Atraviesa el túnel o muere en...

By MorenoDanielFelipe

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Cuando un adolescente promedio se entera de la existencia de un misterioso túnel, se obsesiona con atravesarl... More

De cómo todo se fue al carajo
Jodida adolescencia
Cuando el dolor acecha
La soledad
El olor de la pólvora
Tensando la cuerda
Fractura expuesta
Mirando al abismo
Ojo de barracuda
Aguda obsesión
Una herida invisible
A, B, C...
Otro mundo
Un propósito superior
Madera vieja
Un esfuerzo por perdonar
Una vida mediocre
Piensa rápido
Defensa feroz
La luz del sol
Victoria
Ejército de Recuperación Nacional
Alta traición
Lindo jardín trasero
Aquella cicatriz
El cielo y el mar
La muerte de una burbuja
Sangre, lágrimas y ceniza

Patio Nº 4

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By MorenoDanielFelipe

No habíamos terminado de celebrar cuando notamos que el hombre sin rostro se alejaba cada vez más de nosotros hasta llegar a la puerta de entrada. Una vez allá, sacó de su bolsillo un encendedor. Me quedé paralizado al verlo. Alcancé a notar que movía los dedos para accionarlo. La chispa del encendedor hizo explotar el lugar: un fogonazo muy brillante, una nube azul translúcida vino desde el lugar de la chispa, con el sonido de una explosión, y nos golpeó una onda con tanta violencia que los tres salimos despedidos hacia atrás, como si nos hubiera embestido un tanque de guerra.

Caímos al combustible. Me sentía tan aturdido que tuve la impresión de que moriría ahogado. La fuerza de choque fue tanta que tenía la impresión de haberme reventado la cabeza por dentro, y que la sangre de mi cerebro se regaba a través de los huesos de la nariz. Era una sensación de frío y adormecimiento en el rostro, además de haber perdido la sensibilidad en todo el cuerpo. Para nuestra sorpresa (y alivio) el nivel de la gasolina había empezado a bajar drásticamente, tal vez porque el hombre abrió la puerta de la entrada, siendo lo más sorprendente que el líquido no se hubiera prendido en llamas, sino que permaneció inofensiva como si fuera agua maloliente.

Poco a poco, quedamos tirados sobre el suelo, llenos de gasolina, sintiéndonos mareados y desorientados. El olor de la gasolina, que es tan estimulante en pequeñas cantidades, se sentía ahora como un veneno letal. Ninguno de nosotros había sufrido heridas considerables más allá de haber sentido ese tremendo golpe. Al otro lado de la sala, detrás de los computadores, se encendieron otras luces que nos permitieron ver la puerta de lo que parecía un ascensor. La entrada, de un color metálico reluciente, no hacía juego con el resto del lugar. Entre Gustavo y yo ayudamos a levantar a Natalia, quien parecía recuperar las fuerzas poco a poco, por lo que ya estaba caminando sin ayuda, incluso adelantándose a nosotros. El olor seguía siendo demasiado molesto. Sentía que los pulmones se me estaban quemando, al igual que todas las vías respiratorias. El ascensor parecía la salida.

Nos dirigimos, escurriendo gasolina, a la puerta del ascensor, que se abrió cuando Natalia la alcanzó, recostándose sobre ellas como buscando descanso. Con una rapidez impresionante, las puertas se abrieron y se cerraron dejando a Natalia adentro, que cayó al ascensor por estar recostada. Nosotros quedamos afuera. El olor nos estaba ahogando. Gustavo, enfurecido, le dio patadas a la puerta con la poca energía que le quedaba. Otras dos puertas se encendieron, idénticas a la anterior. Tomé del brazo a Gustavo y lo saqué de su inútil ira contra la puerta, llevándolo hacia la que teníamos a la derecha. Al entrar, las puertas se cerraron. Estábamos en un ascensor muy pequeño que se quedó inmóvil. El tapete tenía una línea vertical dibujada en color gris, en medio de un fondo verde oscuro.

—Estaba debe ser la entrada al escenario —dijo Gustavo—. Por fin. Por fin vamos a lograrlo. Esto es algo grande, parce. Esto no es cualquier bobada. Estamos a punto de cambiar nuestras vidas.

—Eso espero. Los tres escogimos el seis. Pero, en serio, hay algo que tengo que decirte sobre lo que vi en mi escenario A.

Gustavo me miró confundido:

—¿Yo tengo algo que ver?

—Sí.

—¿Por qué?

—No lo entendí bien. Solo sé que en algún momento vos y yo vamos a tener un trabajo en común, como si nos hubiéramos aliado para hacer algo que nos diera mucha plata.

—No suena mal —dijo, un poco más tranquilo.

—Pero sigo con una duda: si mi escenario A implica que vos y yo tenemos un negocio juntos, ¿no debiste ver lo mismo vos en algún momento?

—En realidad, lo mejor sería que no nos contáramos eso. ¿Le contaste algo a Natalia de lo que te mostró el túnel?

—No, ella tampoco quiso que le contara.

—Es mejor así. Que nadie sepa lo de nadie.

—Pero acabaste de preguntar por el mío, tramposo. Ponés las reglas después de haberlas roto.

—No te estoy haciendo trampa. Tranquilo. Solo hemos pensado que si no nos enteramos del escenario del otro, entonces todo el escenario A encontrará su flujo con mayor facilidad, no sé si me explico.

—Sí, dejar que todo fluya.

—Sí, pana, porque si todos estamos enterados de lo que el otro vio, entonces es posible que actuemos de una manera que cambie todo, como que nos distorsiona el objetivo.

El panel de control del ascensor, al que no le funcionaba ningún botón, tenía un pequeño altavoz en la parte baja. De allí provino un pequeño chasquido y luego escuchamos la voz de Natalia. Los ascensores estaban intercomunicados.

—¿Gustavo? —dijo ella.

—¿Estás bien, estás bien? —preguntó Gustavo con afán.

Noté que el panel de control tenía un botón verde grande que no tenía ninguna señal. Solo podíamos comunicarnos al presionarlo.

—¿Estás bien, Nati? —preguntó otra vez.

—Sí, solo siento que tengo la nariz quemada por dentro. Pero es solo la sensación. Creo que no me pasó nada. ¿En dónde están? ¿Todo está bien?

—Estamos en otro ascensor que también se abrió cuando te quedaste adentro. Aquí el aire está limpio y estamos descansando del mareo.

—¿A qué hora creen que nos movamos? —pregunté.

—Gustavo... —repitió Natalia—, decime algo... por favor. ¡Ay, no! ¡No, pana, hijueputa vida!

—¿Qué te pasó? —contestó preocupado—. ¡Natalia!

—¿Tu ascensor tiene tapete? —le preguntó ella.

—Sí, verde. ¿Por qué?

—¿Tiene algún dibujo?

—Sí. No. Digo, tiene una raya, nada más.

—¡Puta mierda!

—¿Qué pasó? Ya me estás haciendo preocupar.

—Eso no es una raya.

—¿Qué?

—Así como el diseño de mi tapete tampoco es un óvalo. Es un cero. Y el tuyo es un uno.

—Maldita sea —exclamó Gustavo—. ¡Cerdos tramposos!

—Nos hicieron escoger otra vez los números entre el cero, el uno y el seis. Estoy segura de que debe haber otro ascensor, un tercero.

—Es cierto —corroboré—. Se encendieron otras dos puertas, y nosotros entramos a la más cercana. ¡Pero por obvias razones! Nos estábamos muriendo ahogados. ¿Qué querían?

—¿Será cierto? —dudó Gustavo—. No, no puede ser. No pueden ser tan ratas. Ya habíamos escogido. Todos escogimos el seis, por lo que nos merecíamos ir al escenario que todos queríamos. No puede ser. No, yo no me dejo hacer esta injusticia.

—Esperate un momento —le dije—. Hay que tener calma. Puede ser que el tercer ascensor tenga de nuevo un óvalo, y el sigiuiente una línea. En todo caso, no estamos seguros de que el tercer ascensor tenga...

Un chirrido interrumpió nuestra conversación. La voz metálica, que antes ya se había hecho presente sin que pudiéramos ver quién hablaba, se dirigó a nosotros a través del altavoz: "Dos miembros escogieron la opción uno. Un miembro escogió la opción cero. Ningún miembro escogió la opción seis. Todos los miembros serán asignados al escenario B. Según el reglamento, ante un error cometido, los participantes del escenario B repetirán el error, con muy pocas posiblidades de mejorarlo: <<El escenario B tiene un camino muy similar al del error original, junto con algunos beneficios del escenario A, pero su final es impredecible>>".

Gustavo no estaba nada contento. De hecho, ninguno de los tres, porque al finalizar el anuncio pudimos escuchar a Natalia golpeando las paredes y gritando insultos, tal como hicimos nosotros dos. No era justo lo que habían hecho. Natalia escogió esa opción porque fue la única puerta que se iluminó. Pensamos que solo había una puerta y luego se encendieron otras dos. Nunca se nos ocurrió que esa iba a ser la forma de seleccionar el número. Nos habían engañado. Pero, a decir verdad, este modo habría resultado mucho más sencillo: si hubiéramos caminado los tres juntos, habríamos entrado al mismo ascensor. Y Natalia iba separada de nosotros porque estaba ahogada tanto con el olor de la pólvora como el de la gasolina.

—¡No! —exclamó Gustavo—. No es justo. No entiendo por qué están jugando así con nosotros.

—Debieron explicarnos antes cómo iba a ser la elección —repuse—. Es como si a propósito quisieran hacernos las cosas más difíciles.

—¡Es que nos quieren ver la cara de estúpidos! ¿O entonces para qué nos hicieron elegir un número en el computador? ¿Para perder el tiempo y ya?

—Parce, ¿sabés qué? ¿Qué tal que la elección del computador haya sido verdadera, pero nos la cambiaron?

—Pues da igual. La que tomaron como cierta fue la del ascensor.

—Sí, pero... El tipo dijo que ni una queja más, y vos sabés que nosotros seguimos quejándonos. De pronto fue un castigo.

—Ah —exclamó fingiendo sorpresa—. Entonces ahora te vas a poner del lado de ellos y los vas a justificar.

—No los estoy justificando.

—¿No? Pues a mí me parece que sí. Me estás haciendo el reclamo a mí, porque los dos sabemos que yo fui el que siguió quejándose allá en esa sala. Vos estás enojado conmigo en lugar de estarlo con ellos, que son los que nos engañan.

—Solo quiero darte a entender que tenemos que ser cuidadosos con lo que nos dicen aquí. Es como si ellos estuvieran un paso delante de nosotros: tienen cada movimiento bajo control. No nos conviene seguir retándolos y seguir gritando cosas, sobre todo cuando sabemos que la instrucción general es mantener la calma a pesar de lo que esté sucediendo, ¿no te parece?

—Sí, tenés razón. Mantener la calma es vital. Pero ahora tenemos un dilema: ¿nos quedamos callados aceptando las injusticias que caen sobre nosotros o nos rebelamos para que sepan que no somos un grupo sumiso? ¿Nos quedamos callados permitiendo que sigan oprimiéndonos o nos rebelamos para que esas injusticias no se repitan? ¿Nos quedamos callados comportándonos como unos cobarnes o nos rebelamos y hacemos escuchar nuestra voz?

—Bueno, yo lo veo muy claro: nos quedamos callados.

—¡Parce! Ajj.

—Ve, vamos a intentar hacerlo lo mejor que podamos. Creo que si seguimos quejándonos nos van a obligar a elegir nuevamente, quizás de una manera más extraña que nos obligue a quedar separados. Ponete a pensar: en todo esto de los ascensores, en realidad nosotros nunca escogimos nada. A Natalia le mostraron solo una vía y cuando accedió a ella, la cerraron de una. Luego, se encienden otras dos, pero como veníamos fatigados y huyendo del aire contaminado, por sentido común los dos entramos a la puerta más cercana. Para coincidir, tendríamos que haber entrado al ascensor que ya habían cerrado. Era imposible. Desde el principio nos negaron la posibilidad de entrar al mejor escenario. Tenés razón al decir que es injusto. Pero pensalo de esta forma: el túnel se ha comportado haciéndonos escoger lo que ha querido. No fue nuestra voluntad, es decir, que aquí se ejerce un control muy poderoso que se escapa a nuestras manos. Entonces, ¿creés que les costaría mucho volver a hacerlo? ¿En serio, parce? ¿Creés que no podrían simplemente enviarnos al peor escenario a todos? Ahora es momento de actuar con inteligencia.

Se quedó en silencio un momento, pensando en cuál sería su siguiente paso. Le habló a Natalia y le pidió que tuviera paciencia y que esperáramos. Pasamos alrededor de veinte minutos en silencio. De vez en cuando, Natalia refunfuñaba por el altavoz. Iba a dar una queja más, pero fue interrumpida por la voz metálica, que hacía un nuevo anuncio: "Debido a la alta cantidad de quejas, los miembros tendrán que repetir la elección. Cada miembro será enviado a un lugar diferente a cumplir una misión rápida que tendrá como objetivo elegir entre tres opciones. Una vez lo hayan hecho, busquen el túnel".

—¡Mierda! —dijo Gustavo en tono bajo—. Tenías razón. Si nos seguimos quejando nos van a joder cada vez más.

—¿Te das cuenta de lo que está pasando? —le pregunté—. Cada vez es más lejana la idea de atravesar el túnel. La primera vez que lo intenté pensé que lo cruzaría ese mismo día para terminar con el misterio, pero no fue así, y ahora nos enviarán a hacer quién sabe qué cosas. Cada vez nos alejamos más del túnel.

—Papi —susurró Gustavo, abriendo mucho los ojos—, me parece que te estás... estás diciendo demasiadas cosas. Tenemos que dejar de cagarla los tres, siempre por la misma razón.

—Sí, es cierto. Preparémonos para hacer lo que tengamos que hacer y salgamos de esto de una vez por todas.

Del panel de control del ascensor provino un ruido diferente al anterior a través de otra de sus ranuras. Como emitiendo un recibo, de esta ranura salió impresa una tira de papel que contenía un texto, el cual Gustavo se quedó leyendo durante unos momentos, diciendo: "Esta es la tuya". Luego, salió impresa una siguiente tira, con la que él se quedó. Como supuse, no me permitió leer la suya. En cada papel estaba la misión que tendríamos que hacer y a qué lugar iríamos. Al reclamarle por el papel que me correspondía, la pared del fondo, que parecía solamente un espejo, se abrió. Al otro lado solo había oscuridad, tal como si fuera el ingreso a la boca del túnel: una puerta a lo desconocido. Gustavo no me dio tiempo de nada más. Me entregó el papel, se giró y me dio una pequeña sonrisa de despedida. "Tenés que cuidarte mucho", me dijo, y salió del ascensor. Desconcertado por esa despedida tan repentina, tardé un poco en leer la misión que me tocaba a mí. Fue espeluznante:

Misión rápida

Ubicación: Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad Carcelario – Cárcel Villahermosa

Lugar de llegada: Patio # 4, pasillo de la capilla.

Objetivo: Escapar ileso.

Descripción: El participante ingresará al centro carcelario a las 23:30 horas. Veinticuatro horas después, el camino hacia la salida quedará abierto y sin vigilancia. El participante deberá permanecer veinticuatro horas para analizar los movimientos del lugar y poder tener un escape exitoso a las 23:31 del día siguiente. Al llegar a la salida, tres vehículos estarán esperándolo. Tendrá que escoger uno.

Instrucciones: Al terminar de leer estas instrucciones, ingresar por la puerta uno a uno. De inmediato, adaptarse a la dinámica del lugar para no despertar sospechas. A las 23:00 horas del día siguiente, la puerta de ingreso a la capilla quedará sin vigilancia durante 20 segundos, al igual que la puerta de salida al pasillo principal, que estará segura durante 15 segundos más. A las 23:25, las rejas 3 y 4 quedarán libres durante 30 segundos. A las 23:30, un funcionario saldrá, dejando tras de sí, sin vigilancia, las puertas de salida. Los vehículos esperarán solamente un minuto.

Condiciones: Todos los miembros deberán finalizar la misión a la misma hora. Si alguno de ellos no completa el objetivo en el tiempo determinado, o es descubierto por la guardia, quedará expulsado del túnel, y aquella será su nueva realidad, en la que pagará una condena aleatoria, con todas las consecuencias que ello implique. Durante una misión rápida no hay ningún tipo de ayuda. Todos los miembros serán vulnerables a cualquier peligro y a cualquier daño.

Misión diseñada para:

Gustavo Castillo.

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