El profesor y la mortífaga

By bellatrixfan

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Bellatrix comienza su último año en Hogwarts deseando terminarlo para unirse a los mortífagos. Hasta que cono... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82

Capítulo 71

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By bellatrixfan

Cuando Bellatrix y Grindelwald juraron recordarse y volver a encontrarse, ambos lo sintieron con cada partícula de su ser. Pero a veces no basta con desearlo. El tiempo y la distancia lograron que sus destinos fueran divergiendo cada vez más y más...

Los primeros meses se escribieron casi cada semana. No se contaban mucho, pues no podían arriesgarse a poner sus planes y ubicaciones por escrito, pero siempre les emocionaba recibir unas frases del otro. Con el transcurso de los meses, Grindelwald empezó a estar demasiado ocupado: sus planes para conquistar el mundo avanzaban y cada vez le requerían más tiempo. A su vez, Bellatrix llevaba una vida nómada y muchas veces en territorios en los que era imposible conseguir papel y pluma. Así que se escribían una vez al mes o cada dos meses. Años después la correspondencia se limitó a una carta por Navidad en la que ya no sabían qué contarse pues se habían vuelto casi extraños el uno para el otro.

Aún así, se habían prometido reencontrarse. Y lo hicieron. Solo que ninguno pensó que transcurrirían tantos años y las circunstancias serían tan convulsas...

Bellatrix conoció a mucha gente y sobre todo a sí misma y sus capacidades. Se convirtió en una bruja extremadamente poderosa y experimentó de verdad lo que era la libertad. Lo disfrutó hasta que comprendió que para ella la libertad significaba poco en comparación con la adrenalina, el riesgo y el peligro. Volvió a Inglaterra en varias ocasiones, pues nunca perdió el contacto con Eleanor. En uno de esos viajes, se encontró con Voldemort, que la invitó a una misión simplemente por diversión, sin ningún compromiso. Ella aceptó. Después de esa, hubo una segunda y tras aquellas, varias más. Cuando se dio cuenta, se había convertido en una mortífaga de pleno derecho, pero no era una más: era la mejor.

Dejando a un lado Inglaterra, Grindelwald conquistó Europa. Consiguió aliados en todas las partes del mundo ambicionando cada vez más y más poder. Fue a la guerra con su ejército de inferis, vampiros y toda clase de criaturas. Todos sus partidarios que había pasado años reclutando le apoyaron. El conflicto se prolongó muchos años en los que los estragos que causó llenaron periódicos y libros. Se convirtió en el mago más temido de Europa, sin rival posible en el campo de las artes oscuras. Pero finalmente, ocurrió lo que siempre había temido y sus visiones le adelantaron: Dumbledore se enfrentó a él y, tras un duelo de cuatro horas, le derrotó.

Por bondad, por piedad, por castigo o quizá por aquel amor de juventud que nunca se evaporó del todo, Dumbledore no le mató. Le confinó en Nurmengard, el castillo que Grindelwald primero habitó y después él mismo reconvirtió en prisión. La comida aparecía en su celda cada día obra de un elfo a quien Dumbledore contrató para que se encargara de él. No obstante, no permitió que le visitara nadie, pues sabía que lograría engatusar a cualquiera para que le ayudara. El director protegió la fortaleza con conjuros y maleficios que él mismo había inventado. Y allí Grindelwald pasó el resto de sus días en completa soledad.

Dedicó los años a revivir sus memorias y a preguntarse si podría haber sucedido de otra forma. Cuando su cabello rubio tornó blanco y sus ojos azules se ensombrecieron, el mundo exterior dejó de interesarle. Empezó a aguardar el momento de su liberación final. Siempre supo que algún día un mago oscuro más poderoso lo mataría para conseguir la varita de sauco. Era paradójico, porque ya no la tenía, su primer amante era ahora su dueño de pleno derecho; pero el mundo no lo sabía. Tras décadas de espera, llegó el día.

Estaba tumbado en su cama con la mirada perdida contemplando el techo. Era de noche, pero en aquel lugar siempre era de noche; o al menos a él se lo parecía desde hacía algunos años. Escuchó una fuerte explosión. No debió ser la única, porque las protecciones que Dumbledore puso al lugar resultaban casi inviolables y nadie se habría atrevido a desafiar al venerado director. Cuando sintió que caían, Grindelwald supo que Albus había muerto. Se sintió vengado y también experimentó algo remotamente semejante a la satisfacción; no obstante, en el fondo de su alma, hubo también un poso de tristeza.

Escuchó pasos a lo lejos, acercándose por las intrincadas galerías de la fortaleza. Tras una espera que se le hizo insoportable, la puerta de su celda se abrió también con una explosión.

No fue una cara desconocida la que le contempló, no fue ningún mago oscuro. Él se sentó al borde de la cama sobrecogido y ella se recostó sobre el marco de la puerta, como si necesitara aquel apoyo para mantenerse en pie. Hubo varios minutos de silencio, de mutua contemplación e incapacidad para verbalizar el cúmulo de sentimientos.

Bellatrix seguía viendo al profesor sexy que le daba clases particulares los jueves por la noche, como si no hubiese transcurrido un día de aquello. Grindelwald veía a la alumna que le hizo disfrutar de su breve pero intensa etapa como maestro y le escuchaba con admiración.

-Sigues siendo guapo -susurró ella al fin.

-Tú... sigues teniendo los... los ojos más bonitos que he visto nunca -respondió él con voz áspera y entre carraspeos por la falta de costumbre.

Bellatrix dibujó la sonrisa más triste que jamás mostró su rostro. Tras catorce años en Azkaban por intentar encontrar al desaparecido Voldemort, su belleza se había visto socavada y su inocencia y su ilusión largo tiempo llevaban perdidas. Pero la fuerza y la determinación en su mirada eran las mismas. Era una guerrera, hasta el final. Aún así, los guerreros también lloran. Una lágrima nació en sus ojos oscuros y recorrió su rostro. Pronto le siguieron más.

-Lo siento -susurró-, siento que sucediera así. Fue mi culpa, no debí abandonarte, no...

-No lo fue, mi Bella, no lo fue. Tenía que ser así, en el fondo siempre lo supe. Era imposible que funcionase.

A Grindelwald le costaba hablar, se detenía de vez en cuando para toser, pero aún así continuó:

-No había futuro para nosotros, pero... lo que tuvimos fue lo más puro que he poseído jamás. Ojalá me hubiera dado cuenta a tiempo, ojalá hubiese sabido que mi corazón residía en ti y no en ninguna estúpida varita ni en ambiciones de poder.

La bruja se acercó temblorosa. Se arrodilló a sus pies, cruzó los brazos sobre su regazo y hundió entre ellos el rostro sin dejar de llorar. Él le acarició el pelo con cariño, como aquellas noches en que se acostaron juntos y él la observa y acariciaba antes de dormir. Estuvieron así minutos, horas... sin querer separarse. Reviviendo juntos en completo silencio los momentos más hermosos de sus vidas que eran lo único que nadie les había logrado robar. Ni siquiera los dementores pudieron succionárselos a Bellatrix: su patronus la acompañó cada día que pasó en Azkaban.

-Puedo ayudarte a salir de aquí -susurró ella al fin con voz temblorosa.

Él le acarició la barbilla obligándola a mirarle. Le sonrió de nuevo sin responder, hacía mucho que ese tipo de libertad carecía de valor para él. El mundo exterior dejó de interesarle hacía mucho. Vivió de acuerdo a sus ideales y pereció defendiéndolos, estaba orgulloso, nadie podría quitarle nunca eso.

-¿A qué has venido, Bella? -le preguntó con suavidad, enjuagándole las lágrimas con sus pulgares.

Lentamente ella se levantó y le miró con una mezcla de tristeza y vergüenza. Reconoció que necesitaba saber dónde estaba la varita de sauco. Ambos sabían que no la quería para sí misma, sino para Voldemort, pero Grindelwald no se lo reprochó. Esas dudas, esas envidias y disputas habían quedado muy atrás y ahora se le antojaban absurdas. Con el mismo cariño le respondió:

-Te lo diré, pero tú tienes que hacer algo a cambio, tienes que hacer algo por mí.

Bellatrix asintió sin dudar, incapaz de pronunciar palabra.

-Mátame, por piedad, mátame.

Ella abrió la boca en una mueca de espanto y sacudió la cabeza negándose con vehemencia.

-Sí, mi Bella, sí. Es como tiene que ser y estoy seguro de que es lo que él te ha ordenado.

Era cierto. Era Voldemort quien iba a hacer esa visita, le permitió realizarla a ella pero la condición fue que matase a su antiguo rival. Bellatrix aceptó pensando que encontraría otra salida, pero sus delirios se habían agravado desde que salió de Azkaban y ya no era buena gestionando la realidad. Voldemort había sabido aprovecharse de eso.

-¿Recuerdas cuando te permití ver en mi mente las primeras clases contigo? ¿Lo que pensé de ti cuando te vi luchar por primera vez? -preguntó el mago.

Ella negó con la cabeza y él supo que mentía. Aún así, se lo recordó:

-"Si algún día me tiene que matar alguien, que sea ella". Eras tan elegante, tan precisa, tan poderosa... Eras y eres la mejor. Permíteme que me sienta un poco responsable de ello, aunque no soy a quien consideras tu maestro, pero...

-Claro que lo fuiste, Gellert -susurró ella cuyos ojos se humedecieron de nuevo-, fuiste el mejor. Quizá no el que me enseñó más maleficios ni con quien aprendí oclumancia, pero... tú me mostraste lo que era la magia de verdad. Nunca más he vuelto a sentirla.

Él la miró conmovido y asintió.

-Entonces me puedo marchar con felicidad y orgullo. No podría pedir nada mejor que mi última visión de este mundo fuesen tus ojos.

-No... no puedo... -musitó ella- Ni siquiera...

Ni siquiera era capaz de sujetar su varita sin temblar.

-No uses avada, demasiado vulgar, merezco algo mejor -sonrió él-. ¿Recuerdas el conjuro que te enseñé de sueño eterno? Te duerme al momento y tus órganos vitales se detienen. No duele en absoluto.

Ella se negó cien veces y después mil más. Pero cuando el amanecer se abrió camino por el ventanuco de la celda, tuvo que aceptarlo. Debía cumplir el último deseo del único hombre al que había amado. Notaba en sus ojos azules, ya cansados por el tiempo, que solo deseaba descansar y mejor concedérselo ella que Voldemort.

-¿Me esperarás? Al otro lado... donde quiera que vayas, ¿me esperarás?

-Le guardaré el mejor sitio en el infierno, señorita Black, reinaremos juntos ahí -respondió Grindelwald con aquel tono burlón que tan bien le definió en su juventud.

A Bellatrix ya no le quedaba agua en el cuerpo para seguir llorando, así que simplemente asintió. "Te prometo que no tardaré mucho" le aseguró y sin darle tiempo a responder, le besó. Pese a que a él le flaqueaban las fuerzas, la abrazó con todo su ser, como si no hubiera pasado un día desde aquella noche en que le declaró su amor en un tejado de Budapest. "Te quiero, te he querido y te querré siempre, Bellatrix" susurró en su oído. "Yo también te quiero, Gellert, hasta el final" respondió ella de forma casi ininteligible. Solo se separaron cuando ambos supieron que no podían asumir más dolor.

-Dumbledore. Se la quedó cuando me derrotó -reveló Grindelwald.

-Gracias -susurró ella alzando su varita.

Se miraron a los ojos largos minutos. Al final él asintió y le indicó que estaba más que preparado.

-Te quiero, Gellert Grindelwald -repitió.

Tras su declaración, ejecutó el maleficio de forma no verbal. Grindelwald se perdió en aquellos ojos oscuros que tanto quiso y que, en ese momento, cerraron los suyos para siempre. Se marchó por fin del mundo con una sonrisa suave. Bellatrix no fue capaz de quedarse a velarlo, pues supo que no lo resistiría. Se marchó, volvió a casa y le indicó a Voldemort cómo conseguir la varita de sauco.

Transcurrido poco más de un mes, el Señor Oscuro declaró la Segunda Guerra Mágica. Perdió la batalla y con ella su vida. Y aunque su lugarteniente cayó también porque ese era el lugar de una guerrera, Bellatrix lo sintió como una enorme liberación. Como el reencuentro con alguien con quien por fin podía descansar y ser feliz para toda la eternidad.

* * *

-¡Gellert! ¡Gellert, por favor, reacciona! -repetía una voz de mujer asustada.

-¿Bella? -murmuró él intentando recobrar sus sentidos.

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