Atraviesa el túnel o muere en...

By MorenoDanielFelipe

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Cuando un adolescente promedio se entera de la existencia de un misterioso túnel, se obsesiona con atravesarl... More

De cómo todo se fue al carajo
Jodida adolescencia
Cuando el dolor acecha
La soledad
El olor de la pólvora
Tensando la cuerda
Fractura expuesta
Mirando al abismo
Ojo de barracuda
Aguda obsesión
Una herida invisible
A, B, C...
Patio Nº 4
Otro mundo
Un propósito superior
Madera vieja
Una vida mediocre
Piensa rápido
Defensa feroz
La luz del sol
Victoria
Ejército de Recuperación Nacional
Alta traición
Lindo jardín trasero
Aquella cicatriz
El cielo y el mar
La muerte de una burbuja
Sangre, lágrimas y ceniza

Un esfuerzo por perdonar

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By MorenoDanielFelipe

Mi mente y mi vista estaban nubladas y sentía en todo mi ser el olor de la pólvora. Estaba en un lugar que parecía un quirófano improvisado en una zona de guerra: me habían acostado sobre una camilla de metal cubierta por una sábana sucia de color verdoso. Estaba desnudo, cubierto solo con un recorte de tela blanca. Frente a la camilla habían ubicado una especie de tubo que apuntaba hacia mí. El otro extremo del tubo estaba anclado a una máquina tosca, una especie de motor con una pantalla rudimentaria que colgaba de varios cables. La máquina en su totalidad se veía hechiza y para nada tecnológica.

No pude contener mi terror. Mi cuerpo, debilitado, tembló sobre la camilla. Uno de los hombres sin rostro tomó las mantas con que hacían curaciones. Las pasó suavemente por mi rostro y me dijo al oído: "Es solo un viaje en el tiempo. Vas a viajar por partes". La frase era aterradora, pero yo ya había vuelto a la paz total cuando me retiró la manta. Todo el proceso se volvió cómodo. El tubo vibró intensamente. Con extrañeza, intentando comprender lo que veía, fui testigo de cómo mi pie se desintegraba, convertido en un polvillo, que era aspirado por la boca del tubo. Al girar un poco el pie hacia mis ojos, pude ver los cortes transversales que lo formaban: las capas de la piel, el músculo envolviendo el hueso, tendones que se escondían entre la carne, y siempre la sangre brotando de cada corte, sin alcanzar a regarse puesto que de inmediato era aspirada por la manguera. Era un espectáculo visual que en otras condiciones me habría hecho desmayar en un segundo.

En medio de mi delirio no pude darme cuenta de que mis compañeros se encontraban en la misma situación que yo, cada uno con tubo que los pulverizaba. Gustavo abrió los ojos enfocándose durante un segundo en comprender por qué su pierna desaparecía. No tardó mucho en vomitar. Dado que no podía moverse a gusto por estar aún somnoliento y debilitado, su torso se movía con violencia expulsando líquidos amarillos que se regaron sobre la tela que lo cubría. Al instante, uno de los hombres sin rostro se acercó a él, lo cubrió con la manta y regresó a la máquina. Pude adivinar en Gustavo, lleno de vómito como estaba, una mirada de paz y de aceptación a lo que estaba ocurriendo. Uno de los hombres detuvo su trabajo y se giró hacia nosotros. Su falta de ojos y boca ya era usual para mí, y me había acostumbrado a escucharlos hablar sin ver que su rostro realizara el menor movimiento. Con una voz solemne, dijo así:

—No es posible viajar en el tiempo como si fuera entrar a una máquina a través de una puerta y luego por esa misma puerta salir al pasado. Un cuerpo que quiera viajar en el tiempo debe pasar por un proceso de transformación para el viaje. Se debe hacer una redisposición de las moléculas que conforman el cuerpo viajante. Toda la masa del cuerpo, con todos los estados de la materia que se hallan en ella, se reconfigura para que se desplace en forma de cordón, un cordón de átomos y moléculas, que viaja a través de un campo de energía tubular que genera la máquina central. La energía blinda el cordón para que el movimiento, que se da a velocidades cercanas a la de la luz, no afecte la masa que viaja, evitando que esta, en primer lugar, se erosione, y evitando que la masa crezca proporcionalmente a la fuerza y a la aceleración a que se ve sometida, de tal modo que la masa, que viaja encauzada por el campo de energía, no se vea afectada en gran medida por el proceso, logrando que pueda configurarse nuevamente al llegar a destino, sin perder una sola molécula. Nuestra máquina está conectada al cuerpo de la persona en el pasado. Este cuerpo del pasado desaparecerá tan rápido como se comenzará a formar el nuevo. Esto significa que el viaje en el tiempo es el reemplazo de un cuerpo por otro, así que no se dará la situación de encontrarse con un yo del pasado...

Poco entendí después de eso. Empezaba a perder la calma al ver que mi cintura estaba desapareciendo y podía contemplar mi cuerpo partido a la mitad por debajo de la sábana, que se escurría hacia el suelo. A Gustavo le ocurrió lo mismo. Natalia, un poco más lejos de nosotros, se hallaba recostada en quietud con los ojos cerrados. El mismo hombre que hablaba se acercó, manta en mano, hacia Gustavo, cubriéndole el rostro con ella y haciendo que cayera en un sueño profundo. Luego lo hizo conmigo. Antes de perder el conocimiento, lo escuché decir:

—En el escenario B no es totalmente seguro que el error original se evite, por lo que, al atravesar el túnel, es probable que ya hayan cometido el error, aunque, según se ha dicho, también existe la posiblidad de que algo se corrija.

Mientras las luces se iban pensé en el error que yo iba a cambiar. Todo se reducía al momento en el que amenacé a Ramiro Andrés con acusarlo en el colegio. Si permito que él suba a sus redes sociales el video en el que me pegan un balonazo, entonces empezará mi camino a la fama, y de ahí en adelante lo que surja será bien recibido. Con estos pensamientos se cerraron mis ojos. Pero, para mi sorpresa, no perdí la conciencia, sino solamente la visión. Podía seguir escuchando, podía seguir sintiendo y podía seguir pensando. La máquina emitía fuertes ruidos, como de un motor cuyos engranajes están atascados y se golpean entre sí crujiendo con fiereza. No quería imaginarme el estado de mi mente de no haber sido calmado por las sábanas de los hombres sin rostro, que me permitieron escuchar el terrorífico proceso sin la menor preocupación.

Con pequeños empujones, mi camilla era llevada hacia el frente, lo que me hacía sentir como un tronco de madera que estaba siendo aserrado. Los empujones cesaron con la voz de uno de los hombres, quien pareció susurrarme al oído una frase que llenó mi espíritu de sensaciones y emociones cruzadas, tanto de pavor como de júbilo: "Ya están atravesando el túnel... de la única manera posible". En ese momento, el infernal sonido de la máquina invadió mi cabeza por completo. Se escuchaba en mis sienes dándome a entender que me encontraba por dentro de la máquina, o siendo expulsado de ella. No sería capaz de calcular el tiempo que pasé consciente sin poder abrir los ojos y sin poder sentir o mover el resto de mi cuerpo, que para ese momento debía ser una delgadísima cuerda de átomos que volaba a enormes velocidades, pero se sintió como si hubiera pasado toda mi vida allí, minuto a minuto, segundo a segundo, llevándome a estados de alteración ansiosa. Era un ataque de claustrofobia. ¡Era como estar enterrado vivo!

Me sentía enjaulado. No había cómo librarse de la sensación de aprisionamiento que me invadía. Todo era oscuridad, todo era ruido. El sonido era tan implacable que me hacía sentir como una arandela que sería aplastada por algún pistón gigante. Llegué a imaginarme que solo Gustavo y Natalia saldrían con vida de aquel proceso de reconfiguración de la materia. Los imaginé hablando de mi muerte y cómo esta no les afectaba en absoluto más que para dar algunos mensajes genéricos de pesadumbre. ¿Tanto sufrimiento para nada? No era posible. Intenté luchar. Intenté moverme, pero no había nada que mover, no había nada que ver ni sentir.

Después de lo que viví como amargas eternidades, el proceso parecía llegar a su fin. Alguna luz resplandecía frente a mí. La oscuridad parecía disiparse. ¿Adónde llegaré? ¿Qué será lo primero que voy a ver? Maldito Ramiro Andrés. Era un buen momento para pensar en las ironías de la vida: ¿cómo es que la persona que más miserable me hizo era quien me iba a dar la entrada a la fama? Parecía un chiste de la vida, una broma que se me estaba aplicando para que aprendiera alguna lección.

¿Qué lección se podría obtener de cualquier cosa relacionada con ese idiota? ¿Ama a tu prójimo? Imposible. Jamás amaré a quien me daña. Entonces, ¿no odies a tu prójimo? Es difícil no odiar a Ramiro Andrés. ¿Valora la vida que tienes? Todo el asunto del túnel daba entender lo contrario. ¿Vive cada momento como si fuera el último? ¿Nunca renuncies a tus sueños? Basura. Basura todo. Mientras me retorcía en estos pensamientos, el ruido de la máquina se detuvo. Hubo una gran paz. Estaba tan acostumbrado a ese escándalo que el sonido seguía reproduciéndose en mi mente, acompañado de un ligero cosquilleo acompasado con las vibraciones que generaba la máquina: mi cuerpo parecía volver a percibir estímulos. Entonces, en medio de ese silencio lleno de ecos y un dolor indescriptible, imposible de ubicar, pude reconocer formas y colores. Estaba sobre el pasto, bajo el sol, con personas corriendo cerca.

De manera gradual, mi visión regresaba por completo a mis ojos adoloridos que no terminaban de acoplarse a la luz del sol. En breve pude distinguir todo a la perfección. Me encontraba en la cancha de fútbol aquel día que recibí el balonazo en la cara. Teniendo en cuenta que después del golpe yo me retiré del juego, pude entender que aún no me habían golpeado. Por lo tanto, ya estaba seguro de algo: había viajado en el tiempo. Era una realidad. Y cuando llegué a mi siguiente conjetura, ¡Dios!, cómo me emocioné: el error de amenazar a Ramiro Andrés aún no se había cometido porque en ese momento todavía no recibía el balonazo; por lo tanto, estaba en el escenario A, por error o por piedad, pero era la única explicación posible.

Carlos Rivera y el resto del equipo estaban lejos de mí, frente al arco contrario, buscando hacer un gol. Quise girar hacia atrás para reconocer quiénes estaban detrás de mí o a los lados, pero fue imposible. Solo podía mirar hacia el frente y aún no lograba controlar ni un solo músculo. Me sentía como una mariposa con las alas húmedas aún, recién salida de la crisálida, que aunque reconoce su entorno no se encuentra lista para volar. Era mi yo del pasado quien sí podía moverse. Encontrarse en ese estado era muy similar a lo que había vivido mientras hacía el viaje de inserción. La odiosa impresión de estar encerrado y no poder moverse era desesperante.

De inmediato pensé en lo que tratábamos de evitar siempre: perder la calma. Aunque no había una instrucción clara sobre ello luego de haber cruzado por completo el túnel, aprendí que mantener la calma era una gran ventaja. Recordé que en medio del partido sonaba durísimo una salsa, puesta desde alguna casa cercana al colegio. Fue esa música la que me distrajo y por eso no pude esquivar el balón. Ramiro Andrés se había salido del partido por un momento, y se encontraba grabando el juego desde la tribuna. Aún no sonaba la salsa. Después de un par de minutos, una casa vecina del colegio puso a todo volumen Cali Ají. Era como escuchar un himno triunfal de entrada a mi nueva vida, a nuevos éxitos, a proyectos inimaginables. Escuchar las primeras notas de la canción me llenó tanto de alegría que exclamé para mí: "¡Epa!", procurando hacer un movimiento de rodilla, olvidándome de que no podía bailar.

Mi sorpresa fue grande al enterarme de que controlar mi cuerpo era algo que se iba dando de a pocos, por lo que de verdad mis rodillas se movieron cuando yo pensé en bailar por escuchar la canción, y justo al hacerlo perdí de nuevo el control, con lo cual fui testigo de cómo mis piernas se mecían en un extraño movimiento de rodillas que parecía repetirse una y otra vez sin armonía. Mi yo del pasado tampoco podía recuperar el movimiento normal. Era como ver una gelatina temblar sobre un plato mientras los demás seguían jugando fútbol. Y entonces, sin poder evitarlo, moviéndome como un auténtico idiota en medio de una cancha fútbol, recibí un balonazo en la cara que me dejó mirando hacia el cielo, todo mientras Ramiro Andrés grababa.

Era difícil de entender, pero yo mismo había causado que me pegaran ese día. Me asaltaron mil preguntas al querer comprender lo que acababa de pasar. Yo recordaba estar bailando, pero en realidad no puedo explicar por qué. No me gusta mucho bailar y mucho menos hacerlo durante un juego. Simplemente recuerdo que me elevé escuchando esa canción y luego sentí el golpe. Lo hice, pero no recuerdo tener una explicación, hasta ahora.

Por más sorprendido que estuviera, esto solo significaba que estaba un paso más cerca de la gloria, o del inicio de ella. Pacheco me ayudó a levantarme y dijo que fuera a sentarme en la gradería para descansar. Aún no podía dirigirme a voluntad, sino que seguía siendo un espectador. Pacheco me llevó hasta donde estaba Ramiro Andrés, grabándome. Me concentré en lo que necesitaba que pasara: solamente callarme la boca cuando él dijera que iba a subir el video, eso era todo. Eso era todo lo que necesitaba hacer. No dejarme hablar. Justo antes de sentarme a su lado, tuve el control por unos segundos, pero esto fue de manera inesperada, así que mi yo del pasado, al no mover el cuerpo, hizo que me fuera al piso. Mi reflejo fue abrir rápidamente los brazos para evitar una caída.

Al igual que en la cancha, este movimiento quedó interrumpido y lo repetí varias veces ante la mirada atónita de Ramiro Andrés. Pacheco me soltó despacio porque entró en un ataque de risa que subía cada vez más de intensidad. Debí parecer un ave que intentaba volar abriendo las alas unos 15 grados, como queriendo imitar el vuelo del colibrí. Después, mi yo del pasado recuperó el movimiento y siguió caminando como si nada, con su expresión habitual, hacia la gradería, lo que hizo que Ramiro Andrés y Pacheco se rieran más fuerte aún. Pero a Pacheco lo llamaron al celular en ese momento, por lo que se hizo en el peldaño más alto, dándonos la espalda, para contestar su llamada. Quedamos Ramiro Andrés y yo.

Con su estúpida risa se quedó mirando el celular. Para ese momento, yo calculaba que ya habría recuperado el control de mi cuerpo. No fue así. Seguía en modo testigo, viendo cómo ocurría nuevamente toda la conversación que terminaba con que Ramiro Andrés borraba el video de su celular y entonces yo no sería famoso jamás, y todo esto que he vivido habría sido en vano. ¡No, no me resignaba a haber hecho todo esto para nada!

—¿Wantulio en Julio? ¿Julio por qué? —le pregunté.

—Pues, a ver... ¿en qué mes estamos, idiota? —me contestó Ramiro Andrés, con un gesto de hostilidad.

—¡Uy, qué es esa bobada!

—¿Cómo?

Solo alcancé a ver su mano cuando ya estaba muy cerca de mi cara. Me dio una bofetada con tal fuerza que me hizo tambalear allí sentado. Recordaba muy bien ese golpe. Vivirlo otra vez fue dañino: me llenó de ira el doble de lo que ya estaba. Procuré no envenenar mi alma en vano y me concentré en el futuro. Hice un esfuerzo por perdonar a Ramiro Andrés.

—¿Por qué me tenés que pegar, imbécil? —lo increpé—. Ve, eso ni siquiera es chistoso. No vayás a subir nada mío, Ramiro Andrés.

—Papi, le aseguro que lo vuelvo famoso.

Hice mi mayor esfuerzo. Me concentré, guardé la calma, la perdí, la guardé otra vez, entré en desespero y quise gritar. Nada de lo que hacía lograba callarme o lograba que pudiera controlar mi cuerpo al menos durante una pequeña fracción de segundo. Como en cámara lenta me vi y me escuché lanzando mi propia condena:

—¡Que no! Vos ya tenés matrícula condicional, acordate.

—Mmm, este man. Mirá que está chistoso. Bueno, ¿subo el video o no?

—¡No subás nada! ¡Te lo juro que si no lo borrás, te sapeo con el rector!

Ramiro Andrés perdió el color. Eso lo había asustado mucho. "Mirá, mirá", me dijo con mucho afán. "Mirá como borro el video para que no chillés más, maricón". Lo seleccionó y luego escogió Eliminar. El archivo desapareció frente a mis ojos. Sentí que mi corazón se derrumbaba como si estuviera construido de arena seca que se lleva el viento. No podía negar que también me dolía no tener nada con Natalia. Pensé que era por simple curiosidad que quería lograrlo, por la curiosidad de saber cómo es que llegamos a enamorarnos. Pero tampoco podía negar que, en medio de todo esto que estábamos viviendo, pensaba en ella cada cierto tiempo. Su forma de ser, tosca y práctica, era todo lo contrario a la mía. Anhelaba estar cerca de ella. Quería aprender de su ser.

Caí en la cuenta de que podía recordar a mis dos compañeros. Eso significaba que escogí la misma opción que alguno de ellos dos. Era posible que Natalia fuera la que escogió una opción diferente a la nuestra, entonces todas mis esperanzas de conocerla a fondo estarían perdidas. Si Gustavo fuera el que olvidó que venía con nosotros, entonces perdería su respeto, porque olvidaría lo que logramos y el apoyo que les di tratando de llegar hasta acá. Pero nada levantaba mi ánimo. Cuando Ramiro Andrés borró el video, Carlos Rivera lo llamó para que volviera a jugar, gritándole desde lejos: "¡Ya dejá de grabar a Tontulio!". Ramiro Andrés se rio y de un salto empezó a calentar y estirar los músculos, y solo entonces pude recuperar el movimiento de mi cuerpo... cuando el error ya se había cometido.

Yo también estiré los músculos, que los sentía como si llevara años sin usar ni uno solo. Allí, mientras estiraba mis brazos, un rayo de esperanza me iluminó:

—Ve, Ramiro —le pregunté—, ¿tenés el video en la carpeta de eliminados o lo borraste definitivamente?

—Papi, ya no joda más —contestó, y salió corriendo a la cancha a contarles a los demás lo que había alcanzado a grabar en video.

Antes de entrar a la cancha, tiró su celular sobre la chaqueta, que estaba a mi lado. Con la derrota haciéndome sentir todo su peso, noté que Ramiro Andrés había lanzado el celular sin bloquearlo. Lo primero que hice fue tocar la pantalla con sigilo para que no se bloqueara y tener tiempo de tomarlo sin que él me viera. Mi corazón se aceleró al ver esta nueva oportunidad de cambiar mi vida. Podría recuperar el video y entonces podría subirlo. Era demasiada excitación. Aunque este optimismo no duró mucho. Mientras esperaba el momento oportuno me crucé con la realidad: no se iba a volver viral si lo subía yo. Calculé otras opciones como que lo subiera otra persona o crear un perfil falso para subirlo yo. Nada sonaba bien.

Pero no me rendí. Supervisé que Ramiro Andrés estuviera concentrado en su juego sin verme a mí. Con toda la agilidad tomé el celular y entré a buscar el video en la carpeta multimedia. En efecto, no estaba. La última opción era la carpeta de eliminados, de donde podría recuperarse. Cuando lo tuviera en mis manos, pensaría en varias opciones para volverlo viral. La que me sonaba más factible era la de restaurar el archivo a la carpeta multimedia, no sin antes enviarme una copia a mí. Ramiro Andrés la vería y no creería en su buena suerte al ver que el video estaba allí. Lo subiría a sus redes y asunto corregido. Casi sin ensuciarme las manos. No, nada serviría si no se subía a la hora que tenía que subirse. Y así me puse muchas trabas para no ilusionarme demasiado, pero no podía ocultar la esperanza que guardaba en mi pecho. Con fe, con devoción. Merezco este cambio en mi vida. Lo merezco, lo he ganado.

Entonces ingresé a la carpeta de archivos eliminados:

¡Hurra! Tu carpeta de eliminados está vacía. Los elementos que elimines permanecerán aquí durante 60 días. 

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