Mi conquista tiene una lista...

By InmaaRv

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Durante mis diecisiete años de vida, me han roto el corazón muchas veces. Por eso hace un par de años decidí... More

Prólogo
La lista
2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.
3 | Último día de vacaciones.
4 | Algo que oscila es un oscilador.
5 | Una llamada desastrosa.
6 | No te mueras todavía.
7 | Alevosía hogareña.
8 | Consecuencias.
9 | Pídeme una cita.
10 | Tienes un concepto de cita horrible.
11 | Me llaman Rabia.
12 | De vuelta a casa.
13 | Persiguiendo una exclusiva.
14 | Fin del trato.
15 | Verdaderas intenciones.
16 | El arte de ser predecible.
17 | Una cita de verdad.
18 | Un puñado de ilusiones.
19 | Rompiendo las barreras.
20 | Hacernos felices.
21 | Feliz cumpleaños.
22 | Confesiones nocturnas.
23 | La habitación de Noah Carter.
24 | Contando mentiras.
25 | Ex mejores amigos.
26 | Música, maestro.
27 | Aterrizaje forzoso.
28 | Tienes mucho que perder.
29 | Volver a casa.
30 | Rompiendo las reglas.
31 | Con los pies en el suelo.
Epílogo
Extra | 1
Extra | 2

1 | Crónicas de un sujetador extraviado.

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By InmaaRv

¿Nuevo lector/a? ♥


1 | Crónicas de un sujetador extraviado.


—Avenida Hefferson, número 32. —El conductor del vehículo me dirige una agradable mirada a través del espejo retrovisor—. Es aquí, señorita.

Trago saliva y asiento con la cabeza, pese a que ya sabía que acabamos de llegar a nuestro destino. Hemos aparcado justo delante de un edificio alto y elegante, tirando a lujoso; que ha resultado ser el mismo que aparece en las fotografías que la nueva prometida de papá sube a sus redes sociales. Lo sé porque me he pasado horas revisando su Facebook a escondidas, como una agente del FBI, durante estos últimos días.

—Gracias —respondo, mientras abro la puerta del vehículo.

El hombre me regala una sonrisa. Tras devolvérsela, salgo del coche y lo rodeo para ir a sacar mis cosas. Puede parecer que traigo poco equipaje, pero eso es porque he intentado concentrar todo lo importante en esta pequeña maleta. Supongo que tendré que ir trayendo con papá el resto de mis pertenencias durante lo que queda de semana.

Una vez que he terminado, cierro el maletero. El taxista espera hasta que le digo adiós con la mano para marcharse. Con el corazón latiéndome a mil por hora, observo cómo conduce hasta perderse al final de la calle.

Estoy nerviosa. Muy nerviosa.

Pero sé que tengo que calmarme, porque ya no hay forma de echarse atrás.

—Vamos, Abril —me susurro, apretando con fuerza el mango de la maleta entre mis dedos—. Puedes con esto.

Luego, me giro hacia el edificio.

Basta con fijarse en la altura que tiene para comprobar que papá no mintió cuando me dijo que la familia de Rose está muy adinerada. Se trata de una vivienda refinada, de tres pisos de alto, que tiene las paredes exteriores pintadas de un color oscuro. Está lleno de ventanas y la puerta principal se alarga hasta el tejado. Para llegar hasta ella, es necesario subir tres escalones peliagudos, llenos de macetas con flores.

Trago saliva. Es un sitio bonito, pero me genera un irrefutable rechazo. No quiero llegar ahí arriba y enfrentarme a lo que me espera, de verdad que no.

Sin embargo, ya no me queda otra opción. Le prometí a papá que haría esto y no quiero decepcionarle. Así que dejo que mis piernas tomen el control, subo hasta el porche y me detengo a escasos centímetros del pomo. Una vez allí, me doy cuenta de que estoy temblando. Seguro que esto es una mala idea.

Maldigo mentalmente. ¡Ojalá nunca hubiese accedido a hacer esto!

Por desgracia, ya es demasiado tarde para ponerme a pensar en estas cosas. Antes de que me dé tiempo a echarme atrás, toco el timbre. La puerta se abre un par de segundos más tarde.

—Vaya, vaya. Pero si es Abril.

Me basta con escuchar su voz para que mi rostro se transforme en una mueca de disgusto. Mi mala suerte ha vuelto, para variar. ¿Por qué diablos no ha podido venir Rose a recibirme?

—Jason —pronuncio, tratando de sonar lo más seca posible.

Ante mi desgana, el crío esboza una sonrisa burlona. Está mofándose a mi costa, como de costumbre. Cuando doy un paso atrás, él abre la puerta del todo y se apoya contra ella. Se cruza de brazos. Tiene ese aire tan chulesco que caracteriza a todos los chicos de su edad, y va vestido con una chaqueta de cuero y unos vaqueros ajustados. Cuando abre la boca para seguir hablando, me doy cuenta de que se ha hecho un piercing en la lengua.

Retengo las ganas de rodar los ojos. Seguramente se cree un chico malo o algo por el estilo.

Desde luego, qué vergüenza de persona.

—¿Qué haces aquí? ¿Acaso te has escapado del zoológico? —me pregunta entonces.

Pese a que me entran ganas de responder a su ataque, consigo resistirlas. Tratando de hacer oídos sordos, le aparto de un empujón para entrar en la casa. Cuando paso por su lado, Jason patea suavemente mi maleta y casi provoca que esta se vuelque hacia la derecha. Aprieto los puños.

El hijo de Rose tiene dieciséis años, solo uno menos que yo, y supongo que por eso se le da tan bien sacarme de quicio.  Cuando nuestros padres empezaron a salir, me hizo sitio en su lista de enemigos acérrimos. Ha estado intentando hacerme la vida imposible desde entonces. Por suerte, hace tiempo me di cuenta de que no es más que un pobre niñato necesitado de atención y que lo mejor que puedo hacer para tratar con él es ignorarle.

—¿Dónde está Rose?

No se lo pregunto porque me interese saberlo, sino porque quiero que se dé cuenta de que no me ha importado en absoluto nada de lo que me ha dicho antes. No obstante, hoy debe de haberse levantado con más ganas de molestar que de costumbre, ya que añade:

—¿Sabes qué? Cuando mamá me dijo que tenía pensado adoptar una mascota, le dije que me parecía una buena idea. —A continuación, me mira de arriba abajo—. Claro que no sabía que tenía pensado adoptar a un mono.

Después de eso, no lo aguanto más. Mando a paseo todas las reglas que yo misma me he impuesto: estallo. Una bombilla de bajo consumo que llevaba mucho tiempo apagada se enciende de pronto dentro de mi cabeza, y suelto la respuesta más ingeniosa que se me ocurre.

—Te entiendo. ¿Para qué podría querer otro, teniendo a uno en casa? Debes de estar sintiéndote sustituido. Lo siento, Jase.

Al escucharme, el niñato frunce el ceño. Sé que no le ha gustado que conteste, porque siempre suelo quedarme callada y dejarle ganar, cosa que está empezando a cansarme. Aunque sospecho que lo que más le ha molestado ha sido el apodo que he utilizado para referirme a él. Pobrecito. ¿Habré herido su falso ego de chico malo?

El ambiente del recibidor es tan tenso que sospecho que podría desatarse la Tercera Guerra Mundial. Por suerte, una mujer joven aparece de repente y salva la situación. Tiene los labios pintados de rojo y el pelo, rubio como el oro, recogido en una coleta muy elegante. La identifico rápidamente como Rose, la prometida de papá.

—¡Abril, no sabía que habías llegado ya! —exclama, acercándose para darme un beso en cada mejilla. Yo fuerzo una sonrisa y dejo que lo haga—. ¿Cómo va todo? Tu padre me ha dicho que hoy trabaja horas extra. No llegará hasta esta tarde. Me alegro de que hayas querido seguir adelante con la mudanza, de todas formas. No queríamos retrasarlo más.

Termina la frase con una sonrisa, que me deja entrever que está diciendo la verdad. Se alegra mucho de que papá haya decidido pedirme que viniésemos a vivir aquí. Llevan saliendo más de un año, y supongo que cada vez su relación va más en serio.

Como no quiero ser maleducada, decido ignorar lo que siento por dentro y mentir.

—Estaba deseándolo, en realidad. —Luego, suelto una risita para que crea que estoy diciendo la verdad.

A mis espaldas, Jason bufa con desgana. Esto llama la atención de su madre, que le dirige una mirada de reojo.

—En fin, creo que va a ser mejor que vayas a instalarte. Mi hijo te enseñará el resto de la casa cuando hayas terminado —añade. Como no respondo, se vuelve hacia ese vergonzoso intento de chico malo—: ¿Puedes ayudar a Abril con su equipaje, cariño? Sé amable con ella y haz todo lo que te pida. Tenemos que tratar bien a nuestros nuevos inquilinos.

Dicho esto, la mujer me mira por última vez y se marcha. Está portándose muy bien conmigo, al igual que siempre. De no ser porque he visto como papá sonríe cuando está con ella, esto último llegaría a molestarme. Sobre todo hace unos meses, cuando todavía creía que era mi obligación odiar a Rose solo porque iba a convertirse en mi madrastra.

Después de conocerla, sin embargo, me di cuenta de que es mucho mejor persona de lo que aparenta.

—Muévete.

Enarco las cejas ante la imperativa de Jason. Por desgracia, a él le falta mucho para llegar a ser tan amable como su madre. Es la definición de antipatía en persona.

A pesar de que quiero negarme, todo cambia cuando veo cómo agarra el mango de mi maleta y me dedica una mirada despectiva antes de dirigirse al segundo piso. Prácticamente corro tras él, temiendo por el bien de mis bienes personales. Cuando llego arriba, casi asfixiándome, me sorprendo al ver que mi maleta sigue intacta.

Conociéndole, me parece raro que no se le haya ocurrido tirarla escaleras abajo.

Yo lo habría hecho si fuese al revés.

—Última habitación, a la derecha —me informa, tendiéndome el mango de mi maleta. Luego, se limpia las manos en la camiseta, como si le diese asco haber tocado algo mío—. No te acostumbres a esto. Solo te he hecho el favor porque mamá va a darme un billete de veinte como recompensa. No entiendo cuál es la jodida razón por la que piensas que tienes derecho a vivir en esta casa, pero si crees que voy a dejarte tranquila, estás muy equivocada —agrega con firmeza—. Ándate con cuidado, Abril.

Después, se marcha. Analizo sus palabras mientras veo cómo se aleja por el pasillo. ¿Acaso ese ridículo intento de chico malo acaba de amenazarme?

Sacudo la cabeza para alejar todo eso de mi mente. Sea como sea, me faltan tiempo y ganas para pensar en ello. Como no quiero seguir prestándole atención, sigo sus indicaciones y recorro el pasillo hasta llegar a mi nuevo dormitorio.

No me doy cuenta de lo grande que es hasta que estoy dentro. Cuando termino de arrastrar mi maleta hasta el interior, me detengo un segundo para admirar lo que me rodea. La habitación está decorada de manera sencilla, por lo que no hay más muebles de los necesarios. Distingo una cama, un escritorio, un armario, un par de estanterías...

Abro mucho los ojos cuando noto que hay una puerta en la parte derecha del cuarto. ¿Eso es un baño?

Muerta de curiosidad, cruzo el dormitorio a toda prisa para ver mejor qué es lo que hay allí. Casi me entran ganas de soltar un gritito de emoción cuando compruebo que, efectivamente, tengo baño propio. Por fin podré decir adiós a las constantes quejas de papá acerca de los doscientos productos de aseo que utilizo diariamente. ¡Esto es una maravilla!

Lo que más me llama la atención es la bañera. Al acercarme a ella, me doy cuenta de que las instalaciones de esta casa son muchísimo más modernas que las de la mía. Esta ducha tiene tantos chorros distintos que apuesto a que debe de ser una de esas de hidromasaje, aunque no estoy muy segura. Nunca antes había tenido la oportunidad de ver una.

La curiosidad vuelve a picarme cuando mi mirada cae sobre la pequeña pantalla táctil que viene incrustada en la pared de la ducha. El botón de encendido me atrae de tal manera que me es imposible no pulsarlo. Esto debe de activar algún jodido mecanismo ahí dentro porque, de repente, una música terriblemente estruendosa empieza a sonar por toda la habitación.

Y por toda la casa.

El dolor de oídos es inmediato. Atacada, empiezo a golpear la pantalla táctil para hacer que pare. No me gustaría que Rose subiera a reñirme por el escándalo que estoy montando. La adrenalina hace que me resulte imposible distinguir los botones. Es entonces, en el estúpido momento en el que uno de mis dedos cae sobre la parte inferior de la pantalla, cuando ocurre.

¿De quién diablos ha sido la idea de instalar un chorro de agua apuntándome a la cara?

La impresión hace que suelte un grito de sorpresa y corra a taparme la cara con las manos. No obstante, el agua sigue cayendo. Tratando de hacer que pare, tanteo la pared a ciegas en busca del dispositivo táctil. No sé cómo, acabo agarrando y tirando de la cortina. Lo siguiente que siento es cómo esta se desprende y me desploma sobre mi rostro.

Como no podía ser de otra manera, yo voy detrás. Acabo cayéndome de culo encima del plato de ducha.

—¡Joder!

Mis palabras quedan ahogadas bajo la música, que suena a todo volumen.

Además, el agua no deja de correr. Tan rápido como puedo, me pongo de pie y tapo el chorro con una mano. Mientras busco una manera de cerrarlo con la otra, me maldigo mentalmente por haber dicho una palabrota. También por ser tan torpe. Por tener tan malas ideas. Y por no dejar de maldecir, ya de paso.

Finalmente, consigo encontrar el botón que apaga la ducha. Suelto un suspiro de alivio cuando dejo de sentir la presión del agua golpeándome la palma de la mano. Sin embargo, mi celebración dura poco.

De inmediato, me recorre un escalofrío. Estoy empapada.

Retiro lo dicho hace unos minutos. ¡Odio tener baño propio!

De mala gana, salgo de la ducha y me dirijo de vuelta al dormitorio. Voy dejando un camino de gotas de agua que me prometo que recogeré después. Ahora mismo, mi única prioridad es encontrar algo de ropa seca que ponerme.

Casi tiritando, me arrodillo frente a mi maleta y la abro. Luego, rebusco en su interior hasta dar con una sudadera ancha llena de agujeros y unas mallas. No es lo que se dice un conjuntazo, pero tampoco es que me importe. No pienso salir de aquí en lo que queda de tarde, así que me da igual tener mal aspecto.

Esta noche, antes de la cena, volveré a ponerme la ropa que llevo ahora.

No obstante, pronto me topo con un pequeño problema. En cuanto meto la mano en el bolsillo superior para sacar mis prendas de ropa interior, me doy cuenta de que no he traído ningún sujetador.

Excepto el que tengo puesto. Que está empapado.

«Genial, lo que me faltaba».

Vuelvo a maldecir. Debo de haberlos metido en la otra maleta. Todavía no sé qué se me pudo pasar por la cabeza para cometer tan desfachatez. Papá y yo no iremos a por el resto de nuestras pertenencias hasta el domingo, que es su único día libre. ¿Cómo he podido olvidarme de traer algo tan importante?

Suspiro. Soy un auténtico desastre.

Mi sujetador está muy mojado como para seguir llevándolo puesto, así que decido quitármelo y dejarlo sobre el montón de ropa empapada que he reunido a mis pies. En cuanto termino de vestirme, reviso la habitación en busca de un lugar en donde tender todo esto.

Estoy a punto de colgar mi sostén del pomo de la puerta, cuando mi mirada recae sobre el balcón que hay al fondo del cuarto.

Sonrío, orgullosa, antes de coger el montón de ropa y salir al exterior. Una vez allí, me las arreglo para estirarla toda sobre la barandilla. Pongo el sujetador en una esquina, justo donde da el sol, porque es la prenda que antes necesito que se seque. No puedo bajar a cenar sin llevarlo puesto. Me sentiría... incómoda.

Cuando termino, me dispongo a volver dentro. Pero hay algo que me detiene.

De repente, el suave murmullo de una melodía llega a mis oídos.

Frunzo el ceño antes de darme la vuelta, en busca del origen de la música. Pronto, mi mirada recae sobre la casa de enfrente. Se trata de una vivienda parecida a la de Rose, pero llena de grandes ventanales. A través de los que hay en el primer piso, veo cómo un chico joven —que debe tener, más o menos, mi edad— danza al son de la canción que resuena por todo el vecindario.

Abro tanto la boca que casi se me cae la baba. Por suerte, él está tan concentrado en realizar bien el ejercicio que no nota que su nueva vecina está acosándole desde el balcón de enfrente. Inevitablemente, me fijo en que tiene la piel clara y los huesos de la espalda se le marcan a través de la camiseta. Además, cuando falla en uno de sus pasos, se pasa la mano por el pelo para revolvérselo y un puñado de mechones castaños le cae por la frente.

Suspiro. Tengo que mirar el lado bueno: vivir aquí va a ser una mierda, pero por lo menos tendré buenas vistas.

Me entretengo observándolo un rato más, hasta que me doy cuenta de que, si él mira por la ventana, podrá ver toda la ropa que he colgado en el balcón. Entre ella, mis prendas más íntimas. Invadida por la vergüenza, agarro la tiranta del sujetador para descolgarlo antes de que sea demasiado tarde.

Entonces, ocurre.

Todo se tuerce de pronto. La mala suerte que siempre me acompaña vuelve a aparecer, y una fortísima ráfaga de aire me hace soltar el sujetador. Lo siguiente que veo es cómo este sale despedido, vuela hasta el patio de enfrente y aterriza delante de la ventana del chico bailarín.

Delante de su ventana.

Aterriza delante de su jodida ventana.

Es instantáneo. En cuanto analizo lo que acaba de pasar, el corazón empieza a latirme muy rápido. Suelto un jadeo antes de entrar a toda prisa en el dormitorio. Después, cierro la puerta del balcón y me apoyo contra ella. Trato de concentrarme en respirar. No quiero darme la vuelta porque prefiero no saber si él sigue a lo suyo o se ha dado cuenta de que el último sujetador que me queda acaba de... bueno, caer en su patio.

Mierda, mierda, mierda. Tres veces mierda. ¡Mierda!

Me digo que tengo que calmarme, que estoy entrando en pánico, y trato de centrarme en lo importante: tengo que arreglar esto. Todavía con los ojos cerrados, intento pensar en una solución. Pero no se me ocurre ninguna. ¿Cómo se supone que debe de actuar una en este tipo de situaciones? No existen tutoriales para esto. Ni siquiera en YouTube, y eso que allí hay tutoriales para todo.

Apuesto a que incluso había uno para aprender a utilizar una ducha de hidromasaje.

¡Dios, ojalá lo hubiese visto a tiempo!

Está bien, Abril. Tiene que haber otra forma de hacerlo. Piensa, joder. Pon a trabajar la única neurona que todavía te queda en la cabeza. ¡Haz algo!

Buscando una forma de arreglarlo, se me ocurre que quizá podría fingir que no ha pasado nada e ir a comprar otro sujetador, pero ya no queda dinero. Me lo he gastado todo en el taxi. Además, aunque lo tuviera, no serviría de nada. Estamos a las afueras y dudo que haya una tienda de ropa interior por aquí cerca.

Tal vez podría seguir prescindiendo de la prenda y utilizar ropa ancha para la cena de esta noche; el problema es que lo único que tengo así es esta sudadera, que está llena de agujeros. Además, tampoco puedo dejar ese sujetador allí de por vida. ¿Qué pasa si ese chico lo encuentra?

Dudo que piense que es de su madre, porque sería raro que ella también utilizase sujetadores con estampados de dibujos animados.

¡Malditas tiendas online de ropa interior! Prometo que no volveré a entrar en una en lo que me queda de vida.

Me llevo una mano al pecho para calmar mi ansiedad. Las últimas tres opciones que se me ocurren son demasiado disparatadas. La primera es pedirle a Rose que me preste uno de sus sostenes, cosa que no haría ni aunque estuviese verdaderamente desesperada. Más que ahora, incluso.

La segunda, es probar a saltar al patio de enfrente, coger lo que es mío y salir de allí sin que nadie lo note; pero es imposible. Perdería las piernas, la cadera, la nariz, las orejas y la dignidad. Esto último me importa más bien poco, porque ya la tengo por los suelos, pero sigo necesitando todo lo demás para vivir.

Mierda, mierda, mierda.

Solo queda una solución.

Y es una mala idea.

Muy, pero que muy mala idea.

Solo el hecho de pensar en ello ya me produce escalofríos, pero tampoco es como si me quedase otra alternativa. Antes de que me dé tiempo a echarme atrás, me siento en la cama y empiezo a calzarme las zapatillas. Si quiero recuperar mi queridísimo sostén, voy a tener que ser valiente. Dejaré a un lado la vergüenza, haré de tripas corazón e iré a pedirles a mis nuevos vecinos que hagan el favor de devolvérmelo.

Trago saliva antes de levantarme de la cama. Tengo que hacerlo. Es la única manera.

Estoy a punto de empezar a idear un plan para salir de casa sin que Rose y su hijo me vean cuando, de pronto, llaman a la puerta. Los nervios me revuelven el estómago mientras cruzo la habitación para ver quién hay al otro lado.

Hago una mueca al verlo. Es Jason.

—Mamá me ha dicho que... —De pronto, me mira y se queda callado—: ¿Por qué tienes el pelo mojado?

Abro la boca para responder, pero la cierro al notar que no está haciéndome caso. Los ojos del hijo de Rose se han perdido en el interior del dormitorio, que está hecho un desastre. Tengo ropa tirada por el suelo, la maleta abierta y el baño encharcado.

Cierro la puerta lo suficiente para que solo pueda ver mi rostro.

—Estaba duchándome —contesto, y sé que no es mentira. En cierto modo, ha ocurrido algo parecido a eso—. ¿Qué quieres?

Con esto, vuelvo a ganarme su atención.

—¿Tienes ratones en la maleta? —me pregunta, señalando con la cabeza mi sudadera agujereada—. Al final sí que va a ser cierto eso de que te has escapado del zoo.

—¿Qué quieres? —repito, e ignoro por completo la pulla que acaba de soltarme.

Mi insistencia provoca que se le borre la sonrisa de la cara y frunza el ceño. Parece que mi comportamiento le está pareciendo más extraño que de costumbre. No obstante, decide no hacer más preguntas.

—Mamá me ha dicho que te avise de que vamos a salir a comprar —me informa—. Nos faltan algunos ingredientes para la cena. Te quedas sola en casa. Tardaremos unos treinta minutos, más o menos. Tienes una llave en la puerta, por si acaso. —Entonces, agrega—: Aunque también puedes venir con nosotros, si quieres.

La forma en que lo dice me da a entender que la idea no le hace mucha gracia. Por suerte para él, a mí tampoco.

—No, no —me apresuro a responder—. Estaré bien. Gracias. Adiós.

Termino la frase cerrándole la puerta en la cara. Al menos, lo intento, ya que el niño empuja la superficie de madera para impedírmelo.

—Una cosa más.

—¿Sí?

La impaciencia es notoria en mi voz.

—Deberías tener cuidado con el volumen de la música, y también con colgar la ropa en el balcón. —En cuanto lo escucho, mis ojos se abren de par en par—. Mi madre me ha pedido que te avise de que viento es muy traicionero en esta zona. No querrás que se te caiga nada en el patio de los Carter. Son realmente insoportables.

Asiento rápidamente con la cabeza. Entre tanto, trato de retener las ganas de volver a cerrarle la puerta en la cara. Quiero hacerlo con mucha más fuerza que antes. Y darle en la nariz.

¡Podría habérmelo dicho antes!

—Lo tendré en cuenta...—Me aclaro la garganta—. Gracias.

—De nada. Mamá me dará veinte más por esto.

Dicho esto, Jason esboza una sonrisa hipócrita antes de marcharse. Por fin consigo cerrar la puerta y echar el pestillo. Me quedo unos minutos en silencio, hasta que escucho el motor de un coche arrancando y cómo Rose conduce hasta alejarse de la casa.

Entonces, el corazón vuelve a latirme a toda prisa.

Todo el mundo se ha ido. Estoy sola.

Es mi oportunidad.

Cojo aire y salgo del dormitorio. Ya lo he decidido. Voy a recuperar ese sujetador, cueste lo que cueste.

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