Malas Enseñanzas

بواسطة PaolaValentine_

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Se suponía que todo iba a ser sencillo. "Se suponía" Pero como siempre, todos mis planes eran una porquería... المزيد

Sinopsis completa
Epígrafe
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24 |+18|
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36 (Maratón 1/4)
Capítulo 37 (Maratón 2/4)
Capítulo 38 (Maratón 3/4)
Capítulo 39 (Maratón 4/4)
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43 |+18|
Capítulo 44
Capítulo 45 |+18|
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49 |+18|
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Nota importante que deben leer
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59

Capítulo 11

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بواسطة PaolaValentine_

Capítulo 11:

No es nada personal


Todavía me encontraba nerviosa, el recordar lo que había pasado hacía unos minutos atrás en el cuarto de residentes. Esto me dejó con el corazón vuelto un desastre. ¿Cómo era posible que me hubiese pasado eso?

Es que eso traspasado toda línea, esto se lo llevó quien lo trajo.

Mi profesor me vio desnuda. ¿Qué de eso era normal?

No ayudaba para nada que fuera el hombre más guapo que he conocido en la vida. Mientras que yo bueno, era normal. Era linda, podía decirse que sí, pero no una miss universo. Mi cuerpo era delgado por la diabetes y tenía marcas en mis piernas y abdomen a lo largo de los años por el uso de la insulina. Así que no era si como una belleza, qué cuerpazo. Pero me defendía. Estaba consciente de ello.

Solo que bueno, yo no debería tener estos pensamientos. Era mi tutor. Era responsable de que yo me volviera una buena médica y parecía que le hubiese intentado sonsacar. Qué horror.

Dios mío, qué tan desastrosa puede ser mi vida.

No entendía tanta mala suerte. ¿Acaso le negué el agua Jesucristo? ¿Fui Hitler? Porque en serio, tanta mala suerte no puede ser posible. Tenía que ser algo así, porque esto se contaba y no se creía. Otra cosa que no entendía es que qué hacía en el cuarto de residentes. Los médicos tenían sus propias habitaciones, no compartían con nosotros.

Pero no seguiría pensando en ello porque me moriría.

Llegué a la sala y miré los nuevos ingresos, no había nada importante que requiriese mi atención. Y menos mal, porque luego de lo que me pasó cabe decir que no estaba al cien por ciento de mis cabales. Aún me quiero morir.

¿Pero es que había algo más bochornoso que lo que me ocurrió? Yo dudo porque esto era poner el listón por cielo y mira que lo que pasé en la cafetería se queda pequeño. Imagínate.

Menos mal que no iba pensar más en ello.

La única ventaja radica en que nadie más lo vio, de hecho, Eli no podía enterarse de eso. Sería peor, y seguiría con esas ideas de que nosotros somos los futuros Conrad y Nic de la serie esta El Residente. Eh no. No lo éramos.

Dios mío, ayúdame.

Las enfermeras estaban chismeando y yo me acerqué como la que no quiere la cosa e hice de ver que estaba revisando unas historias. No estaba demás enterarse de los nuevos chismorreos del hospital.

—Es bellísima y está recomendada del Hopkins. Es una gran inversión para el St. John hospital.

Sabía de quien hablaban, la estúpida que me estaba comiendo a preguntas en mi exposición. Algo me decía que eso no había terminado con ello.

—Y creo que por fin alguien va a domar a Stone. Míralos, se ven bien trabajando juntos.

Eso me hizo que toda mi atención se fuera a donde estaban señalando "disimuladamente". Estaban atendiendo los dos a un paciente. La doctora luciendo excelente en su ropa que daba un riñón adivinando que era de diseñador.

Le hablaban al paciente y esta parecía la imagen de la alegría y dada como si fuera la persona más dulce del mundo. Ojalá me hubiese mostrado algo así hoy en la mañana cuando exponía. A su lado Stone estaba serio, hablaba con él paciente en su estado normal. Solo que más relajado.

No lo tomaría como algo personal.

La cosa es que él giro su cabeza como si hubiese notado mi escrutinio y nuestros ojos se encontraron desde la distancia. De manera inmediata un rubor del color de una fresa tiñó mis mejillas, mi cuello y orejas.

Trágame tierra.

—Es que es hombre es guapísimo, se parece al de la novela turca esa que veíamos.

Se lo estaban devorando como si fuera un aperitivo. Yo solo podía escuchar y no decir nada. Si ya me cacho mirándolo, no pasaría más vergüenzas en este hospital. No señor.

Y agradecí cuando me tocó trabajar que me permitió olvidarme de todo lo que me acuciaba en este momento.

***

El día terminaba y yo estaba cansada. No había dormido mucho la noche anterior estudiando para la clase que daría hoy y solo quería poner mi cabeza en la almohada y olvidarme de todo por largas horas.

Estaba entregando mis pendientes cuando de momento vi a dos residentes. Uno de segundo y tercer año acercarse a mí. Yo enseguida me tensé. Esto no era nada bueno. Lo sabía.

—Taylor, no me digas que ya te vas. —el chico de tercer año creía que todo mundo decía que era gracioso por su apariencia de surfista californiano, pero no me daba gracia nada, me abordó.

—Sí, ya me voy.

—Es que queríamos ver si podías ayudarnos en algo. —el pendejo de segundo año y segundón de este estaba ganándose una golpiza.

—No puedo, ya me voy a casa.

—Te vamos a sapear con Stone. Ayúdanos.

—No voy a hacer su trabajo —corté.

—No lo haces, solo nos ayudas.

Me reí sin ninguna pizca de gracia. —¿Ayudar? Si, cuando soy yo la que da siempre con el diagnóstico y ustedes se quedan echándose aire en las Pelotas. No pienso hacer nada.

—Eres una residente de primer año, estamos a punto de graduarnos. Estamos ocupados.

—Y una mierda, yo no voy a hacer nada.

Fueron a dejarme la tableta con la historia sin importar que les hubiese dicho que no. Solo que mi mano no fue quien la tomó, sino una grande y masculina que impidió la acción.

¿De dónde demonios salió?

—Taylor está saliendo. No va a hacer más nada.

—Solo le pedíamos ayuda, doctor Stone —comenzó el imbécil del intento de surfista.

—¿Con "ayudar" significa que está haciendo su maldito trabajo por ustedes? No, ella acabó su turno y ustedes están ingresando ahora —los señaló—. Que no me entere que están poniéndola a trabajar demás. Porque los hago perder la residencia. No están aprendiendo nada mientras otros hacen su trabajo.

Ambos se pusieron pálidos y yo casi que hice un bailecito de la victoria. Amo los finales felices, aunque sea que haya estado mi jefe gruñón de por medio.

—No pasará de nuevo, doctor Stone. —el de segundo año casi que se arrodillaba como el lambiscón que era.

Los dos se fueron y estuve a punto de irme tranquila. Solo que me señaló que lo siguiera. Jesús, no. Deja que me vaya, sigo sin superar el bochorno de la mañana.

Pero ningún rayo cayó en medio de nosotros y supe que debía seguirlo pese a que prefería que me abrieran en canal.

Entramos a su oficina y casi me les desmaye. —Que sea la última vez que dejas que te apabullen, pueden estar dos años más que tu, pero siguen siendo inferiores a mí cargo. Y yo los debo evaluar por su desempeño, no el tuyo.

Solo pude asentir.

—Con respecto a lo del cuarto de residente, no pasó nada.

Me iba a morir.

—Ninguno estaba consciente del otro. Fue un descuido que le puede pasar a cualquiera —dijo, pero yo no estaba convencida de ello. Esas cosas solo me pasaban a mí. Porque era yo, y yo era propensa al desastre.

—Si no tienes nada que decir, puedes irte.

Yo estaba hipoxémica en este momento. —Nada, doctor. Feliz noche.

Salí corriendo de su oficina y solo tomé mi mochila para irme. Tenía que poner una distancia prudencial antes de seguir cagándola más.

***

Una semana ha pasado luego del incidente, mi jefecito estaba de viaje y yo estuve sola estos días en completa paz porque no lo había visto. La cosa es que eso sería genial, pero sentía bueno, que no estaba acostumbrada a su ausencia.

Si había alguien que pasaba más tiempo en este hospital que los residentes era Gabriel Stone. El hombre casi que tenía por casa este lugar. Tenía guardias largas y a veces se quedaba más del tiempo del necesario. No sabía si estaba casado o tenía hijos, pero siempre estaba trabajando.

No es que yo fuera curiosa.

No había visto en él un anillo de compromiso o algo, no hablaba de hijos de forma espontánea. Así que la posibilidad de que fuera padre lo veía improbable. La cuestión es que bueno, puede que sintiera que faltaba aquí. El ambiente era diferente.

Ya me he ido aclimatando a escuchar como ladra sus órdenes, así que no verlo hacia que se sintiera raro.

Lo bueno es que a los de segundo y tercer año se les quito la estupidez de dejarme su trabajo como si yo no tuviera más nada que hacer. Pero me miraban con rabia por haber sido defendida por Stone. Si supieran que eso solo ocurría cada eón y que lo hizo por mí diabetes, por mas nada.

Pero no me quejaría.

Llegué a la guardia y me fui a revisar a todos los pacientes. Sabía que esto era algo que ya habían hecho, pero quería conocer de primera mano lo que estaban hospitalizados. Saber un poco de ellos, para que cuando llegara la revista con los doctores no terminar en el suelo sin saber qué demonios hacer. Había especialistas que nos dejaban a todos humillados, ultrajados y prácticamente abusados por preguntas que solo ellos sabían en sus cien años de carrera.

Miré a la doctora Whitman que acababa de entrar a la sala, hoy parecía más linda que nunca y super arreglada con su outfit de revista de modas. Llevaba hoy un pantalón tipo palazzo color celeste con camisa de botones blanca, en sus pies unas hermosas sandalias de tacón que estoy segura que me partiría la boca de nada más medírmelas.

Ella estaba hablando con otros residentes que resultan que eran los mismos que me odiaban por lo que Stone les dijo. Estos dos eran risitas con las cosas que decían. La veían como si fuera una especie de Diosa y yo solo podía desconfiar, no iba a superar la forma en que me miraba la mujer. Era como si fuera poca cosa.

En serio.

Yo la obvié, pero cuando me iba a dar la vuelta para ver qué hacer, escuché una irritante voz a metros de mí. —Taylor.

Pedí al cielo paciencia y un poco de tranquilidad antes de hacer una locura o algo que lograra arrepentirme por toda la vida. Aunque darle un porrazo no sonaba como una mala idea-

—Doctora Whitman —dije tratando de sonar como una alumna solícita y no como alguien que le caía mal.

—Quería comentarte algo de un caso. —el horror tenía la voz de esta mujer, no me gustaba para nada lo que estaba diciendo—. Ayer le dijiste a un paciente que tenía un infarto cuando solo era una angina estable. Refiere que siempre le da ese dolor.

Esperen, ¿qué carajos?

—No tenía una angina estable. Sufría de ese dolor de forma esporádica y ayer se le arreció. Tuvo elevación del segmento ST y las troponinas estaban elevadas. Era un infarto.

—Lo derivaste a cardiología.

Asentí sabiendo que no era una pregunta. —Por supuesto, solo tenían poco tiempo para realizarle una trombólisis. Así que sí, lo derivé.

—Pues el residente de tercer año de Cardiología se está quejando que era algo que podíamos resolver.

—Claro que podemos, pero es mejor que lo vea un especialista. Estábamos llenos ayer y me pareció lo correcto.

—No estamos evaluándolo a ellos, sino a ti.

—Lo sé, pero prefiero una nota negativa a que un paciente no esté bien.

—Eres demasiado insubordinada. Todos aquí dicen que haces lo que te da la gana.

Seguramente habló con los de Nefrología que ya me odiaban, o con los que creyeron que yo ataqué a Stone aquel día en la cafetería.

No tuve tiempo de responder porque continuó: —A los doctores les gusta los estudiantes que admiran el trabajo de quiénes les enseñan.

Un segundo, no podía haber dicho eso.

¿Me estaba acusando de que no le estuviera acariciando el ego a los doctores?

—Que sea la última vez que me llevas la contraria, Taylor. Soy la adjunta y tú no. Sé más que tú y con esa altivez no te irá nada bien conmigo.

Se dio la vuelta y yo me quedé ahí regañada y con impotencia. Esta mujer estaba loca y lo demás era cuento. Básicamente me estaba acusando de ser una mala estudiante por no andar de chupamedias con ella. ¿Cómo era eso posible?

Yo nunca quise ser esa estudiante que iba detrás de los especialistas levantándole el ego. Jamás me rebajé a ese nivel, porque si me iban a reconocer algún mérito era por eso, por mérito, no por andar besando el piso de cada persona que me diera clase. Una cosa era la admiración y otra ponerme por el suelo para que me pisoteen. Yo no era de esas.

En mi carrera y creo que todas las del mundo eso era algo muy común, tuve compañeros de clases con promedios espectaculares, pero eso solo era pantalla. Lo conseguían de formas que nunca estaría dispuesta a hacer. Podía ser una estudiante normal, pero cada una de las cosas que he alcanzado ha sido por mi esfuerzo y nada más.

Decidí que no pensaría más en la imbécil esa y me acerqué a la máquina de café de la sala de reuniones. Serví uno y cuando iba a darle un trago percibí una sombra a mi lado. Y al girarme me encontré con dos ojos marrones mirarme de manera fija.

—Taylor.

Sentí que el aire de mis pulmones se escapaba por los poros de mi piel y que me quedaba muda. Un metro noventa de estatura y músculos se encontraban frente a mí.

—Doctor Stone.

Desde que se había ido de viaje yo me encontraba tranquila hasta cierto punto, porque lo último que hablamos fue eso que ocurrió en el cuarto de residentes. Y verlo hacía que cosas locas ocurrieran dentro de mí. Dichas cosas que no deseaba investigar porque solo sería problemas que no necesitaba.

—Regresó —era obvio y estaba segura que me lo diría con alguna de sus respuestas mordaces, tal vez un es "evidente". Nunca se sabía nada con él.

—Tenía que resolver algunas cosas.

Yo no sabía ni cómo hablar. —0¿Y lo logró?

Asintió.

Le extendí mi café sin probar. —Colóquele azúcar a su gusto. No tiene nada.

Lo tomó y en ese instante sentí sin querer el roce de su mano, lo que logró que mi corazón se desbocara. Solo era piel, ¿por qué me ponía así?

Le colocó dos cucharadas llenas de azúcar y me di cuenta que el amargo de mi jefe bebía el café dulce, demasiado. —No pensé que un endocrinólogo tomara tanta azúcar. Se volverá paciente de esa forma.

—Me gustan las cosas dulces —Jesús, María y José. ¿Por qué eso sonó tan sugerente? Solo era una frase normal—. ¿No comes nunca azúcar?

Negué. —Muy poco, no me gustan los edulcorantes, te lo venden como algo igual a la azúcar y no lo es. Lo único que lo permito es en el chocolate y el helado para diabéticos. Mi dieta se basa en son vegetales y cosas sanas. Cuando tengo tiempo voy a una clase baile. —cuya clase no había ido por estos días locos en el hospital. Era el único ejercicio que esta sedentaria sabía hacer.

—No eres como ninguno de mis pacientes. La mayoría me dice que hicieron su dieta y tomaron su medicación, pero tienen la hemoglobina glicosilada por las nubes.

Me encogí de hombros mientras reía. —Todo se pone en perspectiva cuando te dan seis comas diabéticos.

—¿Seis? —asentí—. ¿Cómo?

—Me diagnosticaron la diabetes a los cinco años. ¿Qué podía saber una niña de lo que no debía comer? Me atiborraba de dulces y luego dejaba que me pusieran la insulina. Mala combinación. Pero la última vez fue la más horrible de todas. Entré en paro cardiaco. Me tuvieron que reanimar.

—-¿Cuántos años tenías?

Pensé que podría aburrirse de la conversación, pero seguía aquí. Y lo mas probable que fuese la preocupación innata que tenemos todos los médicos ante una persona con una dolencia.

—Nueve. De ahí juré que no volvería a cometer desastres. Así que aquí estamos. Todo salió bien pese a todo.

No seguimos hablando porque un tercero más indeseado que el diablo se acercó y noté cómo se tiraba a abrazar a la piedra. —Stone, no sabía que habías llegado.

Habló con una voz de idiota que nunca podría imitar. Era ridícula esta mujer.

—Sí, Annabelle. Llegué hoy en la mañana. —Stone parecía contrito, pero no podía decir la razón.

Y no sabía por qué su presencia se sintió como ácido en mi estómago. Solo era una doctora más. Por mí si se iban a vivir su amor lejos.

—Vamos, te invito un verdadero café, no esta bazofia de la cafetera. —y se lo quitó de las manos para ponerlo en la mesita.

No me importaba.

Ambos se fueron y me quedé ahí con el corazón latiendo acelerado y cuando fui a recoger el café para echarlo a la basura, me di cuenta de que no estaba.

¿Se lo había llevado?

Solo que no me dio tiempo pensar en ello porque mi teléfono comenzó a sonar avisándome que tenía una emergencia que debía resolver. 

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