Malas Enseñanzas

Galing kay PaolaValentine_

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Se suponía que todo iba a ser sencillo. "Se suponía" Pero como siempre, todos mis planes eran una porquería... Higit pa

Sinopsis completa
Epígrafe
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24 |+18|
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36 (Maratón 1/4)
Capítulo 37 (Maratón 2/4)
Capítulo 38 (Maratón 3/4)
Capítulo 39 (Maratón 4/4)
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43 |+18|
Capítulo 44
Capítulo 45 |+18|
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49 |+18|
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 54
Nota importante que deben leer
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59

Capítulo 53

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Galing kay PaolaValentine_

Capítulo 53| Valentía

Gabriel y yo no hemos conversado desde que salimos del cuarto de mantenimiento. Y de eso habían pasado ya tres días. Las cosas que me dijo allí me mantuvieron en vela las dos siguientes noches y me mantenía aún si saber qué hacer.

Él expuso sus miedos, yo le mostré los míos.

Lo mejor sería sus ambos siguiéramos como estábamos, cada quien, por su lado, yo terminar mi primer año tranquila y olvidar que alguna vez nosotros hicimos ese trato. Sin embargo, no era fácil cuando lo que más quería en este momento era a ese hombre compartiendo conmigo.

"Eres importante para mí"

Las palabras que cambiaron todo para mí. Porque eran justo las mismas que yo quería escuchar. Lo que ansiaba tener en mi vida.

Dejé mis lúgubres pensamientos y pasé a la habitación del señor Antonio. Cuando entré me encontré con una escena familiar muy linda. Su nieto, llamado igual que su abuelo, y él estaban viendo fórmula uno por el televisor. Mientras que sus dos hijas estaban a su lado conversando y pendiente de ambos.

Él estaba teniendo una buena recuperación. Lo que me hacía sentirme por entero feliz.

—Buen día, señor Antonio. Me alegra verlo en tan buena compañía.

Todos me miraron y sonrieron. —Ragazza, qué bueno verle.

—El gustó es mío, se ve que está de buen ánimo está mañana.

—Me siento como un roble —revisé sus signos y anoté lo nuevo en la evolución. Realmente estaba bien—. No me alcanzará la vida para agradecerle lo que hizo, doctora Taylor.

Sentí que mi piel se ponía roja. Aún no me acostumbraba a los halagos, pero no podía negar la satisfacción que me daba escuchar esas palabras. No para subirme el ego, sino porque solo me alientan a seguir estudiando y ser mejor. Hace que todo el esfuerzo y las noches sin dormir valgan la pena.

—Es mi trabajo. Lo hago con amor.

Sus dos hijas me abrazaron cuando me despedí y me sentí bonito. Salí de su habitación y mi estado de ánimo bajó unos grados cuando casi me choqué con la hija del diablo.

Maldita sea.

—Doctora Whitman —dije con respeto, pese a que no lo sentía por ella.

—Te sientes muy grande, ¿No es así?

¿Ah? No entendía nada. Pero era complejo comprender a esta mujer, no porque fuese muy erudita, es que era complicado comprender tanta superficialidad.

—¿Disculpe?

—Todos hablan de lo heroica que es la doctora Taylor. Yo creo que solo es un acto de presunción de tu parte.

¿Ella estaba diciendo lo que estaba diciendo? ¿Así sin reírse? Definitivamente estaba loca. Ella sería la primera que haría algo así, sobretodo para restregármelo en la cara.

—No me proyecte en usted, doctora —respondí ya sin importarme nada. Estaba cansada de esta actitud de perra.

—Sigo siendo una adjunta y debes respetarme —ella se escudsría en eso porque no había respuesta. Al menos no una que deseara decirme.

—¿Por qué me odia? —yo decidí que tenía hoy un instinto suicida, porque preguntar eso solo conllevaría a una muerte temprana.

Ella se río, risa macabra y todo. —No te creas tan importante, Taylor. Solo soy alguien que tiene que bajarte los humos. Estás muy engrandecida.

Se fue y me dejó allí con la rabia rezumando en mi ser. ¿Engrandecida yo? Si yo soy la mata del nerviosismo y de los miedos por sentir que no sé lo suficiente. Estaba loca esta mujer. Interconsulta a psiquiatría era lo mejor que podía hacer por ella.

Me fui al ingreso y estaba llegando los paramédicos. Reconocí al tonto del otro día que apenas me vio sonrió como el que más. Yo me mantuve sería, no estaba interesada y la verdad es que no deseaba que él creyera que tenía oportunidad conmigo. Lo vi al otro día coqueteando con una enfermera, solo era un jugador.

—Mi doctora Taylor —puse los ojos en blanco—. Gracias por hacer mi día mejor.

—¿Qué trajiste? —pregunté.

—Amor por ti —puse los ojos en blanco.

—Hablo del paciente —mascullé.

—Eso —dio un vistazo rápido al señor en la camilla—. Paciente masculino de cincuenta años que lleva por nombre Beaker Roth, con enfermedad actual un CA de Pulmón estadio cuatro. Fuimos llamados por su hija por presentar disnea, disminución del estado de conciencia y náuseas.

—Pásalo al cubículo dos.

Ya ahí tomé mi linterna y comencé a revisar sus pupilas. Estaban normales y reactivas a la luz. Me calmaba un poco eso. —Señor Beaker, ¿Puede oírme?

—Sí —dijo débilmente.

—Hemograma completo, panel metabólico, electrolitos, perfil lipídico, troponinas—hice una prueba en su piel y me di cuenta de que estaba deshidratado—. Pásame su historia.

No vi nada que me indicara problemas cardíacos, y sus últimos exámenes no mostraba ninguna afección renal.

—Tómale la muestra y luego ponle una bolsa de salina —la enfermera asintió y yo seguí en lo mío.

Salí del cubículo porque había llegado la hora de mi descanso y vi que ahí estaba de nuevo el paramédico. Me armé de un valor inexistente y me encaminé hacia el stand de enfermeras.

—Avery, por favor. No me ignores.

—Mira, yo ahora solo estoy pendiente de mi trabajo —y de cierto hombre que no dejaba mis pensamientos pese a que estábamos alejados—. No estoy interesada.

—Una cita de amigos, creo que podríamos llevarnos bien

Amigos el ratón del queso. Solo me quería llevar a la cama y nada más. Tampoco es como si quisiera algo con él, mis pensamientos, sentimientos y lealtad seguían hacia esa persona prohibida.

Era increíble que pasé dos años sola y ahora aparecían pretendientes. Fantástico, nótese el sarcasmo.

—No, Brayden.

—Por favor, solo un día. Te prometo que te la pasarás bien.

—No.

—Avery, en serio...—no terminó porque fue interrumpido por una voz masculina que no estaba aquí hasta ahora.

—Creo haber escuchado que la doctora Taylor te dijo que no —maldita sea mi vida, ¿Por qué justamente tenía que aparecer él? ¿Gabriel no tenía nada que hacer? —A las mujeres no le interesa tanta insistencia. Dignidad hombre.

Mierda.

—Esto es entre la doctora Taylor y yo —devolvió Brayden.

Trágame tierra.

—Bueno, ella es mi residente y está bajo mi cargo. Y si veo que algo la perturba radica en la vida de los pacientes. No es juego la vida de ellos, como apareces tomártelo tu —bueno, él no iba a endulzar nada y fue letal. No creo que pueda ser peor—. Retírate antes de que impida que te dejen entrar a este hospital o a cualquier otro.

Si puede ser peor. ¿Qué jodida cosa acaba de pasar?

Brayden salió de ahí disparado como una flecha sin mirarme ni una vez, mientras que yo no sabía qué decir, ni cómo actuar. Este hombre venía y me sacaba de mis casillas, pero esto era otro nivel.

—Taylor.

Le di la espalda y seguí mi camino hasta el cubículo de mi paciente. Era demasiado py todavía no era las diez de la mañana.

Ahí estaban los resultados de los exámenes. Tenía una hipercalcemia. Coloqué tratamiento y pedí que lo monitorizaran.

—Taylor.

Estaba cansada de este tira y encoge. —Vamos a hablar.

Fui hasta su oficina y él cerró la puerta. Yo me crucé de brazos y lo miré de la forma más molesta posible. —¿Qué jodida cosa pasó allá afuera? —espeté.

—Es una molestia.

—No me interesa, él solo está jugando por la vida como lo joven que es, no merecía que lo trataras así.

—Es un niñato.

—Y tú estás como un perro meando a mi alrededor como si fuera tuya. No lo soy.

—Repítelo.

Maldito desgraciado. —No soy tuya.

—No lo recuerdo así, sobre todo cuando soy quien te folla mientras me dices que me perteneces —Joder—. O la forma en la que siempre estás dispuesta para mí. Tanto que estoy seguro de que si te toco ahora debes estar mojada por mí.

Maldita sea mi vida.

—Basta, no sigas —pero lo dije sin nada de convicción que estaba segura de que él sabía.

Dio un paso hacia mí y yo de manera automática di uno hacia atrás. Sin embargo, en vez de encontrarme con la puerta, lo hice con una pared.

—Tus ojos están dilatados, tu respiración es trabajosa y tus mejillas están tomando el color rosa irradiándose a tu cuello, el mismo color que tus pechos tienes cuando me deseas.

Él sabía leerme como a un libro y era obvio que lo deseaba, pero no podía seguir aquí debía ser más fuerte.

—¿Entonces si te toco te encontraré lista para mí?

Hijo de perra.

—Tanto que estás cerca de tu orgasmo. Por la manera en que cierras tus piernas, se nota cuánto me quieres en tu interior —una de sus manos se posó en la pared al lado de mi cara. Estábamos pegados casi que pecho con pecho.

Su mano libre recorrió mi brazo y todos los vellos de mi piel comenzaron a erizarse uno a uno a medida que me tocó la piel.

—Y que sin besarte, estás ansiosa por tenerme dentro de ti como yo lo estoy por encontrarme en tu interior.

A la mierda la conversación.

Lo atraje por el cuello y pegué su boca a la mía sin pensar en las consecuencias. Sus labios fueron rudos, demandantes con cada roce. Me aferré a él mientras me entregaba al placer que era su boca. A pecar un poco más contra el trabajo que tanto luché.

Su lengua encontró lugar en mi boca, acarició la mía en una lucha de voluntades. La presión que hacía era fuerte, era como si quisiera imprimirse en mi alma. Poseerme por completo, no había delicadeza, pero tampoco brutalidad. La manera en que Gabriel me besaba era distinta a cualquier otra boca, a cualquier otra persona que alguna vez me haya tocado.

Sentí que su mano descendió hasta el borde de mi pantalón y permití que siguiera, haló el cordón que lo mantenía en su sitio y quedó flojo para él, mi piel estaba enfebrecida y ansiaba su toque, no me importaba nada más.

Bajó el mismo y sentí que se acercó a mis bragas, metió las manos dentro y basculé contra él. Ni siquiera había tocado el sitio, pero como él ya sabía no faltaba demasiado para que mi cuerpo se liberara.

—Estás tan húmeda —dijo al separar su boca de la mía—. Apuesto que tu piel se ve perlada, lista para recibirme —debería darme algo por la manera sucia en que me hablaba, pero siendo honesta, no me importaba, me ponía aún más escucharlo de esa manera.

—Tócame, Gabriel.

—No debería —es que yo lo iba a matar—. No debería cuando me dijiste que no te hablara, que no te besara.

Sí, eso debería ser así, pero yo mandé a la mierda la dignidad. No había nada más que necesitara el roce de sus manos en donde yo lo ansiaba. No me importaba que estábamos a plena luz del día, en el hospital que ambos trabajábamos. Mandé a la mierda mi conciencia, esa que me decía que esto estaba mal.

—Pero yo tampoco puedo resistirme.

Se arrodilló y no creí que fuera posible hasta que me bajó las bragas. Su boca encontró un lugar en medio de mi intimidad y gemí bajo. —Si no quieres que todo el pasillo te oiga —dijo quitando su boca de mí.

Maldita sea.

Me abrió más las piernas y comenzó a probarme sin siquiera meditarlo. Su lengua rozó mi clítoris hinchado y lo atraje por su cabello más cerca de mí. Su lengua me tenía al borde de mi liberación, la manera en que me acariciaba dándome placer como solo él sabía hacerlo.

Tomó todo de mí no gemir, ni gritar como quería, mi cuerpo basculaba contra su boca y lo dejé que me comiera. Introdujo su lengua en medio de mis pliegues y la sensación de ser llenada luego de casi un mes sin tocarnos era demasiado. Creo que nunca se había sentido de esa manera.

Yo debería ser más fuerte, debería decirle que no, pero como siempre, mi raciocinio escapaba por la ventana cada vez que tenía a este hombre cerca. Yo solo me entregaba y mandaba al carajo todo lo demás que no fuera él.

Comenzó a acariciar mi nudo de nervios con su pulgar mientras que por otro lado seguía besando en medio de mis pliegues. Lágrimas escapaban de mis ojos, los músculos de mi vagina se contraían, estaba tan cerca y él lo sabía.

Con un último toque de su lengua, me corrí sollozando su nombre. No tenía ni fuerza para sostenerme y él lo hizo al subir para besarme en los labios. como siempre, quedaba drenada por completo cuando él me tomaba.

Al separar su boca de la mía, me miró. —¿Qué quieres hacer? ¿Piensas seguir enojada conmigo o puedes tenerme todas las noches de esta manera? solo te advierto que no juego limpio, voy a molestar a cualquier hombre que te desee que no sea yo, voy a joderle la vida porque nadie toca lo que es mío.

Jodida mierda.

—La elección es tuya, Avery. Pero haré todo lo que esté en mi poder para tenerte de vuelta.

Me subió las bragas y el pantalón, luego de ir al baño salió de su consultorio mientras que yo quedaba ahí, sin saber qué cosa acababa de pasar.

Me adentré en el mismo baño y miré mi rostro. Mis labios estaban hinchados, mis mejillas parecían como si me hubiese pasado de colorete y mis se veían brillosos. Casi parecía una borracha.

Me lavé la cara con agua fría esperando que esta hiciera su efecto, mientras intentaba también aclarar mi mente. Él me estaba dando a elegir, supuestamente, porque eso de que va a despedir cualquier hombre que se acerque a mí sonaba posesivo.

Y que Dios me perdonara, pero me encantó esa muestra de posesividad.

Solo que era difícil todo. Porque lo mejor es que siguiéramos peleados para lograr trabajar de manera normal. Sin embargo, lo único que quería era volver a él. No me importaba nada más.

¿Qué debía hacer? No lo sabía.

*****

Horas más tarde, me encontraba terminando de revisar mi paciente. Tenía una hipercalcemia por producción ectópica de calcio. Era triste, pero al menos pude controlarlo.

Ni siquiera había visto a Gabriel después de lo pasado en su consultorio, pregunté por él y me dijeron que estaba en emergencias. Lo que fue bueno, porque no sabía cómo demonios verle a la cara luego de lo pasado en su maldito consultorio.

No podía negarlo, solo quería decirle que lo mejor era que lo dejáramos hasta aquí, pero la parte codiciosa de mí lo quería. Quería todo. Quería mantener mi trabajo, quería que él siguiera siendo mi profesor, y también quería tenerlo en mi cama cada noche.

Demonios, estaba peor de lo que creía.

Mi guardia acabó y me di cuenta de que él día pasó muy rápido. Ni siquiera lo vi luego de eso, ni mucho menos a Brayden. Supongo que la advertencia de Stone lo alejó para siempre, lo que me convenía, solo que no me gustó esa manera de hacer las cosas.

En fin, estaba jodida.

Recogí mis cosas y salí de ahí. Tan pronto como estuve en mi casa, una inquietud se hizo dueña de mí. El recuerdo de lo pasado en el consultorio se mezcló con lo que vivimos la noche en que comenzó todo. Sabía que no me quedaría tranquila y la conversación de la mañana llegó a mí.

"¿Piensas seguir enojada conmigo o puedes tenerme todas las noches de esta manera?"

Decisiones, decisiones.

Intenté sospesar los pros y los contras. La mayoría eran contras y entre las ventajas solo se hallaba la química que teníamos. Sabía que cualquier cosa que eligiera sería lo que iba a definir todo. Lo que cambiaría todo.

Y luego de pensarlo, supe que no había vuelta atrás. Yo estaba metida hasta el cuello por esta situación.

Pedí un Uber, cuando estuvo aquí salí y di su dirección. Casi media hora de viaje y estaba en su pórtico.

Había mandado a volar todos mis dogmas y no me importó.

Con la misma llave que él me dio, abrí la puerta. Y al verlo sentado en la sala de estar, él sonrió.

—Sabía que ibas a tomar la decisión correcta,

Y caminando hacia mí, me besó. 

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