Mi conquista tiene una lista...

By InmaaRv

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Durante mis diecisiete años de vida, me han roto el corazón muchas veces. Por eso hace un par de años decidí... More

Prólogo
La lista
1 | Crónicas de un sujetador extraviado.
2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.
3 | Último día de vacaciones.
4 | Algo que oscila es un oscilador.
5 | Una llamada desastrosa.
6 | No te mueras todavía.
7 | Alevosía hogareña.
8 | Consecuencias.
9 | Pídeme una cita.
10 | Tienes un concepto de cita horrible.
11 | Me llaman Rabia.
12 | De vuelta a casa.
13 | Persiguiendo una exclusiva.
14 | Fin del trato.
15 | Verdaderas intenciones.
16 | El arte de ser predecible.
17 | Una cita de verdad.
18 | Un puñado de ilusiones.
19 | Rompiendo las barreras.
20 | Hacernos felices.
22 | Confesiones nocturnas.
23 | La habitación de Noah Carter.
24 | Contando mentiras.
25 | Ex mejores amigos.
26 | Música, maestro.
27 | Aterrizaje forzoso.
28 | Tienes mucho que perder.
29 | Volver a casa.
30 | Rompiendo las reglas.
31 | Con los pies en el suelo.
Epílogo
Extra | 1
Extra | 2

21 | Feliz cumpleaños.

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By InmaaRv

21 | Feliz cumpleaños.


Mi móvil tintinea con la llegada de una nueva notificación. Introduzco mi dedo índice en el lector de huella que hay en la parte trasera para desbloquearlo, y me entretengo juntando mis labios con cuidado mientras analizo la fotografía que Kira acaba de mandarme. En ella, mi alumna ayudante aparece llevando un pomposo vestido oscuro que le llega a la altura de los muslos. Este el tercer conjunto que se prueba: lo sé porque ha estado documentándome de todos ellos, pues está convencida de que yo soy la persona indicada para ayudarle a elegir cuál ponerse.

Es viernes por la noche, y la fiesta de cumpleaños de Noah comenzará dentro de una hora. Aunque he asistido a varios eventos como este a lo largo de mi vida, siempre dudo a la hora de escoger cómo ir vestida. Supongo que a Kira le pasa lo mismo. Aun así, está preciosa con todos los looks que me ha enseñado. Creo que se debe a que ella, en sí, es una chica muy guapa.

Se ha recogido el pelo en un moño rizado, lo que le da toque elegante a su aspecto. Quizás demasiado elegante. Me echo un vistazo frente al espejo: a su lado, mis vaqueros oscuros y la blusa blanca que he decidido remeter por dentro de ellos casi me harán parecer cutre. Como no tengo ganas de cambiarme, le escribo diciéndole que lo mejor es que se ponga unos pantalones. Al menos, ahora seremos cutres juntas.

Esas son las consecuencias de pedirme consejos sobre moda.

Tras bloquear el teléfono, lo dejo sobre la mesa del recibidor y empiezo a aplicarme máscara de pestañas. Suelo escoger este sitio para maquillarme desde que Jason me declaró la guerra por el baño. Entrar allí es sinónimo de empezar una discusión, y en días como hoy eso es lo que menos me conviene. No obstante, utilizar la entradilla para esto tiene sus puntos en contra.

Como, por ejemplo, el hecho de que papá lleva más de diez minutos observándome, apoyado contra la puerta del pasillo.

—Vas muy arreglada —comenta, cruzándose de brazos—. Me gustaría saber a quién vas a ver.

—Estoy arreglándome por y para mí, papá.

De reojo, veo como ladea la boca en una sonrisa. Mi respuesta le ha gustado. Termino de aplicarme rímel y lo guardo en mi estuche.

—Cuando dices esas cosas, me recuerdas a tu madre.

Las manos se me bloquean sobre el estuche del neceser. De forma automática, giro la cabeza hacia mi progenitor. Sigue apoyado contra el marco de la puerta, observándome. Mis labios imitan a los suyos curvándose hacia arriba. Papá suele hablarme mucho de ella, de la mujer que me dio la vida, porque dice que no quiere que sus recuerdos se pierdan. Porque necesita que siga siendo una persona que estuvo y no solo una que ya no está.

Mi madre murió cuando yo tenía cinco años. Era tan pequeña cuando pasó que apenas me acuerdo de cómo eran las cosas antes. Por eso me siento tan afortunada de que papá haya decidido compartir conmigo sus historias. A veces pienso que todo lo que siento por ella, todo lo que la quiero, se debe a que puedo verla desde los ojos un hombre que la amó. Tal vez sea debido a eso, pero papá jamás me ha contado nada acerca de su muerte. Él no me lo ha dicho nunca, pero sé que le sigue doliendo hablar de ello.

En realidad, no creo que ninguno de los dos la haya superado. Ni siquiera a estas alturas. Tampoco creo que podamos llegar a hacerlo algún día. Solo hemos aprendido a vivir con su ausencia, y con eso nos basta. Ambos hemos conseguido salir adelante. Ahora papá está con Rose y es feliz con ella, y yo estoy segura de que mamá se alegraría si lo supiera.

—¿Era parecida a mí? —le pregunto, tras tragar saliva. Admito que me defraudaría si la respuesta fuera negativa. En cierta manera, me gustaría que fuésemos iguales.

El hombre asiente con la cabeza. A continuación, esboza una sonrisa burlona.

—No tienes ni idea de cuánto. —Recorre la distancia que nos separa y me pasa los dedos por debajo de los labios—. Tu madre también se maquillaba fatal.

Ante su ataque, suelto una bufido y le golpeo los brazos para que se aparte. Mi padre sale del recibidor, riéndose entre dientes. Decido ignorarlo para centrarme en mi teléfono, que está volviendo a sonar. Kira acaba de mandarme una fotografía de sus pintalabios porque no sabe cuál de todos aplicarse. Ruedo los ojos: esto está yendo demasiado lejos.

ABRIL: Ponte uno oscuro y listo. No le des más vueltas.

Su respuesta llega de manera automática.

KIRA: ¿Bromeas?

KIRA: Eso es una idea terrible.

KIRA: Le dejaría la boca roja a Wesley durante una semana.

Hago una mueca. Desde que escuchó las insinuaciones de Érica, y aunque afirma no habérselas creído, mi alumna ayudante hace mucho hincapié en todo el tiempo que pasa besuqueando a mi mejor amigo. Al principio no me molestaba, pero últimamente sus comentarios son tan desvergonzados que me hacen sentir incómoda.

No necesito que me dé tanta información.

Estoy a punto de escribir una respuesta, cuando ella añade:

KIRA: Al final he decidido no ponerme pintalabios. Si me lo preguntas, creo que tú deberías hacer lo mismo.

Enarco las cejas.

ABRIL: ¿Yo?

KIRA: Bueno, así le darías una sorpresa al cumpleañero. Ya sabes a lo que me refiero.

De inmediato, noto cómo se me colorean las mejillas. Dejándome llevar por la vergüenza, escribo una respuesta negativa en mayúsculas antes de bloquear el móvil. Luego, apoyo las manos contra la mesa del recibidor. Kira continúa mandándome mensajes, mas yo los ignoro todos.

Ella no lo sabe, pero llevo una semana ocultándole a Noah la verdad. Después de lo que hizo el lunes pasado, ya puedo afirmar que ha tachado diez apartados de la lista, aunque no he conseguido reunir la valentía necesaria para decírselo. Supongo que se debe a que me asusta no saber qué podría pasar entonces. Tampoco tengo idea de cómo reaccionaría si le dijese que ha cambiado uno de esos puntos a los que tanto me aferro, porque sus planes me gustan más que los míos, y que la segunda regla dejó de importarme hace mucho.

Confesarle eso sería como saltar de mi muralla sin paracaídas, confiando en que no me dolerá llegar al suelo. Me haría entrar en un área de peligro que sospecho que me muero de ganas de pisar. Esto me asusta porque, de no ser por los miedos que todavía nublan mi mente, quizás habría cedido ya. Mis normas han servido para mantener una distancia entre nosotros que me encantaría que disminuyera. Del tirón.

Me mordisqueo el interior de la mejilla. De reojo, veo los números que brillan en la pantalla de mi teléfono móvil. Son más de las diez de la noche, y la fiesta de Noah debe de estar a punto de empezar. Llevo un día entero sin hablar con él, pues hoy no hemos coincidido en el instituto, y las ganas de verle me están consumiendo.

Ojalá tuviese más coraje, porque creo que merece la pena arriesgarse por alguien como él.

Al final decido llevar pintalabios. Sin embargo, de entre todos los que dispongo, elijo el único tono mate porque sé que no se corre con facilidad. Solo por si acaso.

* * *

Unas calles antes de llegar a la nave, ya consigo escuchar el ruidoso tintineo de la música latina que han elegido para la fiesta. Abrazándome a mí misma, pues el frío de octubre me cala hasta los huesos, apuro el paso y miro a mi alrededor. La acera está tan poco transitada que casi me siento aliviada cuando, unos minutos después, diviso el edificio a tan solo unos metros de mí. En el fondo, debo admitir que no me ha resultado agradable tener que venir sola y de noche hasta aquí.

Sin embargo, en cuanto pongo un pie sobre los alrededores, todo lo demás pasa a un segundo plano. El olor que emana de la fiesta me llega a las fosas nasales, lo que me hace arrugar la nariz, y una canción hispana empieza a sonar con tanta fuerza por los altavoces que llegan a dolerme los oídos. Le echo un vistazo al exterior de la nave, en busca de un rostro conocido. Se supone que Wesley y yo habíamos quedado aquí fuera hace un par de minutos. No obstante, no hay ni rastro de él. Ni tampoco de Kira.

Es por eso, y porque sigo sintiendo que me congelo, que tomo la decisión de entrar por mi cuenta.

Nada más cruzar la puerta, un calor que me resulta casi atosigante me da de lleno en el rostro. Jadeo, en busca de algo de aire, y me abro paso entre la multitud como puedo. Estoy acostumbrada a caminar entre mucha gente porque suele haber aglomeraciones en el instituto todos los días a la hora de salir. Aun así, no puedo negar que esto me agobia. Toda la fiesta, en realidad, hace que se me revuelva el estómago de la ansiedad.

Sobre todo porque, siempre que veo de espaldas a un chico alto y fornido, temo que se dé la vuelta y resulte ser el desencantador anfitrión: Matthew Blackwell.

El simple hecho de pensar en ello ya provoca que me entren ganas de marcharme. No obstante, acabo quitándome esa idea de la cabeza y apurando el paso. Me niego a permitir que su presencia aquí me amargue la noche. Eso no sería más que darle lo que quiere. Además, sigo queriendo ver a Noah.

Cuando llego al final de la nave, prácticamente echo a correr hacia una de las esquinas. Aquí la aglomeración de gente es menos agobiante y el aire parece llegar de nuevo a mis pulmones. Tras sacarme el móvil del bolsillo, llamo a Wesley para preguntarle dónde diablos está, pero no me coge el teléfono. Kira tampoco lo hace, y yo empiezo a sacar mis propias conclusiones. ¿De verdad piensan dejarme aquí sola toda la noche?

Suelto un gruñido. Voy a matarlos a los dos.

Por suerte, el consuelo llega a mí cuando diviso la figura de una chica que parece casi tan perdida como yo. Debe de medir un metro sesenta, y su largo pelo rubio le cae sobre los hombros. Me acerco a toda prisa.

—¡Michelle! —exclamo, mas la correctora del periódico escolar no puede escucharme por culpa del volumen de la música. Se sobresalta cuando le pongo una mano en el hombro, y entonces sí que se da la vuelta—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Se lo pregunto porque la verdad es que nunca la he considerado del tipo de persona que asiste a este tipo de fiestas. Vale, quizás sea cierto que yo tampoco soy así, pero tengo mis razones para haber venido. Ella, en cambio, actúa como si se sintiese fuera de lugar. Me muerdo el labio mientras le echo un vistazo a su aspecto. ¿Lleva pantuflas en los pies?

—Es culpa del zopenco del señor Miller —me responde. Se reclina sobre mí para que la oiga y su aliento me choca contra la oreja—. Me dijo que una buena periodista está siempre persiguiendo a la multitud. En fin, es un idiota. Qué sabrá él de periodismo. Ni siquiera fue a la universidad. —Rueda los ojos, como si la mera existencia de nuestro profesor de literatura le irritase—. De todas formas, creo que voy a irme pronto. Si te soy sincera, no me interesa socializar con ninguno de los sacos de hormonas que Noah tiene como invitados.

Asiento con la cabeza y fuerzo una sonrisa. Si no me echo a reír, es solo porque creo que yo formo parte de esos sacos de hormonas de los que tanto se queja.

—Hablando de Noah, ¿le has visto?

Algo que me gusta de Michelle es que ni siquiera le importa por qué lo estoy buscando. A modo de respuesta, señala con el dedo la multitud que nos rodea. Solo tardo unos segundos en dar con la persona que me interesa.

El chico bailarín se encuentra a varios metros de nosotras, rodeado de sus amigos. Un grupo de personas cuyos nombres ignoro se ha acercado a saludarle, y Noah charla con ellos como si se conociesen de toda la vida. Scott está a su lado, palmeándole el hombro mientras bromea con algo que les hace estallar en carcajadas. Se nota que este es su ambiente: actúa con seguridad, como si se sintiese cómodo siendo el centro de atención. Es curioso que seamos tan diferentes en ese sentido.

De forma inevitable, una pequeña sonrisa hace acto de presencia en mi rostro. Me muero por acercarme, mas decido quedarme en donde estoy. Ir allí e interrumpirles se me antoja muy intimidante. Al final, acabo apartando la mirada para clavarla en Michelle.

Estoy a punto de proponer un nuevo tema de conversación, cuando me percato de que no me está haciendo caso. Su vista sigue fija en el grupo de amigos de Noah. Se me revuelve el estómago porque me da la sensación de que nos llama la atención la misma persona.

—Ahí está mi cita de esta noche —pronuncia con amargura. Casi parece desganada—. Del uno al diez, ¿cómo de desconsiderado sería irme sin que se dé cuenta y dejarlo aquí?

Trago saliva.

—Eso depende de quién sea.

—Si quieres que te lo diga, tienes que prometerme que no te reirás —atisba, girándose hacia mí. Yo asiento con lentitud, lo que la hace suspirar—. Es Scott Roe. —Al ver mi expresión, se apresura a añadir—: Antes de que digas nada, quiero esclarecer (dícese de la acción de explicar algo) que no fue idea mía. Noah Carter me manipuló para que accediese a darle mi número. ¡Me dijo que su amigo era muy inteligente! —chilla, indignada, y me señala al hermano de Kira con la cabeza—. No sé a ti, pero a mí ese chico no me parece inteligente. En realidad, dudo que le siga funcionando alguna neurona después de todas las horas debe pasarse admirándose a sí mismo frente al espejo. Definitivamente, debería volver a casa. Pero antes voy a ir a arrancarle la cabeza a Noah Carter, con tu permiso.

Dicho esto, esboza una sonrisa irónica y echa a andar hacia ellos. Atrapo su muñeca al aire para retenerla, pues no quiero que me deje aquí sola. Aunque la chica se tambalea, acaba manteniendo el equilibrio y volviéndose hacia mí. Me aclaro la garganta.

—Vas a tener que ponerte a la cola —bromeo, intentando quitarle hierro al asunto—. Hay mucha gente que quiere matar a Noah.

Ante el nerviosismo que se palpa en mi voz, Michelle sonríe.

—Tú la primera, imagino. —No sé por qué lo dice, mas acabo asintiendo. La chica me palmea el brazo—. En ese caso, espero que le arranques la cabeza y vuelvas a colocársela después. Los que estamos detrás en la fila también queremos gozar de ese privilegio.

Supongo que debido a la ansiedad, suelto una suave carcajada. Esta conversación es tan violenta y extraña al mismo tiempo que está empezando a perturbarme. Sin embargo, charlar con Michelle acerca de decapitar a bailarines es mucho mejor que estar sola, por lo no me quejo.

Pero mi suerte acaba en menos de lo que esperaba.

—Oh, no —musita la chica de repente, con la vista fija en los amigos de Noah. Tuerce el cuello en mi dirección a toda prisa—. Si alguien te pregunta por mí, dile que no existo.

Acto seguido, se da la vuelta y desaparece entre la multitud. Me pongo a gritar su nombre de inmediato pero, aunque lo hago varias veces, no me escucha. Tardo poco en perderla de vista, y el estómago se me revuelve cuando me percato de que acaba de dejarme desamparada entre todo este bullicio. Me cruzo de brazos.

Pese a que llego a considerar la idea de ir en busca de mi amiga, la descarto en cuanto diviso a Scott dirigiéndose hacia las afueras de la nave. Es allí en donde Michelle ha decidido esconderse, y supongo que ambos tienen una conversación pendiente que no debería interrumpir. No obstante, ahora que su mejor amigo se ha dado a la fuga, quizás pueda aprovechar e ir a felicitar al cumpleañero.

Curiosamente, a ambos se nos ocurre la misma idea.

—¿Qué hace una chica tan guapa como tú en una fiesta tan aburrida como esta? —Escucho a mis espaldas. Reconozco su voz por encima de la música, del ruido que crece entorno a nosotros, incluso antes de darme la vuelta—. Si no te conociera, diría que has venido a ver a alguien.

Bajo la tenue luz de la nave, diviso a Noah Carter a poco más de un metro de mí. Hoy su aspecto se me antoja mucho más atractivo que de costumbre. O dejémoslo en que se me antoja y ya está. La suave tela de su camisa oscura se le ajusta a los hombros, remarcando los músculos de esa zona, y me muero de ganas de verle la espalda porque creo que tengo una obsesión con esa parte de su anatomía. Trago saliva, mientras noto que el pulso se me acelera. ¿En qué diablos estoy pensando?

Me siento como si estuviese colgando de un hilo débil, que es lo que me mantiene atada a lo alto de mi muralla. Y quiero caer. O quizás estoy haciéndolo ya. Todavía en silencio, repaso su boca con la mirada. Está sonriendo y, aunque mi yo de hace unas semanas jamás se lo habría siquiera replanteado, hoy quiero pensar que es por mi culpa.

Me pregunto cómo reaccionaría si le digo así, sin más, que puede hacerlo, que necesito que me bese. Justo ahora.

El corazón me da un salto con tan solo ponerme pensar en ello. Ojalá fuera así de valiente.

Pero no lo soy.

—¿Qué te hace pensar que he venido a ver a alguien? —inquiero, en lugar de decir otra cosa. Él agranda la bonita sonrisa que domina sus labios. A veces me gustaría saber si conoce el efecto que ese gesto tiene en la gente, en mí, o si lo ignora por completo.

—He oído que has estado buscándome esta mañana.

—Bueno, digamos que sufro la necesidad de meterme contigo al menos una vez al día.

Noah se ríe ante esto. Mientras tanto, yo intento que no se dé cuenta de lo alterada que estoy. Dentro de mi cabeza, no puedo dejar de maldecir al estúpido de mi mejor amigo. Apuesto a que él ha sido el encargado de decírselo.

—Qué considerada —bromea, con los ojos llenos de burla. Entonces, se inclina sobre mí para acercarme la boca al oído. Sus dedos repasan mi brazo, y la respiración se me corta cuando siento la suya contra mi oreja—: ¿Por qué no nos vamos de aquí? —me pide.

Trago saliva. Queriendo poner algo de distancia entre nosotros, presiono las manos contra su pecho.

—¿Quieres escaparte de tu propia fiesta? —cuestiono, enarcando una ceja. Él sonríe y niega con la cabeza.

—Solo quiero que demos un paseo. Vamos, es por allí.

Como no replico, se toma la libertad de cogerme de la mano. Sus dedos se cuelan dulcemente por los huecos que hay entre los míos, y me lanza una mirada antes de entrelazarlos por completo. Acto seguido, comienza tira de mí para llevarme hasta la salida.

En cuanto ponemos un pie fuera de la nave, el frío de octubre se me cuela en los pulmones. Aspiro con todas mis fuerzas, pese a que estoy congelándome, porque por fin siento que el desagradable olor a alcohol y sudor que emana de la fiesta está empezando a disiparse. A mi lado, Noah suelta una risita. Seguro que ha notado que estaba prácticamente asfixiándome allí dentro.

Por inercia, mi mirada recae sobre nuestras manos, que siguen entrelazadas. Espero que me suelte, pues ya no tenemos razones para seguir aferrándonos el uno al otro, pero no lo hace. El corazón me crece en el pecho. Le observo, mordiéndome el labio, y jalo de él en la primera dirección que se me ocurre. Noah me sigue sin titubear.

Si es de esta manera, confieso que a mí también me apetece dar un paseo. Quiero estar a solas con él durante lo que queda de noche, aunque no sé si me atreveré a dejar que lo sepa.

Debido a la falta de Luna, hoy el cielo está poblado de estrellas. Llevo la vista hacia arriba para observarlas, mientras caminamos en silencio por las solitarias calles de las afueras de la ciudad. La música de la fiesta sigue escuchándose, mas llega un punto en el que estamos tan lejos que solo se oye el leve murmullo de una canción. Noah va a mi lado, perdido en sus pensamientos. Ningún tema de conversación surge entre nosotros, y es curioso que no me sienta obligada a forzar ninguno.

Su compañía me resulta agradable, aunque ambos estemos en silencio.

Cuando llegamos al final de unas grandes escaleras de hormigón, que se me asemejan a las que hay en el estudio, Noah se sienta y tira de mi brazo para que me acomode a su lado. Lo hago, con mis rodillas muy pegadas a las suyas. Tras escurrir su mano de la mía, apoya los codos sobre el escalón de arriba y se recuesta para ver las estrellas. Yo me inclino hacia adelante, con la barbilla apoyada sobre mis dedos. Así no puedo fijarme en el cielo, pero soy capaz de verle a él y con eso me basta.

Me aclaro la garganta, en busca de su atención.

—¿Crees que tus invitados se enfadarán conmigo? —inquiero, esbozando una leve sonrisa—. Prácticamente he secuestrado al cumpleañero.

El chico se relame los labios. Aparto la mirada de ellos tan rápido como puedo.

—En primer lugar, me parece que yo he sido quien te ha secuestrado a ti —recalca, mientras me señala con un dedo. Luego, desbloquea su móvil para ver la hora—. Además, técnicamente no es mi cumpleaños todavía. Faltan veintitrés minutos para las doce. Y supongo que ya te habrás dado cuenta, pero la fiesta no es para mí. No conozco ni a la mitad de los invitados. Todos han venido a ver a Matthew. Como siempre.

Pronuncia esas palabras con cierta amargura, como si de verdad se las creyese. Me entallo el interior de la mejilla con los dientes. Mi cerebro me propone sacar un nuevo tema de conversación, hablar de algo que lo distraiga, pero no hago eso. Necesito demostrarle que se equivoca.

—No es verdad —contesto. Noah sube las cejas—. Hay mucha gente que ha venido solo para estar contigo. Deberías dejar de pensar que Matthew nos gusta a todos más que tú.

Quizás he sonado algo brusca, pero es que este tema me pone de los nervios. No puedo soportar que Noah crea que es menos que su primo. No cuando tiene a alguien aquí, a tan solo unos decímetros de él, que piensa todo lo contrario.

Espero que se ofenda por lo que acabo de decir pero, en lugar de eso, me pregunta:

—¿Quién crees que ha venido solo para verme a mí?

Empiezo a ponerme nerviosa. En mi cabeza, repito cien mil veces el pronombre yo.

—Mucha gente —respondo sin más.

—Mencióname a dos personas.

—Wesley y Kira. —Ellos son los primeros que se me ocurren—: Puedo asegurarte que no han venido por Matthew. Piensan que es un idiota. Están aquí porque les caes bien y es tu cumpleaños.

Noah sigue desafiándome con la mirada.

—¿Alguien más?

—Scott. Es tu mejor amigo.

—¿Y?

—Michelle, por ejemplo. Seguro que piensa que tu primo no tiene neuronas.

—Sigue sin bastarme.

—¿Qué más quieres que diga?

—¿A quién has venido a ver tú? —me suelta, pese a que ya conoce la respuesta. Quizás por eso no le sorprende que me ponga roja como un tomate, poco antes de apartar la mirada. Escucho su risa mis espaldas—. Eres adorable, ¿sabes? —me halaga, como si no fuese consciente de que voy a tomármelo como un cumplido. Sacude la cabeza—. La respuesta a tu pregunta de antes es que me da igual que se enfaden. En realidad, tú eres la única invitada que me importa. Por eso estoy aquí fuera, contigo, en vez de estar allí —añade, señalando la calle de donde proviene la música de la fiesta. Luego, arruga la nariz—. Bueno, por eso y porque ahí dentro huele fatal.

Puede que debido a los nervios, todo el aire sale de mi boca en forma de risa. Después de eso, ambos volvemos a quedarnos en silencio. El ambiente se torna incómodo, solo porque hace frío y estoy dándole vueltas a algo que me aterra hacer. Lo he traído por si acaso, aunque hasta hace un rato no me veía capaz de entregárselo. Sin embargo, oírle hablar acerca de lo que piensa sobre su fiesta me ha hecho cambiar de opinión.

Antes de que pueda echarme atrás, me vuelvo hacia Noah y le toco la rodilla. El baja la vista hacia mí.

—Te he traído un regalo —le digo—. No es nada del otro mundo, de verdad. Si no te gusta, no pasa nada. De todas formas, quiero que sepas que puse dinero para el regalo grupal. Espero que te hayan comprado algo bonito. Esto no es más que un detalle. Yo... bueno, no sé.

Noah me mira esbozando una sonrisa.

—Vamos, dámelo de una vez.

El pulso se me pone a mil. Con las manos temblorosas, abro la cremallera de mi bolso y rebusco en él hasta que doy con ese folio amarillento, doblado y arrugado en donde tantas cosas sinceras he escrito. Se lo tiendo sin mirarle a la cara. Estoy mordiéndome el labio con tanta fuerza que seguro que me lo desgarro.

El chico bailarín empieza a abrirlo con cuidado.

—Es el primer borrador de tu artículo que escribí. A mano. Pensé en pasarlo a limpio antes de dártelo, porque siempre dices que odias mi caligrafía, pero entonces habría perdido su encanto —me apresuro a explicarle, antes de bajar la voz—. Lo he firmado. Lo siento si te parece una tontería.

Espero a que me dé la razón, pero Noah se queda en silencio. Cuando por fin me atrevo a mirarlo, descubro que está observándome con una sonrisa en los labios. Empieza a negar con la cabeza y todo mi mundo se tiñe de color rosa.

De repente, experimento algo que no creo haber sentido antes de esta manera: estoy bien, pero no por mí, sino porque creo que he conseguido hacerle feliz. Porque estoy cumpliendo mi nueva parte del trato.

Aunque todo cambia cuando me devuelve el regalo.

—No creo que sea una tontería.

—¿No lo quieres? —le pregunto.

—Léelo para mí.

—¿Qué?

—Vamos, en un rato será mi cumpleaños. Hazlo, por favor.

Mi sentido común hace que me entren ganas de negarme de nuevo. No obstante, hay algo en su forma de decirlo, en su manera de implorármelo, que me hace ceder. Cierro los ojos mientras aliso el papel con los dedos, buscando la valentía que me falta. Al abrirlos, me cercioro de que la mirada de Noah sigue clavada en la mía.

Me aferro a la serenidad que me transmite, como si eso pudiese hacerme sentir mejor.

Y comienzo a leer.

Cuando conocí a Noah Carter, me di cuenta de era una de las personas más peculiares que había tenido el placer de cruzarme jamás. Desde su curiosa forma de ser a esa mirada tan suya que te lanza siempre que te ve por los pasillos: todo en él es único. Diferente.

Noah Carter es un chico divertido. Sabe muy bien cómo hacer reír a los demás, pero creo que es porque le gusta eso. Hacer feliz a la gente, me refiero. Adora ser el centro de atención y que quien le rodea sea feliz gracias a él. También sonríe muy a menudo. Puede que esto esté ligado a lo anterior. A veces pienso que cree que su sonrisa es bonita, reparadora y contagiosa.

Muchas veces pienso que de verdad lo es.

Es inteligente. Aplicado. Trabajador. Saca buenas notas en clase pero no es de los que fardan de ello. Es ambicioso. Tiene cientos de sueños y lucha por cumplir cada uno de ellos. No ha llegado a contarme cuáles son, aunque espero que algún día lo haga, porque deben de ser increíbles.

Además, es extremadamente sociable. Habla con todo el mundo y nunca, jamás, le he visto excluir a nadie de su grupo de amigos. En mi opinión, esa es una de las muchas cosas que hacen de él una buena persona. Está completamente dedicado a lo que ama y eso me parece admirable. También es un buen bailarín. Muy buen bailarín...

Llego a la mitad del artículo, trago saliva y subo la mirada hacia el chico. Está observándome mientras lo leo, con los ojos llenos de algo que no sé descifrar. Me pregunto si estas palabras le sonarán tan vacías como a mí. Han pasado muchas cosas desde que redacté estas treinta razones. Tantas, que ahora creo que me faltan cien mil por apuntar.

Esta noche estoy decidida a ser valiente. A hacer todo aquello que quiero hacer. Tras coger aire por la boca, doblo el papel en dos e improviso totalmente mi discurso.

—Noah Carter es... atrevido —resumo. Pese a que me muero de ganas de evitar su mirada, esta me busca con tanta ansia que acaba encontrándome. El castaño sube las cejas, animándome a continuar—. Sabe lo que quiere y no se rinde hasta que lo consigue. Actúa como si siempre estuviese seguro de sí mismo. Los dos sabemos que no siempre lo está de verdad, pero se le da terriblemente bien fingirlo. En cierto modo, con eso consigue que tú también te sientas de esa manera. Que confíes en ti. Lo digo porque me ha pasado. Él ha hecho que me pase.

»Es fácil hablar con alguien como Noah, básicamente porque no aguanta callado ni cinco segundos —añado, y él esboza una sonrisa mientras se muerde el labio—. Es divertido. Lanzado. Respetuoso. Se preocupa por mí sin esperar nada a cambio. Odia las películas de terror, lo que es un punto en su contra, porque no entiendo cómo pueden parecerle aburridas. Pero su color favorito es el rojo y eso es genial porque el azul es de básicos. Se le da de lujo dar definiciones, sobre todo si se trata de cosas que oscilan. Además, baila muy bien. Aunque montar coreografías no es lo suyo, ni tampoco enseñarlas, nunca creí que alguien inventaría una nueva modalidad de danza solo para mí y él lo ha hecho. A veces actúa como un idiota, pero en el fondo sé que solo lo hace para hacerme reír. Eso le convierte en un buen chico. —Trago saliva. Me siguen temblando las manos y mis ojos continúan clavados en los suyos—. Noah Carter, creo que eres un chico increíble.

No sé cuándo, ni cómo, pero mi parte más sensata ha hecho las maletas y se ha ido de vacaciones. Ahora me siento como un globo que se desinfla después de soltar todo el aire que tenía contenido. En mi caso, lo que retenían eran palabras. Sentimientos, e incluso me atrevería a decir que me quedan cosas por confesarle. No obstante, creo que si vuelvo a abrir la boca será para expulsar aquello que se arremolina en mi estómago.

Estoy nerviosa. Tanto que el mundo parece correr a cámara lenta. Me aprieto los dedos con fuerza, mientras espero a que Noah rompa el silencio.

—¿Y bien? —demanda.

Pego un respingo.

—Y bien, ¿qué?

—¿Quieres un autógrafo?

—He olvidado mencionar que siempre te comportas como un imbécil.

Estoy demasiado alterada como para soportar este tipo de bromas. Acabo de hacer algo que me ha costado la misma vida y no me puedo creer que eso sea lo único que tiene que decirme. Dejándome llevar por un impulso, me pongo de pie. Estoy a punto de bajar el primer escalón, cuando Noah me jala para que vuelva a sentarme.

—Anda, ven aquí.

Solo me da tiempo a escuchar eso, antes de que prácticamente me obligue a acomodarme a su lado. Me pasa un brazo por los hombros, como queriendo atraerme hacia sí, e inmediatamente noto que empiezo a entrar en calor. La noche se me antojará muy fría a partir de ahora, sobre todo si decide soltarme.

Como no lo hace, suelto un suspiro mientras permito que mis músculos se relajen. Intento que el corazón deje de irme tan rápido, pero es pedir demasiado. Noah es quien controla la velocidad de sus latidos.

—Gracias —me susurra entonces, y la felicidad me sube por la garganta y me hace esbozar una sonrisa.

—No hay de qué.

—¿Sabes? —añade, recolocándose. Tuerzo un poco el cuello para verle la cara—. Hay algo con lo que no estoy de acuerdo. No soy tan atrevido como crees. Si lo fuera, te lo habría dicho antes.

Le digo adiós a mi respiración. De repente, sé qué es lo que está a punto de hacer. Sé qué va a confesarme. No hay ni una sola parte de mí que no se muera de ganas de escucharlo.

—¿Decirme qué? —susurro.

—Me gustas, Abril. Desde hace mucho. Llevo semanas queriendo decírtelo, y ha llegado un punto en el que creo que ocultarlo ya no sirve de nada. Me gusta absolutamente todo de ti. Por eso sigo haciendo la lista. Porque me gustas.

Todo lo que nos rodea desaparece de repente. Solo con escuchar esas dos palabras, la música, la fiesta y los invitados parecen esfumarse del mundo. La alegría me estalla en el pecho, disipando todos los miedos a los que seguía intentando aferrarme. Su forma de decirlo, como si fuese la verdad más pura que existe, me hace sentir querida. Me devuelve todo lo que alguna vez que me quitaron y sé que Noah está dispuesto a darme más. Mucho más.

Tengo el estómago lleno de mariposas que se me suben al corazón. Creo que nunca antes me he sentido de esta manera. Ahora sé que tengo el control. Que puedo hacer o decir lo que quiera. Podría lanzarme a besarlo o cumplir el punto número diecisiete y decirle que estoy volviéndome loca y que es por su culpa. Que me gusta incluso más que yo a él.

No sé cuál de todas esas cosas se me antoja más ahora mismo.

Para mi desgracia, no me da tiempo a hacer ninguna de ellas.

De repente, el móvil del chico emite una suave melodía. Es parecida al sonido de una alarma. Tras dedicarme una mirada, deja de abrazarme y se inclina para sacárselo del bolsillo. El aire congelado me choca contra la espalda, haciéndome estremecer. Noah se pone el teléfono sobre el muslo, todavía con la pantalla encendida. En ella, cuatro números redondos anuncian la llegada de medianoche.

Son las doce. Ya es mañana.

De forma inevitable, esbozo una sonrisa. Él no se ha atrevido a mirarme de nuevo, mas sé que se debe a que no le he respondido. Entrelazo mi mano con la suya y apoyo la cabeza en su hombro. Pronto noto cómo se relaja.

—Feliz cumpleaños, Noah —le susurro—. Felices dieciocho.

Mientras lo digo, me doy cuenta de que faltan meses para mi cumpleaños pero yo ya sé cómo quiero celebrarlo: haciendo exactamente lo mismo que ahora. Quiero cumplir dieciocho estando a su lado.


• ────── ✾ ────── •

P. D. ¿Será Noah o Abril quien se lance por primera vez? ¿A quién veis con más ganas?

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