Mi conquista tiene una lista...

By InmaaRv

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Durante mis diecisiete años de vida, me han roto el corazón muchas veces. Por eso hace un par de años decidí... More

Prólogo
La lista
1 | Crónicas de un sujetador extraviado.
2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.
3 | Último día de vacaciones.
4 | Algo que oscila es un oscilador.
5 | Una llamada desastrosa.
6 | No te mueras todavía.
7 | Alevosía hogareña.
8 | Consecuencias.
9 | Pídeme una cita.
10 | Tienes un concepto de cita horrible.
11 | Me llaman Rabia.
12 | De vuelta a casa.
13 | Persiguiendo una exclusiva.
14 | Fin del trato.
15 | Verdaderas intenciones.
16 | El arte de ser predecible.
17 | Una cita de verdad.
18 | Un puñado de ilusiones.
19 | Rompiendo las barreras.
21 | Feliz cumpleaños.
22 | Confesiones nocturnas.
23 | La habitación de Noah Carter.
24 | Contando mentiras.
25 | Ex mejores amigos.
26 | Música, maestro.
27 | Aterrizaje forzoso.
28 | Tienes mucho que perder.
29 | Volver a casa.
30 | Rompiendo las reglas.
31 | Con los pies en el suelo.
Epílogo
Extra | 1
Extra | 2

20 | Hacernos felices.

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By InmaaRv


20 | Hacernos felices.


—No puedo creerlo.

—¿Qué es lo que te sorprende tanto?

Wesley no responde, y yo echo el cuello hacia atrás para mirarlo. Estoy tumbada bocabajo sobre el sofá oscuro que ocupa buena parte de mi nueva sala de estar, con las piernas sobre el respaldo y la cabeza casi apoyada en el suelo. En esta posición, lo veo todo del revés, cosa que admito que está empezando a marearme. Sin embargo, estoy tan cómoda que moverme me da pereza.

Wesley se encuentra a unos metros por delante de mí, agachado junto a la estantería en donde mi hermanastro guarda sus videojuegos. Está examinando la carcasa de uno de ellos. Se vuelve para enseñármelo, con los ojos como platos.

—Jason tiene la versión deluxe extra-limitada de mi juego favorito —me dice, alucinando—. ¿Cómo diablos la ha conseguido? Yo estuve tres horas atascado en una jodida cola virtual y ni siquiera pude añadir el producto a mi cesta. Esto es increíble. No entiendo por qué te cae tan mal ese niñato. En mi opinión, tiene un gusto exquisito para estas cosas.

Ruedo los ojos, aunque me estoy riendo. Su comentario no me habría molestado, de no ser porque no tiene nada que ver con lo que estábamos hablando. En los treinta minutos que llevamos aquí, me ha dado tiempo a contarle todo lo que me ha pasado estas últimas semanas: desde el día en que mi sujetador cayó accidentalmente en el patio de los Carter, hasta lo ocurrido el viernes pasado. Obviando, como no podía ser de otra manera, el tema de la lista, pues no puedo permitir que nadie más sepa de su existencia.

Ni siquiera Wesley.

No obstante, acabo de comprobar que he estado malgastando saliva. Seguro que no ha estado prestándome atención. Queriendo hacerle ver que estoy indignada por eso, agarro el cojín más cercano y se lo lanzo a la cabeza.

Mi puntería es tan precisa que estoy a punto de acertar en el centro del estuche del CD. Por desgracia, mi mejor amigo lo esconde tras su espalda y el almohadón impacta contra su pecho.

—¡Ten cuidado! —me chilla, tras lanzarme una mirada llena de reproche—. Podrías haberlo roto. Eres una indecente. Tienes suerte de que tenga buenos reflejos.

Mientras habla, se entretiene dándole una rápida revisión al videojuego para comprobar que todo sigue en orden. A juzgar por cómo lo observa, apuesto a que tiene ganas de abrazarse a él y no volver a soltarlo nunca.

—¡No me estabas escuchando! —replico, haciendo un mohín.

—No, pero al menos fingía que lo hacía. Eso es lo máximo que puedo hacer por ti, teniendo en cuenta que es la primera vez que me dejas entrar en tu casa. —Pone el precioso tesoro de mi hermanastro de nuevo en la estantería y saca el siguiente videojuego. Este debe interesarle menos, porque vuelve a guardarlo de inmediato. Se gira hacia mí—. Tu nueva casa es una pasada. Estoy en todo mi derecho de alucinar con las cosas que hay aquí. Además, me has obligado a entrar por la ventana. Como se te ocurra volver a reclamarme algo, te juro que voy a tirarte del sofá.

Como sigo queriendo parecer enfadada, me muerdo el labio para evitar sonreír. Rose tiene la mala costumbre de emparejarme con cualquier chico que vea a mi alrededor, incluido mi mejor amigo. Por esa razón, me he visto obligada a pedirle a Wesley que se colase por la ventana del baño.

Debo admitir que ha sido muy divertido verle saltar cual ninja inexperimentado sobre el alfeizar. Sobre todo después, cuando hemos descubierto que Rose no estaba en casa.

—En realidad, deberías darme las gracias —replico. Me miro las uñas con desinterés—. Por lo menos he conseguido que te movieras un poco. Deberías hacer más ejercicio.

El rubio frunce el ceño. Eso no se lo esperaba.

—Retira eso —me ordena.

—No puedo. Eres un flojo.

—No es verdad.

—Claro que es verdad.

—Vale, ya he tenido suficiente. Me voy de aquí —sentencia, haciendo ademanes de querer levantarse. A sabiendas de que está bromeando, me permito soltar una carcajada.

—Acuérdate de salir por la ventana —canturreo.

—Me iré por la que utilizaste para espiar a Noah Carter antes de que empezaran las clases. ¿Qué te parece?

Se me colorean las mejillas enseguida. Para ahorrarme el contestar, le lanzo otro almohadón que acaba dándole en pleno rostro. Wesley se tambalea debido al impacto, mas tarda poco en estallar en carcajadas. Entre tanto, yo vuelco los ojos antes de recolocarme en el sofá. Me tumbo con la cabeza apoyada en el reposabrazos y subo las piernas hasta que me veo las zapatillas.

Ahora que he vuelto a oír su nombre, mi mente no puede hacer más que viajar hasta aquello que lleva preocupándome desde esta mañana. Me mordisqueo el interior de la mejilla.

—¿Has hablado con él? —inquiere Wesley, que ha decaído en lo que significa mi silencio. En realidad, sé que ha estado prestándome atención mientras le contaba mi historia con el chico bailarín. Solo actúa como si no hubiese sido así porque le encanta molestarme.

—No desde lo de Érica. —Hago una mueca al pronunciar la última palabra. Mi amigo chasquea la lengua con cierta desaprobación, y yo tuerzo la cabeza para mirarle—: ¿Qué pasa? ¿Acaso crees que está...?

—No creo que esté enfadado, si es eso lo que vas a preguntarme —me interrumpe—. Me gusta ese chico para ti. Solo quería que lo supieras.

Llevo la vista al techo. Intento que no se me note, pero vuelvo a sentir ese revoltijo en el estómago. Pese a que mi mejor amigo ha intentado organizarme muchas citas a lo largo de estos últimos meses, nunca me había dicho eso de alguien.

—¿Por qué?

—He visto cómo es cuando está contigo. Siempre he creído que te merecías a alguien que te tratase así de bien. Estoy seguro de que se ha dado cuenta de que eres la chica más guay de todo el instituto —añade esto último con tono de broma, lo que consigue robarme una sonrisa. Estoy a punto de decir algo, cuando Wesley añade—: El viernes vino a preguntarme qué tipo de películas te gustan, ¿sabes? Se supone que no tenía que decirte nada, pero ya sabes que se me da mal guardar secretos. Deberías ver la cara que puso cuando le dije que te iban las de terror.

Me río, aunque no sé si es porque me hace gracia o porque se me está acelerando el corazón. Yo tampoco he olvidado la forma en que palideció cuando escogí la única cinta espeluznante que había entre las diez que me propuso. Me bastaron treinta minutos de película para darme cuenta de que Noah odia ese género a muerte. No obstante, no puso pegas cuando le dije que quería ver también la segunda parte.

—¿De verdad fue a hablar contigo? —demando, mordiéndome el labio.

—De verdad. Estuvo interrogándome durante un buen rato.

—Sigue siendo el primo de Matthew —comento, como si eso pudiese quitarle valor a lo que hizo. Pero ni siquiera yo pienso que lo haga. Antes de que Wesley pueda saltarme al cuello, me apresuro a explicarme—: No quise contarle lo que pasó entre nosotros. Después de lo de esta mañana, seguro que piensa que las cosas fueron de otra manera. Creerá que yo le engañé a él. Que todas sus sospechas estúpidas eran ciertas.

—Pero no lo eran. —Entonces, el rubio me mira por encima del hombro, interrumpiendo su análisis de las baldas más altas de la estantería, y esboza una sonrisa burlona—. Si Noah duda de ello, dile que me busque. Le daré más de cien mil razones por las que jamás te tocaría ni con un palo.

—Muy gracioso —gruño, y él levanta aún más las comisuras de sus labios. Regresa a su tarea—. ¿Cómo se lo ha tomado Kira? Esta mañana...

—Érica puede ser muy persuasiva si se lo propone, pero Kira confía en mí. Se lo expliqué todo y lo solucionamos, aunque está muy enfadada contigo por que no le hayas dicho antes que estuviste saliendo con el misterioso capitán del equipo.

Finjo una arcada.

—¿No le has dejado claro que nos fue mal?

—Prefiero dejar que tú le cuentes lo desagradable que Matthew fue contigo. Haz énfasis en lo de desagradable. Mientras más gente lo sepa, mejor.

Asiento, pues ambos tenemos la misma forma de pensar. Confieso que más de una vez me han entrado ganas de escribir algo al respecto de forma anónima y publicarlo en redes sociales, donde todos pudiesen verlo. Las chicas del Instituto del Este tienen al primo de Noah es un pedestal porque no saben el martirio que supone salir con alguien como él. Por algún motivo, siento que es mi deber advertirlas.

De momento, creo que lo mejor será ir poco a poco. Empezaré con Kira, y estoy bastante segura de que ella conseguirá que se corra la voz.

No obstante, ese no es mi principal problema ahora mismo. Con la mirada clavada en el techo blanco de la casa número 32, pienso en lo ocurrido esta mañana. En cómo me marché del comedor a toda prisa, guardando la esperanza de que alguien me siguiese, y la decepción que me supuso comprobar que nadie lo había hecho. Puedo llegar a entender las razones de Wesley, pues dejar a Érica a solas con Kira y el chico bailarín habría sido una locura.

Aunque supongo que se debe a que, en realidad, él no era la persona que yo quería que viniese detrás de mí. Sino Noah.

—¿Qué me está pasando? —le pregunto al aire. Mas lo que en realidad quiero decir es que no entiendo por qué estoy dándole tantas vueltas a las cosas. ¿Por qué me importa tanto la opinión que el chico bailarín tenga sobre mí? ¿Por qué siento la necesidad de hacerle saber que no siento nada por mi mejor amigo? ¿Por qué temo que las palabras de Érica le hayan hecho daño? ¿Por qué me asusta tanto que haya podido creerla?

Nosotros no somos nada. ¿Por qué debería importarle a él, en todo caso, lo que haya entre Wesley y yo?

—Lo que te pasa tiene nombre. Es una palabra de cuatro letras. Pero, como no quiero que me pegues, por hoy solo te diré que creo que estás preocupada. —Asiento casi por inercia. Mi mejor amigo suelta un suspiro y viene a sentarse conmigo en el sofá—. Siempre puedes ir a hablar con él. Las cosas se solucionan así, ¿sabes?

—Tienes razón —concuerdo, irguiéndome. Me aprieto las manos—. Mañana le buscaré en el instituto.

—¿Por qué mañana?

Enarco las cejas. No puede estar hablando en serio.

—No pienso ir hoy.

—Pues deberías. Si se ha creído lo que Érica ha dicho, va a estar dándole vueltas durante todo el día. No tiene sentido dejar que el pobre chico se coma la cabeza pensando en algo que no es real. Habla con él y arréglalo cuando antes.

Me muerdo el labio. Por mucho que me disguste la idea, Wesley tiene razón. Tras soltar un suspiro, levanto un lado del trasero para sacarme el móvil del bolsillo. Lo desbloqueo con su mirada clavada en mis mejillas.

—¿Qué haces? —inquiere, mientras ve cómo entro en la sección de contactos.

—Llamarle.

De repente, mi amigo me arrebata el teléfono de las manos. Suelto un chillido e intento quitárselo de nuevo, cuando me espeta:

—¿Estás de coña? Vives a tres minutos de su casa. Mueve el culo y ve a decírselo en persona. Ahora.

—No voy a hacer eso.

—Vamos, Abril.

Antes de que pueda volver a replicar, Wesley se levanta del sofá y tira de mi para obligarme a hacer lo mismo. Me resisto todo lo que puedo. Es mucho más fuerte que yo, pero todavía mantengo la esperanza de que me acabe dejándome en paz si le pongo las cosas muy difíciles.

—¡Ni siquiera está en casa! —exclamo, porque he encontrado la excusa perfecta—. A estas horas, debe estar ensayando en el estudio.

—Mejor, así te ahorrarás el tener que verle el careto a su primo —responde—. Vamos, lárgate.

Al final, termina consiguiendo ponerme de pie. Agradezco que solo hayan pasado un par de horas desde que salí del instituto, pues mi mejor amigo me arrastra hasta la salida sin darme la oportunidad de cambiarme de ropa o arreglarme el peinado. Empieza a empujarme para echarme de la vivienda.

—Wesley... —lloriqueo, pero no funciona.

Cuando quiero darme cuenta, estoy en el porche. El chico sale detrás de mí y se apresura a cerrar la puerta. Me limito a mirarle con el ceño fruncido mientras él se alisa la camiseta, contento con lo que ha hecho. La verdad es que no sé cómo me siento: si estoy enfadada, nerviosa o muerta de miedo. ¿Cómo diablos voy a sacar valentía para presentarme así, sin más, en la academia y pedirle a Noah que venga a hablar conmigo?

Confieso que me aterra la idea de darme cuenta de que es cierto. No quiero llegar allí y descubrir que se ha creído lo que Érica ha dicho esta mañana. Que de verdad ha llegado a pensar que yo soy de esa manera.

Trago saliva. Como estuviese leyéndome la mente, Wesley se acerca para palmearme suavemente la espalda.

—Hazme el favor de seguir mi consejo por una vez en tu vida. Después me lo agradecerás, créeme —me dice, esbozando una sonrisa. Yo ruedo los ojos, pues dudo que sea verdad, antes de empezar a bajar las escaleras.


* * *


Cuando le dije a Wesley que Noah debía de estar en la academia a estas horas, lo hice sin saber si era cierto o no. Solo necesitaba una excusa a la que aferrarme para no atreverme a llamar a su puerta. No obstante, cuando me despido de mi mejor amigo al final de la calle de Rose, llego a la conclusión de que caminar hasta el estudio es la decisión más correcta que podría tomar. Si voy a la casa de los Carter y resulta que Matthew es el único que está allí, creo que sería incapaz de aguantar las ganas que tengo de arrancarle la cabeza.

De modo que emprendo mi camino hacia la sala de ensayos, con la ansiedad poniéndome el estómago patas arriba. Apenas recuerdo la dirección, por lo que me veo obligada a preguntar en varias ocasiones. Ahora que sé lo divertido que es ir acompañada, sobre todo si es por dos chicos tan fascinantes como los hermanos Carter, andar sola por la calle se vuelve una tarea pesada. El silencio me tortura durante todo el trayecto, pues con él no me queda más remedio que ponerme a pensar. Y pensar suele parecerme algo doloroso.

Gracias al cielo, solo tardo unos quince minutos en llegar. Me detengo frente al edificio de paredes naranjas que Noah me presentó como su lugar favorito de la ciudad. Son casi las ocho, así que las aceras están poco transitadas. El frío de octubre se me cuela en los riñones, y tomo una profunda bocanada de aire antes de empujar la puerta de cristal que recibe a todo aquel que quiera visitar la estancia.

El interior es una mezcla de colores blancos y amarronados. A la izquierda, distingo el mostrador de recepción tras el cual Greatel, una mujer que suele hornear galletas para Tom siempre que viene al estudio, estaba la semana pasada. Sin embargo, ahora no hay ni rastro de ella. Le echo un rápido vistazo a las escaleras que conducen al segundo piso y luego bajo la mirada hasta el sótano. Estoy en busca de alguien que pueda reclamarme el estar aquí, pero la habitación está completamente vacía.

Trago saliva. Un leve haz de luz se cuela por debajo de la puerta de la sala de ensayo, lo que confirma mis sospechas. Aunque me tiemblan las manos y preferiría echarme atrás ahora mismo, dejo que mis piernas me guíen hasta ella. Giro el pomo, esperando con encontrarme a Noah y Karinna practicando una de sus muchas coreografías.

Sin embargo, en la habitación solo veo a una persona.

Noah Carter está sentado en el suelo, estirando después del ejercicio. Va vestido completamente de negro, con una camiseta lisa y un pantalón de chándal. La forma en que se inclina hacia adelante provoca que los músculos de la espalda se le marquen de sobremanera. Una pequeña franja de piel queda al descubierto sobre su cintura, y me obligo a apartar los ojos de ella en cuanto me percato de que estoy prestándole demasiada atención.

Situado al fondo de la sala, el chico ni siquiera decae en mi presencia. Desde la parte alta de las escaleras, considero la idea de marcharme por donde he venido. De darlo todo por olvidado. La escena en cuestión me recuerda mucho al día en que lo conocí, y no puedo evitar pensar en qué hubiera pasado si nunca me hubiese atrevido a bajar a pedirle mi sujetador extraviado.

Seguramente jamás habríamos hablado.

Por aquel entonces, no era consciente de todo lo que desencadenarían mis acciones. Jamás llegué a pensar que allí, a tan solo unos metros de mi nueva casa, encontraría al único chico dispuesto a cumplir con todos los puntos que hace años escribí en mi lista. Tampoco pude imaginarme lo mucho que me gustaría la experiencia. Las ansias de que avanzase más rápido que me entrarían a veces.

Y, sobre todo, si hay algo que nunca llegué a replantearme, es que algún día pudiera temer que se rindiera.

Pero ese momento ha llegado.

Todo empezó el viernes pasado, cuando se enteró de lo que había ocurrido entre su primo y yo, y prácticamente me suplicó que le dejase acabar con todo de una vez. He estado poniéndole obstáculos desde que empezó a tachar apartados. Él siempre había podido superarlos, pero se ve que enterarse de algo así fue demasiado. Eso hizo que todas sus defensas se vinieron abajo.

Por suerte, conseguí arreglarlo antes de que fuera demasiado tarde. Mas las cosas han vuelto a empeorar, y de nuevo tengo que venir a darle explicaciones. Lo que me asusta es que se canse de ellas. Me aterra que se dé cuenta de que saliendo con cualquier otra persona tendría menos problemas. Temo que me sustituya.

No me gusta sentirme de esta manera. Odio admitir que mi vida es mejor desde que Noah Carter está en ella, y que no quiero que esto se acabe todavía.

Pero lo es, y no puedo hacer nada para evitarlo.

Así que cojo aire, cuento hasta tres en silencio y me aclaro la garganta. Al otro lado de la sala, el chico bailarín tuerce la cabeza en mi dirección. Llevo más de tres minutos aquí parada, pero no se ha dado cuenta hasta ahora. Cuando sus ojos se clavan en los míos, me cercioro de la confusión que llena su mirada. No sabe por qué o a qué he venido. La verdad es que yo tampoco.

Quizás debería irme, pero no me muevo.

—Noah —pronuncio en su lugar, antes de esbozar una sonrisa con los dientes apretados. Empiezo a bajar las escaleras y mis pisadas hacen eco en la habitación. Él se pone de pie.

—Eh —me saluda, igual que siempre, mientras se sacude el polvo de los pantalones. Me doy cuenta de que va descalzo. Vuelve a posar su mirada sobre la mía—. ¿Qué haces aquí?

Como él permanece en su sitio, decido ser yo quien se acerque. Acorto la distancia entre nosotros con una decena de pasos. Llevo unas botas oscuras que taconean con fuerza sobre el suelo de madera, y el hecho de que sean tan ruidosas casi me da vergüenza. Sin embargo, no dejo de andar hasta que estoy a unos decímetros del chico, que me da un detallado repaso con los ojos.

—¿Dónde está Karinna?

—Hoy tenía que irse antes —me explica. No paso por alto la seriedad con la que se dirige a mí.

Yo me muerdo el labio.

—¿Podemos hablar? —demando, aunque es solo para parecer educada, porque voy directa al grano—: Lo que ha pasado esta mañana...

—¿Esta mañana?

—Lo de Érica —aclaro, mas sé que se acuerda. Sacudo la cabeza—. El caso es que quería que supieras que no es verdad. Nada de lo que ha dicho. Si crees que...

—Espera un momento —me interrumpe, enarcando las cejas—. ¿Has venido andando sola desde tu casa, que está a un cuarto de hora de aquí, solo para decirme que no estás saliendo con Wesley? ¿Has venido porque estabas preocupada por eso?

De inmediato, noto cómo se me colorean las mejillas. La verdad es que, vista de esa manera, mi manera de actuar se me antoja tonta. Más que eso: ridícula. Estúpida. Vergonzosa. Quizás por eso siento que Noah se está riendo de mí. ¿Qué pretendía viniendo a darle explicaciones? No las necesita, porque nada de lo que ha pasado le importa. Porque tampoco es como si estuviésemos saliendo o algo así.

Lo único que he conseguido con esto es hacerle saber que mi concepto de nosotros es diferente al suyo. Y seguro que piensa que soy patética por eso.

—No he venido andando desde mi casa —miento. Siento la necesidad de hacerle creer que en realidad este tema me afecta tan poco como a él—. Solo pasaba por aquí y pensé que... ¿Sabes qué? Mejor olvídalo. De todas formas, creo que debería irme. Tengo cosas que hacer.

Me meto las manos en los bolsillos y las aprieto contra mis piernas, mientras noto su mirada sobre la mía. Sigo estando muy nerviosa. Noah me observa durante unos segundos, como si creyese que voy a retractarme. Como no lo hago, acaba soltando un suspiro.

—Está bien —dice.

Acto seguido, me rodea para acercarse a las escaleras. Tras arrodillarse junto a ellas, empieza a recoger sus cosas. Lo tiene todo por en medio. Guarda la botella de agua en la mochila y se calza las zapatillas. Me doy cuenta, mientras veo cómo se enfunda la chaqueta, de que está ignorándome. Actúa como si ya me hubiera ido. Tal vez por eso acabo resignándome a hacerlo.

Con los labios apretados, recorro la distancia que me separa de los escalones. Sin embargo, apenas me da tiempo a ascender un par de ellos antes de escuchar su voz a mis espaldas.

—Abril —me llama. Al decaer en que no me queda más remedio, acabo girándome hacia él—. Eres nueva en el instituto y por eso no lo sabes, pero jamás me fiaría de alguien como Érica Sandler. Le gusta difundir falsos rumores de todo el mundo. Es mejor no creerse nada de lo que dice. Te lo digo por experiencia.

En cuanto escucho sus palabras, una pizca de alivio me llena el pecho. No sé si debería tratar de extinguirla, por lo que inquiero:

—¿Eso quiere decir que no estás enfadado?

—¿Creías que estaba enfadado?

—No —vuelvo a falsear—. Quiero decir, la gente suele molestarse por cosas estúpidas. Después de lo que pasó, creí que tú...

—Pues no, no lo estoy —me interrumpe.

—Vale —contesto, mordiéndome el labio aún con más fuerza.

El silencio nos invade de forma inmediata, y no puedo pasar por alto la tensión que todavía reina en el ambiente. Aunque Noah quiere darme a entender que las cosas están bien entre nosotros, su forma de actuar me hace pensar lo contrario. Lo noto mucho más frío y distante que de costumbre. Tanto que, por primera vez desde que lo conozco, su compañía está comenzando a parecerme incómoda.

Señalo la puerta con el dedo pulgar.

—Debería... —Él se limita a bajar la mirada, por lo que decido quedar la frase en el aire. Vuelvo a centrarme en subir las escaleras.

Hasta que Noah dice:

—En realidad, sí que hay algo que me molestó.

Trago saliva. Ahí está esa espina que sé que todavía teníamos clavada. Esa es la razón por la que no me siguió esta mañana. Me giro de nuevo, a la espera de que empiece una discusión. Me imagino la cantidad de cosas que puede echarme en cara. Quizás me diga que le traigo muchos problemas, pues estos últimos días hemos pasado por dos situaciones desagradables. A lo mejor está a punto de devolverme mi lista.

Sea lo que sea, quiero acabar con esto cuando antes.

—¿El qué? —demando, pues se ha quedado en silencio. Noah sube la mirada hacia mí.

—Tienes agallas. Lo sé desde el día que te conocí. He visto cómo perseguías al señor Miller para obligarle a incluirte en el equipo del periódico. No dudaste en plantarle cara a Scott porque no podías soportar que siguiese metiéndose con tu mejor amigo. Cuando algo te importa, luchas por llegar hasta ello y no dejas que nadie se interponga en tu camino. Así que: ¿por qué diablos te quedaste callada cuando Érica dijo todo eso sobre ti?

Se me seca la boca. Busco a toda prisa una respuesta, pero no se me ocurre nada.

—No lo sé.

—Tenías miedo. —Es él quien lo admite en mi lugar—. Pero no de ella.

—Noah... —empiezo a decir, mientras bajo las escaleras, mas no me deja terminar.

—Ni siquiera pudiste mirarme antes de irte del comedor. Porque estabas asustada. De mí. De lo que yo pudiese llegar a pensar. ¿Acaso creíste que confiaría en ella? ¿Que elegiría su palabra sobre la tuya? ¿Que tenía razones para enfadarme por algo así? —Me mira a los ojos. En ellos, veo señales de lo alterado que está—. ¿Quién te hizo creer eso, Abril? ¿Quién te hizo pensar que debes sentirte culpable solo por tener amigos?

Esta vez no intento decir nada, pues temo que se rompa la voz. Un nudo comienza a formárseme en la garganta y, por mucho que me esfuerzo en tragármelo, solo consigo ahogarme más rápido. Noah ha dado justo en el clavo. Acaba de demostrarme que llevo meses mintiéndome a mí misma, porque no lo he superado todavía. Porque sigo siendo débil.

Pese a que ninguno de los dos pronuncia su nombre, sé que él es consciente de que esa persona es Matthew. Que su primo es la respuesta a lo que me pregunta.

No estoy preparada para la conversación que quiere que tengamos. Ahora con más ganas que nunca, me doy la vuelta y echo a correr escaleras arriba. Trato de retener un sollozo e ignorar las lágrimas que se me escapan de los ojos. ¿Hasta qué punto soy patética por seguir sufriendo por algo que pasó hace tanto tiempo?

—Espera. —El chico llega trotando a mi lado justo cuando llego a recepción. Al igual que antes, el mostrador está vacío. Me agarra del brazo para evitar que siga andando—. No te vayas, por favor.

—No tengo ganas de hablar ahora, Noah.

—Entonces no hablaremos —sentencia. Se detiene frente a mí y sus ojos oscuros tratan de llegar hasta los míos, pero mantengo la cabeza gacha. No quiero que sé cuenta de que estoy llorando—. Ven a bailar conmigo —me dice entonces.

Ahora sí que subo la mirada. La suya me demuestra que está hablando más en serio que nunca, y a mí se me aceleran las pulsaciones. Ese es el punto número siete.

—No creo que sea una buena idea —respondo.

—Por favor —vuelve a insistir.

Como no contesto, se toma la libertad de cogerme de la mano. Acto seguido, tira de mí para hacerme descender las escaleras del estudio. Junto llegamos al centro del mismo. Las luces artificiales le dan de lleno en el rostro y resaltan todas sus facciones. Me imagino que deben de hacer lo mismo con las mías, que están llorosas y desganadas. Seguro que verme así es desagradable, pero Noah me mira como si creyese justo lo contrario.

—Le doy la bienvenida a mis clases particulares de baile, señorita Lee —improvisa, soltándome la mano. Se inclina para hacer una reverencia exagerada. Entonces, sus ojos inspeccionan los míos y frunce el ceño—. Para su desgracia, debo informarla de la existencia de unas reglas. En concreto, de una de las más importantes. En esta clase, todo aquel que tenga una sonrisa tan contagiosa como la suya debe de utilizarla a todas horas. De modo que me veo obligado a pedirle que plante una sonrisa en esos labios tan bonitos que tiene, o no me quedará más remedio que expulsarla del aula.

No puedo evitarlo: me echo a reír, aunque todavía tengo lágrimas en los ojos. Noah me observa durante un segundo, antes de pasarme los dedos por debajo de ellos para secarlas. Trago saliva, mientras siento cómo el corazón se me sube a la boca. Termina de acercarse justo cuando una canción que no reconozco empieza a sonar por los altavoces. A mí me tiemblan tanto las manos que me sobresalto cuando se aferra a ellas.

—No te pongas nerviosa —me susurra—. Es fácil.

Asiento con la cabeza. Lo que él no sabe es que, en realidad, no me altera bailar, sino estar haciéndolo en su compañía. Esa es la razón por la cual mis latidos van tan acelerados. De hecho, ni siquiera sé cómo podré concentrarme en seguir sus pasos, si lo único en lo que puedo pensar ahora mismo es que sus dedos siguen entrelazados con los míos. Eso, y el hecho de que los pocos decímetros que nos separan me parecen demasiados.

Como si quisiera hacerme entrar en confianza, Noah esboza una sonrisa y comienza a hacer círculos con nuestros brazos, de atrás hacia adelante. Frunzo el ceño, pues no entiendo por qué hace esto. No obstante, todo pasa a un segundo plano cuando la música que suena en la habitación se torna más movida. El chico tira de mí para obligarme a girar sobre mis talones, y el aire me choca en el rostro y el pelo se me descoloca, pero no me paro a pensar en ello.

En cuanto vuelvo a sus brazos, Noah me retiene poniéndome una mano en la cintura. Entrelaza la otra con una de las mías, y las levanta hasta que quedan por encima de nuestros hombros. Nunca se me ha dado bien coordinar manos y pies, pero él hace que todo me resulte fácil. No sé cuáles son las reglas del baile, mas estoy segura de que está saltandoselas todas. Se limita hacernos girar por la habitación, atráyendome hacia sí y empujándome lejos de forma continua. Yo no puedo hacer más que reírme, no por los nervios, sino porque estoy empezando a sentirme cómoda de verdad.

—¿Qué tipo de baile es este? —curioseo, mientras giro de nuevo sobre mis talones.

—Yo lo llamo el Noah-dance.

Me recepciona poniendo ambas manos en la parte baja de mi espalda. Entonces, tira de mí para acortar la distancia que nos separa. La música sigue sonando por los altavoces, pero yo dejo de prestarle atención. Me aclaro la garganta.

—¿Esto es necesario? —Hago la pregunta con los ojos cerrados. Está tan cerca que sospecho que, si los abriera, sería para mirarle los labios.

—¿Acaso estás dudando de lo que hago?

—No creo que esas manos deban de ir tan abajo.

En realidad, están colocadas sobre mi cintura, en un lugar que no se sale de lo normal. Me parece oír cómo sonríe.

—No conoces las reglas del Noah-dance —bromea.

Trago saliva. Acabo de abrir los párpados y, como sospechaba, me resulta prácticamente imposible mantener la mirada lejos de su boca.

—No, pero conozco las mías.

—¿Y las respetas? —indaga, acercándose todavía más—. ¿Todas ellas?

—Sí —respondo, aunque me tiembla la voz.

Estoy mintiendo a medias. Es cierto: las respeto, pero no es debido a que no me muera de ganas de romperlas. Con su mirada aún clavada en la mía, Noah se inclina hacia mi rostro. Sigo sintiendo sus dedos en la espalda, rozando esa pequeña franja de piel que queda al descubierto por debajo de mi camiseta. No me gusta la forma en que se me acelera la respiración cuando está así de próximo a mí. No me gusta porque sé lo que significa.

Como queriendo convencerme de ello, añado:

—Las respeto más que a nada.

Noah examina mi expresión durante un segundo, en busca de algo que desmienta lo que acabo de decir. Lo encuentra antes de lo que creía. Esboza una sonrisa.

—No estoy pidiéndote que dejes de hacerlo. En realidad, me basta con que admitas en voz alta eso que ambos ya sabemos, porque entonces estaríamos a un paso más cerca de que esa norma tan molestosa dejase de estar vigente.

Se me seca la boca. Él todavía no lo sabe pero, si lo digo, si me atrevo a pronunciar esas dos palabras, si logro confesarle que siento algo hacia su persona, tachando de esa forma el apartado número diecisiete, habría cumplido diez puntos. No nos haría falta nada más.

Mis deseos por hacerlo casi me sacan las palabras de la boca. Por suerte, consigo retenerlas a tiempo. En su lugar, digo:

—No pienso ponerte las cosas tan fáciles, Noah.

Ante mi respuesta, él suspira.

—Contigo las cosas no son para nada fáciles.

Dicho esto, aparta las manos de mi cintura y da unos cuantos pasos atrás. Siento cómo mis pulmones recuperan el aire, aunque el corazón no deja de castigarme porque cree que he tomado la decisión equivocada. Cuando lo veo alejarse, en dirección a las escaleras, comienzo a pensar que quizás sea así de verdad. Noah ha hecho muchas cosas por mí estas últimas semanas, y hoy me ha rematado al hacerme ver que no se ha tomado a mal lo ocurrido con Érica.

No me veo capaz de darle lo que busca todavía, pero tal vez pueda agradecérselo de otra manera.

Reacia a pensármelo dos veces, me acerco a él, le toco el hombro y me lanzo a abrazarlo en cuanto se da la vuelta. El chico tarda unos segundos en reaccionar, durante los que llego a pensar que va a rechazarme, pero acaba correspondiéndome el gesto. Pronto siento el peso de sus brazos entorno a mi cuello y su respiración chocando contra mi oreja. Aunque los nervios siguen rondando por mi estómago, admito que es una sensación agradable. Lo estrecho con tanta fuerza que temo asfixiarlo sin querer.

Aún sin separarme, le susurro:

—Gracias. —Sin embargo, eso no sirve para expresar todo lo que siento por él en este preciso instante. Noah se prepara para responder, mas continúo hablando de inmediato—: Tenías razón con de Érica. No debería haberla dejado ganar de esa forma. Algún día te contaré todo lo que pasó, te lo prometo. Sé que te lo mereces —pronuncio, y espero que algún día consiga estar lista para hacerlo de verdad. Trago saliva—. Pero, de momento, tendrás que conformarte con saber que no hay nada entre Wesley y yo. Ni lo habrá nunca. No le veo de esa manera.

Hablo con la mejilla enterrada en su pecho, porque me es más fácil ser sincera si no le estoy observando. No obstante, acabo teniendo que enfrentarme a su mirada. Noah me pone las manos sobre los hombros y me empuja un poco hacia atrás, lo suficiente como para que quedemos cara a cara. Después, me pregunta:

—¿Cómo le ves, entonces?

—De una forma diferente de cómo te veo a ti —respondo, con total seguridad, actuando como si no me costase la vida misma publicar esas palabras. El chico guarda silencio, y yo me aclaro la garganta—: Wesley tampoco siente nada por mí. Puedes preguntárselo si quieres. Te dirá la verdad.

De repente, Noah niega con la cabeza.

—No necesito hacerlo. Confío en ti. Si tú dices que solo sois amigos, está bien —me asegura. Aunque odio admitirlo, noto que se me destensan los hombros—. De todas formas, jamás he considerado a Wesley una amenaza. Más bien, es un aliado. Se nota que te quiere y espera que seas feliz.

Subo las cejas.

—¿Crees que estar contigo me haría feliz, Noah? —le pregunto.

—Creo que podemos hacernos felices mutuamente.

Acaba la frase esbozando una sonrisa que hace que me salte el corazón. No sé si algún día llegaré a asumirlo en voz alta, pero las cosas son diferentes desde que él entró en mi vida. Diferentes en el mejor de los sentidos. Por eso pienso que tiene razón. Como no tengo idea de qué responder, decido dejar que mis labios lo hagan por mí. Tras ponerme de puntillas, le giro el rostro para darle un beso en la mejilla. Procuro ser precisa, pues quiero acertar justo sobre el lugar en donde suele nacer ese hoyuelo que tanto me llama la atención.

Cuando me alejo, descubro que Noah sigue con los labios curvados hacia arriba. Su sonrisa se me antoja muy contagiosa. Cierro los ojos. ¿Qué me pasa?

—Me parece que ahora sí que deberíamos irnos —susurro, con cierta diversión. He hablado en plural porque quiero que sepa que preferiría no tener que volver sola a casa. Él se ríe y asiente con la cabeza.

A sabiendas de que va a seguirme, echo a andar hacia las escaleras. Pero atrapa mi muñeca para detenerme.

—Antes de eso —me dice—, ¿puedo pedirte una cosa?

—Claro. Lo que quieras.

—Esto va a sonar egoísta, y puede que se deba a que no tengo ni idea de cómo fue todo eso para ti, pero no puedo soportar que sigas comparándonos. No me pongas su etiqueta. No sé qué hizo Matthew para herirte, pero no me merezco que me juzgues por ello. Yo no soy como él. De hecho, seguro que somos mucho más diferentes de lo que crees. —Traga saliva. Su mirada no abandona la mía—. Déjame demostrártelo, por favor.

El corazón se me para en cuanto lo escucho. En cambio, mi cerebro se pone a trabajar muy rápido. Pienso en Wesley, en lo mucho que Noah lo respeta. En cómo me ayudó a defenderle delante de Scott y en todas esas veces que me ha hablado acerca de lo mucho que envidia nuestra amistad. En cómo el chico bailarín se preocupa por mí, en que se interesa por mis hobbies y en la lista de candidatos que me dio para el periódico. En lo fácil que me resulta estar en su compañía.

Pienso en todas las cosas que hacen que Noah sea Noah, y entonces lo tengo claro.

—No necesito que me demuestres nada —le aseguro—. Ya lo has hecho.

Al ver su sonrisa, sé que no me arrepiento de haberla incluido en esas treinta razones que escribí en el artículo. Noah me observa de arriba abajo. En estos instantes es él quien parece feliz, y sospecho que estoy empezando a sentirme de la misma manera.

—¿Es un buen momento para decirte que me encanta tu camiseta? —me suelta.

Con el ceño fruncido, bajo la vista hacia ella. Acto seguido, suelto una carcajada. No me había dado cuenta antes, pero es la misma que llevé a nuestra primera cita, cuando le hice aquella entrevista tan improvisada. No sé qué me sorprende más: si el hecho de que él se haya acordado, o pensar en lo mucho que me habría reído si alguien, en aquel entonces, me hubiera dicho que Noah y yo algún día estaríamos como ahora.


5. Respete y acepte a mis amigos.

7. Me enseñe a bailar.


• ────── ✾ ────── •  

P. D. ¿Cuánto creéis que falta para que nuestros protagonistas nos den eso que llevamos esperando tanto tiempo? 


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