Atraviesa el túnel o muere en...

By MorenoDanielFelipe

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Cuando un adolescente promedio se entera de la existencia de un misterioso túnel, se obsesiona con atravesarl... More

De cómo todo se fue al carajo
Jodida adolescencia
La soledad
El olor de la pólvora
Tensando la cuerda
Fractura expuesta
Mirando al abismo
Ojo de barracuda
Aguda obsesión
Una herida invisible
A, B, C...
Patio Nº 4
Otro mundo
Un propósito superior
Madera vieja
Un esfuerzo por perdonar
Una vida mediocre
Piensa rápido
Defensa feroz
La luz del sol
Victoria
Ejército de Recuperación Nacional
Alta traición
Lindo jardín trasero
Aquella cicatriz
El cielo y el mar
La muerte de una burbuja
Sangre, lágrimas y ceniza

Cuando el dolor acecha

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By MorenoDanielFelipe

Llegué a la casa con algo de preocupación por esa extraña desaparición de Gustavo. En primer lugar, tengo que reconocer que recibí un golpe en la cara por primera vez. Fue doloroso y aturdidor, pero no estoy enojado con él. De alguna manera, yo me lo esperaba. Lo que no entiendo es por qué él se entró a esa caseta en el restaurante enseguida del colegio. Si entró de esa manera, desde luego que allá conoce a alguien (su familia tiene mucho dinero, pero ninguno de sus negocios es de restaurantes, por lo que no tiene que ver con ellos). 

Eran las 2 AM cuando sonó mi celular. Era Natalia González, la exnovia de Gustavo. Literalmente me dijo: "Estoy afuera de tu casa en mi carro. Salí ya". En primer lugar, la gran sorpresa, aparte de eso que me dijo, fue que ella conociera dónde vivía yo. Es decir, yo no soy tan popular como Gustavo ni hay tanta gente pendiente de mí. De hecho, algunas veces no entiendo cómo es que logramos ser amigos tan cercanos cuando él es un tipo tan popular.  En fin, en ese momento entré en un gran dilema: ¿Cómo iba a hacer para salir de mi casa a esa hora? Y sobre todo: ¿Me iba a meter en algún problema sin tener ninguna razón? 

—¿Natalia? ¿Vos de dónde sacaste mi número, pana? —le pregunté extrañado y medio dormido.

—Ve, te estoy hablando en serio —me dijo con mucho mal genio, como si estuviera enojada conmigo—. Necesito que salgás ya. 

—Pero ¿qué necesitas? ¿Qué pasó? Es que yo no puedo salir de aquí así no más. Me matan mis papás.

—No puedo hablar por acá. Es sobre Gustavo. Pero te lo juro que si no salís ya, te vas a arrepentir para siempre. ¿Vos creés que yo estoy jugando? Yo también tuve que escaparme de mi casa para venir a recogerte a vos. ¡Salí ya!

Dios santo. ¿Qué podía hacer yo en ese momento? Escaparme de mi casa era algo que yo jamás en la vida había hecho. Pero por alguna razón esto sonaba especialmente emocionante. Algo me causó terror y a la vez curiosidad en la forma en que me habló Natalia. Le temblaba la voz como si alguien estuviera persiguiéndola y hubiera estado corriendo. En su voz se notaba la desesperación, y eso realmente no parecía un juego ni ninguna broma, y mucho menos cuando en la tarde había ocurrido la pelea con Gustavo y con su extraña desaparición cuchillo en mano y botas de caucho. 

Decidí salir. Esto en realidad era algo serio. Tomé mi billetera, el celular, 50.000 pesos que tenía en otro pantalón y con cautela, casi demorándome diez minutos, salí de la casa sin hacer el menor ruido. Afuera estaba Natalia en una camioneta negra, llena de barro y mugre, como si hubiera estado en algún pantano o en una finca. Yo nunca me había visto con ella por fuera del colegio, y en realidad nunca fuimos amigos, porque cuando fue novia de Gustavo me miraba mal y en algún momento pretendió separarnos. ¿Por qué quería separarnos? Porque yo no tenía nada de "presencia", según ella. Ridícula. Pero eso había sido hacía mucho tiempo, y yo en mi corazón no le guardaba ningún rencor. De modo que me subí a la camioneta. Tenía un olor a hierro, un olor metálico muy fuerte, casi húmedo. Cuando me subí, fue lo primero que le pregunté: 

—¿Qué es ese olor? —le pregunté con un gesto de extrañeza. 

Se quedó mirándome por un momento. Apretó la boca como queriendo contener el llanto, y luego de un par de segundos me dijo: 

—Huele a sangre. 

Volteé a mirar hacia atrás y pude contemplar una de las escenas más perturbadoras que había visto en toda mi vida, hasta entonces. El olor a sangre, tan fuerte, tan penetrante, provenía de Gustavo, que estaba en la silla de atrás tirado con los brazos sobre el vientre, quejándose débilmente porque estaba herido de muerte. Tenía la camiseta del colegio puesta al revés, toda roja por su sangre. 

Tuve muchas ganas de gritar y de llorar. Durante un segundo quedé paralizado viendo la escena, pensando en todo lo que me iba a suscitar tener que vivir la muerte de uno de mis mejores amigos. Luego reaccioné y le grité que ¡por qué no estábamos yendo a un hospital a que le salvaran la maldita vida!

—No estamos aquí para llevarlo al hospital —respondió Natalia, todavía muy agitada—. Hoy vos te viste con Gustavo antes de que él atravesara el túnel. Te viste con él y él te dijo algo. En este momento, en este momento necesito que te concentrés demasiado, mirame a los ojos y tené muy en cuenta lo que te voy a decir: Gustavo necesita que te acordés de cuáles fueron las palabras que él te dijo. Solo vamos a necesitar de eso para salvarle la vida. Esas palabras le permitirán regresar al túnel a que lo sanen. Aquí en ningún lugar podrán salvarlo. Esa es nuestra única opción. 

Un momento, un momento, un momento. ¿Cuál túnel? ¿Cuáles palabras? ¡Yo no recordaba nada! Durante esa conversación lo único que tenía en mi cabeza era el olor de la sangre, tan espeso que estaba seguro de que me haría vomitar en cuestión de tiempo. No podía pensar bien. ¿Cómo iba a poder recordar las palabras que me dijo si ni siquiera estoy entendiendo qué diablos es lo que está pasando? Fue demasiado estrés. 

—¿De qué túnel estás hablando? —le pregunté totalmente confundido. 

—Ve, volteá a mirar para allá —me dijo tomándome de la quijada y girando mi rostro hacia Gustavo—. ¿A vos en serio te parece que es momento de estar preguntando bobadas? ¿No te das cuenta de lo que está pasando? Primero ayudanos y luego sí cuando tengamos tiempo podamos hablar de lo que querás, ¡pero ahora tenés que darle prioridad a las cosas!

Eso último lo dijo con la voz quebrada en llanto, a pesar de lo fuerte que quería mostrarse conmigo. De verdad ella lo quería muchísimo. Intenté concentrarme y tratar de recordar qué fue lo que me dijo. 

—No lo recuerdo —dije, muy nervioso todavía—. Solo sé que me dio un puño y estaba todo enojado insultándome. 

—Sí, eso ya lo sé —me respondió Natalia—. Pero ¿qué cosas te decía? Recordá, hacé memoria, ayudá un poquito, ¿sí?

—Esperate, esperate, dame un momento, por favor. 

—¿Te parece que tenemos un momento, idiota? ¡Se está muriendo!

—Él dijo "nuestras vida cambiarán", "estoy perdiendo el tiempo", "ellos tienen razón"... 

En ese instante, Gustavo hizo un ruido, como dando a entender que habían encontrado lo que habían venido a buscar. Era la frase "Ellos tienen razón". 

—¿Es alguna clase de clave para entrar al túnel?

—Abrí la puerta un momentico, por fa —me dijo Natalia, ya con la voz muchísimo más calmada. 

Me había pedido que la abriera porque acto seguido subió las piernas sobre su asiento, las pasó a la silla del copiloto, donde yo estaba sentado, y con ambos pies me dio un par de patadas que terminaron por hacerme caer de la silla de su camioneta e ir a dar al suelo como un sapo. Y luego arrancó en ella haciéndola chirriar por la gran aceleración que tomó. 

Desde luego, una de las cosas que más me molestó fue que yo me había intentado escapar (en realidad me escapé) de mi casa imaginándome que iba a vivir una aventura extraña, pero por el contrario sentí que me excluyeron, que obtuvieron información valiosa de mí y luego me desecharon. Pero tenía que admitir, que aún con todo lo raro que era lo que acababa de ocurrir, ese era solo el inicio de esto a lo que le llamo 'el amargo fin'. Estaba cerca de conocer el túnel del que hablaba Natalia, y estaba a punto de descubrir, aunque en ese momento ni me lo imaginaba, que entrar a ese túnel iba a ser una de las mayores obsesiones que iba a tener en mi vida. 

El túnel, ahora lo sé, es salvación o muerte. 


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