Mi conquista tiene una lista...

By InmaaRv

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Durante mis diecisiete años de vida, me han roto el corazón muchas veces. Por eso hace un par de años decidí... More

Prólogo
La lista
1 | Crónicas de un sujetador extraviado.
2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.
3 | Último día de vacaciones.
4 | Algo que oscila es un oscilador.
5 | Una llamada desastrosa.
6 | No te mueras todavía.
7 | Alevosía hogareña.
8 | Consecuencias.
9 | Pídeme una cita.
10 | Tienes un concepto de cita horrible.
11 | Me llaman Rabia.
12 | De vuelta a casa.
14 | Fin del trato.
15 | Verdaderas intenciones.
16 | El arte de ser predecible.
17 | Una cita de verdad.
18 | Un puñado de ilusiones.
19 | Rompiendo las barreras.
20 | Hacernos felices.
21 | Feliz cumpleaños.
22 | Confesiones nocturnas.
23 | La habitación de Noah Carter.
24 | Contando mentiras.
25 | Ex mejores amigos.
26 | Música, maestro.
27 | Aterrizaje forzoso.
28 | Tienes mucho que perder.
29 | Volver a casa.
30 | Rompiendo las reglas.
31 | Con los pies en el suelo.
Epílogo
Extra | 1
Extra | 2

13 | Persiguiendo una exclusiva.

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By InmaaRv

13 | Persiguiendo una exclusiva

Cualquiera que me conozca medianamente bien estaría de acuerdo conmigo: nunca se me ocurre nada bueno. Es por eso que mi vida es tan desastrosa. Todo lo que digo o hago acaba perjudicándome de algún modo. O bien me hace pasar por una situación llena de bochorno, o va un poco más allá y me hace daño. Me hiere, como hizo Matthew.

Sin embargo, a veces, cuando navego río abajo, dejándome llevar por la corriente de mis malas decisiones, tengo la suerte de desembocar en un mar que me hace bien. Todos los errores que he cometido, todos los momentos vergonzosos a los que he tenido que enfrentarme, van haciéndome crecer. Y en mi vida surgen cosas nuevas.

Me pasó con la lista, que se convirtió en aquello que mantendría alejados de mí a los chicos como Matthew.

Y, aunque sería incapaz de admitirlo en voz alta, me pasó con Noah Carter.

Desde que cumplió el punto número diez de la lista, el otro día mientras volvíamos caminando a casa, y me confesó que tenía la sensación de que la gente se acercaba a él por mero interés, las cosas entre nosotros empezaron a cambiar. Sobre todo después de darme cuenta, tras haber escuchado las grabaciones que me mandó Wesley, de que tenía razón.

Noah y Matthew son familia, pero sus personalidades son tan diferentes que la idea de que se lleven bien me parece hasta descabellada. Mientras que uno es extrovertido y cómico, el otro es bastante más reservado. A Noah le gusta hablar con todo el mundo. Le sonríe a la gente sin parar y es amable con cualquiera que se cruce en su camino. Matthew es todo lo contrario a su primo, y quizás por eso me sigue costando entender por qué todo el mundo parece tenerle en un altar.

Cuando miro a mi exnovio, lo único que veo es el vivo reflejo del egocentrismo y la idiotez. Por desgracia, no me hace falta mucho para darme cuenta de que soy la única persona —aparte de Wesley— que tiene esa opinión sobre él. Para los demás, Matthew Blackwell es sinónimo de perfección. Alguien inalcanzable. Las chicas suspiran por él, como en esas películas de adolescentes que tan ridículas me parecen, y yo no puedo hacer más que sentir pena por todas ellas. No tienen ni idea de dónde se están metiendo.

Sin embargo, prefiero mantenerme al margen porque, aunque me veré obligada a mencionar a Matthew en el artículo, él no es el protagonista de mi exclusiva. Y escribir algo con lo que consiga la aprobación del señor Miller es mi única prioridad ahora mismo.

—Vaya, así que Abril Lee ha acabado dignándose a dejar de lado su ajetreada vida de periodista para venir a hacerme una visita. Menuda sorpresa. —Ruedo los ojos, porque esto no ha sido algo que haya salido precisamente de mí. No obstante, acabo sonriendo. Noah imita mi gesto y se hace a un lado para dejarme pasar—. Gracias por venir. Creía que no me cogerías el teléfono.

Entiendo por qué lo dice: seguramente, si hace poco más de una semana me hubiese visto en la misma situación, le habría colgado sin dudarlo. Las cosas son diferentes ahora. Supongo que todo el tiempo que hemos pasado juntos, entre los nuestros paseos de vuelta a casa y los largos minutos que compartimos en el comedor, estos últimos días, han tenido algo que ver.

Además, no puedo negar que ser su amiga tiene bastantes beneficios. El chico bailarín habla mucho conmigo últimamente, y es un alivio tener a alguien con quien conversar en el instituto ahora que Wesley no se separa de Kira. No es que no me guste estar con ellos, al contrario; pero creo que es mi deber —como mejor amiga— dejarles solos de vez en cuando.

Por si con eso no bastase, me he dado cuenta de que Noah es una persona sorprendentemente fácil de interrogar. Siempre que estoy con él, acabo encontrando nuevos datos que añadir a mi exclusiva.

Prefiero pensar que esa es la única razón por la que he accedido a venir.

—¿Para qué estoy aquí, exactamente? —le pregunto mientras me adentro en la casa. Nunca antes había tenido la oportunidad de pisar el interior de este dúplex, por lo que me sorprendo al darme cuenta de que es bastante más diferente al de Rose de lo que pensaba. Aunque debe de tener una distribución parecida, los suelos son mucho más claros y las paredes están pintadas de colores más vivos.

—Necesito tu ayuda.

Enarco las cejas. Cuando me vuelvo a mirarle, está terminando de cerrar la puerta.

—¿Para qué?

—Me he dado cuenta de que hace mucho tiempo desde que cumplí el último punto.

He ahí una mala decisión que sé que no me llevará a nada bueno: desearía no haber aceptado cuando Noah me propuso aquel trato hace unas semanas. Ser su amiga sería mucho más sencillo si no me invadiese la vergüenza cada vez que le veo coger el móvil. Siempre que lo tiene en la mano, temo que me anuncie que va a intentar tachar otro de los apartados.

Por suerte, no ha conseguido cumplir ninguno más en estos últimos días. De hecho, hemos hablado tan poco de la lista que llegué a creer que se había olvidado de ella. Pero veo que no es así.

—¿Cuál de todos? —le pregunto.

Estamos en su casa y quizás eso debería darme alguna pista, pero prefiero dejar que él me lo diga. No obstante, Noah se limita a sonreír.

—Ahora lo verás. —Señala una de las puertas con la cabeza—. Vamos.

Me resigno a seguirle por los pasillos. El chico bailarín me guía por la estancia hasta que llegamos a una habitación amplia que rápidamente identifico como el comedor. Hay una pequeña mesa de madera a la derecha, rodeada de sillas, y la cocina se abre al lado izquierdo de la sala; que está dividida por una encimera alargada de color blanco.

Me acerco a ella porque está llena de bolsas de comida. Es como si alguien acabase de llegar de hacer la compra y lo hubiese dejado todo ahí desparramado.

—Perdón por el desorden —dice Noah a mis espaldas.

—No te preocupes, mi casa está peor.

—Seguro que es culpa tuya. Rose es una maniática de la limpieza.

Me río.

—Bueno, no te lo puedo negar. —Examino el cuarto con interés. Estoy a punto de volver a preguntarle por qué me ha pedido que venga, cuando decaigo en que no está prestándome atención. Noah me ha dejado a solas en la cocina para acercarse al sofá que hay junto a la mesa del comedor. Parece estar buscando algo entre los cojines—. ¿Qué pasa?

—He dejado a mi hermano aquí hace cinco minutos y ahora no está —me responde sin dejar de revolverlo todo. Mira debajo de la mesa y detrás de las cortinas, pero Tom no aparece por ningún lado—. No me preocuparía de no ser por el silencio.

Frunzo el ceño.

—¿Qué hay de malo en el silencio?

—Significa que está tramando algo.

Vuelvo a reírme. Como me parece mal dejar que se encargue él de todo, rodeo la barra de la cocina para buscar a Tom por ahí. Noah está muy lejos, por lo que no me ve pegar un respingo cuando abro la puerta de una de las encimeras y un niño castaño asoma la cabeza. Sus ojos marrones se tiñen de pánico, y se lleva un dedo a los labios para pedirme que le guarde el secreto.

Yo sonrío antes de guiñarle un ojo.

—Deberías mirar detrás de las macetas —le digo a Noah.

Él se vuelve a mirarme desde el otro lado de la habitación.

—¿Por qué?

—Si yo fuera un niño, ese me parecía un buen escondite.

—Seguro que siempre perdías cuando jugabas a estas cosas —bromea, aunque acaba haciéndome caso. Deja lo que estaba haciendo y se acerca a la cocina para mirar detrás de una de las grandes plantas que la decoran.

Justo en ese momento, Tom parece darse cuenta de que es su momento de actuar. Sale a toda prisa de su escondite, se arrastra por el suelo hasta llegar a la barra y se sube encima como un ninja silencioso. Abro mucho los ojos. Sin embargo, antes de que me dé tiempo a advertirle de todos los peligros que tiene lo que acaba de hacer, el niño coge carrerilla y salta sobre la espalda de su hermano, tomándolo por sorpresa.

—¡Piensa rápido! —chilla.

El pequeño enrosca los brazos alrededor del cuello de su hermano, que tarda poco en reaccionar y agarrarle de las muñecas. Al principio pienso que es porque Tom lo está asfixiando, pero después me doy cuenta de que no es más que para evitar que el niño se caiga. Observo, divertida, cómo Noah finge pelear con él por todo el salón. Gira sobre sí mismo y Tom se ríe a carcajadas, porque seguro que se siente como si estuviera montando en una atracción de feria.

Ambos forcejean durante un rato más hasta que, mientras una sonrisa va apareciendo en mis labios, Noah decide rendirse y finge caer de rodillas. Hace sonidos raros, como si estuviese muriéndose de forma dramática, y acaba tumbándose sobre las losas de la cocina. Da varios golpes al suelo, imitando el funcionamiento de los combates de boxeo. Tom sonríe victorioso antes de soltarle.

—¡He ganado! —grita, como si fuera lo mejor que le pudiese pasar en la vida.

Noah se echa a reír. En cuanto el niño se quita de encima de él, empieza a ponerse de pie.

—La próxima vez no te lo pondré tan fácil —le advierte, mientras se sacude el polvo de los pantalones—. Me has pillado por sorpresa.

—Ha sido gracias a Abril —presume el niño—: Ahora es mi cómplice.

Cuando quiero darme cuenta, me he ganado la atención de los dos hermanos. La mirada de Noah recae sobre la mía. Al ver que alza las cejas en mi dirección, me encojo de hombros.

—Creía que éramos amigos —me dice.

—Tom me cae mucho mejor.

—Ya, ya —nos interrumpe el niño—. ¿Cuál va a ser mi premio por ganar?

Ante esto, Noah hace una mueca. Se acerca a la pila de bolsas que hay sobre la barra y rebusca algo en el interior de una de ellas. Un par de segundos después, está ofreciéndole al niño una hortaliza de color anaranjado.

—¿Para qué quiero yo eso? —inquiere el pequeño, juntando las cejas. Parece que su premio no le hace mucha gracia.

—Es una espada.

—Tengo cinco años, pero no soy tonto, Noah. Sé que es una zanahoria. —Sus ojos revolotean sobre algo que hay a mis espaldas—. ¿Puedo comer chuches?

—Casi es la hora de cenar.

El niño hace un puchero.

—Por favor —insiste—. Solo me comeré dos.

Seguro que Noah se fía de él tan poco como yo, pero acaba cediendo de todas formas.

—Está bien, pero no se lo digas a mamá.

Vuelvo a reírme. Tom celebra su logro soltando un chillido que hace que me duelan los oídos. Después, echa a correr hacia el armario que hay detrás de mí, lo abre y coge una bolsa de gominolas que seguramente nunca vuelva ahí dentro. Se marcha al comedor de inmediato, dejándonos a Noah y a mí solos en la cocina.

El chico bailarín echa a andar hacia mí. Está despeinado gracias a la «pelea», pero no parece darle importancia.

—Tu hermano es genial —pronuncio, y con esto consigo sacarle una sonrisa. Me encuentro a mí misma pensando en lo adorable que me parece el hoyuelo que aparece en su mejilla izquierda cada vez que hace eso.

—Apuesto a que él piensa lo mismo de ti. —Entonces, coge una de las bolsas de comida y vacía todo su contenido encima de la barra—. ¿Estás lista para ponerte manos a la obra?

Frunzo el ceño.

—¿Vas a pedirme que te ayude a guardar la compra?

—Quiero que cocines conmigo. —confiesa, y yo arrugo la frente todavía más. Antes de que me dé tiempo a contestar, añade—: Estaba en tu lista. Además, hoy estoy solo en casa, soy malísimo en estas cosas y estoy bastante seguro de que Tom necesita comer varias veces al día. Para crecer y todo eso. Tú ya me entiendes.

Tengo sentimientos encontrados ahora mismo. Sé que debería incomodarme, porque Noah está intentando cumplir un punto más, pero lo único que tengo ganas de hacer es echarme a reír.

—¿Me has llamado porque quieres que te ayude a hacerle un sándwich a tu hermano, Carter? —le pregunto, divertida.

—No exactamente. —Rebusca dentro de las bolsas hasta que da con una serie de ingredientes. Entre ellos, distingo harina, aceite y sal—. Vamos a hacer pizza.

—No tengo ni idea de cómo hacer pizza —le advierto.

—Yo tampoco —responde, subiendo un hombro—. Pero confío en tus habilidades para buscar la receta en Internet.

Pese a que todo apunto a que esto acabará en desastre, algo me impide decirle que no. Me río, pongo los ojos en blanco y me ofrezco a ayudarle a sacar toda la comida que hay en las bolsas y apartar aquellos productos que sé que necesitaremos. Luego, dejo que Noah meta el resto en el frigorífico mientras navego en busca de las instrucciones con ayuda de mi teléfono móvil. En cuanto doy con ellas, me vuelvo y empiezo a leerlas en voz alta, pero el chico me interrumpe llegando a mi lado con dos telas coloridas en las manos.

—Te dejo elegir.

Tardo poco en darme cuenta de que son delantales. Ambos diseños son originales, pero prefiero quedarme con el que proclama mi supuesto amor a los macarrones con queso y le dejo a Noah aquel que reza: «soy la mujer más poderosa de esta casa». Él se lo viste con orgullo, y se limita a observarme hasta que yo termino de atarme el mío.

Nos pasamos lo que queda de tarde entre recipientes y rodillos de cocina. Noah no mentía cuando dijo que era malísimo en estas cosas; por eso, aunque insiste en colaborar, acabo pidiéndole que se aparte y deje que yo me ocupe de la masa. Sigo las instrucciones a raja tabla antes de ponerme a aplastar la mezcla con las manos. Entre tanto, el chico permanece a mi lado, repasando cada uno de mis movimientos, criticando mi forma de cocinar y preguntándose si el color de la masa de la pizza se asemeja más a mi o a su tono de piel.

Tom no vuelve a hacernos caso hasta que ve que estamos discutiendo acerca de cómo adornar su cena. Se acerca, se sienta sobre una de las encimeras y nos propone que echemos gominolas sobre la masa en lugar de queso, tomate y jamón.

La forma en la que lo dice, con tanta seriedad poblando su rostro, consigue sonsacarme una carcajada. Mi mirada busca instintivamente la de Noah. Él no se ríe, pero curva los labios en dirección al cielo cuando se percata de que yo sí, y un cosquilleo que me resulta muy desagradable se instaura en mi estómago cuando le veo hacer eso.

Aparto la vista de inmediato. Con la excusa de que ya he hecho suficiente, permito que Noah y su hermano se encarguen de adornar la pizza antes de meterla en el horno. Sentada en una de las sillas que hay frente a la barra, apunto en las notas del móvil un par de conceptos que me gustaría tratar en mi artículo. Acto seguido, voy a la galería y pincho sobre la fotografía que yo misma le hice a mi lista hace un par de tardes.

Después de lo de esta tarde, ya podíamos decir que Noah había cumplido casi un veinticinco por ciento de la lista. Acababa de tachar el número tres, lo que nos deja con cuatro apartados cumplidos en total. Es un detalle que no debo pasar por alto. Sobre todo porque cada vez falta menos para que cumpla una decena y la regla número dos deje de estar vigente.

Ojalá pudiera dejar de preguntarme qué pasará entonces.

—Eh, estás muy callada. ¿Va todo bien?

La voz de Noah llega a mis oídos mientras siento cómo toma asiento a mi lado. Me encojo de hombros.

—Sí. Solo estaba pensando en lo incomestible que probablemente sea lo que acabamos de cocinar.

Escucho cómo sonríe.

—Deberíamos haber tenido en cuenta las sugerencias de Tom.

—¿Pizza con esponjitas de azúcar? ¿Estás loco? Le habría dado una indigestión.

—Bueno, pero habría sido divertido.

—Eres un hermano horrible.

—Solo estaba bromeando. —Me da un suave golpe en el hombro y yo esbozo una sonrisa burlona. Entonces, Noah empieza a palparse los vaqueros—. Por cierto, tengo algo para ti.

Observo de reojo cómo se saca un papel del bolsillo, lo desdobla y lo pone sobre la mesa. En cuanto veo la distribución de las oraciones, me percato de que es una lista y temo que sea la mía; pero pronto descubro que no es así. Frunzo el ceño mientras la cojo para verla más de cerca.

Organizados en unas veinte líneas, hay más de una decena de nombres que sé que pertenecen a alumnos del instituto. Al lado de cada apellido, Noah ha escrito en color rojo a qué se dedican en su tiempo libre. Desde hobbies a pasiones un poco más desarrolladas: todo está allí.

Los nervios me oprimen el estómago. Es una lista de gente con talento.

—Supuse que te vendría bien tenerla —me explica, y yo aparto la mirada de la hoja para inspeccionar sus irises oscuros—. Sé que has llegado nueva al instituto este año. Seguro que no conoces mucha gente y que encontrar a nuevos candidatos para escribir tus artículos te resulta difícil. He apuntado ahí a todos los que yo conozco. Si quieres escribir sobre alguno de ellos, solo dímelo. Puedo presentártelos. No hay ningún problema, de verdad.

No sé qué decir. Pienso en el tiempo que Noah ha invertido en esto que, aunque haya sido poco, sigue valiéndome oro; y me fijo en la forma que tiene de sonreírme mientras espero a que me responda. Lo único que me sale es darle las gracias, pero retengo ese impulso.

En su lugar, simplemente sacudo la cabeza y le pregunto:

—¿Por qué haces esto?

—Ya te lo he dicho. Pensé que te sería de ayuda —responde, frunciendo el ceño.

—En mi lista no hay ningún punto que pida que te intereses por mis cosas. No tienes que fingir que lo haces.

Él niega con la cabeza.

—No estoy fingiendo.

Parece estar siendo sincero, y me sorprende darme cuenta de lo fácil que me resulta creerme lo que dice. Curvo los labios hacia arriba para darle las gracias mientras acaricio la hoja de papel con los dedos. Cada día que pasa, tengo más claro que voy a enfocar la exclusiva de manera correcta.

El pitido del horno interrumpe nuestro contacto visual. El chico bailarín se levanta a toda prisa para ir a apagarlo, y yo empiezo a recoger mis cosas porque creo que ha llegado el momento de irse a casa. Decido esperar a que Noah termine de servir la pizza, pues no me gustaría marcharme sin despedirme. Sin embargo, cuando el chico se da la vuelta y ve lo que pretendo, de sus labios no sale una despedida.

En vez de eso, me dice:

—¿Por qué no te quedas? —Señala la comida con la cabeza—. No tengo nadie con quien compartirla.

—Eso no da para que comamos los tres —respondo, refiriéndome a su hermano.

Debo de haber dicho exactamente lo que él quería que dijese. Forzando una sonrisa algo tímida, Noah se encoge de hombros.

—Tom cenó mucho antes de que vinieras.

—Creía que estábamos cocinando para él.

—Bueno, quizás se me olvidó mencionar que no era así.

¿Por qué estoy sonriendo?

—Debería darte vergüenza, Carter —bromeo. Entre tanto, vuelvo a sentarme frente a la barra—. Me has engañado vilmente para que te cocine una pizza.

Él se echa a reír.

—Qué menos que ofrecerme a compartirla contigo.

Termina la frase colocando el plato frente a mis narices. Luego se sienta frente a mí y, pecando de maleducado, se apresura a elegir el trozo más grande.

Esa noche, me encierro en mi habitación en cuanto llego a casa. Después de ponerme el pijama, cojo mi ordenador portátil y me tumbo con él en la cama. Abro un archivo en el que hace semanas que no escribía: aquel en el que redacté la primera versión de mi artículo. Lo releo, y ahora sí que comparto la opinión del señor Miller: he aprendido tanto sobre Noah Carter estos últimos días que ya entiendo por qué pensaba que estaba incompleto. Que necesitaba una exclusiva.

Y ya la tengo.

Me paso buena parte de la madrugada tecleando hasta que me duelen los dedos. Plasmo en la pantalla todos los datos que he recogido durante esta última semana, y redacto las treinta razones por las que considero que Noah Carter es mucho más que el primo de nadie.

* * *

Por la mañana, me percato de los estragos que la falta de sueño ha provocado en mi rostro. Me miro al espejo nada más levantarme, y los círculos morados que hay bajo mis ojos son tan notorios que no me queda otra que resignarme a utilizar el corrector. No suelo usar maquillaje, pero lo haré si eso evita que todo el instituto se asuste de mi cara de muerta viviente.

Como todos los días, papá está en la cocina preparando el desayuno cuando termino de bajar las escaleras. Nos sentamos juntos a comer y hablamos de todo en general. Luego, nos vemos obligados a esperar a Jason porque últimamente insiste en venirse en el coche con nosotros. Antes solía irse caminando, en compañía de su mejor amigo; después de lo que le hizo, las cosas son diferentes.

Me paso las tres primeras horas del día buscando a Noah por todas partes. Recorro los pasillos, interrogo a sus amigos y le pido a Wesley que me avise si lo ve, pero no hay forma de encontrarle. Esto causa que mi ánimo decaiga, pues quería que él fuese la primera persona en leer el artículo que he escrito.

No obstante, la cuarta clase del día es literatura y, como sé que el profesor Miller no me hará caso si hablo con él en otro momento, me acerco cuando suena la campana y le tiendo el USB que contiene mi exclusiva.

—Estaba deseando leerlo —me confiesa, mientras conecta el dispositivo al ordenador. Aparta la mirada de la pantalla para fijarla en mí—. ¿Me ha traído lo que le pedí?

No dudo a la hora de asentir con la cabeza. Entonces, una vez que nos hemos quedado a solas en la clase, el profesor abre el archivo y empieza a leerlo en voz alta. Una sonrisa va haciéndose presente en su rostro a medida que avanza por las líneas que redacté ayer de madrugada. En cuanto llega al final, se vuelve hacia mí y yo rezo porque su opinión no sea tan destructiva como la última que me dio.

Para mi suerte, no es así. El profesor Miller me dice que le ha gustado mi exclusiva. Que es suficiente y, haciéndome sentir cómo el estómago me estalla por los nervios, me avisa de que mañana será publicada en la versión digital del periódico.

Primero tiene que pasar por una serie de correcciones, por lo que me aconseje que no cante victoria con tanta rapidez. Sin embargo, tras abandonar el despacho, cuando me encuentro a Kira esperándome en el pasillo, tengo tanta energía corriéndome por las venas que tengo que retener las ganas de ponerme a saltar.

—Pareces contenta —me dice, rodeando su gran carpeta de alumna ayudante con los brazos. Empieza a canturrear—: Algo me dice que esta periodista ya tiene un puesto en el periódico. —Se acerca para abrazarme y finge secarse una lágrima—. Ay, mi pequeña Bambi. Qué rápido crecen los cervatillos como tú.

Me río al recordar por qué me puso ese apodo, aunque cambio de tema de inmediato. Valoro muchísimo que Kira se alegre por mí, pero hay otra persona con la que me gustaría celebrar este logro.

—¿Has visto a Noah? Llevo buscándole todo el día —inquiero, sin dejar de sonreír—. Le pregunté a Scott por él esta mañana, pero me dijo que no sabía dónde estaba. Quiero que lea el artículo antes de que se publique. Es que, bueno, trata sobre él y...

—Le he visto —me interrumpe Kira—. Pero no deberías ir a hablar con él ahora.

—¿Qué? ¿Por qué?

Mi amiga me agarra del brazo e intenta arrastrarme hasta nuestra próxima clase, ahorrándose así el contestar. No me muevo.

Ella empieza a morderse el labio con mucha fuerza.

—Kira —insisto—. ¿A qué diablos viene todo esto?

—Ha vuelto con su novia —me informa. Luego, como si con eso no bastase, agrega—: Sarah y él vuelven a estar juntos. Scott dice que los ha visto hablando esta mañana en el pasillo. Están saliendo otra vez.

3. Cocine conmigo (algo sencillo: como un sándwich, por ejemplo, porque es lo único que sé hacer).

• ────── ✾ ────── •  

P. D. ¿Qué creéis que hará Abril en el siguiente capítulo? 

¿Pensáis que siente algo por Noah y que, por tanto, se entristecerá; o que el chico bailarín sigue siendo una molestia para ella?

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