

—Da igual —termino diciendo. La emoción vuelve a estallarme pecho cuando recuerdo que le traigo buenas noticias—. Por cierto, tengo que contarte una cosa. Y creo que te va a gustar.

Ante esto, Noah enarca las cejas. Todo su rostro me grita, con algo de ironía: «sorpréndeme».

Esbozo una sonrisa y junto las manos por delante de mi boca.

—El día de tu cumpleaños, me hablaste sobre el certamen de baile en el que participarás el mes que viene. He estado pensándolo y, como me dijiste que querías que fuera, he decidido que necesito... documentarme, para poder escribir mejores artículos que hablen, en concreto, sobre un astro en desarrollo que ya es muy conocido en el instituto. —Mientras se lo explico, noto cómo se me escapa una sonrisa. No aparto mis ojos de los suyos—. Por eso, esta mañana he ido a hablar con el señor Miller. Resulta que la fecha del certamen coincide con la de una excursión que organiza todos los años la profesora de biología, y que sobran sitios en el autobús... Así que espero que estéis currándoos esa coreografía, porque me tendrás gritando entre el público y haciendo fotos para el periódico. Estoy hablando en serio, Carter. Quiero que ganes para poder presumir de que te conozco delante de todo el mundo.

El corazón se me llena de alegría solo de imaginármelo: de repente, me veo aplaudiendo en las gradas con todas mis fuerzas, desde la primera fila; inmersa en ese lugar lleno de arte en el que Noah es tan feliz. Tengo ganas de verlo de esa manera: brillando y disfrutando de aquello que se le da bien. Supongo que eso es lo que me ha llevado a suplicarle al señor Miller que me concediera una plaza en el autobús.

Sufro la necesidad de recompensarle por todo lo que ha hecho por mí desde que nos conocimos.

Aunque, seré sincera: quizás también haya influido el hecho de que, si voy, podría ayudarle a cumplir un par de puntos más de la lista. Por un lado, tenemos el número diecinueve, por el que Noah debía invitarme a algo que fuera importante para él, que tacharemos en cuanto pise el edificio en donde se celebre el certamen. Por otro, está el doce: ese punto tan vergonzoso que todavía no sé por qué diablos decidí incluir.

Si no recuerdo mal, la excursión incluye pasar una noche en la capital. Con algo de suerte, nos asignarán el mismo hotel que al bailarín y sus compañeros. A lo mejor puedo convencer a Noah de que se eche la siesta conmigo en uno de los sofás de recepción. Técnicamente podríamos decir entonces que hemos dormido juntos.

Bueno, o eso creo.

Sin embargo, la reacción del chico es mucho más pobre de lo que me esperaba. Se limita a sonreírme de lado, dejar caer los hombros y bajar la vista al suelo. Mi corazón se resquebraja un poco: me he esforzado mucho para conseguir esto y me duele que no le haga tanta ilusión como a mí.

En cuanto decae en la expresión derrotada de mi rostro, Noah se apresura a decir algo.

—Eso es genial. Gracias por... acordarte.

—¿Estás bien? —demando, ignorando lo que acaba de decirme. No he podido pasar por alto que sus palabras carecen de sentimiento—. No pareces muy entusiasmado.

Él abre la boca para contestar, pero acaba cerrándola sin decir nada y eso es más que suficiente. Vuelve a apartar su mirada de la mía, y suelta un suspiro antes de llevarse las manos a la vara. Tiene un tic nervioso en la pierna que está alterándome a mí también. Me muerdo el labio mientras pienso en qué decir.

Me da la sensación de que lleva dándole vueltas a algo desde que llegamos.

—Jason. —Aún doy por hecho que su mal humor se debe a lo que ha pasado con mi hermanastro. Sin embargo, Noah sacude la cabeza.

—No es eso.

Frunzo el ceño; ahora sí que no entiendo nada. Estoy a punto de seguir preguntando, pero algo en sus ojos me dice que no servirá de nada, porque necesita tiempo para pensar en cómo explicármelo. Un poco después, y tras tomar aire, me dice:

—He hablado con Matthew.

Su confesión me toma tan por sorpresa que, durante un segundo, me quedo sin aire en los pulmones. Consigo recuperarme con rapidez y me vuelvo a mirarle con los ojos muy abiertos. Sabía que este momento llegaría, pero no creí que fuera tan pronto; sobre todo porque ayer mismo Noah me confesó que todavía no se veía preparado para enfrentarse a su primo.

De repente, sin venir a cuento, y girando su torso en mi dirección, me pide:

—Quiero que me cuentes lo que te hizo, Abril.

Inmediatamente, mi cerebro se llena de noes escritos en letras grandes y mayúsculas. Es entonces cuando me percato de que, en realidad, sigo fiel a mi postura de guardarme esa historia para mí. No porque sea horrible, o porque me duela contarlo; sino porque me da miedo que no me crea. O que piense que no fue para tanto. Que soy una exagerada.

—Sabes que no puedo hacer eso —respondo, y me callo todas mis razones.

Eso no le gusta.

—¿Por qué? —inquiere, levantándose de golpe. Agradezco que nos hayamos quedado solos en la calle, porque cualquiera que lo viera se daría cuenta de que está alterándose—. Desde el principio, he estado contándotelo absolutamente todo. Creo que ya te he demostrado que estoy de tu parte. Quiero que confíes en mí. Deberías hacerlo, sobre todo ahora que soy tu...

—¿Ahora que eres mi qué? —le interrumpo, con las cejas alzadas. Lo desafío porque sé que eso le avergonzará y acabaremos riéndonos, como siempre. No obstante, esta vez mis trucos no funcionan.

Noah baja los brazos, porque los ha subido durante su pequeño monólogo, y suspira con frustración.

—¿Ves? Es a eso a lo que me refiero.

Entonces, se da la vuelta y vuelve a taparse la cara con las manos. Yo me muerdo con fuerza el interior de la mejilla. Me muero de ganas de ir a buscar a Matthew y darle una paliza, porque sé que él tiene la culpa de todo esto. Sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de herir a Noah.

A saber qué es lo que le ha contado acerca de nosotros.

Me entran nauseas solo de pensarlo.

—No le hagas caso —le pido al chico, levantándome para ir a su lado. Le agarro de las muñecas para hacer que se destape la cara—. Sea lo que sea lo que te haya dicho, no es verdad. Matthew es mentiroso por naturaleza.

Noah vuelve a sacudir la cabeza. Da un paso atrás para que le suelte.

—Él no me ha dicho nada. Esto es cosa mía. Estoy cansado de que todo el mundo me oculte cosas.

—Yo tengo mis motivos —me apresuro a responder—. Ya te lo dije en su momento, Noah. No quiero involucrarte.

—¡Pero ya estoy involucrado! —exclama. Acto seguido, se saca el móvil del bolsillo y lo enciende para que vea la fotografía que él estaba observando cuando llegué. Distingo mi mala caligrafía y los veinte puntos que escribí hace un par de años—. Lo estoy desde el momento en el que empecé a hacer esta estúpida lista. Todo viene a raíz de Matthew. Después de tanto tiempo, sigues sin haberlo superado. Por eso no eres capaz de contármelo.

Sus palabras me sientan como una patada en el estómago. Nada de lo que dice es verdad. Está alterado y lo entiendo; pero eso no justifica que me haya dicho todas esas cosas. Aprieto los puños casi por inercia.

—No es cierto —respondo, e intento mantener la calma—. Hace tiempo que lo olvidé.

—Tu mundo sigue girando en torno a él. Por eso me has puesto tantas barreras. Cuando te conocí, ni siquiera querías que fuésemos amigos. Ahora me besas y eres cariñosa conmigo, e incluso dejaste de hablarme porque creías que había vuelto con Sarah; pero seguimos sin ser nada. Porque la lista está antes. Porque Matthew y tu miedo a volver a pasar por lo mismo está antes.

—La lista —resumo. El corazón empieza a latirme muy fuerte, del coraje—. ¿Ese es el problema? Estás cansado de hacer mi lista.

He dado en el clavo: lo sé por la forma en la que se vuelve a mirarme. Noah se queda en silencio unos segundos. Después, lleva la vista al frente.

—De no ser por ella, todo sería mucho más sencillo.

Se me empieza a formar un nudo en la garganta. Entiendo lo que insinúa y no me gusta en absoluto. Necesito que Noah cumpla los puntos que le quedan. ¿De verdad está pensando en rendirse ahora?

—No digas eso. La lista fue lo que hizo que me diese cuenta de que eras un chico increíble. Gracias a ella, empecé a fijarme en ti. Ahora estoy segura de que me gustas, porque has cumplido casi todos los puntos y...

—¿De no ser por ella, nunca te habrías fijado en mí?

—No he dicho eso —respondo, aunque el rostro de Noah se ensombrece. Me apresuro a retractarme de mi error—: Es decir, sí, pero...

—¿Estás enamorada de mí? —inquiere entonces, mirándome fijamente—. ¿O estás enamorada de la persona que la lista te hace creer que soy?

Con esto, logra que me quede muda. Frunzo el ceño de manera automática. Creo que me he perdido algo.

—¿Qué dices? —pregunto, anonadada. Me entran ganas de reírme porque la situación es muy absurda. Noah suspira.

—No soy esa persona, Abril —dice—. No me gusta cantar cuando escucho la radio. Jamás llevaría a mi novia al cine o al teatro y no me va eso de ir pidiéndoles citas a las chicas. Tampoco soy de los que te cogen de la mano y corren contigo cuando empieza a llover. Creo que estás confundiéndote conmigo. Yo no soy así.

Esta vez sí, sus palabras me desarman completamente. Abro la boca, aunque acabo cerrándola porque no tengo nada que decir. Es entonces cuando empiezo a darme cuenta de cómo es todo en realidad. De lo que está intentando explicarme.

De no ser porque rompió la regla número uno en su momento y se enteró de la existencia de la lista, Noah jamás habría podido cumplir ninguno de los puntos. La mayoría de ellos ni siquiera encajan con su personalidad. Lleva desde que nos conocimos intentando complacerme. Al final, consiguió lo que se proponía. Acabó gustándome.

Lo que le preocupa ahora es que no sabe si me gusta él, por cómo es, o si lo que en realidad me gusta es la forma que tiene de tratarme. De prestarme atención y hacerme sentir querida.

Trago saliva. No puedo seguir quedándome en silencio.

—Si no eres esa persona —empiezo a decir—, ¿quién eres?

El chico sacude lentamente la cabeza.

—Ese es el problema. No lo sabes.

—Noah...

—¿Estás enamorada de mí, Abril, o estás enamorada de tu lista?

—Esto no...

—Responde —me interrumpe. Yo me muerdo el interior de la mejilla.

—No lo sé.

Veo en sus ojos que mi respuesta le ha decepcionado. Me gustaría poder decir algo más, pero no se me ocurre nada. Porque acabo de decirle toda la verdad: no lo sé. No sé si estoy enamorada de él, o si lo que siento no es más que gratitud por lo mucho que se ha esforzado por cumplir los puntos de mi lista.

Al fin y al cabo, todo lo que ha hecho que mis sentimientos por Noah crezcan estaba escrito en ese papel.

¿Hasta qué punto es real todo lo que hemos vivido?

—Entonces, creo que no tenemos nada más de lo que hablar.

Estoy dudando, es cierto, pero eso no significa que quiera que esto se acabe. Por esa razón, el pánico me invade en cuanto lo escucho pronunciar esas palabras. Echo a correr hacia él al ver que se aleja.

En algún momento, ha recogido su mochila del suelo y ahora la tiene echada al hombro.

—Espera —le imploro, deteniéndome frente a él. Resisto el impulso de ponerle las manos en el pecho. Algo me dice que no quiere que le toque—. No digas eso. Lo siento. Sé que estás alterado por todo lo que ha pasado, pero...

—Sigues sin entenderlo —me corta. Niega con la cabeza mientras se ríe amargamente—. Nada de esto tiene que ver con Matthew. O con Jason. Es por ti. Llevo semanas dándole vueltas a lo mismo. Creía que, cuando por fin me atreviera a preguntártelo, lo tendrías claro. Pero no ha sido así.

—Ya, pero...

—Te has equivocado conmigo. Hasta aquí hemos llegado.

El corazón se me para. No puede ser posible.

—¿Qué?

Entonces, el bailarín traga saliva. En sus ojos, alcanzo a ver que no parece muy seguro de lo acaba de decirme. Suplico mentalmente por que se eche atrás y me pida que lo solucionemos; pero no lo hace.

—Búscame cuando te aclares. Estoy cansado de esto.

Dicho esto, me rodea y continúa bajando las escaleras. El corazón empieza a latirme en el pecho con más fuerza que nunca: ahora, es debido al miedo, porque sé que lo estoy perdiendo. Sin embargo, aunque mi cerebro me insta a que le grite que se detenga, acabo dejándome guiar por el orgullo.

Y lo que digo en su lugar es:

—Es una excusa terrible, Noah. —Se detiene al oírme, mas no se gira—. En realidad, eres tú el que sigue viviendo a su sombra. Ahora estás pagando conmigo tus inseguridades. Todavía piensas que todo el mundo lo prefiere antes que a ti. Y yo ya no siento nada por Matthew, pero creo que tienes razón en todo lo demás. Me he equivocado contigo. —Trago saliva antes de continuar—: No eres mejor que él. A los dos os gusta fingir ser quiénes no sois en realidad.

En cuanto termino de hablar, me siento como un globo que se desinfla. Espero que Noah se voltee y me grite, que se enfade por lo que acabo de decirle; no obstante, se limita a echarme una mirada rápida por encima del hombro.

—Si eso es lo crees, mejor no me busques —me dice.

Yo me trago el nudo que tengo en la garganta. No hacía falta que me lo pidiera.

—Tranquilo, no lo haré.

Al chico le da igual escuchar o no mi respuesta. Echa a correr escaleras abajo, y el corazón me duele más a medida que veo cómo se aleja. Me derrumbo ahora que sé que no puede verme. Dejo ir el nudo que me aprisiona la garganta y, cuando quiero darme cuenta, estoy llorando. Me detesto por ello, mas no me fuerzo a parar.

No consigo apartar la mirada de su espalda. Soy consciente de que todavía estoy a tiempo de ir tras él. Podría correr hasta detenerlo y suplicarle que arreglemos las cosas. Pronto volveríamos a estar tan bien como siempre: conozco a Noah y sé que me perdonaría sin dudarlo.

Aun así, no me muevo.

Pronto su figura se pierde al fondo de la calle. Yo me quedo parada frente al instituto, en mitad de las escaleras, con la respiración entrecortada.

Lo único que pienso entonces es que ya sé cómo se siente estrellarse después de una caída libre.

• ────── ✾ ────── • 

¿Estáis de acuerdo con la postura de Noah? ¿Entendéis el motivo de su enfado?

Como él ha dicho: ¿creéis que Abril está enamorada de quien Noah es en realidad o de la persona que la lista le hace ser?

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