El Novio De Emma© #2

Galing kay shipsinthesky

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Aceptar que eran almas gemelas no fue sencillo, y tú ya conoces la historia. Libro #1 Al Estilo Emma Libro #2... Higit pa

Sinopsis
EL NOVIO DE EMMA
1: Se amaban, y no cabía duda
3: Ansiedad generalizada
4: Inútil
5: Con todo respeto
6: Una gema rara con toques amarillos
7: A pesar de todo
8: La pesadilla de Jakey
9: Séptimo mes
10: En este planeta, y en los otros
11: Invitación
12: Dos minutos en el cielo con Colin
13: Esmeralda
14: Siempre te voy a cuidar
15: Almas gemelas
16: Milo Walton
17: Mentiroso
18: Hipotético fracaso
19: Día en la azotea
20: La familia Oschner
21: Ángel de alas amarillas
22: Los buscados
23: Un espanto
24: El postre de la confusión
25: Amigos
26: Perseguida
27: Gael
28: Una familia entretenida
29: Un Miller más
30: Una batalla por la superioridad
31: El brownie
32: El error
33: La ruptura
34: Vulnerable
35: La Emma que conocían
36: La despedida de soltera
37: Benditamente organizado
38: Princesa guerrera
39: Raramente llena
40: Las paces
41: La próxima semana
42: Planes con Colin
43: La misma estúpida historia
44: Cenizas
45: Florecer
46: Enfermo
47: Un mes horrorosamente vacío
48: Coney Island
49: Hawái
50: El mundo real
51: Jamaica
52: Walton, Walton
53: Niño herido
54: Los girasoles más bellos
55: La frágil florecita
56: Soltera
57: Lasaña de camarones
58: ¡Traicionera!
59: Las chicas como ella
60: Bronce
61: En los brazos equivocados
62: ¿Por qué?
63: Culpa
64: Vivian
65: Justo a tiempo
66: Un deseo
A que no esperaban...
Tercer libro. ¡Ya disponible!

2: El verano de los dos

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Galing kay shipsinthesky

Comúnmente, a él no le emocionaba la idea de regresar a casa. Tan pronto como pisó el suelo de Cambridge para su pre-grado de química, reafirmó que convivir con su padre era una batalla en la que siempre salía perdiendo, aunque el otro se encontrara en desventaja, al final le ganaba, porque «Bradley Oschner nunca pierde». Comenzó a reconocer esa vida universitaria como el muro poderoso que lo separaba de su padre, al menos físicamente. Continuaba bajo el régimen Oschner a la distancia, evidentemente, pero no escucharlo a diario era lo que necesitaba para sentirse más alivianado. Así que, las vacaciones nunca fueron un motivo real para que se sintiera emocionado... Eso hasta que su nena llegó, a ponerle el mundo en otra perspectiva, a emocionarlo indirectamente porque ese verano iba a ser el verano de los dos. No había persona ni evento que le impidiera tocar la felicidad plena durante los próximos meses; de verdad, ni su padre, ni presentarse frente a la familia de Emma. Estaba motivado, a pesar del desgaste emocional del último semestre, estaba pensando de forma optimista.

Porque solo importaban ellos.

No habían hecho planes precisos, curioso, pero tenerse a una calle de distancia los llenaba de ilusión. Ella le había dicho que estaba emocionada porque probara las donas que preparaban en la cafetería junto a su edificio, que le parecía una locura, incluso una aberración, que no las conociera, viviendo sobre la misma avenida. Bueno. Tardó años en conocerla a ella, y también vivían en la misma avenida, a una calle de distancia, en las torres más famosas entre esas dos calles.

¿Lo más curioso? Ni siquiera se conocieron en esa ciudad, sino al otro lado del mapa.

Quizás su película romántica requería un primer encuentro menos cliché que el de toparse en la misma cafetería de la ciudad luego de haber confundido sus órdenes. Su película romántica fue extraordinaria desde el día uno, y ninguno la cambiaría por nada, tampoco la modificaría, incluso con esas escenas desagradables, todo momento, por más insignificante, fue cemento para construir el camino hasta ese uno de junio; a siete días de cumplir siete meses con ella de manera oficial.

Se amaban, y no cabía duda.

Él lo sabía a partir de las boberías que ésta hacía para que se riera; cómo le cantaba o bailaba para que esbozara una sonrisa en sus momentos más estresantes, lo sabía por el tono de voz que empleaba cuando hablaban, por cómo se arrodillaba sobre el sofá, lo cogía del cuello de la ropa y le hablaba con los ojos enormes cuando tenía una idea para pasar el fin de semana. No lo forzaba; era paciente con él, y le daba espacio para cumplir con sus ocupaciones. Sobre todo, supo comprenderlo durante el último mes del semestre, y no se sintió fastidiada cuando él desapareció por horas, muchas veces a propósito, porque no se aguantaba ni a sí mismo. Necesitaba sincerarse. Emma, y también Eugene, fueron los únicos en brindarles sus hombros durante los finales, quizá ambos fueron la razón por la cual no había perdido la cordura, la razón por la cual se había graduado satisfactoriamente.

Dios mío... La sonrisa de ella durante la ceremonia de graduación. Colin logró ubicarla con la mirada entre tanta gente, y esa fue la primera vez que se sintió verdaderamente importante, que se sintió como el orgullo de alguien. Emma pensó que no se le habían notado las lágrimas de felicidad que echó durante casi toda la ceremonia, Colin no sabía porqué ella se empeñó tanto en ocultárselas.

Por esas, y muchas acciones más, no le cabían dudas.

El ascensor se detuvo en el ático ubicado en el piso veinte de la torre Golden Hill en Lexington 1269; las puertas se abrieron y sonó el timbre que las acompañaba. Todo el piso se encontraba inmerso en una oscuridad arrasadora, la luz del elevador abierto era la única llama encendida en todo el primer nivel del ático rodeado con ventanales que iban del suelo al techo; un lugar demasiado sofisticado donde el color champaña lideraba en la sala de estar principal.

Empujó dos maletas grandes, y una de mano, dentro del ático.

La última vez que verificó su reloj, no hacía mucho tiempo atrás, eran las dos de la mañana. Realmente, nunca se ilusionó con que lo esperarían despiertos, pero era sábado, bueno, ya domingo, y bueno, ¡sí!, se ilusionó... tan solo un poco. Sobre todo porque tenía hambre, al no haber comido desde... ni siquiera lo recordaba, solo sabía que durmió en casi todo el vuelo, y que, camino a casa, en el taxi, salivó como un perro al pasar por un restaurante de comida rápida.

Se creía un dramático e inmaduro por sentir que su familia no le daba atención, vamos, ya debía estar acostumbrado; más de la mitad de su vida había sentido que lo hacían a un lado, especialmente sus padres. Se había graduado con el máximo honor de su universidad, y ni una nota le dejaron encima de la consola de la entrada. Necesitaba superar ese mal sentimiento; ya no era un niño, y tenía cuatro hermanos menores.

En serio, Colin, graduarte con el máximo de los honores no era un asunto de vital importancia, ni siquiera porque hacía tiempo que no otorgaban ese honor en tu pre-grado; que uno de los mejores físicos teóricos del estado te llorara, metafóricamente, para que regresaras pronto, tampoco era un tema importante, en serio no; todos los elogios personales que recibiste del célebre plantel de profesores no era algo interesante que resaltar. Nada era un logro porque siempre fue tu obligación; no había nada que celebrar porque solo estabas cumpliendo con tu responsabilidad.

Adentrándose al ático, encendió la luz, y brincó del susto al encontrarse con sus cuatro hermanos, sentados en los últimos escalones de abajo. Las escaleras, hechas de cristal transparente, se encontraban frente al ascensor; a la derecha se encontraba la sala principal y a la izquierda de ésta pasillos para la cocina y otras áreas. Había dos cuartos en el piso de abajo; el de Shizu y... ¿Adivinaron? Sí, el de Colin. El resto de la familia Oschner dormía arriba.

—Te asustaste antes de que gritáramos «bu» —se quejó Mercy en su ropa de dormir color rosa pastel; también tenía una mascarilla facial blanca, de esas que se utilizan durante toda la noche, y bajo el producto, se le notaba lo irritada que estaba por toda la situación. ¿Que por qué irritada? Simple. Era Mercy Oschner, y ella nunca requería un motivo real para irritarse. Una mezcla de hormonas adolescentes y demasiados gustos proporcionados de parte de sus dos padres.

—¡¡Buu!! —gritó Heidi, y retumbó en el ático. Los ositos de su pantalón eran una cosa estupenda que combinaban con su ternura e inocencia. Era la niña pequeña de la familia, y la más traviesa, solo alrededor de ellos, claro, porque en público era tan introvertida que a Theresa le preocupaba que no hiciera ni una sola amiga permanente en la escuela.

—¡Heidi! —le regañó Thomas en su ropa de dormir de autos. ¿Qué decir sobre Thomas Oschner? Era un niño adorable, aunque su aire de perfeccionista, a tan temprana edad, siempre lo llevaba a apuntar a su melliza con el dedo índice. ¿Qué más se puede esperar de un niño que veía a su hermano mayor como su más grande modelo a seguir?

—Se supone que estamos dormidos —le explicó Cathy a Colin. ¿Cathy? Pues, ella tenía un pantalón de algodón con estampado de moléculas químicas. Tal hermano tal hermana. «Dime qué ropa usas para dormir y te diré cómo eres».

—Papá nos prohibió esperarte porque no debemos madrugar —añadió Mercy.

—Thomas se quedó dormido sobre el hombro de Cathy, y le babeó encima —le comentó Heidi, riéndose por la anécdota reciente. Thomas suspiró a la par que negaba con la cabeza, y se apartó unos centímetros de todas ellas.

Colin les sonrió.

—No debieron arriesgarse por mí —dijo.

—Sí, eso fue exactamente lo que les dije —respondió Mercy, y se puso de pie en el escalón. Ella necesitaba dormir las ocho horas o iba a amanecer con los párpados hinchados. Sacudió sus manos entre sí, indicando la misión cumplida.

Heidi saltó del escalón hasta los brazos de Colin, quien la atrapó torpemente al haberlo tomado de imprevisto. Entre todos, la pequeña fue la más insistente en quedarse despierta para sorprender a Colin; tenía los ojos bien despiertos.

—Cole. —Theresa habló desde arriba. Los otros levantaron sus barbillas para mirarla; estaba acompañada de Bradley. Ambos oyeron el grito de Heidi, evidentemente. Cerró el kimono floreado que llevaba puesto y añadió—: Te extrañamos.

Colin abrió la boca para responder, pero Thomas se le adelantó con una pregunta:

—¿Qué le pasó a tu dedo?

—¡Es verdad! No lo noté. —Heidi lo tomó de la mano para contemplarle la tirita que llevaba alrededor de su pulgar derecho.

—Eh...—Colin escondió su mano detrás de su espalda—, me lastimé... mordiéndome.

—¿Todavía te muerdes las uñas? —inquirió Theresa, desaprobándolo.

—S-sí...—«Nunca dejé de hacerlo»—. Pero ya debe estar mejor, me lo quitaré mañana.

—Por favor no, nadie quiere ver esa carnicería —le suplicó Mercy.

—Todo el mundo a dormir —ordenó Bradley con una voz autoritaria.

El hombre, quien era un rubio de ojos azules, se destacaba a simple vista por dos razones; una tenía que ver con su sonrisa que encantaba al público, y la otra con su musculatura trabajada arduamente en el gimnasio. El problema se encontraba en que, en ese momento, no había público y tampoco tenía sentido esbozar una sonrisa.

—También tienes que afeitarte y cortarte el cabello, Oschner. No sé qué pareces, sinceramente, pero así, como te ves ahora, mi hijo no pareces. Pensé que el noviazgo era para bien —añadió el susodicho.

Llevaba dos semanas sin afeitarse, de acuerdo.

Pero Colin había pensado que su cabello estaba bien, había.

—Acaba de terminar sus finales, pa —le recordó Cathy.

Sí... También se graduó, Cathy.

—¿Y? —preguntó Bradley.

Hubo un silencio de cinco segundos.

Colin «quería desaparecer». Así lo pensó.

—Cole, no despiertes a Shizu con el ruido de tu equipaje —le pidió Theresa, y seguidamente bostezó. ¿No iba a decir nada sobre el comentario de Bradley? Claro que no, porque ella nunca protestaba, principalmente porque todo aquello estaba normalizado en la familia—. Bueno. Ya escucharon a su padre; todo el mundo a dormir o amaneceré con los párpados hinchados. Por cierto, Cole, pon tu despertador a las seis; ni un minuto más ni un minuto menos, así que, la orden de irse a dormir ya, también va para ti.

Heidi le dio un último abrazo de buenas noches a Colin, y subió las escaleras junto con sus tres hermanos.

⠀⠀⠀⠀

Salió de la ducha cuando la manecilla marcó las 3:00 a.m., se sacudió el cabello empapado usando sus manos, luego, las recostó contra la mesada de mármol del lavabo y pasó una de ellas por su barba. «No sé qué pareces, sinceramente, pero así, como te ves ahora, mi hijo no pareces». Colin tomó ese discurso como la manera camuflada que tuvo Bradley de decirle que «era una decepción que ni siquiera podía llamar hijo». Llámenlo dramático, pero así fue como su cerebro lo interpretó. Abrió un cajón de la mesada y sacó una navaja; no necesitaba empezar la mañana del domingo con su padre señalándole de nuevo que se veía desaliñado.

Colin siempre intentaba obedecerlo para mantenerlo contento, así con la única finalidad de evitar esa clase de comentarios. Debía despertar; su padre nunca estaba contento y siempre encontraba una razón para darle esa clase de comentarios. Afeitado o no, lo despreciaba.

Amber le decía todo el tiempo «Tú eres el blanco de un hombre lleno de conflictos sin resolver; no hay nada malo en ti, el problema se encuentra en tu padre». Querida Amber, él realmente se esforzaba en escucharte, y lo hacía, pensaba lo mismo que tú, pero ¿cómo seguir firme en su posición cuando ese hombre lo trataba de esa manera? Ya no quería ser el blanco, mas prefería serlo, si de esa manera libraba a sus hermanos y a su madre del reniego de dicho hombre.

Terminó de peinar su cabello húmedo hacia atrás, y, con su pantalón azul marino, salió al balcón del ático a fumar sin camiseta; tomó asiento en un sofá, que miraba hacia la ciudad, y colocó el cenicero sobre el reposabrazos de éste.

Emma.

El teléfono sonó tres veces antes de escucharla al otro lado.

—¡Cole! —Emma se sobresaltó. Estaba durmiendo y se destapó alterada cuando oyó la llamada.

¿Dormir temprano? No estaba en su diccionario ni durante periodo de estudio, pero esa noche había mezclado calmantes con antialérgicos y, básicamente, pasó al más allá o ¿no tanto? Evidentemente, a pesar de hallarse dormida, su mente continuó al pendiente de la llamada de Colin. No había otra explicación para haberla oído; supuestamente, debió haberse sumergido en un sueño profundo, pero media parte de su mente quedó en la superficie de contacto con el mundo exterior.

—Creo que necesito cortarme el cabello. —Colin flexionó su pierna izquierda sobre el sofá y recostó su brazo del mismo lado sobre su rodilla, el brazo de la mano que sostenía el cigarrillo encendido. Ni un «ya estoy en casa», ¿cierto, Colin?

Pero ella ya estaba acostumbrada a que a veces lanzara un comentario sin saludar; era algo muy típico en él, cuando le entraba una idea en la mente que necesitaba compartir con ella, éste realmente no era consciente de su típica costumbre.

—Si lo haces, voy a llorar. —Ella dejó escapar una risa.

Colin miró el cigarrillo y lo aplastó contra el cenicero.

—Te amo —le dijo.

Silencio.

—¿Qué le pasa a tu vocecita? —Al otro lado, Emma se acomodó sentada contra los almohadones. Estaba apagado. Ella asumió que se debía al cansancio; tantas horas sin dormir, y no solo el sábado que ya pasó, sino durante todo un mes.

—Nada. ¿Qué les pasaban a tus dedos cuando hablamos?

Otro silencio.

—¿De qué hablas? —le preguntó.

Muy bien, hazte la tonta, Emma.

—Te hice una broma y la ignoraste —le recordó.

Las bromas con referencia sexual tenían un lugar especial en su relación; quizá no aparecían todo el tiempo, pero cuando se presentaban eran ingeniosas.

Colin percibió algo diferente cuando Emma no respondió el chiste le hizo cuando estaba en el avión.

—Pues —Ella sabía que no había escapatoria—, me pillaste en un mal momento. Mi papá organizó una reunión familiar para celebrar mi llegada, hasta colocó una pancarta de bienvenida con globos incluidos. No me lo esperaba, pero tampoco me sorprendí. Marina tiene sus momentos, y me puso de malhumor, lanzó comentarios innecesarios, nada más.

Que no le preguntara detalles, por favor.

Porque odiaba el mal sabor que quedaba en su boca después de mentir sobre sus emociones.

—No esperes demasiado de una adolescente que ni siquiera se soporta a sí misma —le contestó.

—Eso, eso traté de pensar. —Realmente, trató—. Luego está Aqua, a quien no reconocí, en serio, está hecha toda una adolescente oscura. Y ¿sabes qué? Descuidé mi celular por cinco segundos y casi acaba descubriéndote en ropa interior.

—Ese hubiese sido un escándalo.

—Ah, y mi papá adoptó cinco perros. Me fui a la universidad, no me mudé a otro planeta —se quejó y suspiró. Colin la estaba escuchando mientras miraba pulgar cubierto con la tirita—. La razón por la cual me dormí temprano se llama antialérgicos. No soporto cuando actúa impulsivamente. Lo bueno es que los cinco perros fueron adoptados por Aqua.

—Te extraño —anunció de forma repentina cuando alzó la mirada hacia la ciudad.

—Cole, pareces disociado —procuró no sonar preocupada para que éste pudiera hablarle sin pensar que la estaba, precisamente, preocupado.

Emma era consciente de cuánto él confiaba en ella, le contaba desde las situaciones más vergonzosas hasta las más tristes. Colin sabía que podía confiarle lo que sea, pero seguía siendo un hombre de callar cosas que no debía, especialmente para no preocupar o plantar alguna emoción parecida.

—Discúlpame por haber sido tan insoportable en las últimas semanas —suspiró entre cortado y pasó una mano sobre su pecho de forma inconsciente—. Conociste mi peor lado y no te fuiste; puedo empezar a planear nuestra boda.

Emma esbozó una sonrisa, y respondió:

—No aceptaré tus disculpas porque no tienen cabida; disculpa tú por eso. Yo amo a mi Cole en todas sus facetas, aunque debo admitir que a veces siento muchas ganas de sacudirte para que te reinicies.

—Sacúdame todo lo que quieras, bebita.

—Ah, con que ahí está.

—¿Tu Cole bromista tonto? —sonrió.

—No, mi Cole bromista caliente.

Colin soltó una carcajada, y preguntó:

—¿Hace cuánto que no hacemos el amor?

—Eh... Déjame pensar... Ah, ¡sí! Fue un sábado, hace tres semanas, en mi recámara, y fue un rapidito.

—No fue un rapidito.

—¿No? —tosió dos veces.

Vergüenza y confusión.

Colin apostaba a que también se sonrojó.

—Bromeo, corazón.

—Sentí que cabe mi propia tumba.

No se aguantó la risa. Colin se burló tan alto que hasta le preocupó que su familia lo oyera; en cambio, Emma, sonrió al escucharlo reír.

—Ya te quiero ver, mi nena —le respondió, al fin.

—Sobre eso...

—¿Ya no me quieres ver? —la interrumpió.

Emma tosió una vez.

—Cole intenso.

—Prosigue, por favor.

—Mi papá espera que puedas venir —cubrió su boca cuando acabó.

—Así que, llegó el momento de presentarme como el muchacho que robó tu corazón.

¿Estaba ansioso? Claro.

¿Temía no caerles bien a los Miller? También.

¿Iba a demostrarlo? Nunca.

—Yo estoy más nerviosa que tú —tragó saliva.

Quizás estaba en lo cierto, quizás.

Colin tenía un punto a su favor, y era la desgracia de haber atravesado un montón de situaciones agobiantes en sus veintitrés años. Él podía llegar a ser bastante consciente de que «ya había pasado por situaciones más complicadas» y que «las había superado con éxito». Emma también había pasado por lo suyo, pero la diferencia entre ambos se hallaba en que él tenía habilidades sociales bien desarrolladas, sabía cómo zafar una conversación o hablar fluidamente sin que la lengua se le enredara por la ansiedad, y ella no. Presentarse frente a un grupo de personas nunca fue un problema real para Colin, pero aquellas personas no eran estudiantes o maestros, era la familia de su novia.

—Te haré una pregunta tonta y no me juzgues, Emma —le advirtió.

—¿Cuándo yo te juzgué? —preguntó con dulzura.

—¿Cómo me debo vestir? —preguntó con estrés.

Emma se enterneció y sonrió.

Se esforzaba al máximo, era patológico.

—Cole, mi papá es un hombre que usa bermudas y camisetas vintage; él las llama «vintage» para disimular que en realidad son camisetas gastadas que no quiere tirar ni donar porque le gusta usarlas por comodidad. No te preocupes por impresionarlo en ningún sentido. —Esperaba que con eso se calmara.

Sí..., él no le creía que no debía preocuparse.

—E-está bien. ¿A qué hora quieres que vaya? —suspiró inconscientemente.

—A las nueve —habló en voz baja.

—¡¿De la noche?! —enarcó una ceja.

—S-sí...—Ni siquiera deseaba mencionar el juego.

—Bien... Eh, bien.

¿Suficiente tiempo para prepararse mentalmente o tiempo innecesario para consumirse en ansiedad?

—Bueno. —Ella tosió una vez—. Ahora tienes que dormir o llegarás tarde a misa, mi amor.

—La familia Oschner va a la misa de las siete porque son unos enfermos.

Emma rió, y contestó:

—¿De qué te quejas? Tú nunca duermes más de las seis.

—Pues, hoy se me ocurrió que quiero dormir hasta las ocho.

—Despertarás a la cinco, lo sé.

Colin suspiró. En realidad, se estaba ahogando con tantos pensamientos a la vez.

—Mándame un mensaje cuando despiertes —pidió él.

—Entonces, será como al mediodía.

—Tendré una excusa para levantarme de la mesa.

Emma lo pensó en seguida: «Bradley».

Tenía sentido que Colin no se oyera vivaz.

¡Qué boba fue!

—Te amo, Colin Oschner.

¿Debía mencionarlo? ¿Sí? ¿No?

—Dormiré pensando en ti —le respondió.

—Ten una hermosa mañana, Cole. Espero que disfrutes tu domingo en familia, sé que te hicieron falta.

Tiró el anzuelo con la carnada, era el momento en el que éste le decía: «Pues, yo lo dudo, porque mi papá acaba de decirme tal cosa».

—Te amo, mi nena —contestó.

Cielos.

Qué hombre tan obstinado. 




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