Atraviesa el túnel o muere en...

Da MorenoDanielFelipe

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Cuando un adolescente promedio se entera de la existencia de un misterioso túnel, se obsesiona con atravesarl... Altro

De cómo todo se fue al carajo
Jodida adolescencia
Cuando el dolor acecha
La soledad
El olor de la pólvora
Tensando la cuerda
Fractura expuesta
Mirando al abismo
Ojo de barracuda
Aguda obsesión
Una herida invisible
A, B, C...
Patio Nº 4
Otro mundo
Madera vieja
Un esfuerzo por perdonar
Una vida mediocre
Piensa rápido
Defensa feroz
La luz del sol
Victoria
Ejército de Recuperación Nacional
Alta traición
Lindo jardín trasero
Aquella cicatriz
El cielo y el mar
La muerte de una burbuja
Sangre, lágrimas y ceniza

Un propósito superior

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Da MorenoDanielFelipe

Eso fue un golpe directo a la cabeza. Nunca se me había ocurrido pensar en las otras personas que habían cruzado por el túnel. Fue desconcertante esta información. Tenía que ver a Beto. Cualquier cosa que él supiera me sería de gran utilidad. Pero antes de pensar en las cosas que me servirían, me atravesó el cuerpo un escalofrío: esto era en serio. Seguramente, a Beto le habrían asignado esta misión, idéntica, hace veinte años. Desde luego, fracasó y no pudo escapar y su nueva vida fue el encierro. Y todo después de tener una vida como la mía, una vida tranquila.

Sentí un gran desánimo. No valía la pena, tal como lo había pensado en una ocasión, arriesgarme a perder la vida que tenía. Pero, para ese momento, ya era tarde. Solo me restaba encajar lo mejor posible y esperar a que Beto estuviera de regreso para entender lo que le había sucedido. Tal vez él podría explicarme para qué eran las cosas que tenía en mi bolsillo, y no solo eso, sino que podía escapar conmigo. No tiene caso perder el tiempo en discurrir acerca de si estaba bien o mal ayudar a que alguien a escapar de la cárcel, porque yo tenía la certeza de que él era inocente.

Corría el tiempo. Después del desayuno, nos dieron acceso al patio. Cada persona tiene un oficio o algo por hacer a diario. No todos lo hacen, no todos parecen tener ánimos, pero la mayoría de ellos se dedica a algo durante el día. Fue un dolor de cabeza mirar el reloj porque las instrucciones tenían la hora y mi reloj tenía una cuenta regresiva. Al terminar el baño, tuvimos que alinearnos en los bordes del patio para la primera contada del día. Es cuando se hace un conteo de todas las personas para tener el control de quiénes están ahí. Aunque tuve miedo de que sobrara alguien en la cuenta, no sucedió. Todo estaba en orden.

Cuando todos ya se habían dispuesto a iniciar su día, aún no estaba seguro de qué me tocaba hacer en ese lugar. De pronto, Beto me puso la mano sobre la espalda. Fue algo apresurada la reacción que tuve apenas lo vi:

—¿Qué pasó con el túnel? —pregunté agitado.

—Relajado, papi —me contestó con tranquilidad—. Vamos al taller a trabajar como si nada.

—¿Cuál taller?

Beto tomó aire. Noté que no le había pasado nada en el brazo. Por el golpe al caer, se le quebraron dos dedos a la prótesis. No me gustó verlo así. Me entristeció porque lucía averiado. Luego, él respondió:

—Todos los días trabajamos en el taller de costura. Ahí tenemos un espacio para fabricar las manillas que vendemos afuera.

—¿Nosotros las vendemos afuera?

—Las vende alguien más, pero nuestro trabajo es hacerlas. Vamos. Allá habrá tiempo para hablar. ¿Cuánto queda?

—Dieciséis horas.

El taller era una pequeña habitación ubicada al final de nuestro pasillo. Tenía una mesa en el centro y contra las paredes estaban organizadas, en anaqueles, un montón de cajas transparentes llenas de insumos para manillas. Se veía muy colorido. Al entrar, quedamos fuera de la vista de todos. Beto me miró a los ojos y se lanzó a darme un abrazo. "Me parece estar viéndome hace tantos años", me dijo mientras se le inundaban los ojos de lágrimas. "Por fin podré salir".

—Qué bueno, parce —le dije—. Ahora sí, explíqueme bien qué fue lo que sucedió en el túnel. Esto es demasiado. No me tenga más en esta incertidumbre.

—Qué placer siento de poder contar esta historia desde el principio a alguien que sí me va a creer.

—Sí le voy a creer. Estoy seguro de estamos aquí por las mismas razones.

Saqué el papel de las instrucciones y se lo mostré. Casi da un grito al verlo. "La misma misión que me pusieron a mí", dijo. Leyó hasta el final pronunciando en voz alta la última parte del texto: "Misión diseñada para: Gustavo Castillo".

—Esto significa —dijo, haciendo una pausa— que a usted también le cambiaron la misión por otra. Esta la tenía que hacer un tal Gustavo.

—¿Y es que con usted fue igual? ¿Lo traicionaron?

—Yo llegué aquí con la misión de otra persona, porque esa otra persona sin mi consentimiento fue a hacer la mía.

—Exactamente lo que me pasó a mí, y con alguien que era de mi confianza.

—En la gente no se puede confiar.

—Es cierto. La gente es una mierda.

—No. No es por eso, no es porque seamos malos.

—¿Entonces por qué?

—Porque somos impredecibles. Nos gobiernan los sentimientos.

—Bueno, parce. Ya puede empezar la historia. Por favor, con detalles.

—Hace veinte años y nueve meses, yo era una persona muy tranquila en una familia amorosa. Pero en ese entonces yo veía las cosas de otra manera, ¿me entiende? Me parecía aburrido todo y yo estaba era buscando nuevas experiencias, vivir otras cosas. Un amigo mío una noche llegó diciendo que había entrado en un túnel y que fuéramos al túnel, que el túnel esto, que el túnel lo otro, que le habían prometido un paraíso. Me insistió tanto que yo fui.

—Bueno, a mí nadie me insistió. Yo me puse de metido.

—Pasaron muchas cosas antes de poder entrar al túnel, pero yo recuerdo muy clarito que lo soñé despierto: mi mamá estaba viva porque yo podía evitar que ella saliera ese día a montar en bicicleta y que no le hubiera pasado ese accidente que me la quitó. Venía bajando por la Avenida Cañasgordas. En la esquina de la Carrera 100 no pudo esquivar un hueco que la mandó volando a estrellarse con un guayacán rosado que hay en esa esquina. Yo solo quería a mi madre viva, yo solo la quería conmigo. Lo que el túnel le mostrara a uno eso era lo que ellos le estaban prometiendo que iba a pasar. A mí me prometieron que ella estaría viva, porque, parcero, yo todavía la extraño mucho, después de tantos años. ¿O qué? ¿No le parece buena idea? ¿A usted qué le mostraron?

Me sentí avergonzado de contestar, por lo que lo animé a que siguiera la historia.

—Después de varios intentos, nosotros entendimos que el túnel cambiaba las reglas sobre el camino y jugó con nosotros. Tuvimos que hacer una misión rápida. Mi amigo intercambió los papeles sin que yo me diera cuenta y me tocó hacer la misión que era para él. ¿Cuál era la misión? La misma suya. Escapar de aquí. Así fue como llegué, porque me desperté dentro de la celda, con un reloj en el bolsillo que me daba la cuenta regresiva para atravesar las puertas y las rejas por una serie de casualidades que se arma solamente a esa hora.

—Sí, tal cual lo mío. Pero, entonces, ¿qué fue lo que no salió bien? ¿Por qué falló?

—No sé bien la razón, pero pasó algo que no tenía que pasar.

—¿Qué cosa?

—Un guarda me reconoció, o por lo menos actuó como si me hubiera reconocido. Ese día me dio una mirada que yo nunca había sentido en la vida. Me miró como diciéndome que estaba descubriendo mi engaño. Con su mirada me decía: "usted es un impostor". Me puse colorado, empecé a hacer demasiadas preguntas, así, todo confundido. Esa actitud le generó más desconfianza al guarda y ordenó solicitar mi expediente. Algo leyó que no le gustó y por eso se fue a solicitar permiso para entrar un arma de fuego al patio. Ahí se jodió todo, mi hermano. En medio de todo eso, yo me toqué los bolsillos y paila, papi, se me había caído el papel con las instrucciones. Esa fue mi condena. Alguien lo encontró, lo leyó y quiso intentar el escape. Yo recordaba de memoria las horas, porque la noche en que llegué no fui capaz de dormir y me dediqué toda la noche a leer y leer ese papel. Cuando llegó la hora del escape, el otro hombre, un loco ruidoso, pero loco, loco ese man, estaba a mi lado contando los segundos para que alguien entrara a la capilla y dejara esa primera puerta abierta. Entonces, ese mismo guarda se dirigió hacia esa puerta con el cura, le abrió con sus llaves, le corrió el pasador para que no se fuera a cerrar con el viento del patio y luego se fue. Es que la capilla está como en la mitad de todo: la puerta trasera da al patio Nº4; la puerta delantera da al pabellón central. El cura salió por la puerta delantera y se le olvidó cerrar la puerta que le habían abierto, entonces ese era el momento perfecto para entrar. Pero el otro tipo, el loco, pensó que no íbamos a poder hacerlo juntos, así que salió corriendo antes que yo y quiso dejarme por fuera, entonces cogió la puerta ese malnacido y después de haber entrado la azotó para cerrarla, pero él no había visto al guarda poniéndole el pasador a la puerta, por lo que no se cerró y el ruido hizo que el guarda, que ya tenía la pistola encima, saliera corriendo. Cuando se asomó al pasillo, claro, vio a dos personas forcejeando por abrir la puerta de la capilla hasta que el de adentro se rindió y los dos ingresaron corriendo.

—¿Y quién era el otro? —le pregunté.

—No sé —me respondió con un gesto de desaprobación—. Cualquiera, eso no importa. Entonces el man salió corriendo con la pistola en la mano. Luego de haber entrado, alcancé a quitar el pasador y luego se lo puse antes de irme corriendo. El guarda tenía las llaves, pero no podía abrir si estaba puesto el seguro desde adentro. Enloquecido de rabia, llamó a otro de sus compañeros por radio y le dijo que ingresara por la puerta delantera de la capilla de manera urgente. Nosotros nos atravesamos el pasillo, porque al frente había un baño. Allí esperamos en silencio. El segundo guarda llegó corriendo a abrir la capilla y no miró para atrás, y ese fue el momento para atravesar la reja Nº 3, porque la había dejado abierta. El man ya no estaba interesado en sacarme del camino. Solo estábamos pendientes del tiempo y durante un segundo, sin decirnos nada, nos volvimos aliados. Me dejó ver la hoja para que recordara las instrucciones y estuviera pendiente del reloj. Estábamos corriendo hacia la siguiente reja, que estaba un nivel más arriba. Era necesario subir unas escaleras. Antes de subirlas me resbalé y me fui de cara al suelo. El compañero se devolvió para ayudarme a levantar y subimos las escaleras corriendo, con el menor ruido posible. Todavía faltaban varias puertas por cruzar. Pero, como le digo, somos impredecibles... Él guardaba la esperanza de salir a como diera lugar. Se dio cuenta de que nos habían alcanzado y apenas llegamos al último peldaño se devolvió y me empujó para que me cayera contra el guarda, creyendo que así ganaría tiempo. Pero creo que su falla estuvo ahí, ¿sí me explico? No teníamos que hacer nada para ganar tiempo. El tiempo estaba contado, era preciso. Allí ocurrió la fatalidad: cuando el guarda miró hacia arriba y vio mi cuerpo caer sobre él, disparó el arma dos veces sin pensarlo. El primer tiro me entró acá —se señaló la muñeca— y por eso perdí esta mano. Por eso perdí mi manito.

—Qué maldito ese hijo de puta —dije muy indignado—. ¡Cómo son capaces de traicionar al que los ayuda!

—No, no podemos juzgarlo. Él intentaba salir y pensó que de esa forma lo conseguiría. No era nada personal contra mí. Yo, si hubiera sido yo, yo hubiera hecho otra cosa, pero las personas somos diferentes. Llevo muchos años acá y hace muchos años lo perdoné.

—Usted tiene un corazón muy grande, parce. Yo estaría lleno de rencor.

—No tiene sentido. Sería algo que solo me va a dañar a mí.

—¿Y el segundo disparo?

—Le dio en el corazón al man. Lo mató.

—¡Wow! —exclamé aterrado.

—Sí, parcero. Ahí quedó tendido mientras yo gritaba y no podía creer lo que me estaba pasando. Ahí se jodió todo. Desde entonces permanezco aquí. ¿Me escuchó bien ahora rato? Veinte años, ¡veinte! ¡Por algo que yo no hice!

—Claro, ahí la cagó ese man. Por intentar salir los dos, no salió ninguno.

—Fue por atacarme a mí. Fue por pensar que no podríamos salir los dos. Lo he pensado mucho y yo escuché al guarda hablar durante ese momento. Fue todo demasiado rápido. Recuerdo los momentos muy borrosos, como si hubiera estado borracho, porque entré en estado de shock. Pero escuché al guarda decir que disparó porque se había asustado, leyó mi expediente y sospechó de nosotros, y cuando me vio caer sobre él accionó el arma asustado porque pensó que lo iban a atacar primero. Si yo no hubiera caído encima de él, no habría sido capaz de halar ese gatillo y solo habría tenido como opción llamar por radio a la estación, y de alguna forma hubieran seguido ocurriendo todas esas casualidades que nos hubieran dejado salir.

—Tal vez él no estaba destinado a salir de la cárcel por su delito, o no lo merecía.

—Pero yo sí.

—¿Usted está seguro de que el guarda no iba a disparar?

—Él dijo que lo hizo porque se asustó.

—Pero es posible que, aunque usted no le hubiera caído encima, de todas formas lo habría hecho dos veces: una para cada fugado.

—No creo. Ese no era capaz de hacer eso. Lo tienen prohibido, además.

—¿Cuánto tiempo llevaba trabajando aquí ese guarda?

—Me contaron que ese era su primer día. Había llegado a la cárcel el mismo día que yo, a la misma hora... Igual que el que me empujó hoy, a ese al que le grité esta mañana. Ese es nuevo. Empezó en el turno de anoche.

—¡Mierda! —dije, abriendo mucho los ojos—. Todo se está repitiendo. Está pasando lo mismo de hace veinte años.

—Sí —contestó calmadamente—. Ese guarda es el que nos va a impedir salir. Ya él lo vio a usted sospechoso y lo más seguro es que haya ido por la pistola cuando me llevaron a la enfermería. Ya debe tenerla aquí. Pero la diferencia es que estamos advertidos. Cuando él salga a perseguirnos, tenemos que evitar atacarlo. Sin lanzarle cosas o sin intentar golpearlo, porque perderíamos todos. Apeguémonos a las instrucciones.

—Sí, de acuerdo. Tenemos la ventaja de la experiencia suya de esa vez.

—No estoy dispuesto a permanecer un minuto más aquí. Ya estoy adaptado y ya sé vivir acá, pero no es lo que yo merecía.

—Sí, lo entiendo. ¿Y por qué razones se quedó aquí? ¿Los abogados no lo ayudaron? Debe haber formas de demostrar que usted no cometió ningún delito.

—Todo está arreglado para que parezca que sí. Mi expediente habla de que asesiné a alguien en medio de una riña. Dice que la persona trató de defenderse con un cuchillo mientras yo le disparé. Yo decía que jamás había sucedido nada así, pero mi piel estaba llena de rayones, dándole la razón a la acusación de la Fiscalía. Yo no tenía esas cicatrices en el cuerpo. Me avergonzaron tanto que con el tiempo me las fui tatuando con tinta china, para que parecieran tatuajes y nada más.

Pasaron las horas en el taller. Me causaba curiosidad cómo Beto había escogido un oficio tan difícil de hacer para alguien que solo tenía una mano. "¿Una?", preguntó cuando le hice el comentario. "Yo veo aquí dos". Me contó que durante varios años se había dedicado a leer y escribir poesía, diciendo que su deseo era que la poesía saliera de los muros y pudiera llegar a más gente. Me entregó varios papeles arrugados que guardaba en uno de los cajones del taller. "Léalas en estos días", me dijo. "No son buenas, pero les dediqué mucho tiempo". Beto era de esas personas a las que se les podía sentir que tenían un alma buena, de esas personas que proyectan sus buenos sentimientos y cuando se está al lado de ellas siempre hay mucha paz.

Hicimos una pausa. Estaba desdoblando las hojas para leer sus escritos, pero me detuve y le hice una pregunta cuya respuesta me causaba curiosidad: "Beto, para usted, ¿qué es poesía?". Me dijo que me mostraría algo. Salimos del taller y subimos por la escalera a los pasillos del segundo piso. Al doblar por una esquina, vi a unas diez u once personas recostadas en los barrotes con toallas de baño en las manos. Estaban mirando hacia el pabellón de las mujeres, que, aunque estaba separado de los hombres, en algún punto se alcanzaban a ver desde lejos en los patios. En uno de los pasillos de ese pabellón, otra cantidad de mujeres, también con toallas en las manos, miraba hacia nuestro lado. "Se están comunicando", me dijo Beto. Eran parejas enamoradas que se comunicaban haciendo señas con la toalla. Extenderla de un modo significa dar un abrazo; extenderla de otro, un beso. Me pareció fascinante. Era una expresión de lo que somos los seres humanos. No había señales para cada idea. Más que todo, eran señales de afecto y sonrisas, pero bastaba para mantenerlos vivos y sonrientes. "Esto es poesía", me dijo Beto. "La vida diciéndote que al amor nada lo frena".

Fuimos de regreso al taller a continuar con el trabajo. En medio de la conversación, abrió una caja que tenía sobre la mesa. Tomó una pulsera bellísima, de colores lila y negro, con piedras brillantes como cuarzos. Una de las piedras tenía forma de corazón rojo. Era hipnotizante.

—¿Sí pilla esta? —me preguntó, sosteniendo la pulsera en el aire.

—Está una chimba —le dije.

—Siempre tuve la esperanza de que tendría una oportunidad para escapar de aquí. Todos los días, cuando ya iban siendo las once, revisaba cada movimiento en el lugar, intentando predecir qué día las casualidades se darían nuevamente para que quedara el camino libre. Todos los días pensando en que aún sigo en la misión del túnel, y que cuando salga podré escoger un carro y ya mi mamá estará conmigo a pesar de la edad. No sé, parcero, no sé qué pasará. Pero esta pulsera es muy especial. Es para ella. Se la voy a dar cuando la recupere. La he estado haciendo desde que trabajo en el taller. He terminado de hacerla un montón de veces. Usaba de todas las piedras, combinando todos los colores. Un día me la pasaba pensando en qué patrón le iba a hacer, luego la terminaba y luego la volvía a desarmar y comenzaba otra vez. Así también para matar el tiempo, para matar el tiempo y para pensar en ella.

Pasó el día y terminé de escuchar todo lo que Beto cargaba consigo. Antes de terminar la jornada, me pidió que le guardara la pulsera por si lo requisaban. Temía que quisieran robársela. Luego de la segunda contada del día, empezamos a planear lo que haríamos para escapar de ahí. De regreso en el pasillo, el reloj indicaba que quedaba media hora para el escape. Estaba muy asustado, tanto como Beto. Era la oportunidad de arreglar su vida y era el riesgo para mí de desperdiciarla.

—Yo creo que esto no es porque sí —me dijo.

—¿Qué cosa?

—Todo esto del túnel. Veinte años después y eso sigue funcionando y mandando a personas a que se dañen la vida a cambio de una ilusión. Pero yo lo pienso bien y no creo que sea tan simple. No creo que haya en el mundo un túnel que está ahí siempre para que la gente vaya y se me meta y ya, no. No, no, no. Estoy seguro de que no puede ser simplemente un parque de diversiones extremo. Ese túnel está aquí por otra razón.

—¿Cuál?

—No sé. Pero sé que tiene un propósito. Y no es cualquier cosa. Es algo grande: un propósito superior. Así lo siento.

—Con que salgamos de aquí será suficiente ganancia.

Beto se detuvo. Suspiró y miró hacia arriba.

—Juan, yo necesito pedirle un favor.

—Sí, ¿qué necesita? Lo que quiera.

—No quiero pasar mi primera noche en libertad con esta pinta. Usemos esa cuchilla de afeitar y ese jabón que le llegaron aquí.

—¿Para qué?

—Quiero afeitarme.

—Pero ¿en este momento? ¿No será mala idea hacerlo justo ahora?

—Por lo que vi en el reloj aún nos quedan dieciocho minutos.

—No me parece buena idea. Estamos arriesgando mucho.

—Por favor... Quiero afeitarme. Por favor.

Vi en sus ojos cansados que era sincero. Trataba de verse bien por primera vez en mucho tiempo. Llevaba años esperando este momento y quería vivirlo a su gusto. Le entregué el jabón y la cuchilla. Esa noche todos se habían demorado mucho más tiempo en volver a las celdas, porque estaban en el patio viendo la final de un partido de fútbol. Antes de que cerraran y revisaran nuestra celda, alcancé a entrar y sacar una botella de agua que Beto tenía en su maletín. Se la llevé hasta el lugar donde estaba arrodillado. Ahí, destapó el jabón y mojándose las manos se aplicó la mezcla sobre la cara. Después se lavó y repitió los pasos, dejándose puesto el jabón sobre la piel. Con las manos temblorosas, se pasó la cuchilla con mucha dificultad. Yo estuve pendiente de que pudiera hacerlo con tranquilidad. Fue un momento muy humano.

El tiempo acechaba. Faltando veinte segundos ya estábamos listos para la salida. Al igual que en la historia de Beto, se acercaron a la capilla el guarda y el cura. Ante mis ojos, la escena se estaba repitiendo. Ya no dudaba de la realidad que estaba viviendo ni desconfiaba de él. Comenzó la carrera. Seguimos todos los pasos y esta vez Beto fue mucho más silencioso que antes. Cruzamos al baño del pabellón central después de salir de la capilla, pero no pasaba nada. Como la puerta no se azotó, el guarda no salió corriendo a llamar por radio al compañero. Beto observó que había un cuadro colgado en la pared. Lo quitó de allí y lo lanzó contra la reja que separaba el patio del pasillo. El ruido hizo correr de regreso al guarda. Beto se quedó de pie un instante, esperando mirarlo a la cara, cosa que logró.

Como si estuviéramos obligados a que sucedieran así las cosas, me resbalé antes de subir las escaleras y me di un fuerte golpe contra el piso. Beto se devolvió y de un tirón me puso en pie otra vez. Mientras subía los primeros peldaños, una inquietud pavorosa hizo que me invadiera una gran angustia momentánea: Si todo se está repitiendo y yo estoy en el mismo lugar de él hace veinte años, ¿eso significa que estoy tratando de escapar con la persona que me va a traicionar?

No hubo más tiempo para pensar. Al llegar al piso de arriba, el guarda ya estaba muy cerca de nosotros, y lo siguiente que veo es a Beto devolviéndose hacia mí. Por mi mente cruzaron miles de imágenes y de suposiciones. Pero no me empujó: me tomó de la ropa y con mucha fuerza me empujó hacia adelante diciéndome: "Todo tiene un propósito", y acto seguido se devolvió contra los guardas que venían subiendo las escaleras. No fui capaz de seguir corriendo sin él. Desde allí, pude escuchar cómo uno de ellos le gritaba al otro: "¡Solo al que no tiene barba!", y justo en ese momento se encontraron de frente con Beto, que ya no tenía barba por cuenta de su extraño deseo de afeitarse justo antes del escape.

Yo, estando unos metros más adelante, comprendí para qué eran la cuchilla y el jabón, y comprendí el deseo final de Beto. En efecto, como me lo había imaginado, el guarda necesitaba disparar dos veces. Igual que veinte años atrás, el primer disparo le dio en la muñeca derecha, pulverizando por completo lo que quedaba de su prótesis. Y el otro disparo le atravesó el corazón. El mundo había perdido a un héroe: Beto cayó sin vida sobre las escaleras.

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