El último Hawthorne: Sol de M...

Por MavelyMelchor

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Mi nombre es Alessandro Hawthorne. Soy un vampiro. Y soy un fugitivo. Si me atrapan... Mais

Prólogo
1: El orfanato
2: Vampiro
3: Un ataúd en la habitación
4: Viaje en barco
5: La historia de Alessandro
6: Rebecca
7: Lo que sucedió con Sinuhé
8: La casa de Florencia
9: El puente de los suspiros
10: Mortimer
11: Visita en la celda
12: En la Plaza de San Marcos
13: Sol y sombra
14: Mediodía
15: Escape y muerte
16: Sed
17: Carta de despedida
18: Inesperado
19: Deducciones macabras
20: Emboscada y traición
22: Esperanza
23: La biblioteca familiar
24: A campo abierto
25: Cambios
26: Sueños y máscaras
Epílogo
Agradecimientos y otras cosas...
Redes sociales
El último Hawthorne - parte II

21: Absolución

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Por MavelyMelchor

Ambos se miraban con la ira y el odio pintados en los ojos.

Alex le enseñó los colmillos, a lo que Derek respondió con un gruñido.

Todos los Collingwood que aún permanecían dentro de la casa se apartaron, pegándose a las paredes y abriendo espacio para el combate que estaba a punto de iniciar. Era claro que nadie intervendría en esa lucha.

Rebecca no quería quedarse ahí, como ellos, siendo solo una espectadora. Intentó soltarse del abrazo del vampiro que aún la sujetaba, pero él apretó los brazos a su alrededor. Renata se acercó silenciosamente hasta donde ella forcejeaba con el hombre, diciéndole casi al oído:

—No hagas nada. El reto ha sido tomado por Alessandro y solo él puede participar en esto.

—¡No pienso quedarme aquí y ver cómo lo matan!

Tienes que quedarte aquí. No puedes intervenir.

Desesperada, miró al frente y se fijó en algo que no había visto antes: Derek aún llevaba la garra con él, pero muy bien escondida entre los pliegues de su ropa.

Cuando inició la pelea, Alex no pudo ni ver de dónde salió.

Sin importar que estuviera herido en un costado, Alessandro siguió luchando contra Derek, moviéndose ambos a una velocidad increíble; si Rebecca parpadeaba, podría perderse de mucho.

Alex se lanzó hacia adelante, enseñándole los colmillos, y ambos cayeron al suelo, comenzando a girar, tratando de liberarse el uno del otro. Derek terminó por arrojar a Alessandro hasta el otro lado de la sala, pero Rebecca pudo ver que sangraba por un lado del cuello, donde Alex lo había mordido, arrancando un enorme trozo de carne.

Alessandro tenía el rostro manchado de sangre, tomando un aspecto amenazante mientras se levantaba, y eso pareció enfurecer a Derek, que volvió a atacar con la garra, y Alex la esquivó por muy poco. Sin embargo, el tiempo que le tomó evitar el golpe de la garra le costó que el puño de su adversario se estrellara contra su cara.

Ambos estaban en un estado horrible: Alex estaba manchado de sangre y bastante golpeado, pero Derek no estaba mejor. Además de la herida que Alex le había provocado en el cuello, tenía la ropa desgarrada y un corte en la mejilla que ya comenzaba a sanar.

Rebecca notó gracias a eso que, a pesar de no tener un arma consigo, Alessandro no daría tregua. Estaba obteniendo su fuerza de toda la ira y el rencor acumulados por años, y no iba a contenerse más.

Sin embargo, y si bien Alessandro era muy rápido, Derek era mucho más fornido que él, y un nuevo y poderoso golpe lo hizo caer bocabajo una vez más, luciendo desorientado.

Derek se acercó entonces hasta él y lo sujetó por el cabello de la nuca obligándolo a ponerse de rodillas, exponiendo su cuello, y preparando la garra.

Rebecca gimió y se retorció, intentando ayudar a su esposo, pero el otro vampiro parecía hecho de roca.

Todo había terminado...

... o eso creyó.



Alessandro cayó demasiado cerca de la chimenea encendida, tanto que podía sentir el calor de las llamas contra la piel de su brazo izquierdo. No logró levantarse a tiempo y Derek se acercó, listo para dar el golpe final.

Sin embargo, esta vez tenía cierta oportunidad. Ya no tenía que temer por que le hicieran algo a Rebecca.

Podía defenderse.

Con el rabillo del ojo logró ver que algo sobresalía de las llamas: un mango de madera unido a una varilla de metal que, en ese momento, estaba al rojo vivo. El atizador.

Rebecca también lo vio.

—¡Alex, el atizador! —gritó justo cuando Derek descargaba el golpe.

Alessandro se dejó caer al suelo, arrastrando a Derek consigo. Logró hacer que se desviara y que la garra terminara clavada en la alfombra y, mientras intentaba soltarse, Alex se puso de pie y se giró hacia la chimenea, casi quemándose la mano cuando intentó sujetar el mango de madera, pero logró sacarlo de entre las llamas justo cuando Derek liberaba su arma.

Usó el atizador como espada. Derek lo frenaba con la garra, pero ahora Alex tenía la misma ventaja que él. Tenía un arma.

Los dos metales lanzaban chispas cada vez que chocaban entre sí.

Con el atizador al rojo vivo golpeó la mano en la que Derek llevaba la garra. Como acto reflejo ante el calor excesivo, abrió la mano y la garra se deslizó fuera de su puño, cayendo al suelo dando un par de botes hasta llegar a los pies de Rebecca.

Derek, ya sin la ventaja de antes, se lanzó sobre Alex una vez más, pero Alessandro lo atrapó al vuelo y lo acorraló contra la pared, con la punta del atizador directo sobre su corazón.

Solo quedaba una cosa por hacer.

Una decisión.




Si alguien le hubiese preguntado a Rebecca, ella habría respondido que no lograba reconocer a Alex en ese momento: su rostro estaba lleno de odio y su mirada tenía un brillo asesino que nunca antes había visto y que le llenó de miedo. Pudo ver su mandíbula tensarse al tiempo que él cerraba los ojos, dejando pasar un segundo antes de abrirlos de nuevo y, al hacerlo, Rebecca vio que esa chispa que tanto le había horrorizado se había ido.

Alessandro bajó el atizador apenas unos centímetros y su rostro se relajó un poco.

—Todo queda en tus manos, Alessandro —dijo uno de los vampiros que aún miraban el sangriento espectáculo—. Es tu decisión. Si decides darle el perdón, no podrás volver a retarlo. Si decides matarlo... Tú eliges —repitió.

Por un segundo, la indecisión y la duda cruzaron el rostro de Alex. Seguía viendo a Derek con un odio indescriptible, un odio que Rebecca jamás había visto en él, pero algo parecía danzar en su mente a toda velocidad. Su rostro comenzó a relajarse.

Respiró profundo una sola vez y bajó el atizador un poco más.




«Leonardo. Sinuhé. Mis padres. Mi hijo.»

¿Y aun así le preguntaban si quería perdonarlo? Después de todo lo que le había hecho a él, a su familia...

«No. No puedo...»

Sin embargo, en ese momento tuvo una extraña sensación que lo dejó paralizado.

Había pensado durante mucho tiempo en tener una oportunidad como esa; durante toda su vida la había deseado..., pero ahora que la tenía, se sentía incapaz de hacerlo. Durante mucho tiempo deseó vengarse por todo lo que Derek le había hecho a su familia, pero sus brazos no querían obedecer.

«Yo no soy un asesino.»

Derek lo miraba con rostro inexpresivo, sin el menor atisbo de miedo. Parecía saber lo que estaba pensando y, cuando Alex comenzó a bajar el atizador, una sádica sonrisa de burla se hizo presente en sus labios.

«Siempre lo supo. Sabía que no podría matarlo

—Ni siquiera tienes el valor para hacerlo, ¿verdad? —dijo en un susurro, para que solo Alex pudiera oírlo—. No tienes las agallas para asesinarme.

»Eres igual que tu padre. Igual que Leonardo. Solo una asquerosa rata que huye de todo. Con razón tu familia cayó en la desgracia... eres una completa burla para hacerte llamar un vampiro.

»¡Hazlo! —retó, torciendo su boca en una mueca de desprecio, y Alessandro apretó tanto el mango del atizador que notó que la madera comenzaba a convertirse en astillas bajo sus dedos—. ¡Anda! ¡Hazlo! —insistió con un brillo de triunfo en la mirada, sabiendo incluso antes que el mismo Alex que no iba a hacerlo—. Mátame.

»Haz que sea rápido.

Sin embargo, esas últimas palabras colmaron su paciencia y Alessandro dejó de sentirse dueño de sí mismo, mientras un odio del que no se creía capaz hervía en su interior.

¿Así que quería morir rápido? ¿Acaso no le gustaban las muertes lentas y dolorosas?

Su odio fue en aumento.

—¿Por qué habría de hacerlo? —respondió.

Derek tuvo solo el tiempo suficiente para reconocer la frase como suya; Alex lo supo por la forma en que sus ojos se abrieron con sorpresa.

Alessandro dejó de pensar. Todos sus músculos se tensaron y su cuerpo se activó en un movimiento casi automático mientras su brazo se alzaba con fuerza, clavando el atizador al rojo vivo en la carne de Derek. La sorpresa permaneció solo por un segundo en su rostro, antes de que se contorsionara en una mueca de dolor mientras el metal entraba en su cuerpo y comenzaba a quemarlo por dentro.

Alex hundió el metal hasta que atravesó su corazón.

Sus ojos se pusieron en blanco mientras su cuerpo comenzaba a quemarse de adentro hacia afuera, mientras el fuego se extendía por sus venas, avivado por el veneno de vampiro que había dentro de ellas.

Derek no gritó ni hizo ningún sonido. Sujetó con sus manos la parte del atizador que aún sobresalía de su pecho mientras todo su cuerpo iba carbonizándose; su piel comenzó a resecarse hasta adquirir la apariencia del cartón, y sus ojos se nublaron, volviéndose grises y opacos. Cayó de rodillas y Alex se alejó de él, sin dejar de observarlo con odio.

Logró imaginar la agonía que él estaba sufriendo y por un segundo, mientras su consciencia parecía volver a él, sintió cierta lástima... sensación que después desapareció del todo.

Poco a poco, su piel se transformó en ceniza y, segundos después, todo su cuerpo se desmoronó sobre el suelo, convertido en polvo. El atizador cayó con un golpe sordo sobre la alfombra.

Alessandro pareció volver poco a poco en sí, quedándose inmóvil mientras asimilaba lo que acababa de ocurrir, sintiéndose aturdido. Sin embargo, justo cuando el pensamiento pareció asentarse, se giró hacia los que aún lo observaban, temiendo que alguien se abalanzara sobre él.

Nadie lo hizo.

Alex los miró uno a uno, aún desconfiado; sentía que cualquiera estaría a punto de atacarlo, paranoia producida por culpa de todos los años que pasó huyendo y sintiéndose observado, siempre cuidándose la espalda y desconfiando hasta de su propia sombra.

Pero nadie hizo el menor intento de moverse.

Buscó a Rebecca con la mirada y le abrió los brazos, y el hombre que la retenía la soltó, dejándola correr hacia Alex y escondiendo su cara entre su cuello y su hombro. Notó que Rebecca comenzaba a llorar, así que Alex le acarició el cabello, dejándola desahogarse y sintiendo que él mismo no lograba reponerse aún de la impresión.

Sentía que podría comenzar a temblar en cualquier momento, pero se obligó a mantenerse firme, sin quitar la vista de encima de todos los que estaban ahí.

—Lamento mucho lo que pasó —dijo Giuseppe, avanzando cautelosamente hacia ellos—. Creo que las cosas pudieron haber sido un poco diferentes.

»Tú familia ya no será perseguida... pero también quisiera ofrecerte una disculpa por parte de la mía.

Cuando dijo eso, algunos lo miraron como si desaprobaran sus palabras, pero nadie se atrevió a contradecirlo. Ni siquiera Stephen.

Alessandro notó entonces la ironía de todo aquello: alguien llamado Joseph, había comenzado la disputa con su familia, con alguien llamado Alessandro. Ahora, Giuseppe —Joseph— Collingwood hacía las paces con alguien llamado Alessandro Hawthorne.

Giuseppe le tendió una mano. Alex lo miró por un segundo, inseguro y cauteloso, antes de estrecharla levemente.

Giuseppe lo soltó apenas sus manos se apretaron una en torno a la otra, y dio media vuelta, saliendo de la casa. Varios vampiros más lo siguieron sin decir nada, y algunos les dieron secas cabezadas en forma de despedida. Alessandro trató de responder de la misma forma a todos, pero aún sentía en sus ojos una mirada recelosa.

La casa fue quedándose vacía poco a poco, pero algunos de ellos se quedaron aún ahí. Al parecer, querían hablar.

«Por supuesto —pensó Alessandro—. Solo eran vampiros siguiendo las reglas. Habían hecho cumplir la ley, y eso había sido todo.»

—Necesito un momento —pidió Alessandro, sospechando sus intenciones—. No puedo dejarla sola.

Temía que Rebecca se cayera si la soltaba; podía sentirla temblando contra su cuerpo.

Renata se acercó despacio hasta ellos.

—Yo puedo cuidarla —ofreció, dejándolo genuinamente sorprendido.

Jamás hubiera pensado en escucharla hablar de esa forma, tan insegura de sí misma...

«Acaba de perder a su esposo —se recordó Alex—.Acaba de perderlo por una de esas leyes que tanto defienden.»

Rebecca lo soltó despacio y se dirigió hasta un sillón, sin acercarse a Renata, pero asintiendo y secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

Alex articuló un agradecimiento sin emitir sonido y, luego de una cabezada, sin mirarlo a los ojos, Renata se aventuró a acercarse a ella.

Sus ojos vagaron entonces a donde los Collingwood esperaban por él. Stephen dio un paso en su dirección y habló de forma renuente, como si le costara decir las palabras:

—Ahora eres parte de la familia.




Habló con ellos durante lo que le pareció una eternidad, mientras Rebecca permaneció en el sillón junto a Renata, quien parecía haber logrado entablar una pequeña conversación.

Alex reconoció su propio nombre varias veces, pero no escuchó gran cosa en realidad. Intentaba concentrarse en lo que Stephen decía, pero no podía captar más de la mitad de las palabras: dijo algo de que podrían ir con ellos a Londres, a la Casa Mayor, pero rechazó la oferta. También le sugirió cambiar su apellido, cosa que volvió a rechazar.

—Entonces, tú podrías proponer algo —replicó el vampiro al ver que descartaba todo lo que sugería para ellos.

—Solo quiero que nos dejen en paz —pidió Alex con la voz cargada de cansancio—. Que ya no exista disputa entre tu familia y la mía.

»Eso es todo lo que quiero.

Stephen fijó sus ojos en los de Alessandro por un largo segundo antes de asentir.

—Muy bien —dijo de forma cortante, dando el asunto por terminado y dando media vuelta rumbo a la puerta.

—Lo que necesiten... pueden venir con nosotros —ofreció alguien más.

Alex asintió sin mirar al vampiro, permaneciendo con sus ojos clavados en la alfombra.

«¿Por qué tanta amabilidad?»

Torció los labios al darse cuenta de que en realidad no era odio hacia su familia lo que los había impulsado a cazarlos; era el mero cumplimiento de las reglas.

«Esas malditas reglas...»

Ahora que todo había cambiado, ahora que esas reglas ya no podían aplicarse, simplemente decidieron ignorarlos.

«Como un gato que se cansa de usar el mismo juguete.»

El lugar se fue vaciando lentamente, mientras todos salían de la casa hasta que ahí solo quedaron Renata, Bartolomé, Rebecca y Alessandro.

Rebecca interrumpió lo que le decía a Renata y se levantó para poder a abrazar de nuevo a su esposo. Alex trató de decirle algo, pero no lo logró.

—Mortimer... mi hermano... ¿de verdad está muerto? —preguntó Renata, llamando su atención y sorprendiéndolo una vez más con su tono tímido.

—Sí —respondió Rebecca, mirándolo—. Salió al sol a mediodía, poco después de transformarme.

Renata no dijo nada. Sus ojos se clavaron en la alfombra.

—Supongo que ahora eres mi sobrina, ¿verdad? —dijo después de un rato con un intento de sonrisa que se rompió apenas se formó en su boca. Rebecca no respondió—. Ya escucharon lo que mi familia dijo. Si necesitan algo... —dejó la frase a medias, cerró los ojos con fuerza y salió precipitadamente de la casa.

Alessandro suspiró, apretando a Rebecca contra su propio cuerpo, y cerró los ojos, intentando una vez más asimilar todo lo que había pasado esa noche.

Todo había terminado.

Seguían vivos.

«Pero perdí a mi hijo.»

Escuchó que algo se movía en un rincón oscuro y abrió los ojos de golpe, a tiempo de ver a Bartolomé en una esquina, pegado a la pared como un ratón que sabe que está acorralado.

Se había olvidado de él por completo. El rostro del vampiro rehuía a su mirada, pero los ojos de Alex se mantuvieron firmemente clavados en él.

—Rebecca, dame un minuto más —pidió de forma fría, sin quitarle la vista de encima a Bartolomé—. Tengo otro asunto por resolver esta noche.

Estaba realmente colérico. Un instinto asesino se apoderó de él por segunda vez esa noche.

Sin embargo, logró controlarse. Soltó a Rebecca y ella lo miró con el terror pintado en sus ojos, haciéndole saber que su expresión reflejaba mucho más de lo que creía. Se obligó a calmarse y sintió que sus facciones se relajaban un poco. Incluso trató de controlar su tono de voz al volver a hablar:

—Solo quiero hablar un minuto con Bartolomé.

La miró a los ojos, asegurándole que todo estaría bien, que se controlaría. Estuvo seguro de que Rebecca no le creyó.

—Alex...

Algo en la forma en la que dijo su nombre le hizo darse cuenta de que ella no estaba segura de soportar más de esa noche. Solo quería que todo terminara.

Y él también.

No quería volver a sentir que estaba a punto de perderla. No quería sentir absolutamente nada.

Ahora comprendía lo que Mortimer había sentido por su esposa y por su hijo y por qué hizo lo que había hecho. Era como si le doliera el corazón.

Un corazón que nunca había latido.

—Todo estará bien. Lo prometo. Regresaré en un momento.

Le dio la espalda, sabiendo que no podría seguir viendo su rostro preocupado, y encaró a Bartolomé, que no había vuelto a moverse hasta que Alex se dirigió a él.

—¿Me acompañas un segundo? —pidió, intentando mantenerse calmado para no alarmar a Rebecca.

Le indicó el camino a la puerta con una mano y Bartolomé accedió, luciendo resignado.




Los recibió una lluvia torrencial al salir de la casa.

Alessandro lo adelantó, apretando el paso para alejarse de la puerta, esperando solo lo suficiente para que Bartolomé pudiera seguirlo. Afuera pudo ver que aún había algunos de los Collingwood, hablando en voz baja sobre lo ocurrido, pero Alex se desvió, pues lo último que quería en esos momentos era volver a hablar con ellos.

La lluvia los empapó mientras se alejaban de cualquiera que pudiese oírlos y, una vez que estuvo seguro de que no había nadie alrededor, Alex se detuvo y se giró para encarar a Bartolomé, quien por fin levantó la mirada.

—Antes de que digas algo —empezó Alex con tono firme, amenazante—, quiero que pienses muy bien qué es lo que vas a decir. Sabes que no estoy de humor para tonterías y te juro que si dices algo que me provoque...

—Alex... yo... lo siento tanto... mi familia... ellos...

—Sé por qué lo hiciste —interrumpió. Bartolomé no volvió a decir nada, así que Alex siguió hablando—: Y te comprendo. Pero quiero que entiendas que precisamente porque te comprendo es la única razón por la que intento controlarme para no arrancarte la cabeza justo ahora.

»Sé que amas a tu familia. Y sé que estaban en peligro.

—Debes estar deseando matarme, ¿no es así? —preguntó con pesadez.

—Para ser honesto, sí: requiero de casi todo mi autocontrol para no hacerlo, y no lo haré. Pero quiero que hagas algo: quiero que vayas con tu familia y te quedes con ellos.

»Y aléjate de nosotros. No quiero volver a verte jamás. Quiero que te alejes. Empezando ahora.

Sus ojos estaban cargados con arrepentimiento y tristeza. Al ver eso, Alessandro no pudo evitar sentir cierta lástima por él.

Habían amenazado a su familia. Le habían hecho casi tanto daño como a él...

—Lo siento mucho —repitió Bartolomé. Y Alessandro le creyó.

Le puso la mano derecha sobre el hombro y Bartolomé por fin lo miró a los ojos. Alex sintió que incluso su propia mirada se suavizaba al encontrarse con ese muro de tristeza.

—Yo también. Yo también lo siento.

Lo dijo con honestidad. De verdad lamentaba que lo hubieran torturado así, con la amenaza de hacer daño a su familia.

Alex bajó su mano despacio, y Bartolomé le regaló una sonrisa triste, agradeciendo que lo hubiera perdonado. Después dio media vuelta y se alejó hasta perderse en la lluviosa y oscura noche.

Alex estuvo seguro de que volvería al lugar que nunca debió haber dejado, y que en esa ocasión, se quedaría ahí.




Ahora que estaba solo, Alex pudo sentir cómo la frustración, la impotencia, la tristeza y muchos otros sentimientos entremezclados lo golpearon al mismo tiempo. No pudo soportar todo el peso y sus piernas se doblaron, haciéndolo caer de rodillas, doblándose luego por la mitad y golpeando el suelo con los puños, intentando descargar su frustración contra algo —algo que no pudiera terminar gravemente herido— y sintió cómo el concreto se hundía bajo sus manos en dos agujeros debido a la fuerza del impacto. Sentía que las lágrimas se derramaban por sus mejillas.

«¿O es solo la lluvia que me estaba azotando el rostro desde que salí de la casa?»

Ya no estaba seguro de nada.

Pasó un largo tiempo antes de que pudiera recuperar la compostura y volver, y para el momento en que la casa estuvo a la vista, todos los Collingwood se habían ido.

Cuando entró, el cielo ya se había pintado de un tono grisáceo debido a la cantidad de nubes que había aún, a pesar de que la lluvia se había detenido hacía tiempo. Rebecca estaba recostada en el sillón y tenía los ojos cerrados, así que Alex se sentó junto a ella y la miró un segundo antes de atreverse a tocar su mejilla. Ella abrió levemente los párpados y, al verlo, lo envolvió en un abrazo, volviendo a quedarse dormida así.

El sol ya había salido cuando Alex entró al ataúd, llevando a Rebecca consigo y colocándola sobre él.

Pasaba del mediodía cuando consiguió perderse en el mundo de los sueños. 

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