Hermosa Pesadilla [Completa ✔]

Da Pidge-Reader

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¿Pueden las pesadillas dar como resultado, algo hermoso? Altro

❄️ Sinopsis ❄️
❄️ Advertencias❄️
❄️ PARTE I ❄️
❄ Capítulo 1 ❄
❄️ Capítulo 2 ❄️
❄️ Capítulo 3 ❄️
❄️ Capítulo 4 ❄️
❄️ Capítulo 5 ❄️
❄️ Capítulo 6 ❄️
❄️ Capítulo 7 ❄️
❄️ Capítulo 8 ❄️
❄️ Capítulo 9 ❄️
❄️Capítulo 10❄️
❄️ PARTE II ❄️
❄️Capítulo 11❄️
❄️Capítulo 12❄️
❄️Capítulo 13❄️
❄️Capítulo 14❄️
❄️Capítulo 15❄️
❄️Capítulo16❄️
❄️Capítulo 17❄️
❄️Capítulo 18❄️
❄️Capítulo 19❄️
❄️Capítulo 20❄️
❄️PARTE III❄️
❄️Capítulo 21❄️
❄️Capítulo 22❄️
❄️Capítulo 23❄️
❄️Capítulo 24❄️
❄️Capítulo 25❄️
❄️Capítulo 26❄️
❄️Capítulo 27❄️
❄️Capítulo 28❄️
❄️Capítulo 29❄️
❄️Capítulo 30❄️
❄️PARTE IV❄️
❄️Capítulo 31❄️
❄️Capítulo 32❄️
❄️Capítulo 33❄️
❄️Capítulo 34❄️
❄️Capítulo 35❄️
❄️Capítulo 36❄️
❄️Capítulo 37❄️
❄️ Capítulo 38 ❄️
❄️ Capítulo 39 ❄️
❄️ Capítulo 40 ❄️
❄️ PARTE V❄️
❄️ Capítulo 41 ❄️
❄️Capítulo 42❄️
❄️Capítulo 43❄️
❄️Capítulo 44❄️
❄️Capítulo 45❄️
❄️Capítulo 46❄️
❄️Capítulo 47❄️
❄️Capítulo 48❄️
❄️Capítulo 50❄️ (FINAL)
❄️
❄️Epílogo❄️
❄️NOTA DE LA AUTORA❄️

❄️Capítulo 49❄️

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Da Pidge-Reader

• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇> •

Candy se dirigió a la primera clase que encontró para concentrar su mente en algo más que no fuese Leonard. Pero ninguna ecuación ni parte del cuerpo humano pudo sacarlo de sus pensamientos.

Había raptado a Hazel. ¿También iba a justificar aquello? Estaba mal de la cabeza. Pero es que Hazel lo había seguido, era una drogadicta y le había hecho perder el trabajo.

No.

Era él quien estaba mal. ¿Acaso no iba a aceptarlo? ¿Lo amaba tanto como para darse cuenta que había hecho algo terrible?

¿Pero qué tan terrible? Sólo la mantuvo atada mientras ella enloquecía, hasta ser dominada por la droga. ¿Y qué más podía hacer si ese era su trabajo? Así lo conoció ella. Siendo un traficante. Y así se enamoró de él. Incluso con los rumores de que era un asesino.

Por eso era que estaba mal de la cabeza.

Comenzó a llorar a mitad de la clase. No sabía qué hacer. Quería correr a los brazos del hombre que resultaba tan peligroso, aunque nunca le había hecho nada malo a ella. Era lo más complicado de olvidarlo.

Aunque fuese el villano, ella nunca dejó de ser su debilidad.

Salió de la clase con la cara cubierta de lágrimas. Caminó hasta el final del pasillo para bajar por las escaleras para que nadie la viera, necesitaba ir al baño a lavarse la cara.

Pero cuando bajaba, su teléfono sonó. Se detuvo un momento para contestar, pero cuando lo sacó del bolsillo ya se había terminado la llamada. Era un número desconocido. ¿Quién podía ser?

Continuó bajando y el teléfono volvió a sonar.

—¿Hola? —contestó con la voz trémula. Pero nadie habló del otro lado. Ella colgó de inmediato, sintiéndose nerviosa de repente y continúo bajando.

Pero el teléfono sonó de nuevo. ¿Podría ser Leonard?

Con sólo pensarlo, colgó sin contestar. Pero la volvió a llamar. Entonces contestó con furor.

—¿Quién es?

—¿Cómo es que ya no me recuerdas? —susurró el hombre en el teléfono. Candy quedó estupefacta. Un escalofrío recorrió su espalda y sintió que perdió el aliento. No había reconocido la voz. Y no tuvo tiempo de pensar antes de que él dijera—: Mira detrás de ti. —Y por reflejo volteó, teniendo sólo un milisegundo para reconocer la sudadera negra antes de que él colocará un pañuelo en su cara, asfixiándola con un sedante que la desmayó al instante.

Cayó como peso muerto, pero él la sostuvo. La subió a su hombro mientras comenzaba a subir las escaleras y descender el camino por el pasillo desolado.

Atravesando el túnel, tomó salida hasta el campus, el cuál cruzó con Candy en brazos y la capucha sobre la cabeza. No había nadie alrededor. Él tuvo que haberlo sabido. Así fue como se dirigió al viejo hotel Morgantown. Llevando a la niña tonta que una vez confió en él. La niña tonta de la que se había enamorado y luego lo había rechazado.

Iba a demostrarle por qué estaba equivocada. Iba a demostrarle que él no era el asesino.

La ventisca junto a la nevada parecían hacerle el camino difícil, pero no se detuvo hasta llegar al viejo hotel. Entró de manera habitual, con la madera crujiendo bajo sus pasos, hasta la sala del piano. Allí cuando la bajó detrás del instrumento, en dónde ya tenía preparado sogas y cinta adhesiva.

Le ató sólo las manos, por delante. Sabía que cuando despertara no tendría fuerzas para ponerse de pie, gracias a la droga. Luego le selló la boca. Verla allí, indefensa ante él, le hizo pensar que era un imbécil. Porque tuvo que haberla secuestrado mucho antes. Pero mejor tarde que nunca. Ahora se daría cuenta que no confiar en él era lo peor que había hecho en su vida.

Así que caminó hacia la gran ventana por dónde entraba la luz y la nieve, y se percató de que no podía mirarla desde allí. Luego volvió a mirar por la ventana, con las manos metidas en los bolsillos de la sudadera, y allí se quedó de pie, como si no fuese capaz de agotarse, hasta que cayó la noche. Su momento esperado.

La camioneta de Leonard había llegado. Y Candy tenía que haber despertado. Entonces permaneció inmóvil, por unos minutos más, escuchando los pasos que subían las escaleras, rechinando, poco a poco, a punto de entrar por la puerta.

Y a Candy se le iba a salir el corazón probablemente. Había despertado amarrada junto al piano de Leonard. Lo último que recordaba era la sudadera negra y ahora podía verla, de espalda frente a la ventana. Estaba mareada pero estaba segura de lo que estaba viendo. ¿Leonard la había secuestrado? Ni siquiera intentó gritar. Estaba aterrada, tratando de comprender, y entonces, unos pasos desde afuera comenzaron a acercarse.

¿Alguien había ido a rescatarla? ¿Sus padres? ¿Sus amigas? Iba a vomitar incluso con la boca sellada.

Pero Leonard se llevó la misma sorpresa cuando cruzó la puerta y encontró a un hombre de espalda mirando por la ventana con una sudadera negra. No tuvo demasiado tiempo de quedarse petrificado antes de que el hombre se bajara la capucha de la cabeza, revelando el cabello rojizo que Leonard, y también Candy desde su escondite, reconocieron al instante.

Noah se volteó frente a él. Había una gran sonrisa en su rostro cuando lo enfrentó.

—Hola. Asesino del viejo hotel Morgantown —dijo con supremacía.

Fue allí cuando Candy intentó gritar. Maldita sea, Noah la había secuestrado haciéndose pasar por Leonard, y ahora su gran amor ni siquiera sabía que ella estaba allí. ¿Por qué había hecho aquello? ¿Qué estaba intentando? Quería ponerse de pie pero la droga no se lo permitía. Estaba muy débil.

—No esperabas verme, supongo —siguió diciendo Noah, acercándose a él. Pero Leonard no se movió. Su cara no tenía expresión. Era un cuerpo sin alma. Sin reacción en absoluto—. Claro. Supongo que ya no tenías que fingir que estabas buscándome, para aparentar que estabas preocupado de que yo fuese el psicópata del pueblo y tú el novio protector —caminaba de un lado a otro frente él. Era obvio que lo estaba provocando, pero Leonard no se inmutó. Sólo lo siguió con la mirada—. Así que ahora tu única preocupación es irte tan pronto como puedas para rehacer tu vida y volver a conquistar a tu dulce e inocente ex novia, porque, uh... Al parecer Candy te dejó.

Fue en ese momento que Leonard lo tomó por el cuello con brusquedad, levantándolo un poco del piso. La cara del Noah enrojeció al instante. Pero aun así sonrió.

—¿Quieres morir? —gruñó Leonard.

—Es obvio que quiero hacerlo. ¿Por qué crees que estoy aquí?

Leonard bufó y lo empujó con fuerza, causando que Noah cayera al suelo.

—No tengo tiempo para ti —espetó Leonard.

Noah rió, sin levantarse.

—Qué lástima. Es que yo tengo todo el tiempo del mundo ahora.

—Lárgate ahora por las buenas —La mirada de Leonard podía quemar el mundo por encima del frío.

—¿Todavía parece que quiero hacer las cosas por las buenas? —Sonrió Noah—. Pareciera que no estuvieses entendiendo. Vine aquí a morir. Sólo eso. ¿Por qué otra razón vendría frente a un asesino?

Lleno de euforia, Leonard se arremolinó sobre él, lanzándole un golpe a la cara.

—Calla de una vez por todas, maldición. ¿Qué demonios quieres? —Lo sacudió sosteniéndolo por la sudadera.

Noah lo miró desde abajo, con tanto odio que a Leonard se le erizó la piel.

—Quiero justicia. Para Cinthia —escupió.

Y en ese instante la cara de Leonard se llenó de tanta cólera, que perdió el brillo de su mirada. Comenzó a golpear a la cara de pelo rojo bajo él, lleno de ira, un golpe tras otro.

—¡Maldita sea! ¡Estoy tan harto de ti! —Otro golpe—. ¡Basta ya de querer ser el maldito superhéroe! ¿Todo esto es por Cinthia? —lo sacudió con ira. Luego lo golpeó—. ¡Cinthia se suicidó, maldita sea! ¡Entiéndelo! ¡Ella tenía demasiadas razones para quitarse la vida por sí misma! ¡Eras su maldito amigo y ni siquiera lo sabías! ¡Maldita sea! —Otro golpe, y otro más—. ¡Estoy tan harto de ti! ¡De que aún no te hayas dado cuenta! ¡De que aún no puedas admitirlo! ¡De que hayas sido tan imbécil en entrometerte en mi vida sólo porque ella no se enamoró de ti! ¡Desearía que ella nunca se hubiese fijado de mí y quizás entonces creerías que no lo hice! ¡Maldita sea! ¡Te estoy diciendo que no lo hice! ¡No asesiné a Cinthia! ¿Por qué iba a mentirte en éste maldito momento? ¡Podría decirte la verdad y luego sólo asesinarte! ¡Maldición! ¡Pero la maldita verdad es que Cinthia se suicidó! ¡Se suicidó y tú, su maldito amigo de mierda, no estuvo nunca para ella! ¡Aaaahg! —gritó con fuerza dándole otro golpe y luego cayó a un costado, exhausto. Tenía los nudillos ensangrentados. La sangre de la cara de Noah y de sus propias manos ligadas.

Mientras Noah, lloraba en silencio, grandes lágrimas que se mezclaban con la sangre y ardían en su piel.

—Tu maldita obsesión conmigo me está llevando a la perdición —gruñó Leonard mirándolo con desdén—. Eres tú quien ha causado todo éste caos, ya déjame en paz por favor.

—Todo... —sollozó Noah—. Todo lo que... Todo lo que hice. No va a traerla de vuelta. Y aun así... No puedo vengarla. Porque ella se suicidó —lloró con rabia.

—Ahora lárgate —asintió Leonard—. Y deja mi maldita vida en paz. Te lo pido por favor —volvió a decir.

—No estoy loco —lloró Noah—. Sé que tú... Tú sí lo hiciste. Asesinaste al profesor Wesley. Te vi hacerlo. Y también a Jason y a Mason. Y a Martin.

—Calla ya. No es tu problema —se puso de pie y tomó a Noah por la mano para que se levantara también.

—Te creo ahora —dijo de pie frente a Leonard, sin soltarle la mano—. No asesinaste a Cinthia. Pero...

—Vete ahora —dijo Leonard soltando la mano con brusquedad.

—Pero aun así... Todo este tiempo sí he estado tras un asesino —terminó de decir Noah.

—No eres ningún detective. ¿Qué quieres?

—Sólo quiero saber que no estoy loco. Porque... Porque nadie nunca me ha creído...

—¿Quieres seguir con esto? —Leonard elevó una ceja perdiendo la paciencia.

—Quiero que todos sepan lo que hay bajo la tierra de éste patio...

—¡Calla ya! —Gritó Leonard, sacando un arma del interior de su pantalón—. Me cansé de ti. ¿Querías morir? Pues te concederé el favor, ya que tú no fuiste capaz de conceder el mío y largarte por las buenas —ladeó la cara. Y sonrió. De alguna manera le causó satisfacción la sorpresa y terror en la cara de Noah, que había levantado las manos al instante, con los ojos muy agrandados y la boca abierta—. Y está bien. Ya que insistes, antes de que mueras, te voy a conceder otro favor. Quizás entonces mueras en paz —se encogió de hombros—. Es cierto, maldito infeliz. Asesiné al profesor Wesley. Era una escoria. Y abusó muchas veces de Cinthia. ¿No debería alegrarte? Además era un maldito drogadicto y me debía mucho dinero. ¿Sabes qué iba a hacer para no pagarme? Iba a decirles a todos que yo era el traficante de la universidad. Por supuesto iban a creerle. No era un idiota como tú. Era un profesor de Harvard. Tuve que hacerlo. Un pequeño empujón y adiós. ¿Ahora eres feliz? —terminó de contar sin dejar de apuntarlo. Noah estaba temblando, con la vista fija sobre el arma—. Ah. Te preguntarás sobre esto también —Leonard señaló el arma—. No lo conseguí por mi cuenta. Me lo heredó éste detective que estaba tras de mí. Tú lo conociste. De hecho fue el único que te creyó, ¿verdad? Él vino aquí. Me encontró cortando hierba. ¿Qué podía hacer? Intenté charlar, cómo lo hice contigo, pero terminamos de esta manera: golpeándonos, y luego, uno murió —suspiró—. Y sí. También. Con ésta misma arma le disparé en la frente a ese Martin. ¿No te parece justo? Lastimó a Candy. Además. Acababa de darte una paliza que te dejó en el hospital. Todos pensarían que habías sido tú. Fue una pequeña venganza —sonrió con desdén.

Noah no creía que en esa posición debería seguir jugando al valiente. La verdad era que sí tenía miedo de morir. Pero tenía información que transmitir, así que aún bajo el miedo, habló.

—Y Jason... Y Mason... —tartamudeó.

—Ah. Esos amiguitos tuyos. Vaya descerebrados. También lastimaron a Candy, ¿sabías? Sí lo sabías. Pero no te importó. ¿Qué hiciste en cambio? Te uniste a ellos para darme una paliza. ¿Qué debía hacer yo? Nunca sé qué hacer cuando se trata de ella. Pero no tenía tiempo suficiente de supervisarla. Tenía miedo de que ellos pudieran hacerle daño. De hecho lo estaban intentando. Cuando asesiné al primer imbécil, el pequeño rubio insistió en abusar de Candy. No tenía otra opción. Con el pequeñín muerto todos dejaron de joder. Pero seguías tú. Cómo un maldito grano en el trasero, y ni siquiera te había prestado atención. ¿Qué tan enfermo tienes que estar para enviarle la foto de un cadáver a Candy?

—Tenía un mensaje —dijo con la voz trémula.

—¿Quién demonios se detiene a leer un mensaje en la foto de un cadáver? —arrugó la cara.

—¡Sólo quería que viera lo que yo vi! ¡Porque yo no lo asesiné! ¡Fuiste tú!

—¡Sí fui yo! Y ahora sigues tú. Estoy malditamente loco ahora. Es cierto que Candy me dejó gracias a ti. A las maldita inseguridades que creaste y el miedo que sembraste. Por ti se acercó a mí. Y por ti se alejó. ¿Podré recuperarla algún día? No estoy seguro. Pero quiero intentarlo. No. Necesito intentarlo. Debo irme ya. Estás muerto ahora.

—¡No! —gritó Candy desde atrás, con tanta fuerza que su garganta se desgarró.

Había escuchado todo. Había visto cada paso. Había conseguido arrancarse la cinta de la boca incluso con las manos atadas. Había logrado ponerse de pie. Pero quizás, había olvidado cómo respirar.

Y el mundo de Leonard pareció disiparse en ese momento. Con los ojos tan grandes que casi se salen de su órbita, dejó caer el dedo del gatillo que había estado a punto de presionar, y volteó, aterrado, a encontrarse con el amor de su vida, que lo miraba desde el piano, sosteniéndose de la pared con las manos atadas y la cara cubierta de lágrimas.

—Pequeña —exhaló, casi sin voz, con los ojos llenándose de lágrimas.

Era el fin.



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