Mi conquista tiene una lista...

Oleh InmaaRv

8.4M 631K 600K

Durante mis diecisiete años de vida, me han roto el corazón muchas veces. Por eso hace un par de años decidí... Lebih Banyak

Prólogo
La lista
1 | Crónicas de un sujetador extraviado.
2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.
3 | Último día de vacaciones.
4 | Algo que oscila es un oscilador.
5 | Una llamada desastrosa.
6 | No te mueras todavía.
7 | Alevosía hogareña.
8 | Consecuencias.
9 | Pídeme una cita.
10 | Tienes un concepto de cita horrible.
11 | Me llaman Rabia.
12 | De vuelta a casa.
13 | Persiguiendo una exclusiva.
14 | Fin del trato.
15 | Verdaderas intenciones.
17 | Una cita de verdad.
18 | Un puñado de ilusiones.
19 | Rompiendo las barreras.
20 | Hacernos felices.
21 | Feliz cumpleaños.
22 | Confesiones nocturnas.
23 | La habitación de Noah Carter.
24 | Contando mentiras.
25 | Ex mejores amigos.
26 | Música, maestro.
27 | Aterrizaje forzoso.
28 | Tienes mucho que perder.
29 | Volver a casa.
30 | Rompiendo las reglas.
31 | Con los pies en el suelo.
Epílogo
Extra | 1
Extra | 2

16 | El arte de ser predecible.

177K 17.7K 22.5K
Oleh InmaaRv


16 | El arte de ser predecible.


—Si te hago una pregunta, ¿vas a decirme la verdad?

Es la dulce vocecita de Tom lo que consigue sacarme de mi ensimismamiento. Tratando de volver a centrarme, sacudo la cabeza, pero no soy capaz de apartar la mirada del chico castaño al que llevo observando prácticamente desde que llegué.

Noah está unos metros por delante de nosotros, parado frente a uno de los grandes espejos que cubren las paredes del estudio. Trata de seguir los pasos que su compañera de baile, una chica de pelo oscuro que se ha presentado como Karinna, realiza con suma elegancia. La música que suena por los altavoces es suave y melódica, aunque el volumen está lo suficientemente reducido como para que pueda escuchar contar a la chica en voz alta.

Tras ver cómo él se acerca para cogerla de la cintura, desvío la vista y me centro en el pequeño.

—Dime.

—¿Eres la novia de mi hermano? —inquiere, de repente.

Inevitablemente, suelto una risita nerviosa. Supongo a que se debe a lo absurda que me parece su pregunta.

—No, claro que no.

—Pero te gusta.

—¿Qué?

—No dejas de mirarle —argumenta, como si eso fuera prueba suficiente. Voy a discrepar, pero añade—: Cuando seas su novia, ¿me regalarás un guarda-pelotas?

—Ponte a hacer los deberes, Tom.

Ante esto, el niño niega con la cabeza, lo que me hace soltar un suspiro. Estamos sentados en la parte baja de las escaleras que conducen al estudio, de forma que Noah y su pareja de baile quedan de espaldas a nosotros. No puedo quejarme del sitio, pues me ofrece una generosa perspectiva de toda la sala. Veo las barras que hay al fondo de la habitación y distingo cómo la luz se refleja sobre la madera que cubre el suelo. Sin embargo, hace rato que me muero de ganas de irme de aquí.

Quizás se deba al hecho de que soy una niñera desastrosa, que se desespera porque Tom continúa reacio a ponerse a trabajar en sus tareas del colegio, o tal vez sea todo culpa del hormigón que conforma los escalones y hace que se me congele el trasero; pero daría lo que fuera por poder largarme de una vez. Llevo aquí sentada casi una hora, sin moverme, mientras ellos danzan por toda la habitación.

Y, para qué negarlo, la realidad es que me siento una intrusa.

Cuando Noah me pidió que viniese a verle ensayar, con la excusa de que necesitaba a alguien que cuidase de su hermano pequeño, creí que estaríamos solos. O que vendría mucha más gente. Supongo que debí suponer que Karinna era la única que también estaba invitada. No puedo quejarme de ella, no obstante: es una chica muy amable que me sonríe cada vez que cruzamos miradas, pero hace que considere que mi presencia aquí es irrelevante.

Todavía me pregunto por qué Noah ha insistido tanto en que me quedase con Tom en este sitio. Podría habérmelo llevado al parque o haber esperado fuera con él, en el pasillo, hasta que terminasen sus ensayos.

Cualquier cosa me habría aburrido menos que esto.

—Por favor —vuelve a insistir el pequeño—. Es que de verdad que necesito uno.

Enarco las cejas en su dirección. Tiene un gran cuaderno abierto sobre los muslos pero, en vez de escribir, se dedica a pintarrajear las esquinas.

—¿Para qué diablos quieres tú un guarda-pelotas?

—Necesito algo que las mantenga en su sitio. Siempre salen rodando cuando voy a jugar. Es desesperante.

Aunque es evidente que no estamos refiriéndonos a lo mismo, a mí se me escapa una sonrisa. Sacudo la cabeza para volver a centrarme.

—Tu hermano me ha dicho que tienes que hacer los deberes. Vamos, Tom.

—Si no los hago, ¿se enfadará contigo? —me pregunta, como si la idea le aterrase—: ¿Dejarás de gustarle?

—Yo no le gusto a tu hermano.

—Claro que sí, y él te gusta a ti. Puedo decirle que te regale un anillo, si quieres, pero primero tendrás que darme mi guarda-pelotas.

—Olvídate de eso —le pido, refiriéndome a todo lo que me concierne a mí. Luego, le arrebato la libreta de las manos y paso a la siguiente página—. Deberes. Ahora.

El niño pone los ojos en blanco.

—Eres una aburrida. ¿Por qué no me dices la verdad?

—Tom, no seas pesado.

—Si Noah no te gustase, no estarías aquí.

—Él me lo pidió —respondo, mientras copio los apuntes de la profesora de Tom en una hoja limpia. Levanto la mirada brevemente hacia el crío—. Me dijo que no tenía a nadie que cuidase de ti. He venido a vigilarte —bromeo.

—Bueno, pues mintió —me suelta de repente. Tras haberse ganado toda mi atención, señala la puerta del estudio, que está al final de las escaleras, con la cabeza—. La mujer que cuida siempre de mí está ahí fuera. Se llama Greatel y me da galletas para merendar. Noah le dijo que hoy iba a quedarme contigo. —Como si necesitase que me lo pusiera todavía más en bandeja, añade—: Él quería verte aquí.

Justo cuando el pequeño termina de hablar, la canción que sonaba por los altavoces llega a su fin y una nueva ocupa rápidamente su lugar. Mis ojos vuelven, casi de forma automática, a la persona que lleva acaparando mi atención toda la tarde. Me fijo en los músculos de su espalda, que se marcan a través de la camiseta negra que lleva, y en cómo se pasa una mano por el pelo, despeinándose por completo, cuando Karinna le recrimina el haber fallado en un par de ocasiones.

La escena me recuerda muchísimo al día en el que le vi por primera vez. Una pequeña sonrisa empieza a formarse en mi rostro, aunque se borra casi de inmediato. De pronto, la joven se acerca para susurrarle algo al oído mientras le da un golpe en el pecho, antes de dirigirse hacia el reproductor. Noah se ríe y echa a correr detrás de ella quejándose en voz alta. No consigo escuchar nada de lo que dicen, porque la canción que retumba en la sala es muy ruidosa, pero tampoco me hace falta.

Aparto la mirada tan rápido como puedo.

¿Qué diablos pasa conmigo?

—Tom, ¿te apetece que vayamos a dar un paseo?

Me giro hacia la derecha, esperando toparme con el inocente rostro del niño. Pero a mi lado no hay nadie. Al menos, ya no.

Alterada, me pongo de rodillas y reviso toda la estancia con la mirada. Ya estoy dándolo todo por perdido y pensando en cómo voy a decirle a Noah que he perdido a su hermano pequeño (pero que ha sido sin querer), cuando diviso su menuda figura al fondo de la sala, junto al equipo de música.

Mientras finjo corregir unos ejercicios que seguramente su profesora ya ha visto, observo de reojo cómo Tom juguetea cerca de Karinna y el chico bailarín. Debe de estar escuchando toda su conversación. No obstante, supongo que lo que oye no debe gustarle mucho, porque vuelve a mi lado pocos segundos después. Trae la nariz arrugada.

—Mejor que no nos metamos —me informa, sentándose de nuevo en las escaleras—. Están discutiendo.

Les echo un rápido vistazo por el rabillo del ojo. Noah sigue riéndose a carcajadas.

—Discutiendo —repito. La verdad es que me cuesta creerlo.

Él asiente con la cabeza.

—Karinna está enfadada con mi hermano, como siempre. Dice que va a acabar arrancando todos los espejos del estudio. Al parecer, hoy Noah se distrae mucho.

Frunzo el ceño.

—¿Por qué?

—No deja de mirarte.

Eso sí que me pilla por sorpresa. Abro la boca, aunque vuelvo a cerrarla porque no sé qué decir. Ni siquiera había considerado esa posibilidad. Rezo mentalmente porque no se me estén coloreando las mejillas tanto como sospecho.

—Oh —titubeo. Es lo único que me sale.

¿Habrá notado que yo también he estado observándolo?

Tom esboza una sonrisa traviesa.

—En fin, ¿cuándo me darás mi guarda-pelotas?

Se me siguen quedando las palabras atascadas en la garganta. Lo peor de todo es que el niño parece estar divirtiéndose con la situación; aunque supongo que se debe a que es hermano de Noah. A fin de cuentas, tienen la misma sangre. Son mucho más parecidos de lo que creía.

Ni siquiera sabría decir cuál de los dos me parece más insoportable.

Por suerte o por desgracia, según se mire, el destino me salva de tener que seguir con la conversación. Cuando quiero darme cuenta, la música ha dejado de sonar por los altavoces. Ahora solo se escucha el silencio y la conversación en susurros que mantienen los dos bailarines.

Tras darle a Noah un suave golpe en el brazo, Karinna se levanta del suelo, dejando al otro arrodillado frente al reproductor, y echa a andar hacia nosotros. Ha dejado todas sus cosas al pie de la escalera. Cuando llega, se agacha para coger su chaqueta y empieza a enfundársela.

—¿Qué te ha parecido? —curiosea, mientras se sube la cremallera—. No somos malos, ¿verdad?

Clavo la mirada en uno de los espejos. Entre tanto, intento recordar su coreografía. He visto cómo la realizaban una o dos veces antes de desconectar.

—Es genial —les digo, aunque no tengo criterio. Solo sé que se mueven mucho mejor de lo que yo podré hacerlo jamás—. ¿Vais a presentaros a un certamen?

—Algo así.

—Seguro que ganáis.

Ella se ríe y niega con la cabeza.

—Las cosas no son tan fáciles. —Al escucharla decir eso, me siento patética por haber hablado sin saber. Sin embargo, todo cambia cuando agrega—: Me caes bien, Abril. Pero la verdad es que preferiría que no lo hicieras. —Señala a Noah con la cabeza. Sigue sentado en el suelo, charlando con Tom—: Me ha pisado más de treinta veces. Normalmente suele respetar mis pies, pero hoy los tengo adoloridos por su culpa. Voy a tener que vetarte la entrada en este sitio. No es nada personal, que lo sepas.

Me río, aunque la verdad es que la conversación me hace sentir algo incómoda. Básicamente porque no me creo nada de lo que dice. Karinna debe de estar exagerando o inventándose las cosas, justo como ha hecho Tom. A fin de cuentas, Noah me ve todos los días en el instituto. Tampoco es como si yo fuera especial.

Tratando de esconder las ganas que tengo de echar a correr y esconderme en donde nadie pueda encontrarme, me meto las manos temblorosas en los bolsillos. Luego, hago un gesto con la cabeza en dirección al chico bailarín.

—Debería... —Karinna no me deja terminar.

—Sí, claro. Yo me voy ya. —Me sonríe mientras se echa su bolsa de deporte al hombro. Tiene los dientes blancos y perfectos. Supongo que esto es una despedida, así que me limito a devolverle el gesto antes de empezar a caminar. No obstante, me detengo en cuanto vuelvo a escuchar su voz a mis espaldas—. Oye. —Me doy la vuelta—. Si te hace falta, puedes decirle a Tom que Greatel ha hecho galletas. Créeme, funcionará.

Prefiero no imaginarme por qué habla como si estuviese haciéndome un favor. Le doy las gracias, de todos modos, antes de retomar mi camino hacia el fondo de la sala. Karinna cierra la puerta del estudio a sus espaldas, y el chirrido de las bisagras alerta a los hermanos, que parecen decaer en mi presencia al levantar la cabeza.

Noah me sigue con la mirada hasta que llego a su lado.

—Deberías haberme invitado a venir antes —comento, cruzándome de brazos—.Verte ensayar me habría servido para el artículo.

Sube las cejas.

—¿Eso significa que, si pudieras, ahora cambiarías algo de lo que escribiste?

—Pondría que bailas muy bien.

No sé de dónde me salen estas ganas que tengo de ser sincera con él, pero me alegro de no haberlas reprimido: al escucharme, Noah curva los labios en una sonrisa.

—En realidad, creo que sí que pusiste algo como eso.

—Bueno, pero lo hice por cumplir. Ahora sé que es de verdad.

Rueda los ojos, mas la diversión que brilla en ellos no llega a extinguirse. De pronto, alguien se aclara la garganta junto a nosotros. La mirada burlona de Tom es lo primero que veo cuando me giro hacia él. Está sentado frente al reproductor de música, toqueteando el chisme que pilla las señales de radio.

—Tengo hambre —se queja. Estoy a punto de echarme a reír, porque este niño representa cómo me siento yo las veinticuatro horas del día.

En lugar de hacerlo, pienso en lo que me ha dicho Karinna. Abro la boca para hablar, pero Noah parece haberme leído la mente.

—Ve fuera. La señora Greatel debe de haber hecho...

—¡Galletas! —grita el niño. Luego, se levanta del suelo y sale corriendo del estudio como si llevase años sin probar bocado.

Suelto una leve carcajada, que se ahoga en cuanto decaigo en que nos hemos quedado solos. Intentando disimular mi nerviosismo, me vuelvo hacia Noah. Se ha puesto de pie y ahora está sacudiéndose los pantalones. Me dedico a observarlo hasta que termina. Luego, sube la vista hacia mí. Todavía tengo los brazos cruzados.

—Bueno... —comienzo a decir, pero él me interrumpe:

—Bienvenida a mi lugar preferido de la ciudad —anuncia, con una media sonrisa en el rostro. Levanta las manos y lo señala todo a su alrededor—. Es una pena que estén a puntos de echarnos de aquí.

El corazón me crece en cuanto comprendo que acaba de cumplir otro de los puntos de la lista. Si no me equivoco, ya van seis; más de la mitad de la mitad.

—Supuse que sería este. —Prefiero no mencionar nada respecto a lo mucho que me desagrada la rapidez con la que está cumpliendo con los apartados—. Aunque tenía la esperanza de que me sorprendieras, la verdad.

Mientras pronuncio estas palabras, le echo un vistazo a lo que me rodea. La sala está tan iluminada por los focos del techo que apenas se nota la ausencia de ventanas.

—Siento haberte decepcionado, entonces.

Vuelvo a clavar mis ojos en los suyos.

—No tienes la culpa de ser tan fácil de descifrar —bromeo, pero sé de sobra que no es verdad. En vez de ofenderse, Noah se limita a rodar los ojos y encaminarse hacia las escaleras. Le sigo a toda prisa, tratando de no quedarme atrás.

Una vez allí, rebusca entre sus cosas, imitando lo que Karinna ha hecho hace unos minutos. Va descalzo, y los músculos de su espalda se marcan todavía más a través de la camiseta cuando se inclina para ponerse las zapatillas. Trago saliva; mientras me recrimino a mí misma el seguir fijándome en esas cosas, me fuerzo a apartar la vista.

Pero ya es demasiado tarde.

—No es que me moleste que me mires, pero por lo menos podrías intentar disimular —se burla, poco antes de enderezarse.

Ni siquiera me molesto en avergonzarme. En vez de eso, continúo examinando las facciones de su rostro, con su mirada clavada en la mía. Hay algo en su expresión que no puede pasarme desapercibido.

—Estás haciéndolo otra vez —observo.

Arruga la frente.

—¿El qué?

—Esa sonrisa —le digo, como si con eso bastase—. Estás sonriendo así otra vez.

Mis palabras deben traerle recuerdos de la conversación que hemos tenido esta mañana. Ahora que sabe que estoy fijándome en ellos, Noah curva sus labios en dirección al cielo todavía más.

—Supongo que sabes por qué lo hago —comenta, dando un paso hacia mí—. Según tú, soy muy fácil de descifrar.


Su mirada continúa sobre la mía. Está retándome con ella, porque se muere de ganas de que le replique. Como no podía ser de otra manera, lo hago.

—Más que eso. Eres predecible.

Nunca creí que pudiera mentir tan bien.

Ante mi repentino ataque, Noah enarca las cejas. Se acerca tan rápido que no puede hacer más que pillarme por sorpresa. Casi de manera automática, porque el cerebro me lo pide a gritos, retrocedo hasta que la barandilla de las escaleras se me clava en los riñones. Esto no lo detiene, sin embargo, y pronto me veo acorralada entre su cuerpo y la pared.

Mi nerviosismo no pasa desapercibido para la sonrisa que crece en sus labios. Noah apoya ambas manos sobre la barra metálica, de modo que cada una queda a un lado de mi cintura. Esto provoca que la distancia entre nosotros se reduzca todavía más. Trago saliva.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —le pregunto en un susurro. El corazón me late tan rápido que empiezo a temer que se me salga del pecho. No obstante, me sorprende darme cuenta de que no me disgusta esta sensación.

—Dímelo tú.

Con su respuesta, me deja claro que esto no es más que un juego para él. Está intentando que me trague mis palabras, pero no va a conseguirlo tan fácilmente.

—Aparte de ser un idiota, no se me ocurre nada.

—Hablas como si quisieras que me apartase.

—Quizás quiero que lo hagas.

—¿De verdad?

Su sonrisa decae con lentitud. Entonces, me cercioro que ambos hemos perdido el hilo de los acontecimientos. A medida que pronuncia cada palabra, su boca se mueve con suavidad, y cuando quiero darme cuenta tengo la mirada clavada en ella. De hecho, no puedo dejar de mirarla. Se me seca la garganta.

—No.

Hemos llegado a un punto en el que no me importa admitirlo en voz alta.

Cuando veo la expresión de su rostro, sé que le he tomado por sorpresa. Noah tarda unos segundos en recomponerse, pero después acaba curvando los labios otra vez. Ese pequeño hoyuelo que tanto me llama la atención se hace presente en su mejilla izquierda. Espero el momento en el que actúe, en el que decida que es el momento de alejarse —o de acercarse todavía más—, pero no hace nada. Únicamente se limita a mantenerse junto a mí, como si supiera que con eso es suficiente.

Como si fuera consciente de lo rápido que me late el corazón por su culpa.

Como si eso le gustase.

Entonces, me confiesa:

—No sabes cuánto me alegro de oír eso.

Mi cerebro me advierte de que ese es un punto determinante en la situación. Me flaquean las piernas, y acabo poniéndole las manos en el pecho porque necesito guardar el equilibrio. Pronto noto la dureza de sus músculos bajo los dedos y cómo su corazón late a la par que el mío. O incluso más fuerte. O incluso más rápido.

Mi mirada vuelve a subir hasta la suya. ¿A qué diablos estamos jugando?

Ojalá lo supiera. Porque, para mí, hace tiempo que esto dejó de tratarse únicamente de una forma de pasar el tiempo. Y no estoy hablando de este momento, sino de todo en general. Porque estar con Noah me confunde tanto que siento que el cerebro se me ha partido en dos. Porque antes solo estaba la parte racional; aquella que no dejaba de repetirme cuántos problemas podría buscarme si seguía intimidando con él. Aquella que me pedía a gritos que me alejase. Que acabase con nuestra relación y la cortase de raíz.

Y ahora estoy asimilando que no siempre pienso de esa manera, pues hay cosas que llevo semanas tratando de ocultar: como el hecho de que Noah me parece un chico atractivo desde la primera vez que lo vi. Que me gusta su sonrisa, la forma en la que se ríe y cómo sabe dar siempre con las palabras adecuadas. Que no mentí en nada de lo que puse en el artículo, porque lo utilicé para desahogarme. Para decirle todo aquello que no me atrevía a pronunciar en voz alta. Porque es una buena persona, alguien que se preocupa por los demás, que se pasa la vida tratando de hacer feliz a quien le rodea.

Porque sé que Noah Carter es alguien de quien podría llegar a enamorarme. Alguien que podría hacerme caer otra vez, que podría hacer que me entrasen ganas de saltar de lo alto de mi muralla si camino muy cerca del borde.

Y eso me asusta, pues todavía no he olvidado por qué la construí. Los recuerdos, que siguen bien grabados a fuego en lo más hondo de mi memoria, hacen que me acuerde que no puedo permitir que eso suceda de nuevo. No puedo ser vulnerable otra vez.

Cuando abro los ojos, pues he debido de cerrarlos en algún momento, me doy cuenta de que sigue tan cerca como antes. Trago saliva cuando comprendo a dónde se dirige su mirada.

Mis labios.

Antes de que me dé tiempo a pensar siquiera en ello, le suelto:

—No me beses.

La vergüenza me invade y de inmediato noto cómo se me colorean las mejillas. El corazón sigue yéndome tan rápido que no puedo escuchar más que sus latidos. Pese a que creía que mis palabras tendrían el mismo efecto en el chico, que se incomodaría de la misma manera que yo lo he hecho, tardo poco en comprobar que me equivocaba.

Al escucharme, Noah parece despertar de un trance. Sacude la cabeza, me mira durante un segundo y, tras asimilar lo que acabo de decirle, curva los labios en una sonrisa. A mí se me cae el alma a los pies.

—¿Qué te hace pensar que voy a besarte? —inquiere en un susurro. No obstante, no se aparta. Sigue tan cerca que estoy segura de que está robándome el aire que me falta—. Me gusta respetar las reglas.

De pronto, sé que tengo algo a lo que aferrarme.

—Las reglas —balbuceo, cerrando los ojos. No soporto seguir siendo testigo de la diversión que invade su mirada—. Eso es. No puedes besarme hasta que hayas cumplido diez puntos. No puedes.

Sin embargo, mis palabras suenan tan poco convincentes que parece que es a mí a quien necesito recordarle que hay unas normas. La sala se ha quedado en silencio, y sufro la necesidad de levantar un párpado para comprobar cómo le ha sentado mi negativa. Cuando lo hago, me encuentro con que Noah ha agrandado su sonrisa. ¿Habrá notado lo mucho que me tiembla la voz?

Entonces, sin brindarme una respuesta, da un paso atrás para alejarse de mí. El oxígeno vuelve a llenarme los pulmones y me cercioro de que llevo un buen rato conteniendo la respiración. Aunque mi cerebro me pide a gritos que deje de mirarlo, mis ojos no abandonan a los suyos en ningún momento. Están llenos de algo que me gustaría saber descifrar.

Trago saliva, porque ahora es cuando empiezo a ser consciente de lo que acabo de hacer. De las consecuencias que trae y de todo lo que podría haber pasado si me hubiera quedado callada. Demostrándome así que tengo menos autocontrol del que creía, pronto mi atención recae sobre su boca.

De repente, me cercioro de que me arrepiento. Me arrepiento de haber escrito esa regla.

Porque creo que quiero que me bese.

Aquí y ahora, y aunque nunca lo admitiría en voz alta, creo que quiero que Noah Carter me bese.

Pero, como era de esperarse, él no lo hace. En su lugar, aparta las manos de la barra para brindarme más espacio. Yo pongo las mías sobre ella, pues vuelvo a necesitar aferrarme a algo que me ayude a mantener el equilibrio. Mientras evito su mirada, me centro en lo que está ocurriendo en mi mente. Vuelvo a cerrar los ojos e intento atarme con fuerza a lo alto de la muralla, porque sé que he estado a punto de saltar.

Cuando levanto los párpados de nuevo, el chico bailarín vuelve a estar arrodillado frente a las escaleras. Permanezco en mi sitio, guardando las distancias. Tarda poco en notar que le estoy observando y volverse hacia mí con las cejas alzadas.

—¿Qué te pasa? Parece que has visto un fantasma —comenta, divertido.

Todo mi nerviosismo se transforma en rabia. No puede estar hablando en serio. ¿Cómo diablos puede permitirse bromear después de lo que acaba de pasar?

De repente, tengo ganas de arrancar la barandilla y golpearle con ella en la cabeza.

—Has estado a punto de saltarte una de las reglas —le recuerdo con frialdad.

—Pero no lo he hecho.

—Si por ti hubiera sido...

Vuelve a sonreírme de esa forma que tanto detesto.

—Cómo me conoces.

Eso me da razones para permitir que mi estómago se ponga patas arriba. En cuanto termina de recoger sus cosas, decayendo en que todavía le observo con cierto recelo, Noah se acerca a mí y me ofrece una mano.

—Vámonos —me pide. Yo clavo la mirada en sus dedos, pero no hago ademanes de querer ceder ante lo que me pide. Ladea la cabeza—. Deja de preocuparte por tu lista. Sé respetar las normas. A fin de cuentas, solo me quedan cuatro puntos. Podré esperar, créeme.

Trago saliva y me limito a asentir distraídamente con la cabeza. Noah decide que esto significa que estoy dándole permiso para darme la mano. Mientras salimos del estudio, la cuestión que asalta mi cerebro consigue ponerme los pelos de punta. Tengo que esforzarme por no soltar un jadeo. Sus dedos rodean los míos sin cuidado, y me veo obligada a hacer esfuerzos por no pedirle que los entrelace.

Cierro los ojos. «Átate a lo alto de la muralla hasta que no te queden fuerzas para ello».

Porque ahí es donde está el problema. Noah dice que podrá esperar, y le creo.

Pero ya no sé si podré hacerlo yo.


☑ 4. Me lleve a su lugar favorito de la ciudad.


• ────── ✾ ────── •  

P. D. ¿Cómo qué actor te imaginas a Noah?


REDES SOCIALES DE LA AUTORA

Lanjutkan Membaca

Kamu Akan Menyukai Ini

2.8K 45 25
Luke Stone, Es el vocalista de una manda mundialmente conocida como "Vampire Summer", pero también él es reconocido por "Legarda", un joven con bast...
951K 25.9K 31
Cuando las personas que más amas, te rompen, es difícil volver a unir esos pedazos. Victoria Brown, creía que cuando amas, la brecha para perderte a...
6.1K 2.2K 63
Año 2500. En esta era, los viajes espaciales se han vuelto algo cotidiano, llegando a su auge más alto en la historia de la humanidad. Ahí es donde L...
5.8K 1.6K 14
"Todos dicen conocer el significado de la ansiedad, pero nadie la experimenta o por lo menos se atreve a conocerla realmente" - "Vos podías contagiar...