Mi conquista tiene una lista...

By InmaaRv

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Durante mis diecisiete años de vida, me han roto el corazón muchas veces. Por eso hace un par de años decidí... More

Prólogo
La lista
1 | Crónicas de un sujetador extraviado.
2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.
3 | Último día de vacaciones.
4 | Algo que oscila es un oscilador.
5 | Una llamada desastrosa.
6 | No te mueras todavía.
7 | Alevosía hogareña.
8 | Consecuencias.
9 | Pídeme una cita.
10 | Tienes un concepto de cita horrible.
11 | Me llaman Rabia.
12 | De vuelta a casa.
13 | Persiguiendo una exclusiva.
15 | Verdaderas intenciones.
16 | El arte de ser predecible.
17 | Una cita de verdad.
18 | Un puñado de ilusiones.
19 | Rompiendo las barreras.
20 | Hacernos felices.
21 | Feliz cumpleaños.
22 | Confesiones nocturnas.
23 | La habitación de Noah Carter.
24 | Contando mentiras.
25 | Ex mejores amigos.
26 | Música, maestro.
27 | Aterrizaje forzoso.
28 | Tienes mucho que perder.
29 | Volver a casa.
30 | Rompiendo las reglas.
31 | Con los pies en el suelo.
Epílogo
Extra | 1
Extra | 2

14 | Fin del trato.

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By InmaaRv


14 | Fin del trato.


—¡Sal de ahí de una vez!

Ruedo los ojos y subo el volumen de la música hasta que los gritos de Jason apenas son audibles para mis oídos. Imaginármelo al otro lado de la pared, malgastando saliva de esta manera, me hace sonreír. Me inclino sobre el lavabo y continúo aplicándome corrector en la zona de las ojeras. Por muy reacia que me muestre siempre a utilizar maquillajes, hay días en los que no puedo prescindir de él.

Hoy es uno de esos días. Básicamente porque me he despertado pareciendo una muerta viviente y no me gustaría asustar a todo el instituto.

—¡Abril! —Vuelvo a escuchar. Estoy a punto de girar de nuevo la ruedita del reproductor, cuando Jason empieza a aporrear la puerta con fuerza. Sobresaltada, dejo que el lápiz corrector se me escurra entre los dedos. Gruño con desgana.

—Que te den, Jase.

Sobra decir que la única razón por la que le llamo así es porque sé lo mucho que le molesta que lo haga.

Armándome de paciencia, consigo soportar sus gritos durante los cinco minutos que tardo en cubrir por completo las aureolas oscuras que se han formado bajo mis ojos. Me entretengo aplicando un poco de base encima de ellas, porque así se notará menos que me he maquillado, y cierro el estuche tras sonreírme a mí misma a través del espejo.

Cuando salgo del baño, con la mochila colgada al hombro, descubro que Jason todavía no se ha marchado. No sé cuánto tiempo llevo acaparando el único aseo con espejo —porque los demás prescinden de él— que hay en la casa, pero a él la espera debe de habérsele hecho eterna, porque se ha sentado en el suelo. En cuanto me ve, levanta la cabeza y empieza a ponerse de pie.

—Creía que estabas hibernando —comenta, con su característico desdén. Al decaer en que no me he apartado de la puerta, añade—: Muévete. Tengo que retocarme la barba.

Enarco las cejas mientras examino su rostro con rapidez. Por mucho que insista en ponerse chupas de cuero y pantalones ajustados para parecer más mayor, sigue teniendo cara de niño.

—¿Qué barba?

—Muy graciosa. Ahora muévete. —Me río de él sin tomarme la molestia de disimular. Luego, hago ademanes de estar a punto de apartarme. Sin embargo, escucharle hablar de nuevo hace que me detenga—. Por mucho que te maquilles, siempre parecerás una bruja. Espero que lo sepas, porque estás tirando el dinero.

—¿Disculpa?

—Quien es fea, es fea con o sin maquillaje. Métetelo en la cabeza y deja de acaparar mi jodido baño. Tengo cosas que hacer.

Mi cara es todo un poema ahora mismo. Jason esboza una sonrisa burlona, como si se enorgulleciese de haberme dejado sin palabras, y me pega un empujón para quitarme del medio. No obstante, yo no pienso dejar que me gane con tanta facilidad. Habiéndole declarado la guerra, corro a encerrarme en baño de nuevo. Apenas le da tiempo a reaccionar antes de vuelva a cerrarle la puerta en más narices, eche el pestillo y me apoye contra la madera, mientras siento cómo la aporrea desde el otro lado.

—¡Eres una hija de...!

Por suerte, no alcanzo a escuchar el final de su frase. Subo el volumen de la música hasta que me duelen los oídos y, tras ajustarme la mochila a la espalda, me acerco a la única ventana que hay en la habitación. Luego, la abro y saco la cabeza para cerciorarme de que los metros que me separan del suelo son pocos. Gracias a Dios, estamos en el primer piso.

Tardo poco en pasar las piernas sobre el alfeizar, como toda una acróbata, y aterrizar en el jardín delantero de la vivienda. Echo a andar hacia el instituto con una sonrisa en la cara. Me pregunto cuánto tardará Jason en darse cuenta de que me he ido.

Supongo que hoy tendrá que buscarse otro baño que utilizar.

El camino hacia el instituto se me hace mucho más largo que otros días. Aunque me cueste admitirlo, sé que se debe a que voy sola. Ahora que papá trabaja por las mañanas, nuestro paseo en coche matutino ha pasado a la historia. No me desagrada ir sola, la verdad, aunque preferiría tener algo de compañía. Sin embargo, solo hay dos personas que se encuentran en condiciones de hacerlo, y ambas están ahora en mi lista negra.

La primera es Jason, mas creo que con él sobran las explicaciones. Podríamos matarnos el uno al otro antes de llegar al instituto.

Mis pies se detienen frente al lugar en el que solía despedirme de la segunda.

Tres llamadas perdidas y cinco mensajes de texto; desde ayer al mediodía, cuando rompí nuestro acuerdo silencioso de esperarnos mutuamente para volver juntos a casa después del instituto, el nombre de Noah Carter no ha dejado de pasearse por la pantalla de mi teléfono móvil. Sé que dejarlo plantado de esa forma estuvo mal; no pienso disculparme, sin embargo, y tampoco creo que vaya a leer nada de lo que me ha escrito. Tampoco es como si tuviera razones para hacerlo.

He estado intentando mantenerme alejada de él desde ayer. Podríamos decir que huyo cada vez que lo veo. O, al menos, eso es lo que dice Kira; aunque su opinión ni siquiera me importa. Ella no conoce ni la mitad de la historia. No me creyó cuando le dije, después de enterarme de la noticia, que me alegraba mucho de que Noah hubiese decidido perdonar a Sarah. Según ella, me enfado cada vez que hablamos de ellos. Insinúa que me molesta que estén juntos de nuevo.

Sobra decir que no podría estar más equivocada.

En realidad, lo que haga Noah con su vida me importa un pimiento. Lo único que quiero es que, ahora que ha conseguido lo que buscaba, borre de una vez la fotografía que le hizo a mi lista en su día. Y que se olvide de ella, y de mí, tan rápido como le sea posible.

Cuando llego al instituto, trato de apartar todos estos pensamientos de mi cabeza. Me paso las cuatro primeras horas del día, entre las que se incluye el almuerzo, sujetando velas con los dos únicos amigos que tengo en el instituto. Pese a que la pareja intenta no incomodarme, siempre que Wesley y Kira están juntos siento que sobro. Mi mirada se cruza con la del chico bailarín en el comedor, pero no viene a sentarse con nosotros, sino que prefiere quedarse con Scott en la mesa que solía ocupar antes de conocerme.

Trato de auto-convencerme de que me está haciendo un favor.

Como termino pronto de almorzar, decido aprovechar lo que me queda de tiempo libre y salgo de la cafetería tras haberme despedido de mis amigos. Mientras ando por el pasillo, reviso distraída mi cuaderno de anotaciones, hasta que doy con la página en donde escribí esas treinta razones que mencioné en el artículo.

Leerlas me revuelve tanto el estómago que no me doy cuenta de que he llegado a mi destino, y que hay una persona interponiéndose entre la puerta de entrada y yo.

Me choco contra ella antes de que me dé tiempo a levantar la mirada.

—¡Perdón! No iba pendiente del camino. Lo siento si...

—Alevosía. —Escucho de repente. La chica que ha sido víctima de mi torpeza se agacha a recoger mi cuaderno, que se había caído al suelo, y me lo tiende tras echarle un rápido vistazo a aquella palabra que escribí en letras mayúsculas hace semanas—. Dícese de una traición, una pérfida, una deslealtad. Es un término curioso. Si sabes cómo meterlo en una frase, creo que vas a caerme bien. —En cuanto cojo la libreta, ella me tiende una mano y procede a presentarse—: Soy Michelle. Correctora, redactora y un diccionario andante. No te preocupes por lo del golpe, ha sido culpa mía. Suelo distraerme mucho cuando leo —añade, levantando el libro abierto que lleva en las manos—. ¿Estás bien?

Me apresuro a asentir con la cabeza, mientras acepto su saludo. Estoy bastante segura de que nunca antes había visto a Michelle, ni siquiera por los pasillos del instituto. Es una chica menuda, muy delgada, cuyo pálido rostro pasa desapercibido bajo unas grandes gafas de pasta. Tiene el pelo, rubio y rizado, recogido en una coleta.

—Soy Abril —me presento, y ella agranda su sonrisa.

—Lo sé. El señor Miller nos habló de ti. Eres nueva en el equipo, ¿verdad?

—Algo así.

—¿A qué te dedicas, exactamente? —curiosea.

Dudo a la hora de responder. ¿Debería o no mantener mi anonimato?

—Soy la correctora suplente —acabo diciendo, solo por si acaso.

Ante esto, Michelle frunce el ceño.

—Suplente, dícese de una persona que puede suplir a otra, en caso de que sea necesario, en un cargo o una actividad. —Recita la definición como si estuviese leyéndola en voz alta. Luego, arruga la frente todavía más—. Yo soy la única correctora que tiene el periódico. No necesito una suplente.

Abro la boca y la cierro varias veces, pensando en qué decir.

—Bueno... —Al final, recurro a mi portentoso ingenio—, pero todo buen maestro tiene un aprendiz. Lo mío no es nada serio, de verdad. Solo quiero... educarme y eso.

A pesar de que la joven no parece desconfiar en un inicio, mis brillantes dotes de actuación consiguen convencerla. Esboza una sonrisa y entrelaza su brazo con el mío.

—Se te ve entusiasmada —comenta—, así que te daré una oportunidad. Pero te lo advierto, cara bonita: el mundo de la corrección es indudablemente complicado. Yo me estudio la definición de cada palabra que leo o escucho para ampliar mi vocabulario y hacer más cultos nuestros escritos. Por desgracia, el señor Miller insiste en que el periódico debe de estar "adaptado a todo el mundo", y nos obliga a utilizar un lenguaje poco refinando. ¿No te parece inadmisible? Disculpa mi descortesía, pero es un paleto. —Suelta un suspiro, como si hablar de este tema le enervase—. En fin, pongámonos manos a la obra.

No sé qué me sorprende más: que haya dicho que estoy entusiasmada, o que esté arrastrándome al pasillo como si nos conociésemos de toda la vida. Trato de frenarme con los pies, porque no quiero salir de aquí todavía. Se supone que he venido a hablar con el señor Miller. El artículo se publicará en un par de horas y ya no estoy tan segura de que quiera que Noah sepa todo lo que escribí para él.

Si quiero hacerle modificaciones, tengo que hacerlo ya.

—¿Adónde vamos? —le pregunto, mientras ella sigue tirando de mí.

—Voy a presentarte al resto del equipo. Deben de estar todos en el comedor. Son bastante... agradables, pero suele molestarles que se les corrija en exceso. Espero que tengas mucha paciencia, porque es un auténtico calvario que siempre cometan las mismas faltas de ortografía.

Pese a mis esfuerzos por lo contrario, Michelle consigue sacarme al corredor. Entonces, empieza a tirar de mí en dirección a la cafetería. Estoy empezando a considerar la idea de rendirme, pues supongo que podré hablar con el señor Miller en otro momento, cuando mis ojos distinguen un rostro conocido al fondo del pasillo.

El pánico me invade muy rápido y me hace reaccionar. Justo como llevo haciendo estos últimos días, huyo de Noah Carter antes de que él pueda siquiera recaer en mi presencia. Vuelvo a arrastrar a Michelle hasta el interior de la sala de redacción a toda prisa.

—No me apetece conocer a nadie ahora —titubeo, reteniendo el impulso de cerrar la puerta a mis espaldas.

—¿Por qué? Te caerán bien, ya verás.

Cierro los ojos y ruego al cielo, más de mil veces seguidas, que Noah no nos escuche discutir.

—Me apetecía hacer otra cosa. Como... no sé, leer el diccionario. Es que hace tiempo que no lo hago —sugiero, mientras suelto una risa nerviosa.

Ante esto, Michelle curva los labios hacia el cielo. Casi parece que vaya a saltar de la emoción.

—Me parece una idea fantástica. —Entonces, enseria su rostro y me señala con un dedo—. Pero yo me pido leer desde la L hasta la Z. Son mis términos preferidos.

Hago una especie de reverencia.

—Como quieras.

El alivio me llena el estómago porque me he dado cuenta de que parece dispuesta a hacer lo que le digo. Sin embargo, pronto todo se tuerce; ya que, como siempre, la mala suerte parece estar pisándome los talones. Michelle vuelve a abrir la boca y, en lugar de soltarme una de sus definiciones o alabar su letra preferida del abecedario, pronuncia el nombre de la persona a la que menos me apetece ver ahora mismo.

—Noah Carter. —Me basta con imaginarme dónde acaba su mirada, que pasa por encima de mi hombro, para que se me ponga la piel de gallina—. Tu nombre es sinónimo de problemas. ¿Qué te trae por aquí?

Escucho su risa a mis espaldas y, pese a que lucho por retener el impulso de darme la vuelta, acabo perdiendo la batalla. Cuando giro sobre mis talones, su mirada recae rápidamente sobre la mía. Está apoyado contra el marco de la puerta, cruzando los brazos. Por lo que me dicen sus ojos, está esperando a que yo copie su gesto.

Quiere que sonría, pero no lo hago.

Noah enseria su rostro.

—Michelle —pronuncia, apartando sus ojos de mí—. ¿Estáis ocupadas?

La chica se encoge de hombros.

—La verdad es que no. Estábamos a punto de...

—¿Te importa si te la robo un momento?

El chico bailarín me señala con la cabeza, como si no hubiese quedado claro que está refiriéndose a mí. Mi nueva amiga debe de ver algo extraño en mi expresión, porque duda a la hora de contestar:

—Uff, pues no sé qué decirte. Es mi aprendiz de diccionario.

Pero Noah no es de los que se dejan convencer con facilidad.

—Te prometo que le haré recitar algunas definiciones durante el camino. Vamos.

Dicho esto, enrosca sus dedos alrededor de mi muñeca y tira de mí hasta que salimos del aula de redacción. Pronto pierdo de vista a Michelle, y el corazón empieza a latirme muy rápido. Dejo que Noah me arrastre hasta un pasillo solitario, en donde no respira ni un alma, a excepción de nosotros; luego, sacudo el brazo para que me suelte.

Él lo hace. Se vuelve hacia mí tan rápido que no hay forma de que me pille preparada.

—¿Por qué me estás evitando?

Aprieto los labios.

—Define «evitar».

—Llevo intentando hablar contigo desde ayer, pero sales corriendo cada vez que me acerco. Anoche te llamé por teléfono, creo que tres veces, y me colgaste. Ni siquiera lees mis mensajes. Te fuiste sola a casa, sin avisarme, y me quedé esperando como un idiota hasta que salieses del instituto, porque no sabía que ya no estabas ahí. A eso se le llama evitar a una persona, y no tengo ni idea de por qué, pero lo estás haciendo conmigo. —Como siempre que está nervioso o alterado, habla tan rápido que me cuesta entender lo que dice. Coge aire antes de continuar—: Hoy iba a sentarme con vosotros en el comedor, pero he acabado yéndome a otro lado con Scott porque me daba la sensación de que estás enfadada conmigo. Tenía pensado dejarte tranquila, ¿sabes? Es lo que la gente suele hacer en estas situaciones, pero no soy capaz. No soporto pensar que me odias por una razón que desconozco. ¿He hecho algo que te ha molestado? Si es así, quiero que sepas que podemos hablar de ello, supongo, o no sé. Yo solo... no sé.

En cuanto termina la frase, sus irises oscuros se apartan de los míos. Baja los brazos, ya que los ha subido en medio del monólogo, y vuelve a inspirar oxígeno. Examino su expresión, mas todo lo que consigo descifrar es algo que ya sé: está esperando una respuesta. Quiere que le aclare las cosas.

¿De verdad no entiende por qué me comporto así?

—Olvídalo, Noah —le digo. Soy sincera cuando agrego—: No has hecho nada malo.

No puedo intentar convencerle de lo contrario, porque esa es la verdad.

Me doy la vuelta, decidida a dejar todo esto atrás, pero me agarra del brazo para impedirlo.

—Entonces, ¿por qué no quieres hablar conmigo? —inquiere. Está más perdido de lo que creía—. ¿Te caigo mal o algo así? Quiero decir, sé que piensas que soy insoportable, pero...

—No me caes mal —respondo, como si esa idea me pareciese absurda. Vuelvo a intentar marcharme, ahora que me ha soltado, pero corre para rodearme y se detiene frente a mí.

—Entonces no te vayas.

—Tengo que ir a clase.

—Estás evitándome otra vez. —Mira hacia otro lado y niega con la cabeza—. Dios mío. Todo esto es absurdo.

—Lo es —coincido. Es entonces cuando me percato de que ya no quiero seguir guardándome lo que pienso—: ¿Qué sentido tiene que sigamos siendo amigos? Yo tengo mi artículo y tú has conseguido lo que querías. Nos hemos utilizado mutuamente. Fin del trato. No hay más.

Él frunce el ceño.

—¿Qué?

—En realidad, me alegro por vosotros. —No sé si lo pienso de verdad o se lo digo solo por cumplir, pero no me detengo. Sigo arrancándome las palabras de la garganta, una a una—: Por ti, más bien. Se notaba que la querías mucho. Es genial que volváis a estar juntos.

Estoy dándole la oportunidad de que sea él quien mencione la lista, pues prefiero que no sepa que he estado pensando en ello. Sin embargo, algo cambia de repente en su expresión, y pronto me encuentro observando una sonrisa que me ha pillado completamente desprevenida.

—Así que es eso —se limita a decir.

—¿Qué pasa?

—Y yo que pensaba que me odiabas.

—¿Por qué sonríes? —Frunzo el ceño—. Noah —insisto.

—Sé lo que dicen los rumores, pero supuse que tú no te los creerías. Ahora veo que me equivocaba —atisba. Me siento algo desconcertada ante la diversión que se palpa en su voz—. Sarah y yo no hemos vuelto, Abril. La verdad es que dudo mucho que lo hagamos.

Pestañeo.

—¿Perdón?

Se mete las manos en los bolsillos mientras se despereza. Hoy va vestido con unos vaqueros, como la mayoría de las veces, y una camiseta con un logo en el centro del pecho. El corazón se me está acelerando, y tengo ganas de sacármelo del pecho y romper todas sus esperanzas con un martillo.

—Para estar saliendo con alguien, primero necesito confiar en esa persona. Sarah hizo cosas horribles. Se enrolló con mi mejor amigo, a mis espaldas, y tuvo la poca decencia de hacerlo en mi habitación. ¿Cómo diablos iba a replantearme, siquiera, volver a estar con ella? —Niega con la cabeza—. Me volvería loco.

Tal es mi asombro, que tengo que controlar que no se me abra la boca por sí sola. Noah sigue sonriendo, lo que provoca que ese pequeño hoyuelo que tiene en la mejilla izquierda vuelva a aparecer. Aparto la mirada de él para devolverla a los ojos del chico.

No quiero que note que, por algún motivo, lo que acaba de decir me ha tranquilizado; así que le suelto lo primero que se me pasa por la cabeza.

—Cuando hablas así, casi pareces una persona madura.

Sus labios se curvan todavía más.

—Te dije que no estaba haciendo esto para darle celos, pero no me creíste. Espero que esto sea prueba suficiente.

—No me importa si haces esto para darle celos o no —le aclaro—. Tampoco me importaría que hubieses vuelto con ella. Es tu vida. Haz lo que quieras.

Enarca las cejas. Se está divirtiendo con la situación y eso me mata.

—¿Por eso has estado evitándome?

—Te evitaba porque me caes mal.

—¿Has escrito el artículo sobre eso? —curiosea—. ¿Sobre lo mal que te caigo?

No aleja sus ojos de los míos en ningún momento.

—Es un secreto.

—Ya, claro.

—Y seguirá siéndolo —comento, así como dato—: No pienso dejar que lo leas.

—Seré el primero en hacerlo.

Vuelco los ojos. En el fondo, sé que lo que dice es verdad. Noah me dedica una sonrisa burlona, con la que termina de sacarme de quicio, y empieza a alejarse por el pasillo. Mi corazón salta de alegría y creo que es porque estoy a punto de perderlo de vista. No obstante, se detiene sin haber avanzado siquiera tres metros.

Se gira para mirarme.

—Ahora que lo pienso, eres mucho más tonta de lo que creía. No sé cómo pudiste pensar que había vuelto con ella. Sobre todo teniendo en cuenta las reglas ocultas de tu lista.

Subo las cejas.

—¿Reglas ocultas?

—No puedes tratar de enamorar a una persona si estás saliendo con otra. Es ley de vida —me dice. Su sonrisa nos sirve de despedida mientras se aleja por el pasillo—. Nos vemos luego, Abril.


• ────── ✾ ────── •  

P. D.: ¿Qué  creéis que escribió Abril en su artículo? ¿Cuáles pueden ser esas 30 razones?


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