Mi conquista tiene una lista...

By InmaaRv

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Durante mis diecisiete años de vida, me han roto el corazón muchas veces. Por eso hace un par de años decidí... More

Prólogo
La lista
1 | Crónicas de un sujetador extraviado.
3 | Último día de vacaciones.
4 | Algo que oscila es un oscilador.
5 | Una llamada desastrosa.
6 | No te mueras todavía.
7 | Alevosía hogareña.
8 | Consecuencias.
9 | Pídeme una cita.
10 | Tienes un concepto de cita horrible.
11 | Me llaman Rabia.
12 | De vuelta a casa.
13 | Persiguiendo una exclusiva.
14 | Fin del trato.
15 | Verdaderas intenciones.
16 | El arte de ser predecible.
17 | Una cita de verdad.
18 | Un puñado de ilusiones.
19 | Rompiendo las barreras.
20 | Hacernos felices.
21 | Feliz cumpleaños.
22 | Confesiones nocturnas.
23 | La habitación de Noah Carter.
24 | Contando mentiras.
25 | Ex mejores amigos.
26 | Música, maestro.
27 | Aterrizaje forzoso.
28 | Tienes mucho que perder.
29 | Volver a casa.
30 | Rompiendo las reglas.
31 | Con los pies en el suelo.
Epílogo
Extra | 1
Extra | 2

2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.

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By InmaaRv

2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.


—Uno, dos, tres, cuatro, cinco... —Me detengo de repente y me giro—. Seis.

Trago saliva porque sé que acabo de dar con ella. Estoy frente a la sexta vivienda, empezando a contar desde la derecha, de la calle que hay detrás de la nuestra. Si mis cálculos no fallan, esta es la casa cuyo patio limita con el de Rose. De modo que lo único que me separa ahora mismo de mi sujetador extraviado son un par de escalones, una pared de hormigón y mis adorables nuevos vecinos. Los Carter.

Ni siquiera los conozco y ya estoy prejuzgándolos, lo sé. El problema es que Jason ha dicho que es una familia bastante desagradable, cosa que me cuesta no creer. Seguro que Rose le ha dado otro billete de veinte por hablarme acerca de lo horribles que son. ¿Qué razones podría tener para mentir?

Suspiro. Sea como sea, tengo que enfrentarme a ellos si quiero recuperar mi apreciado sostén. Solo espero que haya alguien más en la casa aparte del chico bailarín, porque sería muy vergonzoso explicarle a él cómo ha acabado mi sujetador en su patio. Si es un poco egocéntrico, a lo mejor incluso piensa que se lo he tirado, en un apasionado intento de llamar su atención.

Dios mío, eso sería terrible.

Soy enamoradiza, lo admito. ¡Pero no tanto!

Me muerdo el interior de la mejilla mientras le echo un rápido vistazo a la casa. Estoy intentando autoconvencerme de que lo que estoy a punto de hacer no se sale de lo normal, pero me cuesta creérmelo. Quiero decir, a los vecinos se les caen cosas todo el tiempo. Pero no es lo mismo ir a pedir un sostén mojado, con un estampado de dibujitos, que una camiseta o un pantalón.

Desde luego que no. Sobre todo si él es quien me abre la puerta.

Pese a que todas las neuronas que me quedan en el cerebro me instan a volver atrás, dejo que mi cuerpo actúe por sí solo y subo de dos en dos las escaleras del porche. Cuando quiero darme cuenta, estoy frente a la puerta. Mi respiración empieza a descontrolarse. Tengo la sensación de que esto es muy mala idea.

No obstante, no puedo echarme atrás ahora. Necesito recuperar mi sujetador.

Por lo que, tras rogarle al cielo que me mande un poco de buena suerte, me inclino para tocar el timbre. De inmediato, una suave melodía navideña llega a mis oídos. Me parecería adorable de no ser porque estamos en Septiembre, faltan varios meses para Navidad y el corazón me late tan rápido que creo que podría salírseme del pecho y atravesar la puerta de la vivienda.

Cierro con fuerza los ojos cuando el pomo empieza a girarse. Siento la necesidad de salir corriendo. ¿Quién me ha mandado a mí a venir hasta aquí?

Podría haber encontrado otra solución.

¡Seguro que había otra solución!

La puerta se abre.

—¿Quién eres tú?

Pego un respingo. Esperando encontrarme con el chico bailarín, levanto uno de los párpados. Sin embargo, la persona que hay al otro lado del umbral no es él.

Sino un niño.

El alivio que siento es inmediato. A primera vista, no parece tener más de seis años. Lleva un colador amarillo en la cabeza y me observa con el ceño fruncido. Pese a que intento decir algo, las palabras se me quedan atascadas en la garganta. Lo único que quiero ahora mismo es ponerme a saltar de la alegría. Todavía estoy asimilando el hecho de que —por primera vez en años— alguien ahí arriba ha escuchado mis plegarias y me ha mandado algo de buena suerte.

—¿Quién eres? —repite el niño.

Volver a escuchar su voz consigue sacarme del estado de shock en el que estaba sumiéndome. Algo se enciende en mi cabeza, y rápidamente pienso en que seguramente el chico bailarín sigue dentro de la casa. Que no haya venido a abrirme la puerta no significa que no se le pueda ocurrir pasar por aquí en cualquier momento.

Debería acabar con esto cuando antes, porque lo último que me gustaría ahora mismo es tener que encontrarme con él.

—Me...me llamo Abril. Soy tu nueva vecina. Vivo al otro lado de la calle —le respondo al niño, tratando de sonar tan dulce como puedo. Él se limita a observarme—. He venido porque necesito ayuda. Resulta que se me ha caído una... cosa, ahí, en tu patio. Es muy especial para mí y necesito recuperarlo. ¿Qué te parece si me dejas ir a por ella? Te prometo que solo tardaré un par de minutos.

A pesar de que termino la frase esbozando una sonrisa de oreja a oreja, por dentro estoy muriéndome de nervios porque necesito oír ya cuál es su respuesta.

Pero el niño cambia bruscamente de tema.

—No sabía que teníamos nuevos vecinos —murmura. Luego, me pregunta—: ¿Es una pelota?

Enarco las cejas.

—¿Qué?

—Lo que se te ha caído —vuelve a decir. El interés es notorio en su voz—. ¿Es una pelota?

La ansiedad me revuelve el estómago. ¿Qué digo ahora?

—No exactamente —dudo a la hora de continuar—: Es más bien... Un guarda-pelotas. Sí, eso. ¿Puedo entrar a por él, por favor?

De inmediato, me felicito mentalmente por haber sido tan ingeniosa. Debo admitir que he definido bastante bien el término.

No obstante, el pequeño no debe de estar muy conforme con mi respuesta, porque tiene cara de estar a punto de decirme que no. El problema es que yo he venido a recuperar lo que es mío, y no pienso dejar que un niño se interponga en mi camino. Antes de que le dé tiempo a responder, doy un paso adelante. Estoy a punto de cruzar el umbral, cuando el pequeño me cierra la puerta en la cara.

Por suerte, los pocos reflejos que tengo me salvan esta vez. Evito velozmente que la madera me ropa la nariz, e introduzco el pie entremedio para impedir que él eche el cerrojo.

—Lo siento, pero mi madre dice que no puedo dejar entrar a extraños en casa —dice, como si acabase de entrar en modo piloto automático.

—Pero yo soy tu vecina —discrepo, mostrándome tan amable como puedo.

—Eso es mentira. Nunca antes te había visto. ¡Eres una extraña! Y quieres entrar en mi casa. Vas a robar mis juguetes. Vete ahora mismo o llamaré a mi hermano mayor. —Su amenaza consigue ponerme los pelos de punta. Como para reafirmar lo que acaba de decir, se da la vuelta y grita—: ¡Noah, una extraña quiere robar mis juguetes!

El corazón me da un vuelco. Creo que sé a quién está llamando, y no me gusta en absoluto. Tengo que solucionar esto. Ya de ya.

—Vale, vale —digo rápidamente. Luego, me agacho para quedar a su altura y le toco el brazo. El niño se vuelve hacia mí—. ¿Cómo te llamas?

Frunce el ceño, desconfiando. Pero responde de todas formas.

—Tom.

—Está bien, Tom. —Interiormente, cruzo los dedos porque necesito que acepte mi próxima propuesta—. Hagamos un trato. Entras tú, vas a por mi guarda-pelotas y me lo traes. Mientras tanto, yo te esperaré aquí. Fuera de tu casa. Lejos de tus juguetes. Y todos felices. ¿Qué te parece?

Lo primero que pienso en cuanto le veo abrir la boca es que está a punto de volver a gritar. Por suerte, no lo hace. En su lugar, se limita a juntar las cejas, como si estuviese replanteándose mis palabras.

—¿Es un guarda-pelotas, dices? —me pregunta. Yo asiento con la cabeza.

—Así es.

El niño se cruza de brazos. Algo en su postura me dice que las cosas están a punto de empezar a irme mal.

—Entonces, lo siento, pero me lo quedo.

Enarco las cejas. ¿Cómo, cómo, cómo?

—¿Disculpa?

—Ha caído en mi patio, así que ahora es mío. Lo siento. Además, justo necesitaba uno.

Vuelve a intentar cerrarme la puerta en la cara, pero utilizo el pie para evitarlo. No puedo creerme que me esté diciendo esto.

—¡Pero no puedes usarlo! —replico a toda prisa—. Es un juguete de... niña.

Tom junta las cejas. Son oscuras, como su cabello, que le tapa casi toda la frente.

—Mi madre dice que no hay juguetes de niños y de niñas. Son todos para todos.

Maldigo entre dientes. Ha tenido que tocarme una familia moderna.

—¿Y no te ha dicho tu madre que no está bien quedarse con cosas que no son tuyas?

Debo de haber formulado la pregunta correcta, ya que consigo dejarle sin palabras. Observo con el corazón en un puño cómo se lleva una mano a la barbilla, pensativo. Necesito que deje de discutir y me haga caso de una maldita vez. Tengo que recuperar mi sostén antes de que su hermano mayor venga a preguntar qué está pasando.

—Está bien —responde, aunque se ve que le cuesta ceder ante lo que le pido—. Iré yo, pero voy a cerrar la puerta —añade, amenazante.

La felicidad que siento en ese momento no es poca. Sin embargo, prefiero tragármela y dejar las celebraciones para luego, cuando haya recuperado lo que es mío.

Levanto las manos por encima de la cabeza, para darle a entender que estoy de acuerdo.

—Cómo quieras.

—Ahora vuelvo.

Dicho esto, Tom consigue —por fin— cerrar la puerta. A continuación, le escucho corretear hasta el fondo de la casa. Soy lo suficientemente desconfiada como para creer que, en realidad, todo ha sido una farsa y no piensa devolverme mi sujetador. Solo espero que, cuando lo vea, se dé cuenta de lo que es realmente y no tenga tanto interés en quedarse con mi guarda-pelotas.

Si no, estaré perdida.

Por suerte, el niño tarda poco el volver. La puerta se abre de pronto, dejándome ver el rostro contrariado del pequeño de los Carter. Está tapándose la nariz con una mano, mientras sujeta algo brillante con la otra. Frunzo el ceño al darme cuenta de que ese algo es un tenedor, en cuyas púas alguien ha atado las tirantas de mi sostén.

—¡Esto no es un guarda-pelotas! —exclama entonces, sosteniendo el artilugio lejos de su rostro. Es como si le diese asco tocarlo.

Sé que no debería reírme, pero la situación me parece tan ridícula que me resulta imposible retener una carcajada. Me tapo la boca con la mano para que no vea que estoy mofándome a su costa. Por suerte, Tom únicamente le presta atención a la prenda.

—¡Es un sujetador! —chilla. Luego, me lo tiende. Está repugnado—. Toma. ¡Qué asco! Encima está mojado. ¿Las chicas sudáis por las...?

Abro mucho los ojos y le arrebato el sostén antes de que pueda terminar la pregunta. No voy a dar explicaciones sobre la intimidad del sexo femenino. Menos aún a un niño de seis años.

—Esto es lo que estaba buscando —expreso. El alivio es palpable en mi voz—. Muchas gracias por todo. Espero que...

Pero no puedo terminar la frase. De repente, una voz masculina hace eco en el interior de la casa.

—¿Estás hablando con alguien, Tom?

Inmediatamente, siento cómo todo mi cuerpo se paraliza. El corazón empieza a latirme muy rápido, hasta el punto de que empiezo a creer que estoy a punto de sufrir un ataque. Maldigo sin parar. Ya decía yo que las cosas estaban saliéndome demasiado bien.

¿Desde cuándo me salen a mí las cosas bien?

—¿Qué haces aquí solo?

Antes de que me dé tiempo a reaccionar, la puerta se abre del todo y un nuevo Carter asoma la cabeza.

Se trata de un chico joven, alto y delgado. Va vestido con ropa de calle y su camiseta está algo arrugada, como si se la hubiese puesto a toda prisa. Un puñado de mechones de pelo rebeldes le cae por la frente. Tiene el pelo oscuro, como su hermano pequeño, al que mira con un leve intento de sonrisa en los labios.

Tengo un sexto sentido para estas cosas. Es por ello que no me hace falta verle la cara para saber que es él. Es el chico al que vi bailar desde mi ventana.

Después de esto, tengo algo claro: ¡maldita sea la miopía! Desde luego, ella ha sido la culpable de que no me haya dado cuenta antes de lo guapo que es. Ahora que le veo de cerca, estoy replanteándome seriamente si volver a lanzarle mi sujetador. No sé qué habrá hecho este chico para ser bendecido de esta manera, pero debería encontrar a alguien con quien reproducirse cuando antes. No vaya ser que se pierdan esos majestuosos genes.

¿Cómo ha dicho Tom que se llamaba?

Sea como sea, confío en que un mundo lleno de pequeños él sería como el paraíso. Corrijo: sería incluso mejor que el paraíso...

Sacudo la cabeza. ¿En qué narices estoy pensando?

—Estaba hablando con nuestra nueva vecina, Noah.

La voz del niño suena lejana en mi cabeza. Sin embargo, consigue traerme de vuelta a la realidad. Es entonces cuando me doy cuenta de que el chico me está mirando.

Cuando sus ojos marrones conectan con los míos, llenos de sorpresa, me doy cuenta de que su rostro tiene algo que me resulta extrañamente familiar. No obstante, esto pasa a segundo plano en cuanto me percato de que está dándome un repaso. Durante un momento, la emoción que siento es tanta que se me olvida que estoy hecha un auténtico desastre. Sigo llevando mi sudadera llena de agujeros y tengo el pelo aplastado por la humedad, pero no me importa.

Sin embargo, pronto su vista se desvía hacia lo que sostengo en mi mano derecha. Ahí es cuando me atacan los nervios.

Tan rápido como puedo, me escondo el sujetador tras la espalda y le tiendo la mano que me sobra.

—Soy Abril Lee —digo—. La nueva vecina.

Esbozo una sonrisa nerviosa mientras espero a que responda. Él abre la boca, como si quisiera decir algo, pero acaba cerrándola y guardando silencio. Ni siquiera me estrecha la mano. Enserio mi rostro, muerta de la vergüenza, antes de bajar el brazo.

No sé si debería pensar que es un idiota o agacharme a recoger mi dignidad. Tratando de disimular mis nervios, carraspeo y me vuelvo hacia Tom. Él es quien se encarga de romper el silencio.

—Preséntate, Noah —exclama. Como su hermano no le hace caso, decide volverse hacia mí y añadir—: Él es Noah. Está siendo un maleducado contigo, pero no se lo tengas en cuenta. Es un tonto —me dice, antes de girarse hacia su hermano—. Abril es una chica muy buena, Noah. Me está enseñando cosas nuevas sobre el mundo. ¿Sabías que las niñas sudan por...?

Ay, Dios mío.

Esas ocho palabras juntas son igual a pánico en mi cabeza. No quiero estar delante cuando Tom las pronuncie, menos aún si es frente a este chico. En un acto reflejo, retrocedo hasta que mis talones rozan el borde del primer escalón del porche. Noah nunca llega a averiguar por dónde sudan las niñas, o al menos no en mi presencia, porque echo a correr antes de que a Tom le dé tiempo a pronunciar la última palabra.

Cuando llego a la casa número 32, subo rápidamente las escaleras de la entrada y me desplomo frente a la puerta. Me falta el aire, pero algo me dice que no se debe solo a la carrera. Mientras trato de tranquilizarme, clavo la mirada en mi apreciado sujetador y en el cubierto que —sin querer— acabo de robarle a los Carter.

Creo que nunca volveré a mirar a los tenedores de la misma manera.


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