Atraviesa el túnel o muere en...

By MorenoDanielFelipe

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Cuando un adolescente promedio se entera de la existencia de un misterioso túnel, se obsesiona con atravesarl... More

De cómo todo se fue al carajo
Jodida adolescencia
Cuando el dolor acecha
La soledad
El olor de la pólvora
Tensando la cuerda
Fractura expuesta
Mirando al abismo
Ojo de barracuda
Aguda obsesión
Una herida invisible
A, B, C...
Patio Nº 4
Otro mundo
Un propósito superior
Madera vieja
Un esfuerzo por perdonar
Una vida mediocre
Piensa rápido
Defensa feroz
La luz del sol
Victoria
Ejército de Recuperación Nacional
Alta traición
Lindo jardín trasero
Aquella cicatriz
La muerte de una burbuja
Sangre, lágrimas y ceniza

El cielo y el mar

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By MorenoDanielFelipe

Antes de irse, Victoria me recordó que debía estar presente en una asamblea dentro de nueve horas. Se iba a discutir la decisión de pagar o no el impuesto que nos estaba poniendo la cuadrilla del Urabá. Si nos negábamos, le daba una oportunidad de migración a toda mi cuadrilla, pero nos ganaríamos de enemigos a un grupo más. Si aceptábamos, estaría dejando atrás a mucha gente que no podría transportarse con nosotros hacia Popayán o hacia Lima. Pero necesitaba leer mi carta. Me senté en la cama y la extraje del sobre. Había escrito una especie de introducción en la que hablaba de ciertos detalles acerca de mi vida en la cuadrilla, pero no me interesó, por lo que leí con rapidez buscando lo único que quería saber en ese momento: ¿qué diablos era este túnel y por qué yo podía controlarlo? La carta no daba más espera:

... todo eso significa que es de vital importancia que estés pendiente de cada una de las personas que hacen parte de la cuadrilla, sin fijarte en si son cercanos o no. Siempre he creído que cada uno de ellos es primordial en nuestra lucha, pero últimamente no he sido bueno demostrándolo. Puedo reconocer que he sido muy autoritario. Esto ha hecho que tenga pesadillas en las que mis colaboradores más cercanos se rebelan y me ponen una bomba debajo de la cama. Pero en mi pesadilla no muero, sino que mi cuerpo, destrozado, resiste el impacto, y recorro los pasillos del edificio buscando ayuda, mientras que todos se apartan al ver que de mis huesos caen trozos de músculos y de mi boca se salen, uno por uno, cada uno de mis dientes. Es aterrador.

Pero pasemos a lo que de verdad quieres saber. Te lo contaré todo tal cual sucedió.

Necesito que abras tu mente o no podrás entenderlo.

Quisiera empezar diciendo lo que he sentido cuando he estado en el mar. Nunca olvido el poema de Borges en el que dijo que cuando miras el mar, siempre lo estás viendo por primera vez. En varias de mis primeras veces he sostenido la mirada sobre las aguas y he podido percibir una conexión con ellas, que me llama, que me lleva, que me obliga a escudriñar su superficie en busca o de enigmas o de respuestas. Creo que todos hemos sentido esa conexión en alguna de las muchas ocasiones en que hemos visto el mar por primera vez. Realmente lo miramos buscando respuestas, aunque ya no haya preguntas.

La brisa, el movimiento de las olas, las huellas de la fauna, los rumores del agua contra las peñas, el olor de las maderas... y el sabor de la sal en nuestros labios. Tantas cosas. Ciertamente, el mar nunca está solo. Pero al estar en soledad frente a él, hay una vaga melancolía que impide quitarle los ojos de encima, como si desde lejos estuviéramos contemplando un muy, muy antiguo hogar que alguna vez nos amó.
Tal vez le pertenecemos al mar, al agua, al hidrógeno, y por eso anhelamos volver allá sin saberlo. La vida y nuestra esencia están en el agua, por lo que al asomarnos al mar se nos devuelve nuestro reflejo, se nos muestra nuestro hogar: mirarlo es volver a la semilla. Diría que no es lo mismo cuando miro el mar de día que cuando lo hago de noche. Mirarlo de día es asombrarse por su grandeza, por su silenciosa sabiduría, es recibir en el corazón un gran impulso. Pero cuando lo miro de noche, siempre, en todo momento, me estoy mirando a mí.

Eso que siento cuando dirijo mi alma hacia las aguas es lo mismo que siento cuando la dirijo hacia los cielos, en los que veo las estrellas, algún planeta y una oscuridad espesa e indescifrable. El fondo del mar es tan aterrador como lo profundo del espacio. Allí es hacia donde debemos mirar.

Hace algunos años, cuando la guerra estaba cerca, regresé a la casa después de una reunión con Emmanuel. Me dijo que me fuera temprano porque tenía el presentimiento de que algo agradable me pasaría en el camino. En parte tuvo razón. Esa noche, después de tomar una sopa fría, decidí salir a caminar por el barrio. Quizás tardé demasiado tiempo en darme cuenta de que las calles estaban vacías por completo. El silencio de la avenida se hizo muy ruidoso. Contemplé el paisaje y era como si yo fuera el único ser viviente en cientos de metros a la redonda. Con cierto temor, me dirigí hacia la casa, pero en el camino, junto al enorme árbol cuyas raíces están dañando las rejas de la iglesia, noté algo extraño sobre el suelo.

En donde debía haber vegetación, entre las raíces sobresalientes del gran árbol, se hallaba una extraña luz verdosa que se hacía cada vez más intensa. Debido a que las raíces habían levantado el concreto de la acera, las grietas debajo del suelo también se iluminaron. De inmediato lo supe: el túnel se atravesaba otra vez en mi vida. Sin tener la menor idea acerca de si debía buscar la entrada o huir, supe que aquella segunda opción en realidad no existía, y que por más que yo me resistiera el túnel con facilidad hallaría la manera de obligarme a entrar, como ya lo ha hecho antes.

Las raíces del árbol parecieron inflamarse debajo del cemento, y con fuerza terminaron por levantar lo que quedaba de la acera, dejando un espacio luminoso por el que yo apenas cabía. Por unos segundos me preocupé por el trabajo y las reuniones a las que debía asistir a la mañana siguiente, pero pronto dejé mis temores y bajé por entre las piedras hasta llegar al fondo de la grieta, en donde las luces se apagaron de repente y una humedad pegajosa flotaba por todo el lugar.

La oscuridad era total y, como me sucedió las primeras veces, las paredes y las rocas desaparecieron, haciéndome sentir que estaba en la mitad de un espacio vacío de enorme extensión. La sensación de estar perdido era apabullante. Un ligero resplandor se encendía con lentitud ante mí, como si el aire de repente generara luz, y pude ver lo que creo es el estado puro del túnel: grandes trozos de materia se desplazaban a velocidades increíbles frente a mis ojos, en todas las direcciones posibles, y me era casi imposible identificar formas o figuras. Solo podía ver que el aire tenía la densidad del agua, y que toda ella se movía en bloques hacia arriba, y otros bloques hacia abajo, en diagonal, hacia atrás, hacia adelante, en un frenesí de movimientos armónicos e impredecibles, sin importar hacia dónde mirara.

Parte de ese movimiento de masas chocaba contra mí, y en el proceso aprendía cosas sin haberlas leído o haberlas escuchado, como si tales masas dejaran alguna información en mi red neuronal solo con el contacto con mi cabeza. Sin que nadie me hablara, el túnel me dio una explicación suficiente como para entender la dimensión de todo este asunto.

Y bueno, ¿qué crees que es el túnel?

Te lo diré. El túnel es la respuesta a una pregunta que te has hecho muchas veces, durante toda tu vida: ¿S...

De pronto, un golpe en la puerta interrumpió mi lectura. "¡Parcero!", gritó desde afuera Gustavo. Después del saludo y del abrazo efusivo que me dio, lo puse al tanto de lo que había pasado en el jardín trasero de aquella casa en donde mataron a los que nos habían traicionado.

—Hay algo que me preocupa de esa traición —le dije.

—Pues claro —se rio—. A todos nos preocupa.

—Quiero decir, si ellos nos traicionaron es porque no creen en nosotros. Vieron la falla en nuestros planes.

—Seguramente, otros les prometieron cosas que en realidad no van a pasar.

—Sabés, la última vez que recuerdo el túnel, era una especie de juego macabro en el que podías salir muerto a cambio de nada. Recuerdo que tenía un miedo muy profundo porque el túnel tenía mi vida en sus manos y podría hacer cualquier cosa conmigo. Y de repente aparecés vos a decirme que yo puedo programarlo para que haga lo que quiera. ¿Te das cuenta del cambio tan brutal que estoy viviendo?

—Sí, pero recordá lo que te dije. Ya no vale la pena seguir pensando en cómo eran de diferentes las cosas antes. Ya pasó. Ya estamos en otro momento de la vida. Tenés que empezar a soltar.

—Es difícil sin tener un presente al cual aferrarme. Pero bueno, decime, ¿yo puedo controlar el túnel?

—Sí.

—O sea, alguien más lo controlaba cuando vos y yo estuvimos adentro hace varios años.

—Sí.

—¿Natalia?

—No.

—¿Podrías darme algo más de información?

Hizo un gesto mientras señalaba la carta con su mirada.

—Vine por otra cosa. No necesitás que yo te diga nada sobre el túnel. Eso es algo que vos te sabrás explicar en la carta. Solo vine a entregarte algo. Antes de que perdieras la memoria, me enviaste al Cauca para que hiciera un informe sobre nuestras posibilidades de migración a Popayán. No es muy esperanzador. Allá el cielo está casi igual que en nuestra ciudad. No está lo suficientemente al sur como para decir que estamos haciendo un cambio importante si nos movemos, pero muchos de nuestros colaboradores están esperando que nos movamos, así sea un gran cambio o no. Muchos se sienten estancados. La migración ha hecho que muchos renueven sus esperanzas.

—¿Y qué pasa con Quito?

—Entraríamos en guerra con el ERN. Hace apenas unas horas, nos informaron que abandonar las fronteras del país sería un acto de traición en contra de todo el movimiento. Podrían emboscarnos en el camino. No vale la pena el riesgo.

—Si movernos a Popayán logra mejorar la moral, deberíamos hacerlo.

—Pero te pregunto: ¿vale la pena? Vamos a acabar con todo el combustible de un solo golpe, llegaremos a esa ciudad con pocos recursos para vivir igual que acá. Tenemos por perder nuestro combustible y nada por ganar. Pensalo bien.

—Sí, hay que pensarlo bien. Yo vi que todos me temen mucho y que siguen mis órdenes tal como las diga. Te pregunto: ¿todos son leales? ¿Crees que son realmente confiables o crees que el movimiento está quebrado por dentro?

—Está a punto de quebrarse por dentro —me dijo, adoptando un gesto muy serio—. No todos están de acuerdo con tus decisiones ni con lo que pasó el treinta y uno de diciembre, cuando te ganaste el desprecio de algunos cuantos. Pero otros te apoyaron y, al parecer, los que te desaprueban son menos. Por eso tengo algo de esperanza con lo de la pérdida de tu memoria. Tal vez ese sea el cambio que necesitamos porque, parcero, como yo veo las cosas, habrá un motín en el que exijan nuestra renuncia.

—¿Qué hice ese día?

—Los días de celebraciones son de muchos nervios para muchos de nuestros colaboradores. Las personas disparan y lanzan pólvora por igual para celebrar. No siempre estás seguro de cuándo es una cascada de pólvora de colores y cuándo es un ataque armado. Esa noche, un hombre llegó a las rejas de nuestro edificio solicitando unirse a la cuadrilla. Nosotros estábamos preparando un sancocho en los sótanos, cantando villancicos y tratando de tener una noche normal. La alegría de la celebración hizo que muchas personas pasaran por alto el acento del hombre, que era estadounidense. Estando adentro, en la celebración, alguien lo descubrió porque estaba fumando un cigarrillo de marca norteamericana. Lo hicieron detener y lo interrogaron. La noticia se había regado entre todos nuestros colaboradores y muchos de ellos estaban pidiendo la pena de muerte por el espionaje. Las cárceles estaban vacías y todos se negaron a permanecer cuidando a un preso en Año Nuevo, porque teníamos la sospecha de que los W habían averiguado la ubicación de la cárcel dentro del edificio.

»Entonces, antes de que dieran las doce, reunimos un consejo extraordinario para decidir qué hacer con el individuo, que además estaba borracho. Éramos catorce personas reunidas para decidir sobre su vida. Nos encerramos en el capitolio, que era una antigua plazoleta de comidas, y cientos de colaboradores se quedaron por fuera esperando nuestra decisión. Dicho sea de paso, no estaban esperando y ya, sino que nos impusieron un máximo de veinte minutos para tomar la decisión.

—Ah, ¿nos dejamos imponer cosas de los demás?

—Era una muchedumbre que iba romper las puertas buscando sacar al gringo, pero, como no todos ellos querían lo mismo, dejarlos entrar podría desatar una riña enorme, así que nos convenía apurarnos. Estábamos todos sentados en la mesa de los catorce puestos, y el gringo estaba de pie a varios metros de nosotros, junto a la puerta, tan borracho que no podía mantener los pies en un solo lugar. Estaba flaco y enfermo. Cada minuto en el que deliberábamos parecía durar una hora. El gringo dio dos pasos hacia nosotros y con las manos temblorosas sacó un cuchillo pequeño que tenía escondido bajo la correa. "¡Wantulio!", gritó mientras se acercaba a vos con intención de matarte. Yo me di cuenta de lo que quería y pensé en dar la vuelta a la mesa y reducirlo con una silla; es que caminaba tan despacio y el trayecto era tan largo que era más probable que terminara hiriéndose a sí mismo porque ya casi se iba a caer. Pero Gómez no pensó en todo eso, y de un balazo en el pecho lo mandó al suelo. El sonido alertó a todos los que se encontraban afuera, quienes empezaron a golpear la puerta y a exigir que sacáramos vivo al gringo. "¡El asesino tuvo que ser Gómez!", gritó alguien afuera. "¡Gómez, asesino!", gritaron otros detrás. Pero al mismo tiempo se escuchaba: "¡Que viva Gómez!"

»Estaba claro que el tipo iba a matarte a vos, pero no era en lo absoluto una amenaza. Era un viejo pasado de tragos que una noche hizo su estupidez de borracho y llegó, por pura suerte, bastante lejos. La muchedumbre exigía que se abrieran las puertas. Gómez se puso cada vez más nervioso. Te dijo: "¡Lo estaba protegiendo, señor!". La puerta no resistió más y cuando vos escuchaste que ya iban a abrirla, te levantaste, le diste la vuelta la mesa y le arrebataste de la mano la pistola a Gómez. Te paraste frente al cuerpo del gringo. Apenas abrieron, se sorprendieron al verte con el arma en la mano. Vos les gritaste: "¡Esto fue lo que se tuvo que hacer!", y levantaste la mano del hombre, que todavía sostenía el cuchillo con el que pensaba herirte. Los ánimos se calmaron, pero no totalmente. Después de ese momento, la celebración no fue lo mismo y muchas personas no se mostraron dispuestas a tolerar el humo del sancocho, a pesar de los esfuerzos por buscar ventilación en ese sótano. En la celebración quedamos muy pocos, y nos sentimos tan solos que decidimos volver a las habitaciones solo por la sensación de seguridad.

—¿Qué crees que habría pasado si hubieran encontrado el arma en la mano de Gómez?

—La mitad habría querido matarlo y la otra mitad no. Con los ánimos como están, habríamos tenido una rebelión y una masacre. Vos lo salvaste. Por eso ahora vos sos su ídolo. Eso es todo. De hecho, es una de las cosas que te ha vuelto el ídolo de muchos, incluyéndome. No me imaginé que fueras a proteger a Gómez de esa forma. Te ganaste la lealtad de todos nosotros a pulso. Sos el putas.

Me entregó una hoja escrita a mano con detalles sobre el viaje a Popayán. Antes de que cruzara la puerta, le lancé una pregunta directa:

—¿Dejaste abandonada a una hija?

—Me imaginé que ibas a hablar con Victoria.

—Bueno. Luego me contás.

—Ella dice que la dejé abandonada junto con Emma, y en parte es cierto, ella no miente. Pero tan solo fueron un poco más de nueve días, y fue por estar en la logística de la conformación de la cuadrilla. No me convenía volver a entrar a Cali durante esos días y no tuve manera de comunicarme con ella. Cuando volví solo quedaba la noticia de que la habían trasladado en una ambulancia. No sirvieron para nada nuestros esfuerzos por tratar de ubicarla. El caos en la red hospitalaria era enorme.

—Pobrecita —me lamenté—. Se ve que sufrió mucho con eso.

—No ha sido fácil para nadie. Pero ella poco a poco ha ido recuperándose y ganando fuerzas, y vos has sido un gran apoyo.

—Me imagino que estás siempre pendiente de ella.

—No. En realidad, no tenemos nada. Aunque no me lo diga, yo sé que ella piensa en vos.

—¿Qué? —exclamé, totalmente sorprendido.

—Y eso me parece bueno, ¿sabés? Vos siempre la has llenado de mucha energía y siempre has creído mucho en ella. Te admira. Pero creo que vos no la ves con los mismos ojos. No estoy seguro. Siempre has sido muy discreto con eso.

Le pedí que nadie más viniera a buscarme a mi habitación. Se despidió dándome un abrazo y deseándome un buen descanso. Volví a la carta, justo en donde la había dejado, al final de la segunda página:

Y bueno, ¿qué crees que es el túnel?

Te lo diré. El túnel es la respuesta a una pregunta que te has hecho muchas veces, durante toda tu vida: ¿Somos los únicos seres con vida en el universo? Desde siempre has intuido la respuesta: no lo somos. El túnel es nuestra conexión con ellos. Para ser más preciso, el túnel es la conexión de ellos contigo, porque absolutamente todo está conectado. Todo tiene un propósito, Wantulio. Ahora, estarás pensando que la vida es mantener y sostener la cuadrilla todo el tiempo que sea posible hasta que la nube de cenizas permita la luz del sol y toda la vida vuelva a la normalidad. Un poco crédulo. Estarás pensando que la vida sucede en el edificio de la cuadrilla, en tu ciudad y sus alrededores, en los caminos polvorientos que llevan al sur. Estarás pensando en que la vida está en tu país y en tu planeta.

Olvida todo lo que sabes. La vida está en otra parte. 

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